¡Qué pasa ilustre caballero!

Con esa jovialidad, me saludaba, siempre, el eterno director de los diarios Por Esto!, tanto cuando desde Mérida me llamaba por teléfono a Cuba, o cuando llegaba a su oficina o su casa
jueves, 18 de abril de 2024 · 10:17

Corría el inicio del año 2013 cuando Marina Menéndez, subdirectora del diario cubano Juventud Rebelde se asomó a la oficina y con una ráfaga de palabras, como es habitual en ella, me decía que Alicia Figueroa, esposa de Mario Menéndez, el director de los diarios Por Esto! de Yucatán, México, me invitaba a participar en el aniversario de su periódico, en el mes de marzo de ese propio año. “Quiere que el director de JR lo acompañe en el desayuno de trabajo que harán allá por la fecha”, me dijo, y sin más, abandonó la oficina para continuar en las labores diarias del cierre del rotativo.

Confieso que de Mario había oído hablar en dos o tres ocasiones, pero no tenía la menor idea de su estatura periodística y política. Igual conocía el papel de Por Esto! en la denuncia sobre Posada Carriles, y recordaba una Mesa Redonda donde el Comandante Fidel Castro, si mal no recuerdo con un ejemplar en la mano, se apoyaba para denunciar la presencia clandestina en Isla Mujeres del terrorista, a bordo de la embarcación Santrina.

Pasados unos días, llegó la carta de Mario, que amablemente me invitaba a la celebración, tomada como un honor para él, cuando debió ser lo contrario. A Mérida llegamos entonces, un grupo de intelectuales cubanos, entre periodistas, investigadores y amigos de Mario, para acompañarlo en lo que se convertía para él en el momento preferido del año.

No había otro instante de tanto regocijo y fraternidad que los días en que festejaba la fundación de esa obra de Dignidad, Identidad y Soberanía que han sido los diarios Por Esto! Debo decir que yo me sentía extraño entre tanta gente de renombre y que casi no conocía, cuando para sorpresa mía, la primera noche tras la llegada, “desembarcamos” todos en casa de Mario y su querida Alicia, y él, como si su presencia no fuera lo más importante, nos recibió a cada uno con un estrechón de manos.

Llegado el momento de saludarlo, me miró fijo a los ojos, esbozó la sonrisa que luego supe era característica en él y sólo atinó a atraerme y darme un abrazo que casi me deja sin aire. Ya me conocía sin yo conocerlo a él.

Era su bienvenida a un desconocido, pero fue el instante en que nació y se forjó la amistad que mantuvimos todos estos años. Su presencia en nuestra mesa mientras degustábamos la sabrosa cena de recibimiento y sus anécdotas infi nitas sobre su presencia en Cuba hicieron aquella noche inolvidable. Ya casi cercana a la media noche, se despidió de todos para dirigirse hacia su pasión de toda la vida. Terminar el periódico que circularía al día siguiente.

Durante esos días, sólo volví a verlo durante el desayuno de trabajo, donde tuvo la amabilidad de presentarme ante un concurrido auditorio, como preámbulo a su brillante discurso de aquella mañana para no olvidar, donde mostró con una fi rmeza inigualable sus dotes de gran comunicador y de periodista comprometido con las causas más justas.

El resto de las jornadas, con Alicia a la cabeza, nos sirvieron para descubrir muchas de las bellezas de Yucatán, y justo la noche antes de regresar a Cuba, una llamada de Marina me comunicaba el deseo de Mario de vernos en su ofi cina a la hora que pudiéramos.

Con 40 de fiebre y unos escalofríos que aún me hacen temblar, nos aparecimos “para interrumpir el cierre”, pero resultó ser que nuestro anfi trión necesitaba saber más sobre la situación en Cuba y decidió que nosotros fuéramos sus interlocutores.

Después de largas remembranzas de Mario sobre Fidel y el Che, de cómo los conoció, de la entrevista que el Comandante en Jefe le concediera para la revista Sucesos, de su aventura para incorporarse a la Guerrilla en Bolivia y el aterrizaje forzoso en la Antártida que frustró sus aspiraciones de combatir en las montañas de aquel país, y ya agotado por el malestar, sólo se me ocurrió reciprocar el gesto que había tenido con nosotros y le espeté casi sin pensarlo: ¿”Mario, si te invitó a Cuba, al aniversario de Juventud Rebelde, vas?”.

Sus ojos brillaron a pesar del cansancio visible en su rostro y sin meditar, al menos eso creo ahora, soltó su breve y tajante respuesta con la mayor seguridad del mundo: “Si”, y concluimos el diálogo. Entre risas y bajo el marco de la puerta de su despacho y ya más en confi anza de lo habitual, reiteré la invitación cuando terminamos de darnos un abrazo: “Te espero el 21 de octubre en La Habana”.

Y efectivamente, transcurridos los meses siguientes de nuestra visita a Mérida, llegó el momento de recibir a quien no había vuelto a visitar a Cuba desde que regresó a su tierra natal hacía ya bastantes años. Apoyados por la entonces Dirección de la Juventud Comunista cubana y la Oficina del Programa Martiano, con Armando Hart al frente, preparamos un proyecto que lo hiciera sentirse feliz, reencontrarse con muchos de sus amigos y que signifi cara también un alto en el camino, para el descanso y recomponer fuerzas.

