UNICORNIO: Tradiciones decembrinas

El cronista José Iván Borges presenta un repaso por las prácticas de piedad popular que se realizan en comunidades del interior del Estado en Navidad
domingo, 24 de diciembre de 2023 · 15:47

LA NAVIDAD YUCATECA

Entre el tuch del Niño Dios, las posadas y el pesebre

La Navidad en la actualidad es una manifestación festiva, consumista de inalcanzables niveles, siendo su cimiento original el tiempo litúrgico señalado en el calendario ritual de la Iglesia católica. A lo largo de los siglos de la presencia de esta religión en la Península de Yucatán, la Navidad se ha forjado con especiales características que distinguen su expresión, que van desde la liturgia oficial ejecutada en los centenarios templos y capillas hasta en las prácticas de la piedad ejecutadas en los pequeños barrios vecinales y comunidades. Es a la vez una muestra de devoción popular que van desde honrar a los santos peregrinos en las posadas, pasando posteriormente por las fiestas y devociones al Niño Dios y a los Santos Reyes, quedan como muestras evidentes de un sincretismo e incipiente proceso de aceptación y asimilación de la Navidad por parte del pueblo maya yucateco. 

La Navidad llega a mediados del siglo XVI cuando ya era una manifestación de cantos populares llamados villancicos que hablan de la familia doméstica y de la comunidad entorno a la ternura de un niño indefenso nacido en un pobre portal, y de un Sol que nace sobre lo alto.  Ya entonces las luces de cabos de velas y bengalas comenzaban a iluminar, poco a poco se sumaron al repique de campanas en el canto de gloria en las misas de gallo, panderos, castañuelas, sonajas, pitos de barro y “tuchitos” de calabazas secas también se unieron para alegrar los cantos de cuna del Niño Dios.

Cuando rayó la aurora feliz de la primera evangelización fueron los franciscanos que con su utopía y su nobles esfuerzos enseñaron la doctrina y edificaron los templos, también forjaron los pueblos con sus trazas, sus lineamientos, aliados eficaces del proceso de conquista, trajeron la Navidad no solamente como una parte del calendario litúrgico tridentino, concilio para entonces vigente, sino que colaboraron también para implantar tradiciones populares y cada uno lo hizo según la costumbre de sus regiones originarias.  Y este modelo lo seguirían los clérigos seculares, los seglares, los colonizadores y los nuevos pobladores que se iban avecindando en las villas y pueblos yucatecos.  

Los escritos indígenas como el Chilam Balam de Chumayel deja entre ver alguna relación del nacimiento de Cristo como príncipe de la paz y el Chilam Balam de Ixil señala: 25 de diciembre como “Natividad de Nuestro Señor Jesucristo”,  lo que evidencia ese ya concepto cristiano entendido por los indígenas, por lo menos de los sectores asistentes a la doctrina, aplicado y estudioso, que lo mismo son escribas en los cabildos, como catequistas en sus iglesias y parroquias.

En el primer Aviso, una especie de carta pastoral expedido alrededor de 1565, por el entonces obispo de Yucatán, el ilustre Francisco de Toral señala: “Los días que los indios son obligados a guardar son las tres pascuas de Natividad, Resurrección y Pentecostés”. Más adelante refiere: “Los días de ayuno que los indios son obligados a ayunar son: Los siete viernes de Cuaresma y las vigilias de Natividad y Resurrección de Cristo”.

Una revisión a la lista de los santos patronos de las iglesias parroquiales y auxiliares del viejo Obispado yucatanense evidencia los patrocinios señalados en el especial tiempo de la Navidad, así podemos encontrar la fiesta de la Circuncisión del Señor que se celebraba en el pueblo de Pomuch, en el actual Estado de Campeche, y una considerable lista de pueblos donde los Santos Reyes eran patronos, de mencionar Kanasín, Tabí, Tizimín, Timucuy y Pocboc.  La fiesta litúrgica de los Reyes estaba bien marcada en el Calendario Navideño Tridentino y se conservó el Concilio Vaticano II, que es el vigente actualmente.

