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Las personas que se dedican a la mendicidad implementan sus propias medidas para adaptarse a la pandemia y seguir en las calles

A pesar del riesgo de contagio que implica salir a la vía pública, personas que se dedican a la mendicidad han implementado sus propias medidas de prevención u optado por no tomar en cuenta al coronavirus para continuar con la actividad que representa su sustento.

Tal es el caso de don Anselmo Caamal, originario de Motul, quien todos los días pide limosna sobre la calle 60, en el Centro Histórico.

El hombre acude con su bote de plástico, donde las personas depositan las monedas, y se protege con lentes transparentes y un cubrebocas azul.

Lleva unos guantes para el término de su jornada.

“La verdad sí me preocupo por el COVID, por eso me pongo cubrebocas. Los días cuando se cerró todo por la pandemia del COVID no vine”, expresó.

El hombre asegura que en una jornada de cinco horas llega a ganar hasta 100 pesos y con eso le alcanza para sobrevivir.

“Nací en 1948 en Motul. Tengo 72 años. Hace tiempo que vine a Mérida. Desde que estoy chavito me afectó el sarampión y ya no pude caminar. Acá llego a las 7 y a las 12 me estoy quitando. Hasta 100 pesos logro juntar. Mientras salga para la papa, es lo que importa. Tengo a mi esposa que se llama Noemí, ella me trae en bicicleta”, relata.

Pierden albergue

Por otro lado, después de varios años de vivir en la calle, para don Carlos Renán Acosta Pérez era un consuelo contar con el Albergue “El Buen Samaritano”, donde por las noches podía bañarse, cenar, cambiarse de ropa y dormir.

Sin embargo, cuando en marzo llegó la pandemia a Yucatán, el Gobierno del Estado ordenó que se cierren las puertas y entonces se les dijo que los que quisieran quedarse allá no salieran, para evitar salir a la calle y al regresar pudieran contagiar a los demás.

Doña Libia Novelo Domínguez, presidenta del Patronato de “El Buen Samaritano”, comentó que antes de la pandemia diariamente por las noches, mediante un operativo de la policía, se pasaba a recoger a las calles a las personas que quisieran ir a ese albergue y se les llevaba, pero con la nueva disposición se dejó de hacer.

La mujer dijo que ellos recibían diariamente a 30 personas, que por lo general en la mañana regresaban a las calles. Sin embargo, con la nueva disposición, se les invitó a quedarse y aunque se trata de un comedor se les ofrecieron tres comidas. Al principio se quedaron 15, y después solamente 7, porque en realidad no soportan estar en un solo lugar, pues están acostumbrados a estar en las calles de la ciudad.

“A partir de junio se volvieron a abrir las puertas de El Buen Samaritano, pero no se ha reanudado el operativo de la policía para recoger a los que deseen venir a dormir aquí, por eso muchos no vienen”, dijo doña Libia.

Don Carlos Renán, alias Tito, no puede caminar hasta el Buen Samaritano.

“No soy el único, así estamos todos los que antes teníamos chance de acudir a los albergues que el gobierno cerró. ¿Entonces dónde vamos a estar? Lo peor es que aquí (en el centro) no nos dejan pedir limosna aquí (junto a la Catedral, por la calle 61), nos dicen que nos levantemos, que no podemos estar sentados, por los virus, y nos vamos a 50 metros y nos dicen lo mismo, y así nos van trayendo”, lamentó el hombre de 77 años.

Vivir con 20 ó 30 pesos al día

Afuera de la Catedral, Carlos consigue únicamente 20 ó 30 pesos cada día porque no hay gente en las calles y la iglesia está cerrada.

Con un vaso de café y únicamente usando, cubrebocas espera hasta juntar algo para poder comer.

“Cuando la iglesia está abierta hay misa y viene mucha persona católica, y nos ayudan con uno o dos pesos, lo que gusten es bueno, pero ahorita cerrada la iglesia, no viene nadie. Y los que pasan nos dan un peso, o dos pesos”.

La jornada comienza a las 6 ó 7 de la mañana y alrededor de la 1 de la tarde los policías lo retiran del lugar y se mueve por el rumbo de Monjas.

Después, otra parada por el mercado de San Benito por 10 pesos le permiten echarse un baño.

“O voy a un estacionamiento y allá me dan chance de asearme. Yo no tengo ropa, porque para qué cargo tanta ropa si no tengo dónde dejarla, además vienen los maleantes y me la roban. Ya me robaron como 10 veces mi bulto, se llevan mis papeles. El otro día se llevaron mi credencial del INE, del Inapam, la de los camiones y ahorita con la epidemia en ningún lado están trabajando. Inapam está cerrado, el INE está cerrado, la Policía está cerrado. Por eso no tengo dónde sacar mis credenciales, y ahorita tengo que pagar más en camión o ir caminando”, relata.

Nula protección

Don Delio Jehová Interián, de 86 años, prefiere dormir en un rincón fresco en el suelo de un edificio que en un cuarto de alquiler.

Camina por las calles de Mérida con un cubrebocas usado, que no le alcanza para protegerse la nariz.

“Yo en el día me dedico a caminar, bueno, no camino mucho porque me atropellaron, sólo una vuelta. Me tienen dado permiso para dormir a una calle de la Plaza Grande, pero tengo que esperar a que cierren a las nueve”, narra.

Reconoce que hay días buenos, en los que junta 300 ó 400 pesos, pero igual hay días malos, de 20 pesos.

Recuerda que en su juventud fue comerciante de frutas y que tuvo hijos, pero no están aquí. Antes venían a verlo y le mandaban dinero, pero ya no. Uno vive en México, otro en Estados Unidos.

Relata que tenía un cuarto que pagaban entre dos, pero les cobraban 500 pesos cada ocho días, por eso desde hace 3 años vive en la calle.

Cuando lo entrevistamos dijo que estaba yendo a ver a una señora que pide caridad. En una bolsa que siempre lleva pegada a la espalda y amarrada a una cinta que sostiene con la frente, dice que tiene un cobertor y lo que pone en el suelo para dormir.

Por Roberto López Méndez