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El próximo es un año electoral en Colombia y, como no veíamos hace mucho tiempo, las posibilidades de triunfo de la franja de izquierda podrían dejar de ser una ilusión para convertirse en posibilidad cierta. En efecto: el expresidente Álvaro Uribe, hasta  ahora gran elector y mandamás de la derecha, ha llegado al máximo del desprestigio; desde hace dos años viene en caída acelerada, aquel 87 por ciento de imagen favorable del que disfrutó en sus años dorados es ahora un lánguido 30 por ciento. Las investigaciones judiciales, a pesar de la ayuda de la fiscalía, que más parece actuar como su defensa, más allá del campo penal repercuten negativamente en su imagen pública; los excomandantes paramilitares han comenzado a hablar, algunos militares comprometidos en los llamados falsos positivos han rendido versiones en estrados judiciales, la Justicia Especial para la Paz (JEP) adelanta procesos contra la antigua guerrilla y militares comprometidos en crímenes atroces cometidos en el marco del conflicto armado y muchas verdades ocultas por el fragor de la guerra comienzan a abrirse paso.

A su vez la Comisión de la Verdad, producto, como la JEP, del Acuerdo de Paz con las antiguas FARC, ha recibido versiones voluntarias de ex comandantes guerrilleros y ex paramilitares. Uno de los más sanguinarios y conocidos entre estos últimos, Salvatore Mancuso, dijo en su comparecencia que sin el apoyo del ejército ellos no hubieran podido actuar. Otros exparamilitares han dicho ante la Comisión que detrás de ellos como hombres en armas venían los ejércitos de despojadores civiles, los grandes benefi ciarios de la guerra.

Nada de eso es nuevo, todo se sabía; falta aún que nos digan con nombres y apellidos quiénes los financiaron y protegieron entre empresarios y funcionarios públicos. Pero dicho directamente por los victimarios, el asunto cobra un peso mayor. En las declaraciones de Mancuso alcanza a percibirse un velado tono de amenaza de: me deportan a Italia (país del cual es ciudadano, donde tiene fortuna y nadie lo persigue) o me meto a fondo en las denuncias.

A todo eso se suma que el presidente Iván Duque es un personaje muy desdibujado; no tiene carisma ni inspira respeto, no tiene realizaciones que mostrar ni en el manejo de la pandemia, ni en la economía, ni en sus relaciones internacionales. Se fue contra los demócratas en Estados Unidos, está todavía contando las horas que según él le quedaban en el poder a Maduro -a quien ha declarado la guerra total- y por tanto de los acercamientos que pragmáticamente Joe Biden pueda buscar con Venezuela será excluida Colombia; su empeño en desmantelar el proceso de paz, que goza de alto prestigio en el exterior, es un punto más en su contra en el concierto internacional.

La falta de credibilidad del gobierno es tal que cuando se hizo público un atentado al helicóptero en que viajaba el presidente las redes sociales salieron de inmediato a decir que fue un autoatentado; atacan con explosivos a la Brigada XXX del ejército en Cúcuta, frontera con Venezuela, y los memes se llenan de “pruebas” de que fue un montaje.

Uno diría que en esas condiciones la mesa está servida para que la izquierda y la centroizquierda se unan, se conviertan en mayorías en el congreso en las elecciones del próximo mes de marzo y en las de mayo conquisten la presidencia de la República. Vana ilusión: las peleas intestinas copan las preocupaciones de los partidos y movimientos de esas franjas.

El partido Comunes, el de los exFARC, tan reducido luego de las disidencias y la deserción de Iván Márquez y Jesús Santrich, y apenas entrenándose en los manejos del Congreso de la República, muestra pocas realizaciones en ese campo pero ya aprendió de las zancadillas y marrullerías de los políticos tradicionales: la senadora Victoria Sandino anunció que armará tolda aparte con Joaquín Gómez, jefe de la zona transitoria Pondores que se conformó luego de la desmovilización, a donde fue a visitarlo Santrich y de donde se escapó. Dice Sandino que de Pondores extenderán su acción nacional.

Todas las críticas que hace ella son las mismas que hace el ex comandante “Timochenko” ¿por qué entonces el único camino es la ruptura? ¿Esa actuación abrupta generará confianza en aquellos con quienes piensen unirse luego de la división? Gustavo Petro, segundo en la pasada elección presidencial, político brillante, tribuno en manifestaciones públicas, tiene ahora en sus fi las una pelea entre su principal senador y un artista muy conocido, proveniente del Polo Democrático, antiguo partido de Petro, por motivos personales; dice el senador que ni los suribistas habían caído tan bajo en sus ataques. A su vez, Petro está enzarzado en un intercambio de descalificaciones con la alcaldesa de Bogotá y el rector de la Universidad de los Andes, posible candidato de centro a quien apoyarían intelectuales de izquierda y a quien él mismo había llamado a que se uniera a su movimiento.

En el Partido Verde hay división entre los que respaldan a Petro y sus, más que adversarios, enemigos, que más fácilmente se unirían con la derecha que con él. Entre ellos Jorge Enrique Robledo, del Polo, brillante senador y persona honesta, a quien la enemistad con Petro parece marcarle la pauta de actuación.

El otro candidato de centro, Sergio Fajardo, con un ego tan sobredimensionado como el de Petro, tiene con este una distancia insalvable. En la pasada contienda electoral, obtuvo la tercera votación después de Petro; cuando las cosas se decantaron hasta llegar a esos tres lugares: Duque, Petro, Fajardo, muchas personas de izquierda decidieron votar en blanco ante la negativa de estos dos últimos a unirse. ¿Qué habría pasado con un poco menos de prepotencia de estos dos? Todo parece indicar que estamos a punto de repetir la triste historia.