Las mujeres y la naturaleza en la Cartilla Moral

martes, 27 de agosto de 2019 · 04:21

Georgina Rosado Rosado

En múltiples culturas, no en todas, se asocia a las mujeres con la naturaleza debido a que en ella se gesta visiblemente la vida. En la cultura maya el inframundo o Xilbalbá, donde se guardan tesoros minerales, brotan manantiales y se localizan las semillas, está asociado a lo femenino positivo. Es vientre, cueva húmeda donde se abona y se genera la vida aunque los invasores impusieron su visión que sataniza a ambos, al Xilbabá los misioneros lo relacionaron con el infierno cristiano y a la mujer como origen del pecado y de todas las malas tentaciones. Pero sólo en una cultura, en la occidental, el hombre es el único con derecho a dominar a la naturaleza. Puede desviar los ríos, talar los montes, exterminar especies vegetales y animales, dirigir las guerras y a nombre de un supuesto desarrollo, que sólo beneficia a unos pocos, destruir a la madre naturaleza. Y como la mujer está vinculada a la naturaleza es también su derecho someternos a sus deseos e intereses. De esta manera los hombres son los únicos que pueden ser cabezas de familias y de sus iglesias, según mandatan los libros sagrados de las religiones monoteístas. A esta ideología patriarcal promovida por las iglesias se debe que los hombres machistas violenten y asesinen mujeres y niñas, por eso el movimiento feminista debe defender la laicidad y ser ecologista. Es fundamental desnaturalizar el dominio del varón occidental que, contrario a las culturas indígenas que enseñan el respeto a la naturaleza, la cultura occidental dominante les concede el derecho de destruirla y legitima su papel de jefatura en la familia tradicional con derecho a la propiedad sobre las mujeres para su uso y abuso, según le plazca. Contrario a la necesidad de desnaturalizar el dominio masculino y rompiendo la laicidad, el actual gobierno encabezado por un cristiano que incumplió su compromiso de respetar las leyes de Reforma impulsadas por su “admirado” Juárez, hoy permite que grupos religiosos distribuyan una Cartilla Moral (escrita en 1944 por Alfonso Reyes y retocada en 1992) y que ésta además sea distribuida de manera obligatoria en todas las escuelas. Una cartilla que, como bien señala Cecilia Soto en su reciente artículo, tiene una sola mención de las mujeres en la página 28 con la palabra “madre”, como haciendo natural que su único papel sea el de la maternidad, lejos de la creación cultural, de la política, la economía, de las artes donde domina el hombre. Replicando la cultura occidental que niega la realidad donde el hombre es parte de la naturaleza al igual que la mujer, en la Cartilla la naturaleza es convertida en un bien que le pertenece al hombre porque es “patrimonio de la especie humana” y “la tierra es tuya y cuanto hay en ella”. No importa entonces que un tren le pase encima a la selva y que las ciudades que se planean construir en sus estaciones pongan en peligro, no sólo el medio ambiente donde sobreviven especies animales y vegetales hoy en peligro de extinción, sino también comunidades indígenas que hasta hoy han vivido en armonía con su territorio. El hombre, macho, masculino, varón occidental tiene todos los derechos sobre la naturaleza y sobre las mujeres porque les pertenecen y son suyas. Las investigaciones científicas de antropólogos y antropólogas demuestran la existencia de una gran diversidad de formas de organización humana en las diferentes culturas, son investigaciones que llenan bibliotecas enteras en el mundo, pero nuestro presidente no cree en la ciencia y considera como fifís a los científicos. En su Cartilla Moral se nos dice que: “La familia es un hecho natural y puede decirse que, como grupo perdurable, es característica de la especie humana…La familia estable humana rebasa los límites mínimos del apetito amoroso y la cría de los hijos. Ello tiene consecuencias morales en el carácter del hombre”. O sea, al diablo con la antropología y al diablo los clásicos como Claude Levi-Strauss autor de “Las estructuras elementales del parentesco”, que se les quite todo el presupuesto a los institutos de investigación, para qué queremos a las ciencias sociales si la realidad que se enseñará ahora en las escuelas partirá de la moralidad religiosa acientífica. Los divorcios, las personas que optan por vivir solas, la violencia que viven los y las niñas en el interior de los hogares, los crecientes feminicidios son, bajo esta falsa perspectiva moralista y acientífica, sólo desviaciones a una norma imperante en la familia idealizada donde predomina la nobleza de adultos amorosos. Qué importa que las estadísticas nos señalen que cada día los divorcios son más frecuentes y que en muchas ocasiones es la única manera de que una mujer salve su vida, que los abusos sexuales a los infantes son realizados por familiares cercanos y que la mayoría de los feminicidios ocurren en los hogares donde las mujeres son asesinadas por sus parejas, ya que el presidente seguro pedirá que “sean buenos” o nos dirá “yo tengo otros datos”. Las hijas e hijos de padres divorciados o que sufren algún tipo de violencia en el interior de sus hogares, bajo este esquema idealizado y falso de la Cartilla Moral que repartirán sus maestras y maestros, creyendo que su situación es excepcional sentirán vergüenza y se considerarán anormales, lo que impedirá hablen sobre lo que realmente sucede en casa. Al parecer hoy se fue al caño toda la lucha por difundir y a favor de la cultura de los derechos humanos que es lo que realmente debería enseñarse en las escuelas, no una Cartilla Moral cuasi religiosa y sumamente peligrosa. Y mientras se queman la Amazonia y Siaan Ka’an, el número de feminicidios y violaciones de niñas y niños aumenta indetenible debido al modelo de desarrollo capitalista y patriarcal y a la moralidad machista impuesta a la sociedad. Me pregunto hasta cuándo despertarán aquellos hombres y mujeres de izquierda que se niegan a reconocer que no ganaron las elecciones y se molestan cuando se les dice.