Globalizar la tolerancia

sábado, 13 de noviembre de 2021 · 12:53

La Era moderna comenzó con la expulsión de los “moros” de España, la conquista y colonización del Nuevo Mundo y el inicio del comercio de esclavos africanos. Para los pueblos oscuros comenzó un Víacrucis. El racismo, la segregación racial, el antisemitismo y el apartheid figuran entre los más odiosos productos del auge civilizatorio occidental. Quinientos años después, la barrera en que fue convertido el color de la piel, comenzó a ser derribada por jóvenes descendientes de africanos, nacidos latinoamericanos, estadounidenses y africanos que cautivaron al mundo, con sus habilidades excepcionales y con la entereza moral con que reivindicaron sus derechos y confrontaron los prejuicios que los excluían. 

En 1880, Frank Hart, un maratonista originario de Haití se convirtió en una de las primeras estrellas deportivas negras de Estados Unidos cuando en el Madison Square Garden de Nueva York ganó una carrera de seis días en los cuales anduvo 565 millas (894.7 km). En la Olimpiada de Estocolmo en 1912, Jim Thorpe, descendiente de “pieles rojas” americanos, se convirtió en campeón olímpico de pentatlón y decatlón, medallas de las que fue luego despojado. En 1999 Associated Press lo designó como el tercer atleta más grande del siglo XX en los Estados Unidos. Entre los hitos de una historia plagada de batallas colosales, fi gura las epopeyas protagonizadas por Jesse Owens que desafió a Adolf Hitler al ganar cuatro medallas de oro en la olimpiada de Berlín en 1936 y Joe Louis, afroamericano, 21 veces campeón mundial de pesos pesados que, en pelea revancha, en 1938, derrotó a Max Schmeling, atleta alemán convertido por Hitler y Joseph Goebbels en símbolo de la superioridad de la raza aria, cosa que él no quería ser. Ninguna hazaña social y deportiva ha superado la de Jackie Robinson, primer pelotero negro que en 1947 debutó con los Dodgers en las Grandes ligas. La suma de humillaciones, desaires, y malos tratos que soportó, sólo es equiparable con la gloria alcanzada y la grandeza que su entereza moral, proporcionaron al beisbol.

En tiempos más recientes, el acceso a los deportes practicados por las élites blancas ha sido encabezado por el británico Lewis Hamilton, primer campeón negro Fórmula Uno, Tiger Woods, afroamericano considerado uno de los golfistas más importantes de todos los tiempos, y las tenistas Althea Gibson y Serena Williams, encantadoras damas morenas cuya impronta quedara para siempre en los anales del deporte femenino universal. Por intermedio de cientos de relevantes atletas, antes de que lo hicieran la economía, la tecnología, el fútbol y el béisbol, dieron lugar a genuinos liderazgos mundiales, a lo cual contribuyeron poderosamente atletas como Edson Arantes do Nascimento “Pelé” y Diego Armando Maradona que junto con el argentino Leo Messi y el portugués Cristiano Ronaldo son ídolos de la juventud del planeta, hecho que convierte en los primeros atletas realmente globales.

Es magnífico que las selecciones nacionales europeas y los más importantes clubes de todo el mundo, se nutran con africanos y latinoamericanos y que en las Grandes Ligas de los Estados Unidos en la temporada 2021, militaron 256 jugadores extranjeros, 228 de ellos latinoamericanos: 98 dominicanos, 64 venezolanos, 19 de Cuba, 18 de Puerto Rico y 11 de México. No todo es cuestión de “blancos y negros”. Según Scott Anthony, de BBC, la idea que un futbolista pudiera unir naciones, clases sociales y razas fue introducida desde África por el británico Stanley Matthews que, en 1956, fue a Ghana donde inspiró al presidente Kwame Nkrumah para utilizar el deporte como elemento de unificación nacional y panafricana. “Ir a las zonas negras de Sudáfrica, hizo mella en el armazón del apartheid”, recordó el arzobispo sudafricano Desmond Tutu.

Como lamentable excepción a la internacionalización del deporte que prevalece a escala planetarias, figura Cuba cuyos atletas desde hace 60 años son excluidos por el bloqueo del acceso al mercado de Estados Unidos, lo cual es particularmente sensible en el beisbol que tiene en Norteamérica, la sede de las mejores y mayores ligas y clubes. A las exclusiones derivadas del conflicto político con los Estados Unidos, que dificulta la inserción de deportistas cubanos en los mercados norteamericanos, se sumaron los límites que otrora fueron autoimpuestos por razones conceptuales y reservas con el deporte profesional, situación felizmente rectificada. En sus esencias más profunda, el espíritu de la globalización es incompatible con cualquier discriminación que por cualesquiera razones se imponga en cualquier esfera de la vida social. Castigar a países y pueblos e impedir los intercambios culturales y deportivos es exactamente lo contrario a las mejores corrientes civilizatorias de la contemporaneidad. A las puertas de la gloria: dejad las mezquindades. 

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