El origen de colocar nacimientos o pesebres, representaciones del nacimiento de Cristo se origina precisamente por obra de San Francisco de Asís, conocido como el Cristo de la Edad Media, que rescata los valores tradicionales de la Iglesia católica que comenzaban a naufragar por licitudes del alto clero. Para el siglo XVI los pesebres eran ya una tradición franciscana que para entonces tenía poco más de 25 conventos dispersos en la península y donde seguramente se colocaban estas representaciones al pie de los presbiterios. 

Las imágenes de la Virgen María junto a San José y un niño Dios eran parte medular de los pesebres, que se instalaban en el interior de los templos. Poco o casi nada sabemos de las existencias de estos llamados misterios, en las iglesias locales, muchos de los inventarios parroquiales poco mencionan de estas esculturas.

En el pueblo Dzinup se ejecutan las danzas de Abraham e Isaac, una especie de pastorela que representa el cuidado del Niño Dios. Herencia del teatro evangelizador ¿franciscano o secular?  Lo cierto es que de este pueblo, al salir a repoblar sus familias, los antiguos pueblos abandonados tras la Guerra de Castas, llevaron la ejecución de esta danza que se practica en Chikindzonot, y las comunidades de Ekpetz, Yalcobá y en Tihosuco.

Las crónicas coloniales casi nada mencionan de las prácticas de la Navidad, como son las posadas, los pesebres, las misas aplicadas, entre otras manifestaciones propias, destacando prácticamente como una fiesta más del calendario litúrgico. Por siglos, desde la primera evangelización hasta mediados del siglo XX, la Navidad en la iglesia se realizaba con el esplendor marcado por el Concilio de Trento, todo entre las devociones en las casas particulares, la Misa de gallo y novenas preparatorias.

Un especial testimonio de la Navidad en el Sur del Estado, en Ticul, para 1925, señala: “En las noches hay poca luz y hasta las doce. Se habla de la Navidad y hay alegría en casa… Vamos a Misa de gallo porque es obligación y es única. En la iglesia sonido de sonidos de sonajas, panderetas y pitos: el Rey de los cielos que ha nacido ya”.

Cerca de mediados del siglo pasado, la Navidad se volvió fiesta tradicional en Cacalchén con vaquería de mestizas y corrida de toros. En Espita, también en el Oriente del Estado, es fiesta tradicional de gremios, cabezas de cochino, relleno negro y procesión en honor al Niño Dios. En Tizimín, santuario de los Reyes Magos, es fiesta patronal y en este marco de Fiesta de Pueblo se suman Cansahcab y Timucuy. La vaquería en Nochebuena es en algunos pueblos mayacruzob en el Oriente de la Entidad y algunos se ubican en el vecino Estado de Quintana Roo. En los municipios de Chapab de las Flores, Bokobá, Teya, Tepakán y Suma es fiesta comunitaria, en una imagen sacra del Niño Dios que va pasando de familia en familia por todo un año es festejada con especial énfasis en la Nochebuena.

Amplio es el abanico de matices de matices que se han forjado de la presencia de la Navidad en el suelo yucateco, una mirada especial propongo para reflexionar sobre algunas de estas acciones que se ejecutan bajo la justificación de tradiciones y se manifiestan en la actualidad.

LAS POSADAS Y NOVENAS

Las posadas que son devociones preparatorias para la Navidad, se realizaban como actos meramente de religiosidad popular, son básicamente una novena tradicional de barrio y colonia, donde al final se ofrecen dulces propios, el llamado “tox” en lengua maya. Las posadas en Yucatán son totalmente diferentes a lo que se realiza en el centro del país, en las llamadas posadas mexicanas, aquí es un acto religioso de rezos y de fugas, convivencia. Algunos párrocos en el siglo pasado incitaron a vestir a adolescentes de los peregrinos. Se canta y se pasa con los peregrinos por las calles con velas, se pide posada, se reza y se degusta un dulce. Mientras que la piñata de siete picos, aquí en Yucatán no tuvo presencia como parte del teatro evangelización que tuvo en el centro del país.

