Prostitución, la crudeza que se vive en el Caribe Mexicano: ESPECIAL

Violencia familiar, robos, insultos, humillaciones, amenazas y discriminación, son parte de lo que enfrenta una trabajadora sexual
viernes, 2 de junio de 2023 · 11:00

De día puede ser una ama de casa, ayudar a sus hijos con sus tareas y realizar labores domésticas; es una mujer que trabaja para ayudar a la economía familiar, la esposa que todo hombre puede soñar. De noche, es una mujer “cualquiera”, como la tacha la sociedad.

Desde hace 15 años, Sandra ejerce “el oficio más antiguo del mundo”, pero también prohibido. La prostitución fue una actividad que decidió ejercer para dejar su hogar.

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En este nuevo ambiente conoció a Evelyn y a Victoria, ésta última, al igual que Sandra, quiso independizarse, pero no para dar un paso en su vida, sino para escapar de la discriminación por ser un hombre que jamás pudo aceptarse como tal. Innumerables veces fue golpeada por sus padres; parte de las torturas que sufrió fue la realización de un exorcismo, para que fuera un niño “normal”. A la fecha, sigue recibiendo humillaciones; aunque todo lo vivido lo recuerda entre risas, pues finalmente es una mujer libre.

Por las noches pueden ser la acompañante del mejor postor, el desfogue de un borracho que las busca sólo por placer, la escucha de un marido despechado; cuando no corren con tanta suerte, son la víctima de un uniformado que las somete a sus necesidades cuantas veces quiera, a cambio de no detenerlas.

En los últimos 10 años, una nueva amenaza las ha obligado a alargar sus jornadas laborales y a doblegarse ante cualquier autoridad.

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Cuentan que las sexoservidoras, como cualquier persona, pueden ser víctimas de robo con violencia, lesiones, violaciones, acoso, violencia familiar, homicidio doloso, extorsión y trata de personas; la única diferencia es que no pueden denunciar, pues llegar a la Fiscalía General del Estado (FGE) y hacerse escuchar no es una opción. No pueden llegar y decir: “un cliente me robó lo que había ganado por otros servicios”; “el crimen organizado me está extorsionando, o un policía me ultrajó”, pues les dicen que “una puta, eso y más merece”, mencionó Evelyn.

Sandra es madre de dos niños. Tiene 32 años de edad. A los 17, imitando a una vecina, de lo que no se arrepiente, aunque no es la vida que soñaba, pudo hacerse de algunos bienes materiales.

“Regresando de la escuela me la pasaba en su casa. Me probaba sus zapatillas y un vestido. Recuerdo que me dijo ‘ay chamaca, ya estás lista para la putería’. Yo no era virgen, así que sabía de qué trataba y le dije ‘vamos’”, comentó.

Señaló que no era la primera vez que cobraba por sexo, pues su primer novio, luego de pasar un rato con ella, no sabe si en agradecimiento o como un detalle, le dejó 200 pesos. Para ella, fue su primer cliente.

Luego de trabajar en las “zonas rojas” de Cancún, donde comenzó a tener problemas con otras sexoservidoras, quienes intentaban acaparar a los clientes, viajó a Playa del Carmen, donde se hizo de dos amigas, algo que dicen es casi imposible en ese ambiente, por la envidia que existe, como en cualquier trabajo. Ahí conoció también el lado inhumano de las autoridades y la pesadilla para todo aquel que genera ingresos.

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“Hubo una temporada en la que los policías nos molestaban a cada rato y no nos dejaban trabajar. A veces nos quitaban el poco dinero que hacíamos; y si era de esos días en los que no había cliente, nos subían a la patrulla porque con algo teníamos que pagar. Si eran tres o cuatro, con todos nos teníamos que acostar. Nos decían que era por nuestro bien, para evitar pagar una multa de hasta 2 mil 500 pesos por una falta administrativa. Si alguna de las muchachas les cae mal, acostumbran ‘sembrarle’ marihuana, por lo que además de quedar fichadas, se paga más. Imagínate, terminaba asqueada, encabronada y adolorida. Con los policías no me puedo portar como con los clientes y todo me tengo que dejar hacer. Ellos toman el control, me violan, me dejaban sin ganas de seguir trabajando”, recordó Sandra.

