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Opinión

En Europa acaban de fallar la diplomacia y la intimidación. La OTAN y Ucrania no pudieron ser convencidas de detener su expansión, ni Rusia paralizada en su afán por evitarlo. En el lance, el presidente ruso Vladimir Putin evidenció su inmenso poder. Nadie que no fuera él podía, por decreto, fundar dos nuevos Estados dentro de otro, alterar por tercera vez las fronteras europeas y de paso, encontrar la fórmula para entrar con sus tropas en Ucrania sin invadir. Lo que en la víspera hubiera sido una invasión, se convirtió en una “misión de paz” y de apoyo a “Estados amigos”.

Como parte de las diversas interpretaciones de la historia rusa que forma parte de la zaga del colapso de la Unión Soviética, Putin aporta un dato que atribuye a los bolcheviques y particularmente a Vladimir I. Lenin la creación de Ucrania, lo cual es cierto en lo referido a la formación de las instituciones y del estado ucraniano, aunque no a la nacionalidad y a la nación.

La Rus de Kiev, es el más antiguo de los Estados eslavos, anterior a Rusia y tronco común de las comunidades eslavas y dio lugar a Rusia, Bielorrusia, Ucrania y a todos los grupos étnicos eslavos. Kiev es considerada la “madre de todas las ciudades eslavas”.

Los bolcheviques no sólo edificaron el Estado ucraniano, sino las instituciones y estructuras de todas las repúblicas a las cuales el Imperio Ruso, le impidió cualquier desarrollo institucional, pero no crearon las culturas, las nacionalidades ni la identidad de ninguno de esos pueblos, sino que, en un contradictorio y complejo proceso, no exento de errores y arbitrariedades, contribuyeron a fomentarlas.

Gratuitamente, Putin atribuye a Lenin los errores cometidos en la conformación de la república soviética de Ucrania y en su incorporación a la Unión Soviética, proceso en el cual el líder bolchevique apenas participó. La Unión Soviética fue fundada en diciembre de 1922 y en los seis meses previos a aquel acontecimiento, Lenin estuvo en cama debido a que en mayo de aquel año sufrió la primera apoplejía que lo incapacitó y, aunque circunstancialmente cumplió algunas tareas, y dio indicaciones, nunca recuperó la capacidad de trabajo.

No es difícil imaginar la complejidad del proceso y la intensidad del trabajo previo para, sobre las ruinas del zarismo y de la Primera Guerra Mundial y, en medio de la guerra civil, crear un Estado con cerca de 20 repúblicas, a lo cual se sumó la oposición de la contrarrevolución, especialmente ruda por parte de los nacionalistas ucranianos.

No obstante, con luces, sombras, máculas y momentos de grandeza, en medio de tensiones tremendas, la Unión Soviética, se estableció, registró impresionantes avances, entre ellos el desarrollo económico, social, cultural  e institucional de las repúblicas, en los cual Rusia, la más desarrollada, culta y políticamente avanzada, de todas, contribuyó con una generosidad que ninguno de los líderes soviéticos, incluidos Joseph Stalin y Nikita Jruzchov, que no eran rusos, demeritaron nunca, sino todo lo contrario.

La Unión Soviética, que ya no existe, se cohesionó durante la Gran Guerra Patria, disfrutó de legitimidad y con Estados Unidos y Gran Bretaña lideró la coalición antifascista, con otros 50 países participó en la fundación de la ONU y fue distinguida con su ubicación entre los miembros permanentes del Consejo de Seguridad.

En su andadura histórica el Estado soviético, como todos los existentes realizó cientos de ajustes territoriales, tan legítimos como los efectuados por otros países, entre otros Estados Unidos que comenzó con 13 Estados y ahora está integrado por 50, tal como también ocurre con España, Gran Bretaña, Canadá, Bélgica y otros en cuya estructura conviven más de una nación.

Son antológicas las manipulaciones territoriales y demográficas del estalinismo, entre ellas la expulsión de sus tierras de los tártaros de Crimea y los alemanes del Volga, y los esfuerzos por rusificar las repúblicas de la Unión, pero ello no significa que todos los ajustes territoriales y otras acciones administrativas realizadas por la Unión Soviética fueran arbitrarias e ilegítimas y justifiquen rectificaciones y desmembraciones.

Una de las más sabias políticas promovidas por los aliados, entre ellos la Unión Soviética al finalizar la Segunda Guerra Mundial, fue la intangibilidad de las fronteras de Europa, precepto que no debería cambiar; de ocurrir, Rusia debe prepararse, no sólo para recibir sino también para entregar.

Creo que a Ucrania y todas las repúblicas exsoviéticas que hubieran querido separarse la Unión se le debió permitir, tal como otros pueden opinar que tal derecho asiste a vascos, catalanes, escoceses, flamencos y quebequenses.  Trataré de contribuir a la comprensión por los lectores de estos procesos. Quedo en deuda.