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La víctima del coronavirus aseguró que las enfermedades ocasionadas por los malos hábitos son la diferencia entre si una persona presenta un cuadro leve, moderado o grave

El 13 de mayo de 2020, al paramédico oriundo de Valladolid, D.G.H., de 41 años de edad, le cambió la vida para cuando le fueron entregados los resultados de una prueba efectuada el día anterior, y le afirmaron que había dado positivo al COVID-19.

Según explicó, aun con el documento en las manos, desfilaron por su mente varias escenas y reaccionó a una serie de emociones encontradas. Inmediatamente pensó en su familia, en la posibilidad de morir y en el hecho de abandonar a sus hijas y esposa.

Habían pasado dos meses desde el primer caso confirmado en Yucatán y nunca pensó, por esas fechas, que él pudiera ser una cifra más de este peligroso virus, el cual ha transformado la realidad global. Narra que de inmediato hizo introspección para analizar cómo es que se habría contagiado. Recordó un reciente viaje en autobús a la ciudad de Mérida en donde una persona tosía reiteradamente sin tener puesto el cubrebocas durante todo el trayecto, también pensó en la posibilidad de un contagio directo, en su trabajo, pues por la naturaleza de su labor había atendido a varias personas delicadas de salud.

Sea cual sea el caso, lo importante  para él en ese momento era proteger a sus seres queridos, por lo que de inmediato le habló a su esposa y le sugirió mudarse temporalmente al domicilio de uno de sus familiares cercanos, en tanto permaneciera en cuarentena.

“Así estuve recluido en mi domicilio, completamente solo a lo largo de muchos días, luchando contra la fiebre, una tos seca, cefalea, problemas gastrointestinales y esa extraña sensación de falta de aire provocada por la nariz tapada que nunca olvidaré. Pasado el periodo crítico de 14 días, aún persistieron las molestias por casi un mes”, sostuvo.

El entrevistado agregó que el tiempo que permaneció en aislamiento tuvo tiempo suficiente para reflexionar sobre sus malos hábitos, incluidos los alimenticios y el sedentarismo, que le habían ocasionado un terrible sobrepeso e hipertensión. También se acordó de Dios y la fragilidad que significa ser humano. Si bien su estado de salud fue preocupante, los síntomas no evolucionaron a un estado grave que requiriera hospitalización e indicó que, haber llamado a las autoridades sanitarias, le ayudó bastante, pues a través de ese medio recibió las indicaciones pertinentes para sobrellevar la enfermedad. Al hacer restrospección cuenta que permanecer en contacto telefónico con varias personas que lo animaban y le aseguraban que saldría adelante y muy pronto seguiría luchando por su familia le animaron el espíritu y el corazón.

“Los días que batallé contra la enfermedad la pasé realmente muy mal, pues además de los problemas físicos provocados por el virus y el consecuente decaimiento, la mente me jugó malas pasadas. La ansiedad no me dejaba en paz, me provocó una profunda tristeza […] no podía conciliar el sueño por las noches, tampoco tenía apetito y llegué a perder ocho kilos en el transcurso de unos pocos días”, añadió.

Cuestionado sobre algún consejo que eventualmente podría darle a las personas para que no atraviesen por la misma situación que él, indicó que todos deberían cuidarse y seguir los respectivos protocolos de salud, usando correctamente el cubrebocas, lavarse constantemente las manos, mantener una sana distancia entre personas, tener mucho cuidado con objetos que podrían estar infectados como monedas, pasamanos, etc., salir de casa sólo en casos que lo ameriten y definitivamente, cambiar los malos hábitos.

“El virus desencadena un verdadero caos en el cuerpo de las personas con obesidad, diabetes e hipertensión. Hoy más que nunca, es momento de comer de manera saludable, hacer ejercicio y dejar a un lado pizzas, hamburguesas y demás alimentos “chatarra”. Las enfermedades ocasionadas por los malos hábitos son la diferencia entre si una persona presenta un cuadro leve, moderado o grave de coronavirus”, acotó.

Así también, algo que D.G.H. consideró importante señalar fue el hecho de llamar al 800 YUCATAN (800-9822826) apenas tuvo los primeros síntomas para recibir orientación, pues hasta donde sabe, muchos no lo hacen por la creencia errónea de que la llamada significa necesariamente que personas con trajes especiales arribarán a su domicilio a bordo de una ambulancia y los “encapsularan” para finalmente recluirlos en un hospital.

Con información de Alfredo Osorio Aguilar y Feliciano Sánchez H

Por Redacción Digital Por Esto!

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