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Gabriel Guerra Castellanos

No existe un momento ideal para visitar Washington DC cuando tu anfitrión se llama Donald Trump y te convida a la Casa Blanca. El presidente de los Estados Unidos de América no es precisamente un hombre mesurado ni predecible, sus pronunciamientos en casi todo lo que a México respecta suelen ser ofensivos o incendiarios, y su situación actual frente a los grandes desafíos que enfrenta simultáneamente (la pandemia, la crisis económica, las protestas masivas contra el racismo institucional y sus prospectos electorales) es de extrema fragilidad.

El sentido común y la lógica indicarían que el presidente de México no debería haber aceptado la invitación de su contraparte estadounidense, pero esos dos conceptos no aplican a la relación con el presidente de la todavía nación más poderosa del mundo. Y es que Trump es impulsivo, rencoroso y dado a palabras y acciones intempestivas, pero ha establecido una relación de aparente amistad y respeto con el presidente de México. En parte por sus propios méritos y los de su Canciller, en parte por el contraste con su antecesor (a quien Trump no soportaba) y en parte por buena suerte, Andrés Manuel López Obrador puede presumir que ha logrado sobrellevar la relación más difícil y compleja con un inquilino de la Casa Blanca desde los gélidos tiempos de la desafortunada visita de James Carter a José López Portillo.

El discurso oficial y oficialista se han centrado en la importancia de la entrada en vigor del TMEC como razón suficiente para llevar a cabo la visita. Otros aducen la importancia de la relación bilateral. Discrepo: el TMEC no requiere de esta reunión para arrancar (tanto así que el Premier canadiense, Justin Trudeau, no estará presente) y la relación bilateral es igual de importante ahora que hace seis o dentro de seis meses.

Los críticos de la visita se enfocan en dos temas serios y en una sarta de superficialidades: el momento electoral que vive EU (tienen razón) y las múltiples ofensas proferidas por DT a México. En este segundo punto se dividen las opiniones, entre quienes opinan que no debería ir y quienes argumentan que tendría que “decirle sus verdades” y responder con dignidad. En ese punto debo, muy a mi pesar, discrepar, pues la brutal asimetría de la relación haría casi suicida un acto de ese tipo.

No por conocido sobra recordar algunas cosas: EU es el principal socio comercial de México y su primera fuente de inversión extranjera. Las remesas que envían mexicanos es la mayor fuente de divisas y muchos millones de mexicanos dependen para su subsistencia de un comercio fluido y un flujo fronterizo ininterrumpido.

Nada de eso significa que los intereses y la dignidad mexicana deban someterse a los caprichos del inquilino de la Casa Blanca, sólo que en una relación tan dispareja es mucho más lo que se logra en la mesa de negociaciones y con una buena relación entre presidentes que lo que se puede alcanzar en el retorno al viejo discurso patriotero del siglo pasado.

Son muchos y muy importantes los temas bilaterales y espero que algunos se aborden durante la visita. Más allá de lo económico y comercial, hay asuntos de seguridad fronteriza, migración, cooperación internacional, que merecen atención.

Es una pena que el presidente mexicano no tenga contemplado un encuentro con representantes de las comunidades de migrantes o un diálogo con el Congreso o con representantes de otras fuerzas políticas distintas a la de Trump. Esto nos puede costar muy caro si los resultados electorales en noviembre favorecen a los Demócratas.

Pero estamos en el ahora, y en este momento no era plausible decir que no a la invitación y mucho menos lo sería llegar envueltos en la bandera de la retórica patriotera. Es triste, pero esa es nuestra realidad.

Twitter: @gabrielguerrac

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