Evelyn jamás pensó en ejercer otro oficio. A la fecha, no sabe leer ni escribir. Ser sexoservidora es algo normal en su familia. Es la mayor de seis hijos, por lo que a temprana edad le tocó hacer el rol de madre. Sólo sus hermanos tuvieron la oportunidad de cursar la primaria, porque nadie quiso sobresalir. Tres de sus hermanas también ejercen la prostitución y fueron quienes la jalaron a ese ambiente.

Dijo que aunque los turistas pagan más por ellas, piden cosas muy extrañas e incómodas, y como no habla otro idioma, el taxista que contacta al cliente permanece con ellos en la habitación que rentan. Han llegado a someterla y está consciente que no puede denunciar. La amenazan con no llevarle clientes y como Sandra, ahora paga 15 mil pesos de “derecho de piso” y los “beneficios” que supuestamente le garantizan con esa extorsión, es “protección”, para que grupos antagónicos no las molesten, para que las autoridades no las acosen, ni los clientes abusen de ellas; sin embargo, saben de casos de mujeres “de la vida galante” que han sido ejecutadas, aun realizando estos pagos.

En alguna ocasión intentó trabajar por su cuenta, pero al ser detectada por un cártel, la privaron de la libertad. Fue torturada, rapada y lanzada desde un auto en movimiento cerca del motel donde laboraba. Cuando se recuperó, regresó a trabajar con el pensamiento que sólo era un objeto.

Hasta el año 2020, en Quintana Roo, tres de cada 100 personas de 15 años y más no sabían leer ni escribir. Ella en ese entonces era parte del 1.6 por ciento, de acuerdo con el Instituto Nacional de Estadística y Geografía (Inegi).

Para Victoria, como le gusta que le llamen, la vida pocas veces le ha sonreído. Sus primeros 11 años creció con el trauma de sentirse que tenía un cuerpo que no le pertenecía. No le gustaba usar pantalones ni verse como un niño. El día que usó una falda, en medio de un juego, fue golpeado por su padre. Otra práctica que le aseguraba más lesiones era cuando se negaba a hacer cosas “de hombres”, como imitar a luchadores. Decir “mamá, soy niña”, le costó que le quemaran la boca con una cuchara caliente y posteriormente llevada a un “templo”, donde a sus padres les aseguraron que con un “exorcismo” dejaría de decir cosas “provocadas por un ente maligno”. Recordó que fue atado en una silla y golpeado con un látigo. Ahora, en el escultural cuerpo de una bella mujer de 43 años, aún logran verse esas cicatrices.

Consiguió su victoria gracias a que alguien denunció el maltrato que sufría y pudo ser rescatada por personal del Sistema Nacional para el Desarrollo Integral de la Familia (DIF). “Tres veces me salí de ahí y me iba con mi abuela. Mis papás no tardaban en ir a buscarme y ahora me pegaban por desobedecer a las autoridades. La última vez ellos me llevaron de regreso a la casa hogar donde me tenían bajo resguardo”, relató Victoria.

“Soy testigo de muchas injusticias y también víctima de ellas. Sólo me considero un mal necesario para la sociedad. Nosotras somos las únicas que soportamos al marido borracho o con gustos raros. Mis clientes saben que debajo de mi ropa interior no se van a encontrar con el cuerpo de una mujer real y es por eso que me solicitan. Necesito trabajar, y aunque esta profesión es contra el tiempo, pienso que aún puedo ejercer unos 10 años más; claro, si la vida me lo permite y si algún cliente, de esos violentos que me han tocado, no me mata antes”, finalizó.

Sandra, Evelyn y Victoria guardan muchos secretos: desde la identidad de sus clientes hasta confesiones que saben que contarlas les costaría la vida.

Les gusta su trabajo; es lo que saben hacer. De día son como cualquier mujer, por la noche, una mujer “cualquiera”; pero de día y de noche son la mujer que muchos hombres quiere tener.

 

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JG