UNICORNIO: Cuando los astros invaden la poesía

Lourdes Cabrera dedica unas líneas lentas al nuevo poemario de Nadia Escalante Andrade, del cual presentamos cuatro versos
domingo, 8 de octubre de 2023 · 13:07

Lineas lentas para la Raíz Negra de los Astros, de Nadia Escalante 

Lourdes Cabrera Ruiz

Para Nadia, los procesos creativos toman como punto de partida la intuición para abordar temas relevantes de su contexto. Como parte de una generación que reconoce la importancia de abordar el cuerpo en sus ejes temáticos, y de producir hallazgos poéticos a través del diálogo con sus pares y antecesoras, Nadia Escalante remite a sus lecturas e influencias para explorarse, habitando diversos aspectos de su investigación, que es también su propio cuerpo, el referente más cercano a la otredad, a todo lo distinto que vive dentro de sí.

La raíz negra de los astros (UNAM 2023) es un discurso poético singularmente complejo: tiene la virtud de evocar, con un mínimo de palabras, referentes que habitualmente se encuentran inconexos. Por ejemplo, el mundo vegetal y el mundo del lenguaje verbal. Nadia los reúne como si nos invitara a mirar el envés de las hojas, para encontrar la forma reticulada por la que podemos acceder a la comprensión nueva de lo que el haz de esas hojas calla. Se trata de un silencio electivo pero consciente, han dicho sus comentaristas, y es que esa figura reticular en la que ensaya intuitivamente su decir, también nos pasea por el sentido que la humanidad ha otorgado a las estrellas, desde una perspectiva geocéntrica, al unirlas arbitrariamente mediante líneas que toman la forma de constelaciones y mitos, y que además tienen cierto grado de influencia en nuestras vidas.

La red que se dibuja en el cielo, ese mapa astral, toca lo más íntimo de la identidad de quien escribe, pues acomoda los capítulos de este libro en el orden como estaban los asteroides al momento de su nacimiento. Esta red de significados evoca igualmente a una comunidad de escritoras que la anteceden: Alejandra Pizarnik, Clarice Lispector, Olga Orozco y las que hoy acompañan: Lolbé González, Nidia Cuan, Irma Torregrosa, Elisa Díaz Castelo, entre otras y otros comentaristas generosos, como Indalecio Cardeña, Javier Peñalosa, Adán Medellín. Una red que forjó parte del proceso creativo y que paulatinamente crece en significados por parte de quienes reciben este libro para comentarlo, pero sobre todo para conversarlo.

De este modo es como nace hablar sobre las elecciones temáticas, retóricas y narratológicas que al entrecruzarse nos ofrecen la complejidad que he mencionado. El tema es muy puntual respecto a cuatro asteroides que llevan el nombre de las diosas clásicas Palas, Ceres, Juno y Vesta. Evocarlas como parte de una misma, establecer vínculos entre ellas y el propio ejercicio de escritura -sin que esto necesariamente signifique tintes autobiográficos o referencias mitológicas exactas- es lo que más me ha interesado en el tratamiento del tema. En destacados momentos la voz lírica se parece a la de una mujer que se configura como un ser para sí, que no necesita el reconocimiento del otro; ella actúa sobre la realidad de su cuerpo para ir directamente a lo que no la espera, para llegar más allá de lo consabido. Si bien manifiesta una exploración verbal centrada en la palabra, en las grafías, en la escritura, en el asunto de la forma, este hablante lírico tiende a un nuevo corpus, a este cuerpo, y concede importancia a la voz que emana de las cosas, y a toda ella ilumina.

Palas me llevó a un viaje interesante, a otra lectura de los filósofos clásicos, y supe que no podría ser de otra manera. Juno incluye un canto titulado Arcano VI, que ofrece una metáfora del tiempo, específicamente del ritmo, con base en un referente espacial, la bifurcación de caminos. Los contenidos de Ceres y Vesta me cautivaron; el primer canto, por su aproximación a la naturaleza, al monte desbordado, a esa otra manera de vivir en subterráneo, en descanso necesario, en estado latente, como toda semilla; y el segundo, porque nos invita al llamado, al incendio, a formar parte del ejército de guardianas, sacerdotisas que se protegen de sí, de sus miedos, consagradas por años a mantener la flama al igual que toda pequeña fortuna, que solo a cada una pertenece. Además, se sirve del tránsito de luminarias y planetas y en esto del amor tiene muchas cosas más que decir acerca de lo que hoy nos mueve.

Sobre la retórica, la mencionada complejidad que he anunciado no tiene que ver con un lenguaje barroco. Las palabras son justas, no se abre la llave para que fluyan y sean el centro de gravedad; sin embargo, encontramos el efecto de la onda que generan. Las figuras lógicas son las elegidas para detonar movimientos más allá de lo escrito. Para deconstruir el sentido común, dice: “Es la voluntad de nombrar la herida lo que hace que el dolor desaparezca”. Así es como opera este orden propuesto por Nadia, que constantemente recurre a figuras de oposición y contraste para introducir hallazgos: “Cómo llenar/ lo lleno/ o decir/ sobre lo dicho/ sin reconocer la falta/ que subyace”(…) “Avanzo/ hacia el origen/ a través de la demora. Para llegar,/ aprendo/ a detenerme.”

