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El hombre de 60 años de Umán asegura que todos los días sueña que vuelve a caminar y regresa a realizar sus trabajos cotidianos como electricista

“¿Qué van a hacer con mi pierna, la van a tirar al bote de la basura para que se la coman los perros?” Desde su cama del hospital, el paciente al que llaman “Z” lanzó esa pregunta, como si fuera una piedra, que golpeó directo a la conciencia del joven enfermero.

“No”, contestó de inmediato, “la vamos a quemar”.

“Z” llevaba casi tres meses hospitalizado. Su hoja médica indica que ingresó el 10 de junio de 2021, a las 16:00 horas en la clínica del IMSS de Umán. Su familia sentía mucho temor por los numerosos contagios de COVID-19 que a diario se reportaban en la prensa, y además porque el virus no tenía palabra, atacaba tanto a médicos como a enfermeras.

¡Pobre “Z”!, pensó su esposa cuando lo despidió la primera noche. Él tenía un severo cuadro de Diabetes Mellitus 2, con tratamiento no específico, antecedentes de hipertensión arterial sistémica, antecedentes de dislipidemia…  desde hace dos meses presentaba forma espontánea en 2 ortejos (dedos) del pie derecho con tratamiento no específico…”. Parecía un asunto complejo, pero común para los pacientes con diabetes.

Durante 20 años, “Z” trabajó como plomero, electricista y albañil en el departamento de mantenimiento de una empresa del corredor industrial de Umán. Sus seis hijos ya eran mayores, cinco de ellos tenían su propia familia. Vivía una vida medianamente tranquila. Por su condición social, él había empezado a trabajar desde los 13 años, haciendo trabajos de albañilería.

“No me gustó la albañilería porque me ensuciaba mucho las manos, porque eso decidí aprender electricidad, empecé a ganar un poco más. Luego aprendí plomería y así fue fácil ingresar a una empresa, donde hacía de todo”, cuenta “Z”, ahora más relajado, desde su silla de ruedas.

El 22 de julio, aún en el hospital, cumplió 60 años y como todos los días, recibió como regalo un coctel de antibióticos e inhibidores de la bomba de protones más soluciones. Ya había enfrentado la primera etapa de amputación. Los médicos le cortaron el segundo y cuarto dedo del pie y habían hecho una incisión completa de la planta de la extremidad para determinar el grado de invasión de la necrosis.

Lo programaron para una nueva cirugía. Estaba agendado para el 24 de junio, pero se pospuso varias veces. Las salas seguían saturadas con partos de urgencia y casos de vida o muerte.

Desde su cama escuchaba todos los días lamentos, gritos, quejidos de los otros pacientes. Durante su estancia, logró ganarse la confianza de uno de los enfermeros que lo atendía con frecuencia, por eso recuerda cuando estaba a punto de ingresar a su segunda cirugía. “Entré a la sala de cirugía a las tres de la tarde y salí a las 11 de la noche. Al despertar, intenté levantarme, pero me di cuenta que no podía. En ese momento, miré… ya no tenía una parte de mi pierna derecha, solo una venda de tela debajo mi rodilla. No pensé otra cosa, lo que yo quería era que todo terminara y que me pudiera ir a mi casa con mi familia. La verdad, no sentí mucho dolor”.

Cuando se le pregunta sobre su pierna, él dice que no piensa en nada. Que la quemaron, que no había remedio, como si no sintiera ningún apego por su extremidad, a diferencia de otras personas que quizá piden llevarse las cenizas.

Pero en la clínica donde lo operaron no hay ningún crematorio, como en todos los hospitales del sector salud. Generalmente, empresas especializadas se hacen cargo de las extremidades amputadas para el traslado y cremación.

“Estando aún en el hospital, sentía que tenía comezón en los pies, levantaba la sábana para rascarme y me daba cuenta que no tenía parte de mi pierna. Es una sensación extraña. Los médicos me dijeron que iba a tardar tiempo para que se me quite, que son los nervios o que el cerebro aún percibe que tenía todavía la pierna. No sé exactamente lo que es”.

Cuando POR ESTO! lo visitó en su casa del fraccionamiento Bosques de San Francisco, primero estaba en su hamaca, luego él mismo se subió a la silla de ruedas, sin ninguna dificultad. Su esposa se había ocupado de hacer la limpieza del cuarto. Varios de sus nietos viven con ellos.

El 27 de julio, a las 18:45 de la tarde le dieron de alta. Lo operaron el viernes y salió el martes.

Una de sus hijas fue por él al hospital. En su casa, aún sentía el temblor en la parte que le quedaba de pierna. Era por el esfuerzo y el movimiento. Pasó parte de la recuperación en una cama, pero luego se cambió a su hamaca.

La empresa le dio facilidades por su enfermedad. Incluso, por haber cumplido 60 años, agilizó los trámites para su jubilación y pensión, que hoy ya tiene.

“Z” se siente fuerte. Tiene planes que al cumplir el año de la cirugía pueda obtener una prótesis para caminar como antes lo hacía. Su idea es seguir trabajando de electricista. De hecho, aún en su condición, ha realizado “dos trabajitos”. Amigos suyos lo llevan y él da las indicaciones para que otros hagan las conexiones eléctricas o las reparaciones necesarias.

En las madrugadas sueña que corre o que camina, como antes lo hacía. En ocasiones, se dispone para ir al baño, dirige la mirada hacia el piso y se da cuenta que sólo tiene un calzado y una pierna completa. Entonces, él mismo se ríe, casi a carcajadas.

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CC