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Hallan a un hombre muerto al interior de una casa en Tizimín.Esta mañana fue hallado el cuerpo de un hombre que en vida respondía a Sergio Cervantes, por lo que se pidió ayuda a las autoridades

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La escritora Diana Soberanis Mena presenta un cuento acerca de la dura realidad que enfrentan niñas y mujeres en su día a día

Eva

(Texto ganador del Premio peninsular de cuento mujeres, faro editores 2021)

Vi su cuerpo tan chiquito, descuartizado: la culpable era yo. Sentí una gran lástima, lo admito. Logré atraparlo en una caja de plástico a la que hice un huequito. A través de él, eché cloro. Cuando noté que ya casi se había cubierto todo y estaba ahí, quemándose, ahogándose, esperé unos minutos y abrí la caja con cuidado para retirar el líquido asesino. Tomé unas pinzas de la cocina para colocar su cadáver en el suelo del patio. Con las tijeras de costura de mamá le fui mutilando sus bracitos uno por uno. Al final, tomé todos los retazos de su cuerpo y los lavé para quitar el cloro; luego les prendí -con mucho cuidado- fuego. Antes de tirar los restos casi irreconocibles de aquel pequeño ser, solté un par de lágrimas por vergüenza, aunque cuando recordé lo que me hizo, pensé que era una heroína. Le evitaría a otras lo que por su culpa me sucedió. Y ahí, ojalá, realmente se hubieran acabado mis penas. Al menos tomé venganza y esa satisfacción nadie me la va a quitar.

Gracias a Dios que la tía Marina me advirtió cómo era que los pechos salían. Un día la fuimos a visitar y escuché que le dijo a mi hermana, un par de años mayor que yo: “ya te picó el alacrán, mija”. Mi hermana, Silvia, o Chivi, puso la misma cara atónita que yo, y no fue necesario que preguntáramos algo, pues ella entendió nuestra duda.

—Cuando estamos en el tránsito hacia ser mujeres, una noche, mientras dormimos, llega un alacrancito y nos pica el pecho. Con ese venenito comienzan a crecer los senos. Dependiendo de la bondad del animalito, nos pica una o más veces y por eso hay unas más pechugonas que otras —explicó tía Marina mientras nos servía un poco de sopa de lima.

—¿Son más buenos si te pican más? —cuestionó mi hermana.

—Pues yo estoy casi plana, pero tu mamá y abuela que no, siempre han dicho que más malo mientras más te pica. Y por lo que veo, te dio varias picaditas, chamaca —respondió mi tía entre risas, sin darse cuenta que para Chivi no era motivo de relajo. Yo que para ese entonces tenía apenas 8 años, no entendía del todo sus razones, pero sólo de oír que la picaron varias veces a la pobre, supuse que no era agradable.

Bien decía mi tía que una ni cuenta se da de la llegada del alacrán. Así me pasó a mí. Era un día muy caluroso y dejé mi camisa de la secundaria un poco entreabierta. Siempre hacía eso, también otras compañeras. Pero en esa ocasión, mientras hablaba con mi compañero Julián, me sentí rara al notar que sus ojos estaban fijamente mirando la abertura de mi ropa. Entonces me volteé y yo misma noté que habían aparecido dos bolitas dividiendo mi pecho. Cerré de inmediato mi camiseta. Ese día, al salir del colegio, me dejé el libro de historia, que es largo, entre los brazos, para que nadie más se diera cuenta de esos.

Cuando llegué a casa tomé una ducha. Antes de vestirme, me observé fijamente en el espejo del baño. Toqué aquellas montañitas con miedo. No sabía cómo sentirme respecto a ellas. Eran de tamaño semejante a unos duraznos y un poco separadas. Me pregunté cuál sería la diferencia entre mutilar el cuerpo y ponerle algo extra: en ambos casos uno se viene a sentir otro, ¿no? En fin, así pasaban los días y yo hacía todo lo posible porque nadie más notara mis pechos, aunque podía sentir que aumentaban su tamaño, poco, pero aumentaban. Tomé la camisa vieja de mi hermana del uniforme de la secundaria, pues era un par de tallas arriba que la mía: poniéndome la ropa ancha lograba disimular. Total, que desde hace unos meses ella se mudó de Estado para concluir su preparatoria.