Nadia me habló de la importancia del ritmo, ese que no está supeditado a la producción, sino al que dictan los ciclos de la naturaleza, tan valorados por una parte del mundo que ha podido librarse del asedio ocasionado por la inmediatez. Conforme leía, me ajusté a la necesidad imperiosa de repensar, investigar y comprometerme a una lectura pausada. Así como los seres vivos despliegan su ser, inmersos en la claridad oblicua. Consulté varias veces algún dato sobre el mundo mineral y vegetal, y estuve muy cerca de esos parajes inadvertidos, milagrosamente inadvertidos y depositados con un mínimo de artificio verbal en el reino de la poesía.

En cuanto al aspecto narratológico mencionaré un poco sobre la voz. Podemos encontrar que el hablante, muchas veces habla en singular pero cuando hace alusión a las Vestales, utiliza el plural, las trae al presente, o esa voz colectiva se vuelca al pasado, ya el tiempo no es un problema para darle nueva vida al colectivo, a la colectiva, como diríamos hoy. El oyente lírico, en cambio, es singular y es aludido en el primer y último canto de Juno. Apenas se alcanza a distinguir que es a un varón a quien le habla. Llama la atención este capítulo por el tratamiento, desde mi lectura, por supuesto, que le da a la diosa del matrimonio y la fertilidad, pues si bien se alude a una pareja (hay un tú que acompaña y es invitado a entrar al país del yo) esta compañía íntima, ese otro, bien puede ser la propia escritura, la vida artística, la vocación, pues encarna-configura a la pareja como experta en lenguajes antiguos, tal vez el latín, debido a su pasión por la botánica y la astrología. Resuena a lo lejos Rosario Castellanos, porque estamos en otra vuelta de tuerca.

Al inicio de mi lectura, me preguntaba qué orden es este que inventa el mecanismo de la escritura, qué orden habitable puede ser el ritmo con el que se abordan los contenidos, si además están entretejidos con una oscura raigambre en la que advertimos varios cuerpos: constelaciones, asteroides, luminarias. Oscura raigambre hilvanada entre lo mineral, vegetal y animal, en su lectura analógica que va del macro al microcosmos. Pensaba que el paradigma simbólico no permitiría cambios, por la fuerza convencional en la que apoya su sentido cada objeto en la mitología. Pero si avanzamos por contextos de relectura, en los territorios donde las astrólogas transitan, notamos que el reino animal también se arraiga en otros cuerpos: lenguaje, voz, escritura, epígrafes, nombres, y más cuerpos: casa, paredes, ventanas; y otras clases de cuerpos: espejos, reflejos, utensilios cóncavos, miedos, compañeros o presencias transitorias. Con el poema ‘Desnudez y germinación’ que se ubica antes del cierre del primer canto, recibí declaraciones abiertas sobre la propia poética: “Escribo en una casa antigua/ de lámparas apagadas./ Escribo como si nadie condenara/ las escrituras domésticas. Esa es mi rebeldía.” El trayecto no siempre fue oscuro, pero necesité volver a páginas previas y conectarlas.

Al cierre de mi lectura, repaso y condenso para intuir que hay un orden científico pero contemplado; hemos generado conocimiento nuevo a partir de la poesía, no es la idea lo que otorga existencia, lo que otorga experiencia, lo que otorga verdades, no es el pensamiento lo que permite posicionar otras filosofías, es el cuerpo, y se trata de un cuerpo astillado, metáfora del orden que pudieran ocupar los cuatro asteroides en nuestras cartas natales. Astillada es la cuerpa, la que ha sido convocada y reunida pero, al mismo tiempo, la que debe dejar caer todo lo que sabe para que se rompa.

Si vuelvo a leer, para intentar olvidar todo lo que sé, no puedo dejar de mencionar otros cruces que tejen esta red: hallamos un pronunciamiento contra la explotación de los llamados recursos naturales, la Tierra, esa mujer cansada. Por ello, el tratamiento dado a un arquetipo no convencional como el de Palas, mujer guerrera, en ningún momento se asocia a una acción violenta en la poética de Nadia. Antes bien, hay valentía y mucha. De manera más directa, la voz lírica también detiene su narrativa para hacer referencia a su propia enunciación, a la escritura misma, a su lenguaje, al poemario que está borrando, reescribiendo, como si hablara de una retrogradación, como si el mapa celeste fuera su hoja en blanco y la autora quisiera dejar provisionales trazos para que otras miradas la completen, y sin temor al vacío.

