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Cuando se descubrió que Yucatán no era una isla se pensó que habría oro y metales explotables, pero la única riqueza fue la tierra y la mano de obra

CRECIMIENTO Y PARTICIPACIÓN

(SEGUNDA Y ÚLTIMA PARTE)

Desde la época colonial, la Península mantuvo una posición privilegiada al margen de conflictos bélicos y con cierta autonomía, pues las autoridades centrales, tanto monárquicas como coloniales eran entes muy lejanos. Esta lejanía pudo ser factor para que la Guerra de Independencia no se librara en territorio yucateco.

Esta situación se mantuvo con el México independiente, manejándose las cosas por grupos peninsulares, aplicándose leyes locales y manteniéndose un esquema similar a la colonia, con una pirámide en cuya cúspide estaban los citadinos, los de la llamada “raza blanca”, herederos de los criollos coloniales, debajo los mestizos y en la base los indios, sobre quienes pesaban cargas extremas y a quienes se echaba mano para nutrir los batallones usados en las constantes revueltas realizadas por el control político.

Aunque Yucatán se había mantenido aislado del resto de lo que hoy es México, esto no impidió la influencia de los aspectos económicos, culturales y políticos de la región.

Asimismo, mientras hubo proyectos de colonización para blanqueamiento de la población mexicana (de lo que hablaremos en otro ensayo), en Yucatán no ocurrió em la misma medida, debido principalmente a ese aislamiento político y geográfico. Las condiciones geográficas y orográficas de la región llevaron incluso a que los primeros ibéricos en contornear la Península pensaran que era una isla.

Ya descubierto que Yucatán (toda la Península), no era una isla, se pensó que habría oro y metales explotables, como pasaba en otras partes del territorio de lo que hoy es México, pero tampoco resultó así; la única riqueza hallada fue la tierra y la mano de obra, que fue muy explotada.

Esa combinación de elementos influyó para que ya en el México independiente no hubiese tanto interés en promover la llegada de colonos europeos, salvo en el caso de la llamada Villa Carlota, en la zona actual de Santa Elena, donde durante el Segundo Imperio, el de Maximiliano, se llevaron a colonos suizos, belgas, austriacos y de otras nacionalidades, para tener una población blanca, pero no se tuvieron los resultados esperados.

Con esas condiciones, el único intercambio constante se dio hacia y desde la Isla de Cuba, que era una Capitanía General y formaba parte del Imperio. Ya con México Independiente, el flujo de intercambio fue aumentando. Era más fácil para los peninsulares viajar a esa isla antillana, que viajar a la ciudad de México, por ejemplo, además que era destino recurrente de exiliados políticos de uno y otro lado. Simplemente ya se sabían el camino.

En los registros de la época se consigna cómo desde Sisal salían los barcos con familias yucatecas para pasar largas temporadas en Cuba y, también cómo había un flujo constante de visitantes, quedándose algunos a vivir.

Eso se incrementó con los exiliados de las dos guerras que se libraron en la Isla y que provocó el flujo de migrantes, mayormente de ciudadanos urbanos, acostumbrados a trabajos de ciudad, es decir, no eran trabajadores agrícolas y eso fue notorio. Con ese crecimiento de presencia cubana, fue normal que dejaran su huella en diversos periódicos de la época, como La razón del pueblo (1869-1885), Cuba (1869-1872), El Iris (1869), La Revista de Mérida (1869-1890), entre otros.

Además, se integraron activamente a la sociedad yucateca y campechana; como ejemplo encontramos la realización de un Bazar Cubano, en junio de 1869.

Las tres guerras de Cuba

Tras diez años llegó a su fin la crisis de la Guerra Grande, la primera, también llamada por su duración Guerra de los diez años, pero las inquietudes de libertad no cesaron y continuaron en años posteriores. José Martí estuvo en Yucatán en 1877 y conoció a verdaderas amistades a quienes recurrió en 1895, en la etapa determinante de la lucha contra España.

