Izquierda y derecha compatibles

El liberalismo clásico y el socialismo marxista son refinados productos culturales de matriz científica y origen europeo que constituyen la esencia o núcleo del pensamiento político y social de vanguardia
miércoles, 20 de marzo de 2024 · 10:59

Las ideas políticas no hicieron a la humanidad, sino a la inversa. Ningún líder posee poder para cambiar el curso de la historia que avanza ineluctablemente del pasado al futuro. Tal vez alguno, para usar a capricho las armas atómicas, puede destruir la civilización, pero no podrá sustituirla ni recrearla.

La cultura que en su más amplia acepción incluye la cultura humanística y política, posee una lógica propia, que espontáneamente suma los aportes más valiosos de la práctica social y del pensamiento convirtiéndolos en elementos civilizatorios.

Asimismo, sin importar lo que sus protagonistas crean, descarta lo intrascendente. La cultura universal es capital común de la humanidad. El liberalismo clásico y el socialismo marxista son refinados productos culturales de matriz científica y origen europeo que constituyen la esencia o núcleo del pensamiento político y social de vanguardia, el cual, aplicado a las estructuras sociales asociadas a la convivencia, especialmente al Estado y al Derecho, condujeron a la instalación de modelos políticos que disfrutan del consenso de las élites avanzadas y de las mayorías.

La idea de oponer hasta el antagonismo al liberalismo clásico que reivindica las libertades y los derechos humanos y civiles con el socialismo que aporta los ideales de justicia social, equidad, y participación plena es resultado, del modo erróneo como la mentalidad soviética enfocó e impuso su concepción de las luchas de clases y la construcción del socialismo.

Aquella errada visión que desde posiciones doctrinarias dogmáticas partió de la renuncia a contenidos que, como la democracia y la soberanía, las libertades y los derechos humanos que, aunque no realizados plenamente, son portadores de lo más logrado por la humanidad, sustituyéndolos por elucubraciones que, aunque bien intencionadas, carecían de virtualidad para trascender.

Ese equívoco, en parte, explica por qué, a pesar de detentar el poder durante 70 años y de realizar portentosas hazañas fruto del heroísmo colectivo, aquella versión no pudo consolidarse como alternativa viable al capitalismo. Ello se debe a que su propuesta no era mejor.

El modelo económico no era superior y la propuesta política estaba plagada de notables déficit de democracia, libertades, derechos humanos y de pluralidad ideológica, cultural y política. Los resultados están a la vista e insistir en el empeño carece de sentido.

Aquel enfoque, cuyas intenciones son encomiables, era filosófica e ideológicamente exclusivista, hasta el punto de auspiciar un pensamiento único basado en dogmas y pretendidas verdades absolutas, sectario porque excluyó a todas las capas y clases no proletarias, incluso a la socialdemocracia de matriz marxista y a todas las expresiones de la fe que fueron consideradas, opio del pueblo.

Debido a su capacidad para, aplicando formas de compulsión, hegemonizar a escala mundial el pensamiento de la izquierda afiliada a las ideas marxistas, especialmente a los partidos y militantes comunistas del mundo, el pensamiento filosófico y político soviético generó deformaciones que, a escala global desnaturalizaron las concepciones de la izquierda y todavía hoy son fuente de enormes confusiones.

Todo ello cuando era visible que la entronización de la democracia, junto a la instalación de valores y el ejercicio de los derechos civiles y las libertades de conciencia y de culto, y la multiculturalidad y otros elementos ligados al progreso general, permitieron la convivencia de corrientes políticas, ideologías, doctrinas jurídicas y etnias diferentes.

En estos días algunos autores, aludiendo a situaciones circunstanciales, han retomado la crítica a lo que llaman izquierda compatible, la cual mencionan como una aberración creada por la CIA que, obviamente, como cualquier otro servicio, aprovecha cuanto nicho se le presenta para realizar sus fines.

La compatibilidad de la izquierda y la derecha, como la del capital y el trabajo, la lucha de clases y la paz social, entre otros muchos valores y estructuras, son realidades del mundo abierto de la democracia. Karl Marx, un prusiano que en plena juventud fue convertido en apátrida al ser expulsado de su país, prohibiéndole residir en casi toda Europa, recaló en Londres donde vivió durante 31 años, escribió sus obras científicas de mayor calado, trabajó como corresponsal de un periódico de Nueva York durante más de 10 años y desplegó lo más fecundo de su labor política convirtiéndose en el primer líder socialista internacional, sin ser molestado. Medio siglo después, Vladimir I. Lenin hizo lo mismo en Suiza, donde residió por casi una década.

Ellos fueron socialistas compatibles porque los regímenes liberales bajo cuyas banderas actuaron permitieron la actividad política de sus más relevantes críticos. Siempre he creído que, por razones filosóficas y estructurales, el socialismo puede ser más democrático y abierto que el capitalismo, condición sine qua non para aspirar a ser exitoso. Es tarde para nuevas exclusiones y para tratar de hacer política con misiles y mediante la guerra. Cuando la izquierda y la derecha, así como el Gobierno y la oposición, dejan de ser compatibles, algo anda mal en el organismo social.

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