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En la comisaría perteneciente a la jurisdicción eclesiástica de la parroquia de la Asunción se encuentra el santuario arquidiocesano del Santo Cristo de las Ampollas, renombrado protector de Yucatán desde hace siglos. Su celebración se realiza cada octubre, por lo que en estos días ha estado encabezando la entrada de los gremios y la solemne procesión por las calles principales del pueblo, acompañado de sus devotos que han acudido a adorarlo, muchos de los cuales se dicen bendecidos por sus milagros, lo que reafirma su promesa de amor y fe.
Una antigua leyenda que data de los primeros años del siglo XVII narra el origen de esta devoción y la predilecta advocación de las ampollas que porta el milagroso crucifijo. Historias que se han conservado en la sólida y rica tradición oral continúan difundiendo los ancestrales milagros de su origen, a los que se le suman otros más, como curaciones y cumplimientos de peticiones.
Al respecto, algunos habitantes relataron que un viernes de Cuaresma, después de la puesta del Sol, los pobladores vieron arder en el monte un árbol verde y frondoso sin que se consumiera. La noticia se propagó y un gran número morador de aquel pueblo y lugares circunvecinos atestiguaron el acontecimiento, de manera que se reconoció popularmente a la prodigiosa planta con el título de El árbol de luz.
Enterado, el cura Juan de la Huerta, párroco de San Bernardino de Siena, mandó a cortar aquella planta y trasladar su grueso tronco a uno de los anexos de la parroquia con el fin de hacer una imagen de Nuestra Señora de la Inmaculada Concepción.
Al poco tiempo, se presentó en el lugar un peregrino desconocido que buscaba trabajo como escultor. Inmediatamente, se puso al servicio del sacerdote para poner en marcha la obra proyectada de la efigie, pero ya no fue de la Purísima Concepción, sino del Divino Crucificado.
Se cuenta que, sin herramienta alguna y en un solo día, la imagen quedó terminada y desapareció el artista, quien fue considerado por todos como un ángel, aunque terminó la pieza del Cristo sin cruz ni peana. Los feligreses tomaron la escultura, le armaron un nicho y la pusieron en el templo para su veneración. Posteriormente, la fama de los milagros convirtió a la capilla en un santuario, como si fuese de los más antiguos y célebres.
Una noche, tras arribar numerosos peregrinos de diversas regiones del Estado, aconteció que la iglesia se vio envuelta en las llamas de un violento incendio. Se consumió todo lo que se encontraba en su interior: se redujeron a cenizas altares, santos, púlpito y demás objetos sagrados para la celebración de los oficios divinos.
Sin embargo, el fuego respetó la imagen del Crucificado, que permaneció incombusta en medio de las llamas. La pálida efigie se vio ennegrecida y cubierta de ampollas, pero íntegra, como testimonio irrefutable de haber estado ardiendo sin consumirse. Desde entonces comenzó a darse, pero sin fijeza, su nombramiento como Santo Cristo de las Ampollas, cuyos milagros desde aquel día aumentaron y brillaron más. Al morir el cura De la Huerta, quien era propietario de la efigie, dejó entre sus pertenencias la sagrada escultura, que después se colocó en la Catedral.
Es por esto que durante los primeros días de octubre se oficia el tradicional novenario en su honor en la iglesia de la comisaría; mientras que en marzo, durante la Cuaresma, la Arquidiócesis de Yucatán realiza una especial peregrinación de todas las parroquias para rendirle veneración y reafirmar el patrocinio del Cristo de las Ampollas en toda la Iglesia de la Entidad.
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NM
