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A pesar de su milenaria historia, Rusia no ha completado su andadura histórica. Trató de ser un imperio y no lo logró porque en la Primera Guerra Mundial desapareció junto con los imperios austro-húngaro y otomano. Con la abdicación del zar, en febrero de 1917, intentó convertirse en una república liberal, empeño frustrado cuando los bolcheviques tomaron el poder, subieron el listón e intentaron construir una “nueva sociedad” a escala planetaria.

En los últimos 100 años Rusia ha sido eje de los mayores y más trágicos eventos geopolíticos del mundo. En la primera guerra mundial encajó cuatro millones de muertos y sufrió el mayor despojo territorial que Estado alguno haya experimentado al ceder a Alemania: Finlandia, Polonia, Estonia, Livonia, Curlandia, Lituania, Ucrania y Besarabia. Dos millones y medio de kilómetros cuadrados entonces poblados por unos 55 millones de habitantes.

En 1917, debido a la Revolución Bolchevique se desató una guerra civil de cuatro años en la cual participaron varios países, entre ellos, Estados Unidos. El evento fue saldado con entre tres y cinco millones de muertos a los cuales se sumaron no menos de 20 millones en la Segunda Guerra Mundial. En total casi 40 millones de muertos en la misma generación. ¡Demasiados!.

Apreciando correctamente la situación política internacional, la dirección soviética maniobró para neutralizar la amenaza que significaba el ascenso de Adolfo Hitler al poder, incluso en 1939 suscribió un pacto no agresión con Alemania. Nada pudo impedir la invasión, y el 22 de junio de 1941 las huestes fascistas atacaron a la URSS.

Sobre el inmenso territorio soviético se dejó caer el huracán de fuego del nazi-fascismo. El país depuso sus conflictos y se unió bajo el liderazgo de Joseph Stalin, para protagonizar la más colosal y probablemente insuperable batalla por la supervivencia nacional y el socialismo. Aunque pagando enormes costos, en 1944 los ejércitos soviéticos comenzaron a combatir con sus fronteras a la espalda y en abril de 1945 conquistaron Berlín.

En un acto defensivo, la Unión Soviética maniobró para asegurar la seguridad de sus fronteras y, en los países que liberó en Europa Oriental, favoreció el establecimiento de regímenes, más que afines. No obstante las justificaciones históricas, en ese proceso se incurrió en errores, el principal de ellos, actuar al margen de las realidades, de la historia y de las condiciones específicas de cada país. Así nació el campo socialista, un proyecto fallido.

La historia reciente, aunque no totalmente confirmada, es conocida. La Unión Soviética colapsó, la poderosa y moderna entidad edificada con los restos del imperio zarista se disolvió y en los espacios exsoviéticos aparecieron 20 Estados, entre ellos Ucrania. Rusia, que en esa transición perdió 25 millones de ciudadanos, se sintió sola.

Mediante una decisiva maniobra, sus autoridades se autodeclararon herederas de la Unión Soviética, especialmente de su arsenal atómico y de misiles, del asiento en el Consejo de Seguridad de la ONU y el derecho al veto, lo cual, junto a un razonable desarrollo y potencial económico la ratifica como potencia mundial.

Con argumentos atendibles, Rusia presiona para evitar que territorios exsoviéticos, entre ellos Ucrania, ingresen a la OTAN y adquieran armamentos nucleares que harán peligrar su seguridad. No le falta razón. Lo mismo hizo John F. Kennedy cuando en 1962, en una acción legítima, Cuba aceptó instalar misiles y ojivas nucleares en su territorio.

Parece que es cierto: “Lo que es igual, no es trampa”.