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Una vasta colección de relatos tenebrosos y más, del maestro José Natividad Ic Xec

Luis Antonio Canché Briceño

“Entonces la cabeza de la hechicera (wáay) desprendida del tronco salía de la casa familiar dando tumbos, e iba por las calles en medio de la noche. Se paseaba por el pueblo entre los aullidos lastimeros de los perros y los

pasos rápidos de los transeúntes sorprendidos fuera de casa a esa hora maligna.”

(Fragmento del relato: La mujer si cabeza)

En mi vida de lector me he encontrado con un sinfín de excelentes narraciones relacionadas con la muerte, los espantos y situaciones fantasmales. Soy de los que sostienen firmemente la conjetura de que los buenos libros nos permiten hacer viajes extraordinarios a sitios desconocidos, nos dan la pauta para conocer personajes a través de sus voces y sus características. Todo esto sucede en este maravilloso libro titulado: La mujer sin cabeza y otras historias donde el autor nos traslada a lugares tenebrosos a través de cada uno de los relatos. Las breves historias son contadas desde diferentes voces, en algunos casos, pude percibir la voz de gente antigua contando con gran emoción situaciones de apariciones de esos seres tan temidos, conocidos popularmente en los pueblos de Yucatán como Wayes o brujos. Los veintisiete relatos incluidos en La mujer sin cabeza y otras historias, están llenos de misterio, de tensión, con una descripción muy precisa de lugares y personajes del conocido Mayab. El autor es el maestro José Natividad Ic Xec, quien emplea una prosa que genera una ágil lectura, el libro contó con una cuidadosa corrección de estilo que estuvo a cargo del Dr. Jesús Lizama Quijano, del Centro de Investigaciones y Estudios Superiores en Antropología Social (Ciesas) y los textos son acompañados de bellas ilustraciones de Diana Itzel Gómez Montes.

Desde el inicio, la antesala es la leyenda popular de la mujer sin cabeza, que muchos lectores locales seguramente conocen, un relato en donde una mujer que a través de malabares maléficos lograba desprender su cabeza y dejando su cuerpo adormecido junto al marido, la mujer permitía deambular nocturnamente a su propia cabeza ante el lastimero aullido de los perros en las calles del pueblo. En esta historia, una abuela es la que está narrando, las escenas nos hacen imaginar a los niños arremolinados alrededor de la abuela poniendo mucha atención al relato misterioso, prácticas que hoy en día, desafortunadamente están en desaparición, pues muy pocos niños o jóvenes se reúnen alrededor de los abuelos a escuchar esas fabulosas historias. El final de este relato es trágico, ante el asombro de quienes atentos escuchan a la abuela.

Otro de los apartados que me llamó mucho la atención del libro, es que se abordan algunos sucesos ocurridos acá en la ciudad de Mérida, tal y es el caso del relato: El fraile sin cabeza de La Ermita, al igual se habla del conocido wa’apach, gigante que impide el paso a las personas que se pasean, sobre todo en altas horas de la noche y el anuncio agorero de las aves nocturnas.

El maestro José Natividad Ic Xec, autor de este libro, también nos presenta temas acerca de los Yuum K’áaxo’ob, señores dueños del monte, los rituales que se hacen a modo de agradecimiento y en el que están incluidos los poderes de los k’ak’as iik’o’ob o malos vientos. Hay otro apartado en el que se escribe acerca de los sueños, y en torno a las víboras, desde el alimento, el misterio, hasta la curación de su letal picadura. En lo particular, fueron de mi total agrado los relatos, en especial los que hacen referencia a Tabi. Una de las leyendas más populares de este lugar es: El toro negro de Tabi, y es acá donde los lectores se pueden adentrar a escenarios llenos de tensión y con fatales sucesos que dejaron como testigo una marca de herradura de un caballo, plasmado en una gigantesca laja que aún se puede ver en ese poblado el Sur del Estado. El libro finaliza con narraciones de los aluxes, en perspectivas diferentes y contadas desde distintas aristas; se habla acerca de los señores de la noche y del canto de las aves nocturnas, cantos tan temidos que, según la creencia antigua, presagian la muerte o situaciones catastróficas como lo hace el xooch’ según las creencias y la tradición oral. Adentrarse a los relatos de La mujer sin cabeza y otras historias, es hacer un fantástico viaje a diversos escenarios nocturnos y llenos de misterio en poblados de Yucatán, un viaje que, seguramente les permitirá a muchos rememorar su infancia, como en aquellos tiempos en los que escuchábamos atentos las historias en voz de los abuelos o de los adultos, principalmente por las noches. 

