Joven de Mérida relata la difícil situación de perder familiares a causa de COVID-19

La licenciada en diseño gráfico narra como fue cuando el virus no perdonó a su familia de ocho integrantes, donde todos se enfermaron y dos fallecieron
lunes, 27 de diciembre de 2021 · 16:18

La pandemia del COVID-19 ha servido para crear conciencia de lo rápido que puede cambiar la situación en un hogar y familia.

Ese es el testimonio de una licenciada en diseño gráfico, que perdió a su abuelo y a su tío en el pico más alto de los contagios por el virus, el año pasado.

B.C.H. contó que, en la casa de su tía, C.C.M., estaban en cuarentena y, pese a ello, el virus se internó en la familia, causando un daño irreparable para ellos.

De las ocho personas que vivían en la residencia, todas sufrieron síntomas y desafortunadamente dos de ellas fallecieron.

“Mi abuelito, que estuvo un buen tiempo con nosotros, se fue a Cancún con mi tía cuando fallece mi papá. Y cuando comenzó la pandemia, mi prima también se pasó a la misma casa con su familia, porque iba a hacer ‘home office’ y la intención es que, de los ocho habitantes, nadie saliera más que lo necesario”, detalló B.C.H. sobre cómo inició todo.

“Resulta que durante un almuerzo familiar entre ellos ocho, una de las niñas de mi prima se comenzó a sentir mal, pero no le dieron mayor importancia porque pensaron que su dolor de estómago fue debido a que le hizo mal la comida de ese día”, expuso.

Y esa “sospecha” cobró mayor fuerza cuando otros tantos tuvieron malestar estomacal, acompañado de ligeros síntomas de temperatura y dolor de cabeza.

“Pero sucede que mi tío P.A.F. ya estaba mal de los pulmones de por sí. Entonces, al principio pensaron que estaba teniendo una recaída del padecimiento que ya tenía”, explicó.

“El caso es que una semana después ya estaba muy grave y lo tuvieron que internar en una de las clínicas del ISSTE”, agregó.

“Mi tía trabaja en el ISSTE y su amistad con los médicos permitió que a su esposo le den la mejor atención posible y después de tres días mejoró”.

A la par, su abuelo I.C.R. ya estaba sufriendo los estragos, pero desde que estuvo en la clínica del  ISSTE se le mandó tratamiento y parecía que también iba a recuperarse. Sin embargo, los dos entraron en severas crisis respiratorias.

“Cuando ya estuvo muy grave, a mi tío lo tuvieron que entubar en la mañana y falleció en la tarde”, recordó B.C.H. “Mi abuelito murió a los dos días. Ninguno de ellos supo que el otro ya estaba muy mal”, relató la joven.

“Lo peor de esto que nadie pudo hacer nada y ni siquiera pudimos despedirnos como hubiésemos querido”, lamentó la relatora.

“Obviamente por pandemia no podíamos viajar a verlos, pero ni siquiera la familia cercana pudo estar en los últimos momentos. Mi primo, P.A.C., nos ponía al tanto porque para entonces mi tía estaba en crisis”.

“Luego mi abuelito se despidió por videollamada, diciéndonos que lo tenían que internar. Y gracias a la empatía de los doctores mi tío pudo hacer lo mismo con su familia antes de que lo entuben”, señaló.

“Lo más triste es que después solo les entregaron una caja (con sus cenizas) porque no era posible velarlos. Mi tía, que de por sí se contagió del COVID-19, se le quedaron secuelas y solo por el apoyo de sus hijos no pasó algo peor”.

“En unos años pasó de perder a su hermano -mi papá- a sufrir las pérdidas de su papá y de su esposo. Estaba devastada”, dijo con resignación la entrevistada.

Repasando lo sucedido, B.C.H cree que es muy complicado reaccionar en esos momentos de angustia. “Piensas que quizá debieron ingresarlo desde antes que empeorara más, pero también entiendes que en ese momento no había mucho conocimiento de la enfermedad y les ganó el miedo”, matizó.

“No es nada fácil decidir. Y mucho se decía que ir al hospital ‘era ir a morirse’, entonces obviamente lo que menos querían era llegar a ese punto y se cayó en una ‘negación’ de la enfermedad que ya tenía”, analizó.

Al día de hoy, resulta doloroso tocar el tema. La distancia nunca separó a una gran familia, que ha estado siempre en comunicación, y el COVID-19 tampoco.

Es lo que queda, tomar fortaleza de la resignación y el duelo para poder seguir adelante.

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CC