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La política y las relaciones políticas se construyen y se promueven con palabras. Nada en esa esfera es más pertinente que el diálogo y la relación personal, razones por las cuales, en la zaga del cataclismo provocado por Donald Trump, se concede relevancia a la conversación que por teléfono sostuvieron los presidentes Joe Biden de Estados Unidos y Xi Jinping de China.

 En los años ochenta, durante una reflexión sobre el conflicto entre Estados Unidos y Cuba, entonces estancado y que parecía insoluble, un funcionario cubano me dijo: “El mayor problema es que los líderes de ambos países, hablan unos de otros, pero no entre sí…se critican, pero no se saludan…”

Aquella persona, fue visionario. Cuando Barack Obama y Raúl Castro hablaron, el escepticismo se convirtió en esperanza y la esperanza en hechos políticos tangibles. El primer saludo ocurrió en Sudáfrica en 2013 durante las honras fúnebres al presidente Mandela. Cuentan que Obama dio el primer paso al detenerse para saludar a Raúl que estrechó la mano tendida y, para evitar cualquier mal entendido le aclaró: “Yo soy Castro…” El americano sonrió y el hielo se rompió.

El encuentro marcó el inicio de una fructífera relación que llevaría a otros tres, Panamá en 2015, Nueva York en el propio año y La Habana en 2016. La comunicación influyó en las negociaciones que, en 2014 condujeron al anuncio del restablecimiento de las relaciones diplomáticas, a la reapertura de las embajadas en Washington y La Habana y en 2016 a la visita del presidente estadounidense a la capital cubana, a donde llegó con su familia. Nunca, de modo oficial, un mandatario de Estados Unidos había visitado la Isla. 

El deshielo entre Washington y La Habana fue favorecido por la convicción del presidente estadounidense de que la política de bloqueo de los Estados Unidos hacia la Revolución Cubana había fracasado y en lugar de aislar a Cuba, aisló a Estados Unidos y fue decisiva la determinación del general de Ejército Raúl Castro que sin vacilar, sin presentar exigencias maximalistas y sin prejuicios, aprovechó la única oportunidad que en cincuenta años se presentó para resolver problemas nodales de la nación cubana.

Un elemento importante fue la coyuntura política latinoamericana caracterizada por la existencia de una docena de gobernantes progresistas y de izquierda que presionaron a Estados Unidos. Obviamente, Obama y su administración tomaron nota de la apertura con que Cuba encaró el proceso y de las reformas en curso promovidas por el presidente cubano.

El hecho de que en La Habana el mandatario estadounidense, además de con la dirección cubana haya establecido contactos con el pueblo al reunirse con emprendedores, hablado en el Teatro Nacional y participado como espectador en un juego de béisbol, creó un ambiente extraordinariamente positivo.

Ante el pueblo cubano y su presidente Raúl Castro, Obama declaró que: “…Estados Unidos no tiene ni la capacidad ni la intención de imponer cambios en Cuba…” Todavía me parece que mereció la pena resistir, luchar y trabajar para ser testigo de semejante declaración.

De ese modo se dieron formidables pasos al encuentro y en la dirección correcta. Todo fue posible porque ambos estadistas hicieron lo que deben hacer quienes conducen con lucidez a sus pueblos: Obviar prejuicios, evadir obstáculos, aplazar exigencias circunstanciales y sencillamente…hablar. Biden y Xi Jinping lo saben y, mientras no puedan hacerlo personalmente, dialogan por teléfono. En política, algo es mucho. Allá nos vemos

Por Jorge Gómez Barata