Conoce la leyenda del árbol que conservó los ojos de Coyoltótotl

Las creencias que se tienen en las comunidades son muy arraigadas y forman parte esencial de la vida cotidiana, todas ellas cobran fuerza al irse transmitiendo de generación en generación
martes, 1 de marzo de 2022 · 11:40

La bella esposa del cacique Chuin (Pájaro Azul) se llamaba Adonei (Flor), era hija única del famoso guerrero otomí Anyeh (Lluvia). Ella vivía en las regiones que hoy comprenden la Sierra Gorda, un lugar de naturaleza bondadosa con sus pobladores.

Una tarde, Adonei estaba recogiendo frutas del bosque cuando se encontró con Sajoo, un viejo hechicero que, al verla, predijo muerte y aflicción para el pueblo, pronosticando el encuentro con un guerrero poderoso del cual Adonei se enamoraría perdidamente. Asustada, corrió a contarle a su marido. Chuin al enterarse del mal presagio ordenó echar a Sajoo del pueblo.

Pasó el tiempo y los habitantes de la región olvidaron el incidente. Pero un día, de las montañas llegó un guerrero tenochca que representaba al emperador Moctezuma Ilhuicamina, El Flechador del Cielo. Chuin lo recibió con los honores correspondientes; durante la bienvenida el cielo comenzó a nublarse inexplicablemente y una fuerte tormenta eléctrica se apoderó de la región.

El guerrero se presentó ante Chuin con el nombre de Coyoltótotl, Gorrión de Panadero. Le explicó que su destino era regresar a Tenochtitlan pero ante tan larga travesía él y sus guerreros necesitaban un descanso, por ello pedían hospitalidad. Chuin no se negó ya que además de su fuerte presencia, Coyoltótotl tenía una mirada tan enigmática y penetrante que podía debilitar hasta al hombre más fuerte.

En la región de la Sierra Gorda corría un fresco río de corriente tranquila. Una mañana Adonei decidió tomar un baño para refrescarse con las aguas del manantial. En el camino Coyoltótotl le salió al paso y, al fijar sus ojos en Adonei, ésta quedó paralizada y muda ante la presencia del guerrero tenochca. En un breve instante la mujer se arrojó a los brazos seductores de Coyoltótotl y lo llenó de besos. Pasaron las horas, se hizo de noche y la bella Adonei no regresó.

Chuin presentía que algo terrible estaba por ocurrir; en su cabeza rondaba la idea de que lo dicho por el viejo Sajoo fuera realidad en ese entonces. Los celos se apoderaron de su alma y mandó traer a los más aguerridos hombres para ir a buscar a su mujer más al no encontrarla, la creyó muerta.

Totalmente agotados por el largo camino, los guerreros y Chuin decidieron regresar al pueblo. El cacique caminaba abatido y triste cuando de pronto escuchó algunas voces, como un dulce murmullo. Se dirigió al lugar de donde provenían esos ruidos y lo que vio casi lo mata de tristeza e ira, pues en los brazos de Coyoltótotl estaba Adonei.

La ira se apoderó de Chuin, sacó de su ropa un filoso puñal de obsidiana y lo clavó en el corazón del guerrero tenochca. Acto seguido, arrancó los maléficos ojos que habían seducido a la mujer.

Adonei había observado todo sin reaccionar; cuando vio muerto al guerrero despertó como de un largo sueño y en un segundo de desesperación corrió hacia la cascada y se arrojó al despeñadero. La predicción se había cumplido.

Entre los hechiceros hay un fruto llamado cuauhxtl cuyas semillas son conocidas como “ojo de venado”, supuestamente sirven para ahuyentar a los malos deseos y el mal de ojo. Este fruto se encuentra en un árbol de las regiones donde habitó Chuin.

Hoy en día, los moradores de aquel pueblo cuentan que después de la muerte de su mujer, Chuin sepultó los ojos de su rival en un extraño árbol que ahora da frutos en forma de ojos misteriosos color miel.



Tomado del libro “Leyendas del México Prehispánico”

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CA