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Manuel E. Yepe

La creciente hostilidad de los gobiernos occidentales hacia China tiene más que ver con los intereses de inversionistas de Occidente que con temores legítimos de seguridad, según criterio de Stephen Gowans, analista político radicado en Canadá, quien habitualmente publica en la Red Voltaire, Global Research y otros medios progresistas.

La Estrategia de Defensa Nacional de EEUU para 2018 sitúa a China en primer lugar entre las principales amenazas externas de Estados Unidos, incluso las de Rusia, Corea del Norte, Irán y “grupos terroristas de alcance mundial”. El secretario de Estado, Mike Pompeo, califica a China de “gran amenaza para Estados Unidos a largo plazo” y la administración Trump considera a China “el verdadero enemigo”, según el Washington Post,

¿Qué ha hecho China para merecer tantas distinciones? La respuesta, según Gowans, es que China ha desarrollado un modelo económico liderado por el Estado que limita las oportunidades de ganancia de los inversionistas estadounidenses y desafía su control de los sectores de alta tecnología, incluyendo la inteligencia artificial y la robótica, esenciales para la supremacía militar estadounidense.

Washington está inmerso en una guerra polifacética “para evitar que Pekín avance con planes para convertirse en un líder mundial en 10 amplias áreas de la tecnología, incluyendo la tecnología de la información, aeroespacial y los vehículos eléctricos”. Washington pretende “coartar los planes de China de desarrollar tecnología avanzada” y “obligar a China a permitir que las empresas estadounidenses vendan sus productos y operen libremente” en China, en condiciones propicias para mantener la supremacía económica y militar de Estados Unidos.

Por su parte, China busca alterar un sistema económico global en el que sólo le es permitido “producir camisetas” mientras que Estados Unidos se ocupa de las producciones alta tecnología”, según Yang Weimin, asesor económico principal del presidente chino Xi Jinping. Pero ahora Xi está “decidido a que China domine sus propios microchips, sistemas operativos y otras tecnologías básicas” para llegar a ser “tecnológicamente autosuficiente”. Pero la autosuficiencia en industrias como la aeroespacial, las telecomunicaciones, la robótica y la IA significa eliminar a China, un gran mercado, del ámbito de las empresas estadounidenses de alta tecnología. Además, dado que la supremacía militar occidental siempre ha dependido de la superioridad tecnológica de Occidente, los esfuerzos chinos por desafiar el monopolio occidental de la alta tecnología se traducen directamente en un esfuerzo por desafiar la capacidad de Washington de utilizar el Pentágono como un instrumento para obtener las ventajas de inversión y comercio para los inversores estadounidenses.

Al modelo económico de China se le llama capitalista de estado o “socialista de mercado”. Ambos términos referidos a los dos factores básicos del modelo chino: la presencia de mercados, para materiales, productos y mano de obra, y el papel del Estado, a cargo de la planificación industrial y la propiedad de las empresas.

El “pilar de la economía” son las más de 100.000 empresas estatales de China. El estado tiene una fuerte presencia en las alturas dominantes de la economía. “Sectores clave como la banca están dominados por empresas controladas por el Estado”. Las empresas estatales “representan alrededor del 96% de la industria de telecomunicaciones de China, el 92% de la energía y el 74% de los automóviles”. Beijing es el mayor accionista de las 150 mayores empresas del país. La planificación industrial está a cargo de la estatal Comisión Nacional de Desarrollo y Reforma. La Comisión utiliza diversos medios para incubar la industria china en sectores clave y elabora planes para “dar un trato preferente” a las empresas chinas en áreas estratégicas.

Beijing cuenta con que las empresas estatales “se conviertan en líderes mundiales en semiconductores, vehículos eléctricos, robótica y otros sectores de alta tecnología y los financia mediante subvenciones y financiación de los bancos estatales”. La comisión de planificación también guía el desarrollo del acero, la energía fotovoltaica, los trenes de alta velocidad y otras industrias críticas.

Pekín ha cerrado sectores que considera estratégicos o vitales para la seguridad nacional y la propiedad extranjera. Estos incluyen “finanzas, defensa, energía, telecomunicaciones, ferrocarriles y puertos”, así como el acero. Todas las empresas siderúrgicas son de propiedad estatal y todas están financiadas por bancos de propiedad estatal. En total, China ha restringido o cerrado a inversores extranjeros 63 sectores de su propia economía, como la investigación de células madre, satélites, exploración y explotación de numerosos minerales y medios de comunicación, así como institutos de investigación en humanidades y ciencias sociales.

Los líderes chinos veían las empresas conjuntas como una forma de impulsar sus industrias a lo largo de la cadena de valor hacia sectores más sofisticados y al país hacia las filas de las naciones ricas. La tecnología adquirida mediante las asociaciones con entidades occidentales se difundn en la economía china, permitiendo que las empresas chinas se convirtieran en competidoras de las empresas occidentales.

China busca alcanzar la autosuficiencia en alta tecnología para el año 2025 bajo un plan denominado Hecho en China 2025. La idea es saltar a las primeras filas de la alta tecnología, igualando y finalmente superando a Occidente

Los países que siempre dominaron el mundo económica, política y militarmente han sido los grandes campeones del libre comercio. Estados Unidos no utilizó el libre comercio hasta que se convirtió en la potencia económica dominante tras la Segunda uerra Mundial. Hasta el final de la Segunda Guerra Mundial, los aranceles estadounidenses estaban entre los más altos del mundo. Al salir de la guerra como la potencia económica más fuerte del planeta, Estados Unidos hizo todo lo que pudo para imponer el libre comercio, los mercados libres y la libre empresa de Estados Unidos en la mayor parte del mundo que pudo, y no dudó en usar la guerra económica, la CIA y la fuerza militar para lograr su objetivo.

Washington se opone enérgicamente al modelo económico chino, hasta el punto de que está dispuesto a utilizar la guerra económica, la intimidación militar y tal vez incluso la guerra pura y simple (ver abajo) para impedirlo. El acceso a los mercados chinos y a la mano de obra de bajos salarios es muy valorado por el estado de EE.UU., pero a Washington le molesta que el acceso dependa de acuerdos de joint venture que permitan que la tecnología de EE.UU. sea absorbida por las empresas chinas. Estados Unidos exige que se libere a los inversores estadounidenses de esas condiciones, que se conceda a las empresas estadounidenses acceso sin trabas a todos los mercados chinos y que se permita a las empresas estadounidenses competir con las empresas chinas en igualdad de condiciones, sin favorecer a las empresas chinas. Hay dos razones por las que Washington hace estas demandas: maximizar las oportunidades de ganancia disponibles para los inversionistas estadounidenses en China e impedir que Pekín construya “campeones nacionales” capaces de competir con las corporaciones estadounidenses.

La élite económica estadounidense ha expresado durante años sus quejas por las empresas estatales de China. Se queja de que “se le niega el negocio lucrativo del Estado. Los empresarios estadounidenses afirman que “en los últimos años, China ha aumentado significativamente el papel del gobierno en la economía, impulsando el sector estatal y desplazando a las empresas privadas y extranjeras”. Y lamentan que las “empresas estatales chinas fuertemente protegidas y subsidiadas... están golpeando a las empresas estadounidenses no sólo en China sino también en la competencia mundial”. En respuesta a estos agravios, Washington está presionando para “reducir el papel de las empresas estatales en la economía china”.

http://manuelyepe.wordpress.com/

(Este artículo se puede reproducir citando al periódico POR ESTO como fuente).