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Quintana Roo

Alos políticos, a los que pretenden y quieren serlo, porque hay diferencia en ello, se les mide por su talento, capacidades y temperamento; un balance entre atributos y defectos que al final de cuentas, en la sumatoria resultan en un total. Un resultado que determina personalidad, que por consecuencia establece el alcance de su imagen y proyección; es decir, para qué están y para qué les alcanza, tamaño y alcance, argumentos que determinan liderazgo o la falta de éste.

La reflexión viene a colación porque el pasado jueves 19 de enero coincidí hablando en primera persona, no sólo en el mismo restaurante con Pablo Bustamante, Secretario de Desarrollo Social del Gobierno del Estado de Quintana Roo, incluso en mesas contiguas.

A la hora de la comida, alrededor de las tres de la tarde, en el Brassi, ubicado en la calle de Virgilio, en pleno corazón de Polanquito, lugar poco adecuado para lo que el Presidente de la República califica como “zona muy fifí” y más aún para un servidor público emanado de la coalición de la que forma parte Morena.

Un momento singular, una coincidencia poco imaginable, pero casualidad al fin, sobre todo porque quien escribe lleva varias semanas, en periodismo muchas, exponiendo coyunturas oficiales y personales del sujeto en mención. Análisis y argumentos acompañados de críticas muy severas, desde sus debilidades profesionales, que no justifican que ocupe el puesto que ostenta, hasta los escándalos en los que se ha visto involucrado recientemente y que en circunstancias normales implicarían su despido automático.

Una circunstancia idónea, extraordinaria, para definir su estatura política, su talante, su dimensión, y para ello sólo existían dos opciones en el rigor del comportamiento de quien desde el cargo público, además, ambiciona crecer y gobernar. La primera, y la más lógica, pero que requiere de seguridad personal, de hecho, que exige educación, es la de saludar cordialmente a quien resulta ser su mayor crítico, aprovechar para explicar, justificar y, en el mejor de los casos, abrir un puente de comunicación.

Si bien es cierto que el diálogo no resuelve per se los errores cometidos, al menos apertura una vía de intercambio en la que se pueden dirimir puntos de vista; los grandes políticos lo utilizan como herramienta para disminuir las críticas en su contra. La segunda opción, ponerse muy nervioso, pedir inmediatamente la cuenta y, muy lamentablemente, dejar la carísima botella de vino tinto que recién había pedido a la mitad; un desperdicio que fue lo que terminó sucediendo.

Como antecedente habría que decir que el día que Pablo Bustamante nació, exactamente ese mismo día, quien escribe tomaba posesión a los 27 años como secretario particular del mejor Gobernador que ha tenido Quintana Roo.

Que a la edad que actualmente tiene Pablo Bustamante me desempeñaba como Secretario de Promoción Económica y Desarrollo Rural del Gobierno del Estado y fungía en ambos casos como Vicepresidente nacional de las dos asociaciones nacionales de secretarios de cada ramo, la AMSDA y la AMSDE, de las cuales, por cierto, salieron varios gobernadores y secretarios de Estados Federales.

Dichos antecedentes no son de ninguna manera una comparación; son sólo un argumento para entender que en su momento tuve a su misma edad mayores responsabilidades que las que él tiene, y por eso puedo comprender su situación, con la única diferencia que si en mi caso hubiera hecho lo que él está haciendo, hubiera sido despedido fulminantemente.

Bien se dice “el que nada debe nada teme”, salir corriendo deja no sólo mucho que pensar, sino que desear; mi crítica analítica y periodística se fundamenta en el desempeño del funcionario público, en los dos sentidos, laboral y personal; en ningún momento o caso obedece a animadversiones de tipo personales. No existen, no hay coyunturas de ese tipo. El carácter se forja, como el metal, en la adversidad; se moldea sorteando dificultades y retos, encarando los problemas, utilizando el diálogo como herramienta del entendimiento, llegando a acuerdos como premisa fundamental. De eso se trata la política.

Claro que cuando no hay voluntad, carácter y seguridad en uno mismo, domina el miedo, resultado de las carencias personales, la inexperiencia y el talento mínimo necesario; se desnuda la falta de personalidad y la solución es salir corriendo. Queda claro que no hay atributos, que no se está a la altura.

En política, se decía en los tiempos en que se respetaban las jerarquías, cuando eso era un orgullo y se tenía que ganar, más allá de madrinazgos, que el cargo no hace al hombre, éste hace al puesto; evidentemente a Pablo Bustamante no le alcanzan ninguna de las dos.

Aunque, claro, la única responsable de que los Bustamante, los Segura y los Tajonar, entre otros muchos, sean hoy los protagonistas de la política local, es la Gobernadora, que de suyo también deja muchísimo que desear y que como pecado, entre otros, los sostiene.

Es la que finalmente le responderá a la historia, aunque hoy poco le importe. Quintana Roo se ha forjado y construido con esfuerzo y sacrificio, con el orgullo de quienes todo lo dieron, aunque nada tenían. Incluso más allá de un beneficio individual o personal, en el consuelo de ser parte fundamental de lo que terminó, gracias a esa determinación en un coloso.

La corta memoria olvida a aquellos que pelearon por el autogobierno, los héroes locales que promovieron la creación del Estado y que cuando lograron que se constituyera, se entregaron con pasión y unidad a perfilar las instituciones que hoy le dan sentido. Ninguno de ellos era perfecto, nadie lo es; sin embargo, hoy volverían de sus tumbas para reclamar en justicia la falta de gallardía, de hombría de Pablo Bustamante, cuya solución es escapar a lo que le incomoda.

Los imberbes no pueden, ni tienen, derecho a mandar. Quintana Roo no lo merece. Su grandeza está muy por encima de ocurrencias, de momentos como éste, a quienes la casualidad y la ocasión los puso al frente.