Lástima que un martes a las seis de la tarde llegó mi tío Daniel, con su esposa, Mariana. Y digo lástima porque no pude ocultar ese día mis senos porque llegaron con un regalo adelantado por mi cumpleaños número 12. Me dieron una cajita amarilla que contenía una bolsita con chocolates y una blusita azul. Cuando desdoblé la blusa y vi lo pequeña que era, sentí que me iba a morir. Le dije a mi tía que de plano eso no me iba a entrar. Ella y mi madre dijeron que estaba loca y me obligaron a ponérmela. Me fregué porque me quedaba muy bien, pero la parte de mis senos estaba reducida. Mi tía entró a la habitación para halagarme e incitarme a salir con ella a la feria, pero mi madre llegó segundos después y se negó rotundamente. Cuando observó cómo se me veía la blusa, me miró con cara de susto y pidió que me pusiera algo más de niña. Obedecí, porque ella, al igual que yo, fue picada varias veces por el pinche alacrán. Ahora entiendo por qué siempre anda con ropas guanguitas cuando salimos. La verdad es que me sentía más a gusto así, porque la última vez que me puse una ropa justa, un señor en la tiendita de la esquina no dejaba de mirarme los pechos y sentí harto asco. Cuando llegamos esa tarde de la feria, ya sin tío Daniel, la tía Marina llegó con mi abuelita, pues ayudarían con los preparativos para mi fiesta al otro día. Cuando me vieron con mi pijama, que tenía la tela ceñida a mi dorso, mi tía se exaltó.

—Madre santa, ya te picoteó el alacrán, mijita. Y varias veces, pobrecita.

—¿Pobrecita?

—Sí, mi amor. Mira, las mujeres siempre hemos sido la tentación para los hombres, ¿conoces el pasaje de adán y Eva? Las mujeres a las que el alacrán las pica muchas veces, están condenadas a ser una prueba para los hombres. Yo no lo entiendo, pero Dios sabe por qué hace las cosas.

-—¿Dios manda al alacrán para que seamos una prueba para los hombres? ¿Y nosotras qué culpa nos tenemos?

—Pues no estoy segura si él o el chamuco; de todos modos, sin el mal no hay bien. 

Esa conversación con tía Marina hizo que me fuera a dormir muy molesta. Yo creo que no es Dios el que nos manda al alacrán, si fuera su obra, tal vez te picaría una avecita cantarina y no un insecto tan feo y canijo. Esas tenacitas, la cola picuda y dolorosa, seguro eran obra del mismísimo satanás… Pero, aún así, mi duda era la misma, ¿yo qué culpa me tengo? ¿Quién me preguntó si quería ser usada como una prueba para los hombres? Y ¿todos los hombres? No creo porque mi papá y el tío Daniel no me miran distinto. No me parece justo y no sé por qué Dios lo permite, o sea, los pechos tienen la bondad en su esencia: alimentan a los bebitos. Son fuente de vida, ¿por qué tengo que ocultarlos porque unos fulanos parecen no saber qué son?

No voy a negar que la blusa que mis tíos me dieron es preciosa y me encantaba, pero por lo que me dijo la tía Marina se me quitaron las ganas de ponérmela y supuse que mamá tampoco estaría a gusto. Así que mejor usaría el vestido anaranjado flojito que mi hermana me mandó como regalo.

Alrededor de las 4 de la tarde de ese miércoles comencé a arreglarme. Mi tía Marina me puso maquillaje, dijo que ya estoy en edad, pero eso sí, poquito porque además según ella soy muy guapa y con los “melocotones que me cargo” con mucha pintura iba a llamar de más la atención.  Cuando iba a vestirme miré un largo rato la blusita azul que me regalaron el tío Daniel y Mariana, era perfecta… Mamá entró a mi cuarto y se dio cuenta de lo mucho que tenía ganas de ponerme esa prenda.