 Gracias, maestro José Natividad Ic Xec, por permitir adentrarnos en este mundo tan bello a través de la narrativa, por dejarnos dar un vistazo a un fragmento de su álbum familiar, sobre todo por regalarnos esa imagen y voz de la abuela Tiburcia allá en Peto, su tierra natal. Ojalá algún día se hiciera otra edición de esta obra, considero que es un gran aporte al acervo de las letras yucatecas. Mientras tanto, acá pueden descargar la obra en digital: https://www.facebook.com/literaturamaya/posts/pfbid0G8GZf3rPren1eoBmzBVfAi2yvNtarYZtc2bRec1rkHGLzUb7awgf1jPQ4Ci5zudHl

P.D. Reitero mi agradecimiento a mi amigo, el Dr. Jesús Lizama por hacerme este obsequio digital y proporcionarme la liga de descarga. Si no fuera por él, no hubiera llegado a mis manos La mujer sin cabeza y otras historias.

La mujer sin cabeza

Entonces la cabeza de la hechicera (wáay) desprendida  del tronco salía de la casa familiar dando tumbos, e iba por las calles en medio de la noche. Se paseaba por el pueblo entre los aullidos lastimeros de los perros y los pasos rápidos de los transeúntes sorprendidos fuera de casa a esa hora maligna.

La noche corría hacia el día pero la abuela, insomne, desgranaba su relato en medio de una audiencia infantil boquiabierta. Recuerdo lúcidamente su pelo blanco, su rostro grave mientras hablaba y sus piernas flacas con que se mecía levemente en la hamaca, con los pies en la tierra.

El esposo no sabía que su mujer era una bruja, explicaba la abuela. Todas las noches ella se levantaba en silencio, pronunciaba ciertas palabras misteriosas mientras movía las manos en el aire encima del rostro de su marido para que se durmiera más profundamente.

Adormecido el esposo, ella se iba a un rincón de la casa en donde se acomodaba y ocurría lo imposible: su cabeza se desprendía del cuerpo y caía al suelo dando tumbos. Se dirigía a la puerta, que ignoro cómo abría, y salía a la calle a su paseo nocturno.

Quién sabe si hacía maldades a otras personas pero, como quiera que fuera, el sólo hecho de que una cabeza humana se paseara por sí sola en la noche cuando el pueblo duerme ya de por sí es terrorífico. ¿Conoce usted el aullido lastimero de los perros? Ladridos primero. Ladrillos y aullidos después. Luego sólo aullidos, como si alguien les estuviera dando de pedradas. El can más intrépido termina arañando desesperado la puerta, queriendo entrar. Cuando esto oían, los mayores solían decir en voz baja: Je’e’ ku taal le wáayo’ (He ahí que viene el wáay). Si algún niño está despierto en ese momento, los papás le imponen silencio inmediato. Y a veces uno oye claramente el paso atronador (ku taal u kilin) de la cosa.

Ante sucesos de esta naturaleza, era de esperar que la gente aterrorizada del pueblo se organizara y empezara a vigilar el origen de los eventos hasta ubicar la vivienda de donde salía la cabeza.

Un día un hombre elegido por las familias habló con el esposo de la bruja. “En tu casa pasa algo extraño. No te diré de qué se trata porque no me creerás. Pero para que lo veas con tus propios ojos, esta noche acuéstate como siempre y finge que duermes. Para que no te gane el sueño ponte un poco de pimienta en los ojos”. Así lo hizo y el pobre marido comprobó que nunca se conoce demasiado a una esposa. “Harás lo siguiente”, le explicaron al otro día. “En la noche

cuando ella salga pondrás un puñado de sal en su cuello, donde se desprende la cabeza. Nada podemos hacer antes”.

Cuando la cabeza salió a su paseo nocturno, el esposo desconsolado se levantó y untó sal en donde el cráneo se había desprendido y se sentó a esperar. Muy de madrugada regresó su esposa y cuando fue a colocarse en su sitio para “revivir” se encontró que no podía encajar en su cuerpo.

Lo intentó una y otra vez y no logró volver a su sitio. Entonces comenzó a llorar al mismo tiempo que preguntaba a su marido qué le había hecho, y le suplicó que la ayudara, pero no obtuvo ninguna respuesta. Le dijo que lo amaba, que nunca le había hecho daño, que se apiadara de ella pero tampoco halló respuesta. Desconsolada salió de la casa y anduvo errante y, acaso viéndose perdida, se arrojó en un pozo, de donde nunca más salió.

El cuerpo fue sepultado y el esposo dejó el pueblo para siempre.

Años después escuché en una población del Oriente del Estado una historia casi idéntica, aunque en este caso se trataba de un hombre, no de una mujer. ¿El hombre sin cabeza?, preguntó burlón un amigo “estudiado”, y el simpático y parasimpático arrancó con un discurso sobre el sistema nervioso, demostrando lo imposible de que un hombre pudiera sobrevivir sin cabeza.

Aluxes en Uxmal

Para los que creían que los aluxes sólo es el nombre de un hotel o parte de la imaginería yucateca inculta, les tengo una noticia: los aluxes existen.