Quizá las posadas se realizaban en los conventos franciscanos para los siglos de la dominación española, pero tampoco tenemos referencias en los escritos de los religiosos o en las añejas crónicas. Pero entre los pueblos yucatecos parece como práctica a finales del siglo XIX, impulsado por el desarrollo de la imprenta. 

En panorama general del territorio yucatecos durante la época del Gobierno español fue de pueblos de doctrina y de encomienda, y es precisamente el día 24 de diciembre en señalado para el segundo pago anual del tributo a los encomenderos, lo que hacia un día poco festivo para la comunidad.  Limitándose en las cabeceras a celebraciones litúrgicas, y probablemente en algunos otros pueblos de visita a celebraciones de doctrina y rezos en el templo.

El siglo XIX, comienza sin pagos ni encomiendas, llega la imprenta y con ellos la publicación de novenarios y novenas por doquier, finaliza este siglo con escuelas para niñas y niños, lo que serán evidentemente los que ocupen el lugar de rezadoras y rezadoras. La popularidad de los impresos de novenarios, dará las herramientas necesarias para el desarrollo de estas devociones.

Ya para inicios del siglo XX, se sumarán la llegada a la naciente Arquidiócesis de Yucatán un amplio número de sacerdotes incardinados de origen español, que seguramente propiciarán la implantación de nuevas devociones navideñas importadas de sus tierras de origen, entre nuevos villancicos y algunas actividades de índole festiva o devocional.  Por ejemplo, en escenificar en jóvenes a José y María acompañandos al pedir posadas, como se realizaba en la región de Yaxcabá y Valladolid décadas atrás.

UN PESEBRE VERNÁCULO

Es herencia franciscana de la Navidad los pesebres, y esos adornos verdes que reflejan la alegría por el feliz nacimiento del Redentor, que se unieron a las luces de cirios que iluminaban los templos. Es evidente que la liturgia se ajustó a los recursos naturales de la región, las crónicas escritas por Fray Diego López de Cogolludo lo señalan: “Tienen los de ordinario llenos de flores, porque casi todo el discurso de el año las hay diversas en esta tierra… Una cosa digna de atención, y es, que no hay pueblo en Yucatán por pequeño que sea, donde los oficios divinos no se solemnicen…”.

Con los elementos que la naturaleza ofrecía y con las piezas de arte sacro obtenidos comenzaron a tener presencia los pesebres en las iglesias de Yucatán. La gran flora que señalan los cronistas como López de Cogolludo, mucho abonaron para ornato en las celebraciones religiosas, entre flores, palmas, hojas de gran variedad iniciaron los pesebres su presencia con privilegiadas características.

Los pedazos de retablos virreinales que tuvieron en veneración en la Catedral de Mérida reflejan temas navideños como la adoración de los pastores y de los Magos de Oriente al Niño Jesús. Poco ha quedado de toda esa gran riqueza de arte sacro que seguramente poseyeron los conventos franciscanos, y las iglesias en la Entidad. Algunos inventarios parroquiales dejan entre ver alguna la lista de valiosas piezas de arte que seguramente servían para armar estas representaciones.

Y así las familias españolas, criollas y mestizas que tenían alguna imagen navideña, como la del Niño Dios, la de José, María, de peregrinos, o bien de los reyes, comenzaron a poner sus pesebres en sus casas. El poder adquisitivo de alguna imagen sacra para veneración domestica es un punto importante, pero no el único, debemos destacar también los escasos talleres de labradores de madera en la Entidad, de lo que poco sabemos por falta de estudios sobre el tema.

Seguramente con la proliferación de buenas imprentas en el siglo XVIII, tanto en España como en la ciudad de México, quizá favorecieron para la propagación de estampas navideñas de representación del Nacimiento de Cristo. Que comenzaron, como toda imagen de un santo en su día de fiesta, a ser adornado con flores, iluminado con velas, y demás adornos necesarios.