Sobre esa visita se escribió bastante en su momento, pero según me confesó Mario después, tuvo varios momentos de muy alta signifi cación: un encuentro con el Comandante Ramiro Valdés, la visita al Mausoleo del Che en Santa Clara, la condecoración con la Medalla de la Amistad, que le otorgó el Consejo de Estado a propuesta del Instituto Cubano de Amistad con los Pueblos (ICAP), sus diálogos con Hart y otros amigos de su exilio en Cuba, y la posibilidad de palpar de cerca cómo se vivía el día a día en la Isla, su Isla.

Muy a pesar mío, tuve poco tiempo para compartir con él, Alicia y su hija Alicita, pues me encontraba entonces en el tránsito hacia la Dirección del periódico Granma y la intensidad de aquellas jornadas no me permitieron, como hubiera querido, acompañarlos en sus recorridos y visitas planificadas. A escasas horas de su regreso a México, un nuevo abrazo presagiaba que la amistad nacida meses antes en su casa perduraría para siempre y se forjaría entre ambos una relación a prueba de todo.

Luego vinieron los intercambios anuales por las celebraciones del Por Esto! con la insistencia permanente de que no dejara de ir, mientras al mismo tiempo me solicitaba profundizar las relaciones entre los dos periódicos, y me “exigía”, las Reflexiones del Comandante en Jefe, las cuales dejó de recibir, según me contó, en algún momento.

Conociendo la importancia de lo que Fidel escribía, no quedó sin publicar ninguna de ellas en los diarios Por Esto!, pues no importaba la hora en que se recibían en Granma; una vez listas y publicadas en el sitio web del diario, eran enviadas a Por Esto!, que con un compromiso difícil de imaginar, esperaba hasta bien entrada la madrugada, para “tener la primicia junto a Granma de publicar las ideas de Fidel”, me dijo en varias ocasiones.

Fue tanto su amor por Cuba y por su gente que, pasado un tiempo y por su iniciativa, comenzó a dedicar varias páginas a la situación en el país, no sólo en la pluma de otros brillantes colaboradores cubanos, sino en la reproducción de los trabajos de Granma que más impacto tenían, incluidos los relacionados con acontecimientos extremos como los huracanes.

Quizá el punto más alto de su sentido de comprometimiento con Cuba y Fidel, lo fue la publicación de las 16 páginas realizadas en Granma a raíz del cumpleaños 90 del líder cubano y que incluyó como un suplemento en los miles de ejemplares que inundaron aquel 13 de agosto los estanquillos y casas de los habitantes de Yucatán.

Se mantuvo así el intercambio entre “directores”, con Mario a la ofensiva de mostrar la realidad cubana, sin idealizarla, pero bajo el principio de la verdad por encima de todo. Vinieron otra infi nidad de encuentros, de intercambio de llamadas para solicitarme un tema, un trabajo, una información, para pedirme un consejo sobre determinado aspecto relacionado con Cuba, de no dejar de llamarme el fin de año, ni cuando estuve ingresado en el Hospital Hermanos Ameijeiras, adonde su voz de aliento llegó para sorpresa mía.

No dudó, en los momentos más complejos, en extender su mano firme y volver a abrazarme, y decirme que estaba ahí, junto a mí y mi familia, para lo que yo determinara, que ya para él le había nacido otro hermano. Una vez le pregunté: “¿Oye, Mario, a qué tú crees que se deba esta empatía tan grande que ha nacido de pronto?”, y su respuesta me dejó inmóvil por algunos segundos: “No sé, pero tenemos una afi nidad periodística que no puedo explicar”, y volvió a soltar su risa contagiosa para cerrar la plática. En los últimos años, cada vez que pude viajar a Mérida, una parada obligatoria era en casa de Mario y Alicia, a quien casi siempre encontré junto con su amada hija Alicita.

Si demoraba algunos días en ir a verlo, sus reclamos a través de su esposa o de alguno de sus conocidos o colaboradores no se hacían esperar. “Díganle a Terry que por qué no viene a verme”, me decían, y tenía que dejar a un lado cualquier otro compromiso para poder compartir unas horas con ellos. Cierto día de mediados del 2021, una llamada al teléfono fi jo de mi casa, con un número desconocido me sorprendió entrada la noche.

Era Mario que me solicitaba mi colaboración para rescatar un ejemplar del periódico Granma, donde, por orientaciones de Fidel, se había publicado la única entrevista que concediera el Monseñor Oscar Arnulfo Romero, y que Mario tuvo el honor de realizar. El 4 de diciembre del 2021, en su casa, Mario recibió como lo hace un niño con un juguete nuevo, el periódico que dejó para la posteridad la visión del mundo del religioso salvadoreño Arnulfo Romero que, según me confesó, serviría en el proceso de canonización de esta imprescindible figura de la historia reciente de ese país centroamericano.

Fueron muchas las anécdotas que escuché a Mario durante largas horas en su pequeño pero acogedor despacho en los Por Esto! Cuando hablaba de Cuba y su relación con Fidel y el Che, no tenía para cuando acabar, precisaba fechas, recordaba detalles, reproducía conversaciones con los dos, mostraba una admiración sin límites para ellos y muchos otros compañeros de lucha. Se nos ha ido Mario Menéndez pero no su obra; no está físicamente pero en los corazones de quienes lo conocimos perdurará por siempre. Su ejemplo, valor, dignidad y entereza, seguirán vivos en la inmensidad que construyó.

Lo recordaremos siempre como el eterno director de los Por Esto! y en cada acción profesional y personal, su mirada orientadora estará presente. ¡Qué pasa, ilustre caballero!, le digo hoy a Mario donde quiera que se encuentre. Aquí estoy mi hermano, para seguir soñando por un mundo más justo y mejor.

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GC