—Hija, sé que te gustó mucho esa blusa, pero mejor la usas sólo acá en la casa, no quiero que alguien te vaya a faltar al respeto.

—¿Faltarme al respeto, mami?

—Ay, mi amor, a mí también, como a tu hermana, nos brotaron los pechos grandecitos desde chavitas y, por mala suerte, ya sabes cómo son muchos hombres. No quiero que te digan algo que te pueda hacer sentir incómoda.

—Está bien, mami. Me pondré el vestido que me mandó Silvia.

—Hagamos algo: cuando ya se hayan ido la mayoría de los varones, te pones la blusita azul, ya que esté nomás la familia.

Obedecí. Todo iba bien. Esta vez mi fiesta no tuvo piñata y los adultos estaban tomando diversos licores. No éramos muchos de todos modos. Sólo invité a un par de amigos, la mayoría mujeres, con sus familiares. Como a las 8 de la noche ya nada más estábamos ahí mis papás, el tío Daniel con su mujer y mi primito Saúl, un amigo de ellos dos que trabaja con mi tío, la tía Marina, mi abuela y yo. Cuando me senté en la mesa de los adultos y mamá notó que me estaba aburriendo, dijo que si quería me podía cambiar. Me fui corriendo a ponerme unos jeans y la blusita azul, que además combiné perfecto con unas arracadas de plata que me dio la mamá de mi amiga Lucero.

Antes de regresar a la reunión, entré a la cocina porque quería comer los chocolates que guardé en el refrigerador. Ahí estaba Raúl, el amigo de mi tío. Se me quedó viendo fijamente los senos y yo sentí mucha vergüenza. ¡Caray! Me hubiera esperado a que él se fuera. Le pedí permiso para pasar porque me obstruía el paso para llegar a mi bolsita de chocolates. Lo hizo, sin dejar de mirarme de tal manera que yo quería mentarle la madre, ¿nunca había visto un par de pechos? ¿No sabía que soy como 20 años menor que él? Mientras trataba de hallar mi golosina, el tipo me tomó por la cintura y subió hasta mis senos. Los apretó como si estuviera exprimiendo una fruta y untó su cuerpo. Hizo todo ese malabar grotesco de forma tan rápida que yo ni siquiera me pude mover, reaccionar. Cuando se soltó me habló sin pena.

—Perdóname, mamita, me iba a caer, gracias por dejar que me sostenga de ti— afirmó con una breve carcajada al final de sus palabras.

—Ya váyase —le respondí sin atreverme a alzar la mirada.

Tenía miedo de soltarme a llorar de todo el coraje que traía atorado en ese instante. Seguro no iba a poder controlar los gritos y las lágrimas y terminaría asustando a todos afuera, y especialmente a mi mamita. Ella que ya me había advertido de esto, pero yo de terca tenía que querer ponerme esa blusa azul de mierda. Y luego el baboso de mi tío Daniel, pobre, qué sabía él que iba a traer a la casa mi desgracia, primero con su regalo y luego con su amigote. Tomé mis chocolates y entré corriendo a mi habitación. Me senté con las rodillas cruzadas y comí lento todo el contenido de la bolsita para poder aguantarme el llanto. En ese momento todo era silencio afuera, pero adentro yo estaba echando unos berridos como de gata pariendo. Pensé en que pude haber gritado, decirles de inmediato a mis padres y los demás afuera, pero algo me detuvo, algo me decía que no valía la pena; de todos modos, si lo que dice la tía Marina es cierto, la culpa fue mía por andar con esa blusa, a sabiendas de que me tocó ser una Eva. Aunque después llegué a la conclusión de que todo fue culpa de ese alacrán idiota.

