Casa Crisal dará refugio a niñas afganas en Mérida; eran prostituidas

Actualmente Casa Crisal refugia a 16 niñas y adolescentes de entre 7 y 16 años de edad a quienes se les brinda apoyo para que sean independientes y profesionistas
lunes, 4 de abril de 2022 · 10:15

Convertida en una casa de seguridad internacional, la primera de Latinoamérica en su tipo, Casa Crisal, que apoya a niñas y adolescentes a “volar de nuevo”, se alista para recibir a dos jovencitas de Afganistán, quienes sufrieron abuso sexual, y una más, rescatada de las garras de los tratantes que la prostituían, informó la directora María Jesús Ocaña Dorantes.

“Hay lugares (en países del Medio Oriente) donde ponen letreros en los mercados que dicen: ‘hoy, venta de semillas’… son niñas desde los dos años, que sus mismos padres y familia venden. Las llaman así porque (quien las adquiere) va a ‘sembrar en ellas lo que quieran ser’. Hay gente mala que va y compra diez semillas y se las lleva para prostitución infantil, es por eso que ahora esperamos la llegada de niñas de tres a seis años a las que podemos ayudar a reconstruir su infancia y no quebrantar lo poco que les queda de su niñez”, explica.

Con el arribo de estas pequeñas extranjeras, el refugio, que actualmente cuida a 16 niñas y adolescentes, de entre siete y 16 años de edad, extenderá su apoyo a “oruguitas”, niñas de entre tres y seis años de edad, una etapa previa a las edades de que reciben actualmente. El calificativo se basa en que el desarrollo de las internas se basa en la metáfora de la evolución de las mariposas.

En entrevista exclusiva, Ocaña Dorantes, sobreviviente de la violencia, asegura que Casa Crisal, que nació en el 2009, el éxito del proyecto se mide también en que hoy día muchas de las pequeñas “egresadas” han logrado la independencia, estudian o son profesionistas.

“Me entregan niñas sobrevivientes y entrego a la sociedad a una persona que tiene un proyecto de vida”, explica.

La fundadora del refugio explicó que una persona que es víctima de violencia sexual es una potencial agresora, por lo que, a través de una metodología humanista y conductista se busca cambiar sus enfoques para “fortalecer el desarrollo y crecimiento”.

“Lo primero que hacemos cuando las recibimos es decirles que aquí no tienen por qué huir, si te quieres ir nos avisas, avisamos a las autoridades (de) que no quieres estar aquí y te abrimos las puertas, sólo te pedimos dos cosas: que nos digas dónde vas y de qué quieres escapar”, explicó.

Dijo sentirse satisfecha y orgullosa de que, al fin, tras una lucha constante, en el 2021 se haya otorgado el reconocimiento de mujeres al grupo de niñas vulnerables, pues desde que abrió Casa Crisal había batallado para que se les viera así, ya que, como eran menores, no tenían acceso a ninguna política pública.

Es por eso que ahora, el refugio es una casa de seguridad que aporta ayuda a nivel nacional e internacional y que es única, en México y en Latinoamérica. El trabajo que desarrollan está apoyado por diferentes instituciones del Gobierno del Estado.

Sin embargo, Crisal, a causa de la pandemia, ha tenido una reducción de ingresos significativa, principalmente de aportaciones públicas, lo que complica e impide utilizar toda la capacidad de sus instalaciones; la asociación civil que las ayuda a sostenerse realiza actividades de recaudación, pero resultan insuficientes.

“Tocaré puertas, recorreré el camino que tenga que recorrer y lucharé incansablemente para que ellas puedan seguir teniendo esta casa… la pandemia nos golpeó duramente como a todos, pero saldremos adelantes (…) Nuestro propósito es abrir más casas de seguridad en puntos estratégicos en el país para que niñas de todos lados tengan adónde acudir y las autoridades sepan adónde llevarlas en caso de que sufran abuso o sean víctimas de algún delito sexual”, reiteró.

