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Ariel Sánchez Gómez

En nuestra infancia y adolescencia, jugar a las luchas y boxear entre amigos era común y no un desafío o sentirse superior, los problemas, malos entendidos, intentar algo con la novia del otro, creerse más que uno o simplemente caerle mal a alguien; era pretexto para arreglarlo en un “tirito” o un intercambio de golpes a la salida del plantel escolar, en el que todos hacían un círculo alrededor de los contendientes, nadie se metía en el conflicto, perdía el que se “rajaba” o ya no quería seguir peleando y luego se daban la mano y empezaban a ser amigos, así nacieron grandes amistades.

No había grupos unidos para molestar o fastidiar al más débil, por los demás no lo permitían, sí existían las diferencias sociales y económicas, pero eso no era motivo para la discriminación y la humillación a otros con menos recursos. Vi amigos de condición humilde venir de rancherías y ser aceptados entre todo el grupo del salón, integrados sin ser etiquetados, hasta el día de hoy se les recuerda.

Muchos te hacían un “raid” o te daban un aventón en sus bicicletas, porque varios no teníamos ni eso, otras veces te invitaban la torta si acaso no llevabas de desayunar. En la secundaria en horas de descanso, libres o de Educación Física, jugábamos entre varones y mujeres, al fútbol, voleibol o al caza venado, etc. Los talleres eran mixtos, de corte y confección, mecanografía, carpintería, electricidad y dibujo técnico y nadie pensaba o expresaba que podría traer consecuencias a futuro.

Al crecer y pasar los años, todos tomaron rumbos distintos, pero aun así los que nos encontramos en las calles nos saludamos y a veces recordamos los tantos momentos gratos transcurridos, las aventuras y travesuras, los noviazgos, las bromas a los maestros y tantos y tantos momentos que no volverán.

Algunos que no perdieron el contacto y afianzaron su amistad, se han reunido periódicamente y, lo que hoy está de moda es convocar y reunir al mayor número de compañeros de la secundaria, preparatoria y los de los niveles superiores, festejar los años de egresados y compartir lo que ha seguido después de aquellos años de estudiantes.

¿Qué pasó con las generaciones que nos siguieron? ¿Por qué las cosas cambiaron?, ¿qué los hizo cambiar? Quiero aclarar que nuestros papás estaban pendientes de nuestros avances en la escuela, que de lo que hacíamos en la calle siempre se enteraban, pues la mayoría de ellos se conocían, sabían nuestros horarios de clases, estaban atentos de cómo deberíamos asistir a la escuela y vigilaban cómo llegábamos a la casa; había horarios y reglas en el hogar, pero sobre todo los valores eran práctica cotidiana y nadie se salía de ella bajo el riesgo de sufrir un castigo.

Entre las responsabilidades de cooperar en las necesidades de la casa, el estudio y los juegos, no había tiempo de pensar en otras cosas, más que llegaran las vacaciones, jugar más que de costumbre, visitar a los parientes, ver un poquito más de programas de la televisión, porque hasta para ello había horarios y algunos buscar un trabajo o una actividad que le redituara un pequeño capital para ir al cine, comprarse un juguete, ir al baile o adquirir un regalo para la enamorada.

Hoy los niños no conocen muchos de esos juegos tradicionales que nosotros tanto practicamos, la mayoría ya no juega ningún deporte, sólo están metidos e inmersos en los celulares, tabletas, videojuegos, en el internet y horas sin medir ante el televisor. Muchas veces los padres ni saben lo que juegan en esos aparatos y menos en que páginas navegan. Ignoran dónde y que hacen sus hijos jóvenes, quiénes son su círculo de compañeros, qué sienten, qué desean y qué aspiran ser el día de mañana.

Al no ser congruentes con nuestras palabras y nuestros actos, algunos de nosotros al no enseñarles buenos ejemplos, al ver violencia, gritos, alcoholismo y desinterés o sólo agresiones hacia su persona, entonces buscan una manera de escape, o las drogas o es reflejo de esa violencia hacia sus compañeros, aprende a sentirse “superior”, a lastimar física y verbal como le han enseñado y en el peor de los casos a escapar de esta situación intolerable en su vida, pensando que “eso no es vida”.

El niño no nace con esta actitud negativa, bien lo sabemos y lo debemos aceptar, tanto los que son abusivos como los que son lastimados, no merecen haber llegado a esta actitud. Nadie quiere saber que su hijo lastimó gravemente a un compañero, nadie soportaría ver a su hijo lastimado o traumado por ser objeto de tanta humillación y menos alguien quisiera llegar a ver a su hijo en una cárcel o en una fosa.

Somos todos responsables del éxito o del fracaso de nuestros hijos, tenemos la obligación de formarlos con valores, somos los únicos en quienes pueden confiar porque saben de nuestro amor, si se los hacemos sentir, además no es decírselos, es que ellos tengan la plena seguridad que los amamos. Hay que demostrárselo con nuestras actitudes, no tengamos miedo de manifestarlo en público, hablemos de que no es algo prohibido mostrar el amor en una familia, que si algunos lo toman así es porque desconocen este sentimiento y que el que siente amor, respeta, valora y no permite injusticias.

(Ariel Sánchez Gómez)