No sé honestamente cuánto tiempo pasó, quizá una o dos horas. Mamá entró a buscarme. Yo estaba recostada con las envolturas del chocolate regadas encima de mi cama, de ladito, con los ojos cerrados (para cerciorarme mejor de que las lágrimas no se fueran a escapar). Me cuestionó si estaba bien. Yo le dije que sí, y le eché al cansancio la culpa de mi ausencia en el resto de la celebración.

Esa noche, cuando miré a mamá cerrar la puerta lentamente, entendí que debía encontrar al alacrán, acabar con él para que, así como mi mamita, la abuela, Silvia y yo, otras no tuvieran que pasar lo mismo. Me quedé despierta un par de horas, busqué a hurtadillas en todos los rincones de la casa que me fueron posibles, a ver si hallaba al alacrán. Yo sólo una vez, hace muchísimos años, vi un animal de esos, así que, si había uno en la casa, seguro era el que me picó. Ya casi iba a amanecer cuando me di por vencida y me fui a dormir.  Como a las 9 A.M. me despertó un gritó de mi abuelita. Corrí a ver qué le pasaba y resultó que, mientras se bañaba, vio a un alacrán. No pude creer tan buena suerte mía. Fui una super chica para mi abuela y capturé a la bestia. Pasé horas planificando cómo acabaría con él. Si era un enviado de satanás, su muerte tenía que ser memorable, digna de una historia de cómic. Además, pensé que, quizá, si asesinaba a ese maldito, tal vez Dios intercediera por mí y me dejaría ya no ser Eva y sí más como María.

Durante el atardecer llevé a cabo mi plan. Disfruté cada paso en el cual daba muerte al escorpión. Cuando de pronto sentía cierta misericordia y quería renunciar a la tortura, recordaba las manos de Raúl sobre mis senos y la compasión se esfumaba. Cuando todo terminó, guardé sus casi nulos restitos en una tapa vieja de garrafón. Sentía que era como un trofeo sobre mi hazaña.

Pero la emoción y la esperanza se acabaron al otro día temprano que me fui al mercado con mi abuelita. Pasamos junto a un puesto donde un chavo, quizá 10 años mayor que yo, me dijo “no sé que están más ricas, si estas naranjitas que están acá o tus senos, mi amor”. La abuela, que estaba de espaldas comprando en otro local, se volteó de inmediato, miró de reojo al fulano y me jaló para irnos rápido.

—Hijita, tu ropa no está ceñida, pero si vas a salir sola o con otra mujer, de preferencia hazlo lo más holgada que puedas, ¿sí?

—Sí, abuelita.

—Ya cuando estés vieja y fea como yo, pues te podrás dar el lujo de vestir un poco más a gusto.

Oía los consejos de la abuela y cada vez me daban más ganas de llorar, pero me aguantaba porque si hay algo que odio es chillar y que se den cuenta. Al final, todo el sacrificio que tuve que hacerle al miserable alacrancito, no sirvió de nada. Pobre de él, pobre de mí…Todo fue jodidamente en vano… Y ya ni qué hacerle porque yo creo que ni fusilando a todos los escorpiones del mundo, podré quitarme estos senos y este tener que ser una Eva.

Diana Soberanis Mena (Mérida, Yucatán, 1997) es Licenciada en Literatura Latinoamericana. Ganadora del Premio Peninsular de cuento Mujeres (Faro editores, 2021) y del Primer concurso de cuento corto peninsular (Sempere y Tilde Taller, 2023). Recibió mención honorífica en la primera convocatoria de cuento infantil y juvenil de la Universidad de Guanajuato (2023). Sus textos, tanto de investigación como de creación literaria, han aparecido en espacios como La revista yucateca de estudios literarios (UADY), Casa país, Metáforas al aire (UAM), La colmena (UAEMex), Bitácora de vuelos, Carruaje de pájaros y el Periódico por Esto!

Actualmente se desempeña como copywriter y docente de humanidades. 

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