Un trágico camino sin retorno

Nada más elocuente ni directo que una carretera marcó el camino que María de Jesús Ocaña Dorantes iba a seguir en su vida, pero no de la mejor manera: la imagen era dantesca, con dos recién nacidos tirados sobre el asfalto, uno de ellos muerto…

“Los tomé en mis brazos y los traje a Mérida… ha sido el viaje más largo y angustiante de mi vida, estaba furiosa pensando qué monstruo había hecho tal cosa”…

El “monstruo” era en realidad una adolescente de 13 años de edad, víctima de violación a manos de su patrón y cuya madre la llevó al monte para que abortara. “En ese momento me di cuenta que la realidad de muchas jovencitas, víctimas de delitos sexuales; en ese entonces no tenían cabida en ningún lugar, pues en el Caimede tenía edad límite de 12 años… eran enviadas a ‘menores infractores’, aunque no eran delincuentes, o al hospital psiquiátrico, abandonadas y sin esperanzas” explicó.

De ahí nació la idea de rescatar a las jóvenes y romper el círculo de violencia, para ofrecerles la oportunidad de tener una vida libre de ataques. Sin embargo, no fue una tarea fácil, tocar muchas puertas, peregrinar con decenas de autoridades; no fue sino hasta que Celia Rivas, entonces Procuradora de la Defensa del Menor y la Familia (Prodemefa), respaldó legalmente el proyecto.

“Cuando me dieron al primer grupo de niñas, me habían prestado una casa por una cliente que tenía de años, una señora de la tercera edad que ya falleció, la vivienda se encontraba en el barrio de Santiago, al momento de hacer las denuncias por los casos de las niñas, un grupo de personas entró a la casa a golpearnos y a amenazarnos por haber hecho que sus colegas fueran a la cárcel; muchos decidieron salirse del proyecto y, sinceramente, yo también quería salirme, me preguntaba en qué me había metido, y estaba buscando la manera de deslindarme”, recordó.

Sin embargo, otro acontecimiento le sacudió la conciencia, cuando, a punto de sentarse a cenar con su familia, recibió una llamada de emergencia de una de sus colaboradoras: una de las niñas del refugio estaba a punto de lanzarse del techo. Casi sin pensarlo, se subió a un árbol buscando llegar hasta el techo, pero se quedó atorada. Cuando alzó la vista, la joven estaba frente a ella, desnuda, bajo la lluvia.

La adolescente, un tanto contrariada, alcanzó a preguntarle a María de Jesús por qué estaba ahí. La respuesta fue simple, pero contundente: “Vengo por ti… porque me importas”. La joven cambió el semblante, bajaron juntas y vio de cerca las cicatrices queloides de la casi niña; “me impacté, cuando bajamos, me dijeron que antes de subir había roto un vaso y se había comido el vidrio con la intención de desangrarse, pero ella decidió que quería ir al hospital, y en ese momento todas las niñas se convirtieron en una familia y me dijeron: “No la dejes morir, mami”.

A la joven le habían quitado un riñón para venderlo, le habían extirpado los ovarios para que nunca tuviera hijos y le habían destrozado otros órganos; por eso no quería vivir. Para reforzar el trágico cuadro el ultrasonido reveló que debía ser operada porque los vidrios estaban en el estómago.

Tras el acontecimiento, María Jesús reestructuro la organización, ahora con una metodología conductista, donde implementaba tres fases con la finalidad de empoderar a las jovencitas: autoconocimiento, confrontación y definición en su proyecto de vida.

Actualmente, a sus 50 años, sigue tomando cursos, maestrías y talleres para brindarles a las chicas, todo el apoyo posible para su reintegración social y su rehabilitación emocional, pues se ha convertido en la familia que ellas necesitan, enseñándoles tener confianza en sí mismas, y tener el control de su cuerpo, mente y corazón.

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CC