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Opinión

En esta entrega, Guillermo Vázquez Handall comparte su opinión respecto a los enfrentamientos que ha ocasionado la gobernadora de Campeche, Layda Sansores

En la política hay reglas, siempre han existido y la verdad es que con el paso de los años han variado poco, lo fundamental sigue prevaleciendo, aun a pesar de la diversidad de estilos y las formas personales de gobernar, incluso sin importar a que fuerza política se forme parte, son de aplicación general.

Una de esas normas implica no generar enfrentamientos de larga duración y mucho menos en frentes tan diversos como innecesarios, porque eso a la larga genera rechazo social y peor aún toxicidad, es decir, que los mismos miembros del partido al que se pertenece y los grupos aliados al interior marquen distancia del personaje rijoso.

Una batalla no define una guerra y ganar una o algunas es una circunstancia de temporalidad, que obedece a una estrategia coyuntural, no se puede permanecer todo el tiempo en pie de una lucha tan estéril, porque más temprano que tarde eso cobra factura.

Estas reflexiones por supuesto vienen a colación en relación con la actitud de la Gobernadora de Campeche Layda Sansores, quien no solo asume que sus venganzas personales son una facultad de su cargo, también que le alcanza para aumentar sus disputas contra todo y todos.

Me refiero específicamente en este caso particular, a su forma de tratar y enfrentar a los medios de comunicación, a la gobernadora se le olvida que su mandato tiene fecha de caducidad y en contraste los medios estaremos por siempre, informando y criticando al poder que es nuestra función esencial.

Layda Sansores no termina de entender que ella por sí misma aún y con la investidura que ostenta no es una referencia informativa, que no es quien define la verdad, mas aun cuando quiere imponer una narrativa en la que omite dar respuesta a señalamientos acusatorios en su contra debidamente probados, que claro no le conviene abordar.

Su “martes del jaguar” no compite con la rigurosidad del trabajo periodístico serio, no solo por un tema de alcance y proyección, sino simplemente porque es un escenario a modo en el que solo se expone lo que a ella le interesa y que no alcanza por lo mismo ninguna trascendencia.

Pero la parte que en el corto plazo le va a provocar un mayor perjuicio, aunque crea lo contrario y se empeñe en mantener como herramienta de posicionamiento es precisamente la animosidad que sostiene con los medios de comunicación.

Esto se divide en dos vertientes, tan importante una como la otra, primero porque su gobierno no funciona, solo por poner un ejemplo, no ha sido capaz de explicar el evidente nepotismo que prevalece en su administración, el silencio no es solución y porque eso genera que la sociedad campechana a la que se debe, no este conforme con su desempeño y se sienta avergonzada de su mandataria.

La segunda la toxicidad, porque al formar parte de un partido y de un grupo, sus acciones perjudican el todo, se convierten en un pasivo que en etapas preelectorales dañan considerablemente la imagen de los actores principales.

Evidentemente, nos estamos refiriendo a la Jefa de Gobierno de la Ciudad de México Claudia Sheinbaum, a quien con una zalamería grotesca dice apoyar para ser la candidata presidencial de Morena y por ende la próxima presidenta de la república.

Los pleitos de Layda no son los de Claudia, sin embargo, esa dinámica provoca que le afecte cuando lo que menos necesita son pleitos ajenos, lo que por lógica va a terminar en que Sheinbaum se tenga que desmarcar contundentemente de Sansores. Independientemente de ello que se atribuye a lo público, tenemos conocimiento de fuentes muy cercanas a la Jefa de Gobierno de la capital del país, que en lo privada Claudia Sheinbaum no comulga con su proceder, no le gusta y naturalmente le preocupa desde el punto de vista de que se les considere aliadas cercanas.

Sin dejar de lado de que no existe la simpatía personal que la Gobernadora tanto presume, lo que hace todo el sentido del mundo si se comparan los estilos y las formas de hacer política de ambas.

Claudia es moderada y a Layda le gusta mucho el escándalo, la primera es seria en su comportamiento personal y oficial, la otra es una triste caricatura que se regodea pisoteando su investidura, una es negociadora y siempre está abierta al diálogo, escucha y acuerda, Sansores por el contrario es estridente, para ella solo existen sus razones y se encierra sin dejar espacios al intercambio de ideas y por ende a la flexibilidad necesaria, obligatoria para la construcción de los acuerdos.

Layda Sansores se escuda en un poder que no le va a durar para siempre, incluso aun siendo Gobernadora lo va perdiendo día con día, no solo por el desgaste natural que implica gobernar, como lo hemos expuesto porque es ella misma quien lo deteriora y mal orienta.

No hay que tener una bola de cristal para entender en el análisis y por supuesto en el conocimiento de casos similares del pasado, que su situación irá empeorando paulatina y constantemente, que incrementará la desilusión y el rechazo de los campechanos y le romperá de tajo alianzas y respaldos políticos, se está quedando sola.

Si bien es cierto que aún está a tiempo de enmendar, también lo es que dada su personalidad eso se antoja materialmente imposible, corregir es un acto de raciocinio, de voluntad y altura de miras, características de las que a todas luces adolece. Recomponer es producto de la autocritica y de la asesoría leal y correcta de su entorno y en este caso ninguna de ambas suceden, aunque claro eso es una decisión personalísima que evidentemente no quiere explorar aún y cuando eso le provoque el peor de los destinos.

Su gobierno es ya un fracaso desde cualquier óptica, pero eso no limita que además su conclusión implique como les ha sucedido a tantos gobernadores en los últimos años, tener que enfrentar eventualmente a la justicia y finalmente pasar a las páginas negras de la historia.