Discurso vs. realidad

domingo, 18 de febrero de 2024 · 08:54

Hace algunas semanas tuve oportunidad de hablar en esta columna de Jorge Iván González, entonces director del Departamento Nacional de Planeación (DNP) de Colombia, quien desafortunadamente renunció al cargo pocos meses después de posesionado y luego de elaborar y dejar en firme el Plan Nacional de Desarrollo.

González, filósofo y economista, conocido como El Sabio, hizo parte durante muchos años del cuerpo de investigadores del Centro de Investigación y Educación Popular (Cinep) de los jesuitas, dirigido durante largo tiempo por el Padre Francisco de Roux -Pacho-, presidente de la Comisión de la Verdad, y desde hace décadas profesor e investigador de la Facultad de Economía de la Universidad Nacional y de la de Los Andes, y consultor de organismos internacionales.

Su nombramiento había sido saludado como un gran acierto por sus dotes intelectuales, pero, sobre todo, por su gran experiencia y conocimiento de la realidad concreta de Colombia, más allá de los ámbitos académicos, y su natural sencillo y concertador.

El Plan Nacional de Desarrollo (PND) diseñado bajo su dirección, fue recibido como técnicamente acertado y por apuntar al desarrollo social con cuidado ambiental y justicia social presentes en el discurso del presidente Gustavo Petro desde su campaña presidencial, a la cual asesoró: “El punto central del Plan Nacional de Desarrollo es la apuesta por el desarrollo territorial alrededor del agua”. Abrió la puerta para que el Gobierno pudiera trabajar con la empresa privada, tal como había esbozado el Presidente cuando hablaba del gran acuerdo nacional que debía incluirlos: “Este Gobierno envía el mensaje para trabajar con el sector privado y apalancar el desarrollo”. Participó en el Congreso de la Asociación Nacional de Industriales (Andi) para convocarlos y articular la inversión hacia la creación de condiciones de desarrollo económico.

Ese Plan se nutrió con los aportes de numerosos foros regionales en todo el país para recoger las principales demandas y armonizarlas en un proyecto nacional. La academia y los empresarios saludaron el nuevo Plan, cuyo riguroso componente técnico estaba informado por la relación entre el sentimiento y la racionalidad en la teoría económica.

El entusiasmo se vio de pronto nublado por una noticia que al principio creímos falsa: El Sabio había renunciado. Su carta de renuncia es una pieza fraternal y muy diplomática, en la cual agradece el honor de haber podido acompañar a este Gobierno y resalta el trabajo de sus colaboradores y congresistas que apoyaron la aprobación del Plan: “Fue un ejercicio colectivo inédito”.

Después sabríamos que en una tensa reunión del Gabinete, el presidente Petro hizo reclamos ásperos a algunos ministros e incluyó en ellos a González porque los proyectos no iban con la celeridad que él deseaba, y le pidió la renuncia.

El pasado viernes El Sabio rompió su silencio en una columna de prensa titulada Facticidad y validez, en la cual señala que el programa de Gobierno del presidente Petro es válido “pero más allá de la validez intrínseca del discurso, la puesta en acción de las ideas requiere de la facticidad… y estas limitaciones intrínsecas alimentan desesperanzas y generan frustraciones. Los electores sienten que las promesas no se cumplen y que las realizaciones no llenan sus expectativas”.

Debido a esa tensión, “el conflicto se volvió insalvable… La absolutización de la bondad del discurso llevó a desconocer la complejidad de su realización práctica. Quizás allí radique el motivo último que hizo inviable mi continuidad en la dirección del Departamento Nacional de Planeación”.

González fundamenta su argumento en el concepto de facticidad y validez del filósofo y sociólogo alemán Jürgen Habermas; yo sólo quiero traerlo aquí porque refleja la frustración de muchos seguidores de la Colombia Humana del presidente Gustavo Petro, que apoyan completamente su discurso, pero ven cada día desperdiciar oportunidades de llevarlo a la práctica por negar tozudamente la realidad y sus complejidades, así como la dificultad para articular un equipo de trabajo con vocación de permanencia para aterrizar las propuestas de cambio socia

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