Herencia de esos siglos fue que nuestros abuelos continuaron una tradición forjada de poner sus pesebres, con las imágenes de devoción familiar.  Lo mismo podía servir una estampa religiosa con marcos y gradas de madera, que son pequeños retablos domésticos, adornados profusamente con flores, hojas y palmas.

En su libro: Líos de un cura progresista, Pastor Escalante Marín señala con nostalgia la Navidad de 1925 en Ticul, y señala que la Nochebuena consistía en Misa de gallo, y posteriormente a visitar los nacimientos en domicilios, y expone: “Todo el mundo tiene a gala poner el mejor altar al Niño Jesús. En algunas casas ocupan toda la sala. Verdaderas obras de arte; paisajes anacrónicos, ríos de agua corriente, puentes, pastores, rascacielos, mezquitas, camellos…  En todos los pesebres cantábamos y nos daban el “tuch del niño Dios”, buñuelos con miel”.

En la actualidad en el municipio de Teabo, la Nochebuena se torna en visitar los nacimientos que se instalan en los domicilios, actividad que se desarrolla entre las felicitaciones de los vecinos y los buñuelos de camote.

Los pesebres y altares navideños de las casas se hacían con los santos que se tenían, aunque estos no sean propiamente unos peregrinos, bastaba con poner a María y al Niño, o bien solamente al Niño Dios. Piedras blancas pintadas de cal, ceniza blanca de los fogones, zacate seco, ramas de limonaria, palmas de Xiat, como es conocida en lengua maya la palma de hoja delgada, macetas de helechos, cintas de papel picado, florecitas silvestres, casitas de madera y techos de guano o zacateca, y por heno el “sosquil chac” o la viruta de las carpinterías, todos los recursos necesarios que la naturaleza brinda fueron utilizados. A todo esto, también se usaba las piedras pintadas de blanco con cal, ceniza de los fogones, todo material podía servir.  Se terminaba de aderezar el conjunto con animales de barro y de madera, banderitas y cintas de papel de varios colores, que dotaban el conjunto de color y armonía.

Con el devenir del tiempo y los modernos cambios se sumaron cambios y se agregaron nuevos puntos, las series de foquitos llegaron para adornar las ramas de limonarias y Xiat, las casitas de paja del nacimiento. 

Los nacimientos son altares devocionales que sirven para venerar a los Santos Peregrinos, al Niño Dios, y a los Tres Reyes, devociones profusamente arraigadas en la devoción popular, y aún en las más pequeñas comisarías y ranchitos se pueden encontrar los misterios arropados de adornos naturales y de toda índole según los recursos de cada familia y comunidad.

Los ropones, los hipiles y pañales bordados son parte del ajuar que viste al Niño Dios en los pesebres yucatecos, en cunas aderezadas con sonajas y juguetes, y los villancicos se entonaban por las tardes en las iglesias y los hogares, resonando aquel coro que dice: “Viva, viva Jesús mi amor, viva, viva mi Salvador…”

Los dulce derivados del camote, en almíbar y en buñuelos, son principales de la Navidad yucateca, y es precisamente el buñuelo de camote el llamado de forma popular como el “Tuch del Niño Dios”, el tuch es el pedazo de cordón umbilical de un recién nacido que tiene un gran valor en la cultura maya porque marca el destino a seguir, este al desprenderse debe ser o tirado en el monte en el caso del varón o enterrado bajo el fogón en caso de la mujer; en el caso de la Navidad es el buñuelo una representación de cordón umbilical del Niño Dios, que como marca la doctrina Cristiana el cuerpo de Cristo no se tira ni se esconde, sino que se come para dar vida y salvación. Resulta pedagógico doctrinal este acto.

Herencia franciscana de los pesebres que esta Navidad cumple ya ochos siglos de tradición, tomó particular expresión en este suelo o laja peninsular, las fiestas litúrgicas se dotaron de celebraciones de particular expresión, a la que se han ido sumando la cena de Nochebuena, los regalos, y otras cosas que parecen superfluas, pero que conviven entre las palmas de Xiat y el tuch del Niño Dios.

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LV