Javier, un hombre marcado por las drogas y las pandillas en Mérida

Las malas compañías orillaron a Javier al camino de las drogas y la violencia, marcas que hoy lleva consigo.
domingo, 20 de septiembre de 2020 · 11:11

Desde que nació, Javier sufrió el abandono y la falta de amor de sus padres, lo que lo orilló a reunirse con malas compañías que únicamente le han dejado adicciones, enfermedades, delincuencia y más soledad; hoy reconoce que no fue el mejor camino que debió tomar

A sus 24 años, el ex pandillero de la “Sur 13” y ex drogadicto Javier Preciado, alias Cachetes, sufre ataques epilépticos por el resistol, tiene una discapacidad provocada por la droga que lo obliga a caminar apoyándose en la pared, y vive de pedir limosna, sin embargo, considera que tiene suerte.

Foto: Víctor Gijón

Parece irónico, pero lo explica así:

-Yo tengo suerte porque caí preso 64 veces y estoy libre, además varios con los que me drogaba se murieron y otros quedaron locos, ciegos, están en la cárcel, o viven arrastrándose como yo porque el “chemo” les endurece el tendón.

Dice también que quisiera que los más de 4 mil cholos o pandilleros que hay en el sur de Mérida y algunos pueblos como Kanasín y Oxkutzcab, tuvieran la oportunidad “de salir de esa onda”, que alguien los ayudara a escapar de ese círculo vicioso en que él estuvo y que lo llevó a causar tanto daño y a sufrir tantas desgracias. 

-Esos pandilleros son como era yo: viven peleando, drogándose, robando, asaltando y hasta matando a otros por cualquier cosa. Donde estamos –reconoce-, nadie está a salvo de nada, bueno, sólo los ricos, pero es porque esos no viven por allá.

Relata que cada banda tiene su distintivo, su propio color de ropa, y su “decha” (pañuelo). Él viste de azul, los “Neighor” de rojo y pañuelo rojo, no pueden vestir de otro color.

Foto: Víctor Gijón

Cachetes menciona que ahora tiene pleito con varias bandas, incluso con la suya, porque ya no lo reconocen como miembro activo. En realidad de esa etapa de su vida sólo le quedan los malos recuerdos, los enemigos, las enfermedades y los tatuajes, que luce en los hombros, brazos, antebrazos, manos y varias partes del cuerpo como huella imborrable de lo que alguna vez fue.

En ese punto confiesa que casi toda su familia se metió en la droga y que su tío murió de un infarto que le dio por un “pasón”.

Cuando le pregunté qué es un “cholo” o pandillero, mientras camina lentamente buscando apoyo en la pared, respondió que es como se le reconoce a un malandro: “A alguien que todos los días consigue dinero, robando, vendiendo o como sea, el caso es que todos los días compra droga, y todos los días la consume”. Agrega que también toman, buscan pleitos, y cuando hay problemas corren, brincan terrenos y se esconden de la policía. Todos la deben –comenta-, “pero solo agarran a uno de cada 100 y eso de vez en cuando”. Javier Preciado reconoce que también que ha caído, pero era porque como siempre andaba totalmente perdido de tanta droga, no se ponía abusado.

Ejército de 4 mil malandros

Le cuestioné cómo sabía que son 4 mil pandilleros o “cholos” y dijo que alguna vez en su colonia se contaron uno a uno y se dieron cuenta de que vienen siendo un ejército.

-Somos como 80 por colonia y en el sur de la ciudad hay más de 20 colonias, pero también estamos en las colonias de muchos pueblos como Kanasín, como Oxkutzcab, como Tecoh, como Progreso, ahora estamos en casi todos lados"-concluye.

Cachetes ha vivido como fuera de este planeta y de la sociedad la mayor parte de su vida, plática que ni antes y ni ahora sabe que haya un programa institucional que los ayude a los adictos como él a salir de ese círculo vicioso, “nunca, pero nunca, he sabido de una institución que en Yucatán trabaje así, que los busque y los rescate”.

-Al menos a mí nadie se me acercó ni me ayudó. Tampoco a mi montón de amigos. Cae uno en la pandilla y ya se fregó, porque se va a hundir para siempre, expresa.

En esta parte de nuestra conversación revela que lo que sí ha visto es gente que los quiere poner a trabajar, “ya sabe jefe, son malandros, pero de carrazos”.

Bueno –pensé-, es el riesgo de la desatención social.

Entró a la pandilla “Sur 13” de 10 años

-¿Cómo caíste en las drogas?, le pregunté y dijo que como nunca fue a la escuela, desde los 10 años se unió a la pandilla “Sur 13” y desde entonces empezó a alejarse cada vez más de su casa. Sabe que nació un 5 de octubre, pero no se acuerda el año, “tal vez porque nunca, jamás tuve una fiesta de cumpleaños, pero maltratos siempre hubo, todos los días”.

Cree que su suerte quedó echada cuando siendo un niño de apenas meses –se lo contó su abuelita- fue abandonado por su padre, y pocos años después también lo dejó su madre, pero en esos pocos años que la tuvo cerca vivió entre la violencia familiar, viendo los golpes que recibía de su mamá y de su padre.

Con los ojos cristalinos, como si estuviera a punto de llorar “Cachetes” recuerda que siendo niño todavía se quedó a cargo de sus abuelos: “Ellos quisieron llevarme por el buen camino, me quisieron guiar, pero ya traía clavado el dolor en el corazón, cargaba mucho dolor, tristeza en mi alma, por eso busqué consuelo con la compañía de mis amigos pandilleros”.

Relata que siendo apenas un niño de meses, en una ocasión su abuelo lo llevaba en un triciclo: “Iba echando carreras, se descuidó y su pie quedó atorado en los rayos de la rueda, desprendiéndome un pedazo del talón, me lo tuvieron que costurar, pero nunca quedó bien”.

“Cachetes” platica con cierta amargura que en su casa no lo quieren porque lo acusan de haber matado a su abuelita, pues al entrar a la pandilla ella se preocupaba mucho por él y no tenía tranquilidad. “ya le pedí perdón a mi madre”.

Con arrepentimiento de todos sus actos, me pidió por favor que marcara el número telefónico de su madre para pedirle que lo reciba, pero está fuera de servicio.

Por Roberto López Méndez