Podemos concluir que existe una riquísima aproximación al modus vivendi amoroso enunciado por Dante en el último verso de su más citada obra. Desde luego, es otra mirada y no es el mismo cielo que mira, pero, en efecto, vibra la armonía porque Nadia nos ofrece una forma de acompañamiento suave pero firme hacia la raíz oscura de los astros.

*Con algunas modificaciones, esta versión tiene como base el texto leído en la presentación del libro, el sábado 18 de agosto de 2023 en el Centro Cultural José Martí.

LA RAÍZ NEGRA DE LOS ASTROS

Nadia Escalante Andrade

LA AUSENCIA DE ESPEJOS EN LA CASA QUE AMAS

¿Se puede culpar a una red por tener agujeros?

Maggie Nelson

Escribí para ocupar esta casa:

invoqué a las habitantes de mi pensamiento.

A su llegada, cortaron la cuerda que mantenía en suspenso mi vida y volví a dudar si lo no dicho está en lo dicho.

¿Se puede culpar al lenguaje por fracasar en su propósito?

Entonces mi mayor placer era observar las telarañas, redes de vida que nos protegen, y que otros confunden con el abandono y la muerte.

¿Se puede culpar a una red por ser un ardid?

Ahí quedan los cuerpos,

en la escritura invisible de la tela.

La mirada también cae en la trampa:

el territorio de seda ya no es una metáfora.

Las palabras dejan de perseguir a las cosas, quedan quietas:

algo atraparán si permanecen alerta el tiempo suficiente.

     DESNUDEz Y GERMINACIÓN

Escribo en una casa antigua

de lámparas apagadas.

Escribo como si nadie condenara las escrituras domésticas.

Es esa mi rebeldía.

La de sentarme

en las sillas de la casa en que nací, a la mesa que ahora me pertenece y asumir lo heredado.

No hablo de nostalgia.

Excavé en busca de tesoros

y encontré montones de carbón, pero aprendí a cuidar lo vivo,

lo que transita en esta casa

en un vaivén de savia y sangre.

Aprendí el ritmo de la desnudez y la germinación.

Aprendí a reparar las lámparas.

Antes, no quise el regreso.

 

La ciudad, la calle

y la casa en que nací

azuzaban el miedo

de convertirme en esta casa,

esta calle, esta ciudad.

El derrumbe y el tedio

posterior al derrumbe.

Y, sin embargo,

se mueve.

No encontré un espejo sino una hoja vacía.

El pasado fue el sitio abierto para comenzar la escritura.

Aquí no llegan los fantasmas porque los objetos están vivos.

    UNA HISTORIA SOBRE EL DESEO

Eran anfibias, medusas de paciencia roja, noche en gotas gruesas: turmalinas. Las llamé por sus nombres falsos: paraíbas, elbaítas, chorlos, rubelitas. Acroítas, las que son de aire y a él vuelven. Hablé con cada una, las guardé en los ojos. Creí que mi deseo desaparecería si tomaba la mina entera, entonces llevé sólo tres conmigo.

Escondí mi deseo bajo tierra: escuché el rumor desprenderse de mis manos, pero supe que el aplazamiento es una estrategia inútil, quien recurre a él quiere en secreto conservar lo suyo para no perderlo nunca.

Atendí el impulso, pulí en las madrugadas la ansiedad de la vigilia. Fui por caminos de gozo; sus puentes y fronteras, el reflejo de las piedras en las paredes de mi casa.

Si el deseo imanta mi cuerpo todavía, ¿es esta la gravedad que me sostiene? Si enterré la avidez para que brotara en su latencia mineral, ¿ardería como el fuego que encuentra una casa?

¿O gestaría un bosque, desde lo profundo? La esperanza genética.

Día tras día pulí mis piedras, pero dejaron de brillar. Se apagaban lentas, junto a la lámpara de luz fría. Y yo me apagaba con ellas. Para que una gema viva debe mantenerse a salvo el monstruo que la nutre. “Debajo de esta casa nace un bosque”, intenté consolarme, pero no, los bosques no son monstruos.

La luz debajo de la casa me pide ahora que me hunda, que me entregue hasta convertirme en esa luz, el origen de las piedras de maravilla. Por eso dicen que quienes las buscamos nos volvemos una de ellas, y también el monstruo subterráneo, el brillo que no duda.

     LUNA NUEVA EN CAPRICORNIO

De mis antepasadas heredé la

voluntad de ver

el lado oculto de la Luna.

También los cortes, las tijeras

para desprenderme de lazos antiguos y nutrir un hogar nuevo.

Las palabras que ahora escribo, en luna nueva en Capricornio, en esta casa heredada,

tienen curvas y picos, ángulos y trazos abiertos:

anzuelos que apresan lo que no es palabra.

La trama y la urdimbre, la paciencia de la araña,

y el viaje de la abeja y la semilla;

lo que elijo decir y lo que callo,

lo que borro, reescribo, lo que agrego, es la casa que se alumbra en el poema,

la casa que renace en la voz de las que vienen.

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LV