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Víctor Salas

Después de tantos años de existencia, Mérida ha vivido de todo, más que nada de historias, muchas de ellas desgraciadas y algunas otras luminosas.

Cuando los españoles hicieron sedentarismo en la ciudad a la que bautizaron como Mérida, por instrucciones del Adelantado, que no se encontraba en el momento fundacional, comenzaron a vivir la decepción porque se habían instalado en una tierra yerma, calurosa y sin metales preciosos. Esta condición provocó que muchos de los colonos abandonaran el territorio recién adquirido, buscando el bienestar y las bondades de la naturaleza de la Nueva España. Se utilizaron mecanismos de presión para evitar que la gente se sustrajera del territorio recién adquirido.

En Mérida, capital de Yucatán, fue lento el proceso de aculturación, en contraste con el virreinato, donde el dominio español significó todo lo que se puede entender y aceptar como cultura. Ahí, el mestizaje tuvo un claro desarrollo y florecieron las letras, la música, la arquitectura, la botánica y otros renglones del saber de ese tiempo.

En Mérida, el avance cognoscitivo no fue todo lo rápido que desearon algunos españoles del Siglo XVII; aún así, se fundó una universidad y el deseo de ir alejando la educación del frailato se fue logrando.

Fue con la llegada de la imprenta que inició la etapa documental del mestizaje, escrita por los mestizos mismos.

Muy avanzado el Siglo XIX y al inicio del XX, Mérida comienza a vivir su propia encarnación; es el momento en que músicos y escritores comienzan a hablar de los sucesos propios en forma artística. Avanzando en esa centuria, ya lo sabemos, surge la trova, el socialismo yucatanense, el teatro regional, la ópera maya, y han llegado los extranjeros que se enamoran de ella y retornan a sus países hablando de la gloria de haber vivido en ella.

Hubo una etapa en la que todos los que vivimos aquí, tuvimos el estigma de separatistas, porque desde ella brotó la idea de separarnos de la república mexicana.

Poco más adelante surgió una frase que hablaba de la seguridad que brindaba la capital del Estado: “Si se acaba el mundo me voy a Mérida”.

Esas palabras se decían en plan de guasa, pero resultaron proféticas, ya que hoy, a la añosa ciudad de Mérida, sigue llegando gente de todas partes del mundo, buscando todo lo que de maravillosa tiene, y creando, simultáneamente, una nueva cultura mestiza de matices internacionales, para suplir al mestizaje netamente criollo, que vivió mas de cuatrocientos años.

De las costumbres de Mérida, se reprochaba todo, y la reivindicación de ellas, es asombroso. El panucho, la manteca, la cochinita pibil, la chicharra, el henequén, el Hanal Pixán y todo lo demás, son inestimables valores meridanos.

Así pues, Mérida, mujer de todas las épocas, vive hoy, con más enamorados que nunca. Y ese amor parece incontenible porque por todos sus espacios la abordan, la modifican, la habitan y en cada uno de esos nuevos lugares, la llevan a ella. “Nada como Mérida”. “Mérida es incomparable”, dicen.

Entonces, ¿cómo está Mérida, después de 478 años? Aquí tienen la respuesta.