Don José dejó la Naval para ser soldador en Mérida, conoce su historia

José Urtecho, de 69 años, no se arrepintió de dejar la Marina cuando su mamá enfermó, ya que pudo verla antes de fallecer
lunes, 29 de marzo de 2021 · 14:30

A sus 69 años de edad, José Moisés Urtecho Fuentes dijo que se siente una persona realizada “No soy rico ni tengo muchos bienes, pero gracias a mi chichí (abuela), Dulia Urtecho, que me pedía que fuera un profesionista al final de cuentas, y por lo que decía uno de mis primos, terminé convirtiéndome en un técnico soldador”.

Urtecho Fuentes nació y creció por el rumbo del entonces Camino Real o salida hacia el vecino estado de Campeche, calle 81 entre la 74 y 76, donde vivió su abuela. Ahí mismo se reunía y jugaba con sus primos.

Como era el menor de todos (siete años de edad), no entendía por qué su abuelita pedía a sus primos que estudiaran la carrera de moda de ese entonces Contador Público Titulado, pero uno de ellos, que le duplicaba la edad, le respondía que el futuro era para los técnicos, palabra que se le quedó clavada en la mente, aunque no sabía qué era esa profesión.

Con el paso de los años, logró terminar su primaria e intentó ingresar a una escuela secundaria, pero como había mucha demanda y no contaba con un “padrino” que lo apoyara, resulta que salió rebotado (no aceptado).

Pero tanto su abuelita como su mamá le dijeron: “No, muchacho, nada de reprobado, aquí tienes que estudiar y trabajar”, por lo que se inscribió en la Escuela Técnica Industrial y Comercial (ETIC-105), hoy ETI, ubicada por el rumbo de la T-1, en el año de 1968.

En esa escuela conoció a su maestro, Ruy Canul Villanueva, y otro, cuyo nombre no pudo recordar, al que todos lo llamaban Contreras o “Contreritas”, que enseñaba soldadura autógena y eléctrica, ésta última la impartía el primero, aunque ambos dominaban las dos técnicas.

Como era escuela para adultos, las clases eran de 15:00 a 21:00 horas, 15:00 a 16:30, fueron de teoría y, después de media hora de descanso, de 17:00 horas en adelante los ponía a practicar lo que habían recibido en teoría. Incluso, aprendían de seguridad industrial, que no sabía para qué servía, hasta que le explicaron que se trataba de acciones para evitar accidentes.

Debido a que era uno de los más jóvenes, no comprendía por qué les pedían usar ropa interior negra, hasta que le explicaron que era para evitar que los rayos ultravioleta no los afecte y se conviertan en personas estériles. En otra ocasión, uno de sus compañeros le pidió permiso al maestro para utilizar el esmeril, y, cuando éste le sugirió que se colocara unos lentes de protección, el alumno se negó, por lo que lo sacó de la clase y le pidió que regresara al otro día.

Al día siguiente, el maestro les explicó que para trabajar en un taller de soldadura deben cumplir con las normas de seguridad, porque al usar un esmeril, uno se puede lesionar la vista con una chispa o podría sufrir alguna quemadura.

El curso tardó un año, pero considera que aprendió lo suficiente como para ser técnico en soldador. Ahora este tipo de enseñanzas tardan tres meses, con dos horas de clase, que se reducen a 60 días, si es que asisten diario.

Su ingreso a la Marina

A los 18 años de edad, dos amigos que querían ser policías o soldados, lo invitaron a ingresar a la Naval, donde trabajó 14 años. En cierta ocasión, cuando el barco estaba anclado en Isla Mujeres, donde conoció a su amigo Carlos Mingue, se enteró de que había un curso de diseño en máquinas y herramientas. Se inscribió y pasó el examen, entonces la Marina lo envió a la Ciudad de México, donde de nueva cuenta aprendió más sobre soldadura.

Pero, al enterarse de que su mamá Josefina Fuentes, persona de avanzada edad, estaba enferma, y temiendo no volver a verla, prefirió darse de baja, solicitud que tuvo que presentar en tres ocasiones. Hoy y a la distancia, señaló, “no me arrepiento, porque pude estar cerca de ella y ver que falleciera”.

A su regreso a Mérida

Al no tener ingresos comenzó a pensar en qué iba a trabajar y fue cuando comenzó a promoverse como soldador, para realizar reparaciones a domicilio, servicio que nadie quería hacer, porque les daba flojera tener que cargar su maquinaria para soldar, y resultó que le fue muy bien.

“Bajadores de frutas”

José Urtecho comentó que tiene la fortuna de ser conocido y solicitado gracias a la sección de anuncios que son publicados en las páginas del POR ESTO!, que consigue con los cupones que recolecta para hacerse publicidad; hasta que llegó la pandemia del COVID-19 y dejó de hacerlo porque no le permiten salir de su casa y de su taller.

Fue entonces cuando empezó a fabricar “bajadores de frutas” y, gracias a la publicidad de POR ESTO!, hoy recibe llamadas de diferentes partes de la ciudad que buscan sus servicios o desean comprar los artefactos para recolectar frutos.

Explicó que uno de sus primos lo ayudó a registrar su producto ante el Instituto Mexicano de Propiedad Intelectual para evitar que los japoneses puedan hacer lo mismo, como ocurrió con la cochinita pibil.

Retomando el tema de los bajadores, Urtecho Fuentes dijo que el primero que construyó fue cuando Carlos Granados, administrador de la agencia de viajes “Amigo Yucatán”, le pidió que baje todos los zapotes que tenía un árbol que se encuentra en el centro del inmueble, localizado en la Avenida Colón, porque los frutos que caen al techo, se llenan de gusanos, que son atraídos por el sistema de aire acondicionado.

Pero, al percatarse de la dimensión y la altura del árbol, se le vino a la mente construir un “bajador” que tuvo que improvisar. Al final de cuentas, se subió y logró bajar los frutos, que acomodó en huacales y los dividió según su tamaño.

Cuando terminó su faena, preguntó qué se iba a hacer con los frutos y Carlos le dijo que se los podía llevar, pero como era bastante, comenzó a repartirlo entre los empleados de la empresa. Aun así, sobraban varias cajas, las que subió a su camioneta y le pidió a uno de sus amigos que los llevara a ofrecer en los puestos donde venden frutas y legumbres.

De esa manera, fue como descubrió que se puede ganar un dinero extra, vendiendo artículos para recolectar frutas en muchos hogares donde hay árboles de naranja, caimitos, mangos, guayabas, guanábanas y toronjas, entre otros, que antes eran cosechados con horquetas, pero que, al caer, se destrozaban y fue así como pudo salir delante de la crisis que provocó la pandemia del COVID-19, ya que su fuerte son las reparaciones a domicilio.

Incluso, dijo que también registró ante el IMPI la elaboración de bases de metal para refrigeradores con ruedas, mucho antes de que comenzaran a llegar las elaboradas de plástico.

“Hoy a la distancia puedo decir, cuánta razón tenía uno de mis primos cuando dijo que el futuro, para los de su generación, era una profesión técnica, actividad que le ha dejado muchas satisfacciones y tener una vida tranquila” mencionó José Urtecho.

SY