Algunos historiadores señalan que hubo tres guerras de liberación; la secuencia histórica marca la Guerra de los diez años (1868-1878), la Guerra Chiquita (1879-1890) y la Guerra de Independencia (1895-1898). En las dos primeras se incrementó la migración hacia tierras yucatecas, cosa que se redujo en la final.

En ese lapso Yucatán atravesaba un auge debido a las exportaciones de henequén, que se incrementaron a partir de 1880 y era tal la demanda, que se establecieron rutas regulares de vapores que unían a Progreso con La Habana, Nueva York y Europa, lo que decidió a muchos de los exiliados a permanecer en la Península, que vivía una época de bonanza con esa derrama económica fruto del henequén.

Para 1884, según una relación levantada por Rodolfo Menéndez de la Peña, había cubanos en Mérida, Izamal, Halachó, Hoctún, Motul y Campeche, aunque la mayor parte estaba concentrada en Mérida.

Ya para el periodo entre 1895-1898, en Yucatán existían nueve clubes cubanos y dos en Campeche. Los clubes ubicados en este Estado se encontraban en Mérida (4), Progreso (4) y Muna, que realizaban diversas actividades, pero sin interferir con la política regional. Sus esfuerzos estaban encaminados al apoyo del Ejército de Cuba, pues incluso en años anteriores desde aquí salían hombres jóvenes cubanos para regresar a luchar a la Isla.

La huella antillana

Con todo este intercambio, además de la cercanía y que para un yucateco le fuera más fácil ir a la Habana que a la capital de México, era lógico que la influencia cubana fuese manifiesta. Si bien se trataba aún de una provincia o colonia de España, Cuba tenía ya sus características, fruto de la amalgama de diversos grupos étnicos.

La proximidad geográfica, las amistades y lazos familiares creados durante generaciones fueron factores que influyeron para esta migración cubana entre 1868 y 1898. Asimismo, es de considerar la simpatía recíproca entre las ideas políticas de ambas regiones.

Además, la urbanización de ambas regiones siguió el patrón ibérico, dividiendo la ciudad por cuarteles, con manzanas cuadradas que parten de una plaza principal, realizando así cuadrantes, por lo que el panorama urbano entre Mérida y la Habana, por citar un caso, tiene disposición muy similar. Desde el paisaje considerado ya tradicional en Yucatán, hasta la música y forma de vestir, vemos similitudes entre Cuba y la Península.

Haciendo a un lado las similitudes físicas, motivadas por casi cinco siglos de migraciones en ambos sentidos, de entrada, vemos en el paisaje yucateco la explosión de flores rojas del flamboyán, irrumpiendo entre lo verde de los demás árboles. Es tan común que incluso es tan extendido pensar que se trata de un árbol propio, sin embargo, llegó al suelo peninsular en 1876, cuando el gobernador Manuel Cirerol mandó traer varios árboles y semillas de la isla de Cuba, para adornar las casas señoriales de la época, así como los jardines de la ciudad.

Incluso la música, la tradicional trova yucateca, proviene del Oriente de Cuba, donde surgió durante la segunda mitad del siglo XIX. En este género se integra la guitarra, el canto y la poesía. Su desarrollo fue paralelo en varios países del Caribe durante las primeras décadas del siglo XX pero en Yucatán adquiere tintes que la hacen propia.

En este aspecto vemos como la poesía yucateca se combinó con los ritmos del Caribe. También se adoptaron otros ritmos cubanos como el bolero, a los cuáles los poetas yucatecos les pusieron letra, como es el caso de Cirilo Baqueiro Preve (Chan Cil), Fermín Pastrana y José Peón Contreras, del siglo XIX. 

El intercambio musical entre ambos puntos, en la segunda mitad del siglo XIX, fue evidente, se trataba de dos centros urbanos cercanos con similares climas, con migraciones constantes y ese aspecto no podía quedar al margen.