Después de participar en el espectáculo de Luz y Sonido de Uxmal, la familia, grandes y chicos, nos quedamos un rato en el lugar y tomamos fotografías a los edificios iluminados por una Luna magnífica mientras los demás espectadores abandonaban el sitio.

En una de las entradas de los edificios vedados al público estaba sentado Javier, un técnico que se ocupa de abrir y cerrar los contenedores de los reflectores que se usan en el espectáculo. Lo saludé y pregunté su nombre. “¿Que si me da miedo andar a oscuras entre las piedras y la maleza? No señor, ya estoy acostumbrado y conozco bien los caminos.

“¿Que si no temo se me atraviese una víbora de cascabel? Se ríe. Claro que no señor. Aquí no hay cascabeles.

“¿Que si existen los aluxes? Desde luego señor, responde con naturalidad. Sí existen. Claro que no los he visto porque no se dejan ver. Pero se siente su presencia. Cuando cruzamos las veredas no dejan de fastidiarnos, nos arrojan piedritas (y junta el índice y el pulgar para indicar el tamaño de las piedras). No lastiman ni hacen daños. Sólo son traviesos.

“Llevo aquí siete años y ya me he acostumbrado a ellos”. Por ejemplo -dice, y se vira para apuntar hacia el interior de la pieza en cuyo umbral está sentado- mientras estoy aquí no han dejado de arrojarme piedritas. Ellos están ahí dentro”.

Recordó el caso de dos turistas que se extraviaron en los montes de Uxmal y fueron encontrados por casualidad dos días después por campesinos de San Simón, una comisaría distante 20 kilómetros de Uxmal, perteneciente al municipio de Santa Elena.

En su relato, los extranjeros dijeron que sobrevivieron gracias a que unos niños les proporcionaron agua.

“Esos niños son los aluxes, pues de dónde saldrían menores reales en el monte”, afirma.

Javier habla con convicción, con naturalidad.

Para él decir que los aluxes están ahí es como decir que el cielo está ahí en lo alto, inalcanzable pero no por ello falso. Es un hombre joven, de unos 25 años, moreno, curtido por el Sol. Y yo le creo. Tengo la necesidad de volver para charlar largamente con él, sin el apremio del tiempo y la amenaza de las luces que se apagan.

El alimento de las víboras

Mamá ya se había resignado a que tendría un hijo mudo. Un día me lo confesó. “Cumpliste los seis años, Negro, y no habías dicho palabra, salvo mamá y papá. Creíamos que nunca hablarías. Sólo por estas dos palabras mal dichas no nos resignamos a que quedarías mudo toda la vida”.

Un jmeen al que me llevó le aconsejó: “Dale de masticar el alimento de las serpientes”. Y esta comida silvestre liberó mi lengua trabada de nacimiento.

“De esta manera debes hacerlo: debes traer el fruto fresco muy de mañana. Lo partes en dos mitades y se lo das para masticar. Nueve viernes consecutivos lo harás de esta manera. En el noveno le pedirás que después de masticarlo que se trague el fruto”.

Dos advertencias del jmeen: “El fruto debe ser cosechado muy de mañana y apenas llegue a ti harás lo que te digo. Si rompes la secuencia, comienzas de nuevo desde el primer día y es probable que ya no funcione”.

No guarda mi memoria registro de este tratamiento fantástico, pero mamá me dijo que no hubo problema porque seguimos las indicaciones al pie de la letra. Papá se cuidó muy bien de traer puntualmente el fruto milagroso.

¿Cómo es este fruto mágico que desata la lengua? Recuerdo la visión alegre de dos tipos de frutos anaranjados, siempre disimulados bajo otros arbustos. Uno de ellos, el más brillante, es suave casi tanto como una bolsa y la textura de su superficie es porosa. Si se toma y se abre deja ver una pizca de semillitas rojas como las granadas, las cuales son comestibles. El otro es duro, poroso y tiene una forma ligeramente triangular. Yo no conocía estos frutos, pero alguien que ignora mi historia me dijo en una ocasión: “No lo toques. Es peligroso. Eso comen las serpientes”.

Desde entonces mi lengua se destrabó, y si bien considero hoy que logro darme a entender cuando hablo, sé que tengo todavía mucha dificultad para vocalizar. Un orador nunca seré; un declamador tampoco.

Muchas cosas fantásticas ocurren en el Mayab, muchas de ellas se realizan en las personas pero quedan en la oscuridad, sin que nadie las ponga encima de la mesa desde donde brillarían. Por un fruto se condena el hombre; por un fruto a veces se salva ¿no es esto prodigioso?

¿Pero habrá un hecho más admirable que la curación milagrosa de una niña que padecía ataques y una mañana amaneció totalmente curada como lo había anunciado una extraña mujer a la madre de la atribulada pequeña? ¿O un acontecimiento más admirable que un hombre que deja su tierra huyendo de una víbora de cascabel, porque un jmeen le advirtió que una mordedura más sería definitiva?

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LV