Huellas peninsulares:

el barrio de Campeche

Pero del otro lado del Canal de Yucatán quedó la marca de la presencia de nativos peninsulares. Desde el siglo XVI se reportaba la llegada de remesas de personas procedentes de Yucatán y este flujo constante llevó a crear un asentamiento habitacional en el Sur de la entonces villa de San Cristóbal de la Habana, que se denominó Barrio de Campeche, integrado por estructuras modestas, donde habitaron los mayas trasladados en barco,

El nombre se originó porque los grupos de mayas peninsulares eran embarcados mayormente desde el puerto de Campeche, aunque con el tiempo fueron incorporándose otros grupos étnicos llevados desde el puerto de Veracruz, por ejemplo, o, en menor medida desde las playas de Yucatán.

Estos migrantes fueron empleados para realizar trabajos de construcción, al considerárseles muy diestros en ese oficio. Con su labor contribuyeron en gran medida a edificar la Habana. Con el tiempo en el barrio de Campeche se fueron estableciendo familias peninsulares y descendientes de los primeros europeos que habían migrado a la Isla. Ese aumento poblacional en la zona cambió la fisonomía de las construcciones y el trazo urbano.

Pero quedan las huellas culturales y utilitarios. Excavaciones en ese barrio han hallado vestigios cerámicos de una alfarería ya bautizada como México pintado de rojo, concretamente procedente de Yucatán. Los mismos estudios han encontrado restos de estilo similar, pero con materiales de la propia isla, lo cual habla ya de generaciones posteriores apegadas a sus tradiciones.

¿Cómo es que eran llevados? Estos mayas fueron capturados. A Francisco de Montejo se le concedió una Capitulación para conquistar Yucatán y esclavizar a los indios que estuviesen en contra del Rey y/o de la Iglesia. También se incluía a los indios de rescate (esclavizados por otros mayas). Esto derivó a que en años posteriores hubiese un comercio libre de estos naturales peninsulares.

Este tráfico se incrementó durante el siglo XVII por el rapto realizado por piratas y contrabandistas, con lo que la presencia de mayas en Cuba era constante y tuvieron descendencia que después se mezcló con el resto de la población.

Esta llegada de mayas yucatecos apunta a que se dieron establecimientos en la Isla, no sólo en el citado Barrio de Campeche, Hay registros de asentamientos en Puerto Príncipe y en la calle Muralla hacia el mar, en la misma Habana.

Ya para el siglo XVIII en los archivos parroquiales de la Habana hay registros de blancos provenientes de Yucatán y para fines de los años 70 de ese siglo, la guarnición de la Habana era “principalmente de indios de Campeche”, según señalan estudios publicados al respecto.

Pero los yucatecos se fueron extendiendo hacia el interior de la Isla, como por ejemplo en Camaguey y con el paso de los siglos en otros puntos. Dentro de la capital se establecieron en la Habana Vieja y en Regla, con presencia también en El Vedado y Miramar, donde la arquitectura se parece a Mérida, la de Yucatán. Para el siglo XIX y principios del siglo XX ya no se trataba de mayoría de mayas, sino que se encontraba en los censos la presencia de empresarios yucatecos con propiedades habitacionales y negocios.

Este contacto y migración de Yucatán hacia Cuba, llevó a que en un censo realizado a principios de los años 60 del siglo XX, las cifras arrojaran que la cuarta parte de los mexicanos viviendo en la Isla, eran de origen yucateco.

Incluso en Camagüey y Cárdenas establecieron zonas de cultivo henequenero, que tras su auge en siglo XIX y XX, hasta ahora en el siglo XXI forman parte del paisaje de esa parte del territorio cubano como un testimonio de la presencia de yucatecos, así como en tierras peninsulares el flamboyán atestigua la influencia cubana en la Península.

Datos del Autor:

Yucateco, Historiador por la Facultad de Ciencias Antropológicas de la Universidad Autónoma de Yucatán, con Maestría en Dirección de Gobierno y Políticas Públicas; Doctorante en Ciencias Sociales. Premio Nacional Bellas Artes de Novela Juan Rulfo, Premio Nacional de Cuento Enrique Peña Gutiérrez de Sinaloa, Premio Literario de Yucatán en Novela.

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NM