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Cultura

El escritor Benjamín Emeterio Márquez expone las obras de Víctor Argáez y analiza la inspiración en los campos verdes de Buctzotz

Un concierto de luces y sombras en el silencio de los pinceles

Benjamín Emeterio Márquez

El presente pasaje no pretende constituir un estudio exhaustivo de la obra del maestro Víctor Argáez Sánchez, se trata más bien de una exploración tentativa de la naturaleza del mismo. Cuando analizamos la personalidad de un pintor, lo hacemos a través del testimonio de su creación, seguimos las huellas del color que ha plasmado en las diferentes etapas y transformaciones cromáticas, que van delineando un estilo único, no se puede estudiar a través de un solo cuadro, aunque una pintura bien puede expresar su origen.

Desde nuestro punto de vista la pintura es el arte visual más cercano a los sueños y a la realidad deseada; consideramos que se tiene que establecer un nexo cautivador entre el pintor y el espectador. En el imaginario de Víctor Argáez nos representa a la gente, sus costumbres y ambiente, en una combinación que nos enamora de lo propio, de lo nuestro. Crea cuadros con imágenes que compone a su gusto. Nos muestra la identidad de un pueblo, el de la cultura maya, en una realidad personalizada, cuya trasformación deriva en la belleza visual de la obra.

Él pinta solo, sueña mucho y lo hace con amor y respeto, plasma así un proceso cultural que nos muestra lo cotidiano e influye en el sentir de cada uno de nosotros, es un pincel temerario que forja en las imágenes lo sublime y en el simbolismo de la mancha cromática crea un amor por nuestros hábitos y prácticas cotidianas.

Víctor es un pincel rebelde que no se conforma con lo alcanzado, vive para el arte, lo construye día a día, no sólo en cuanto al tiempo invertido, sino en la belleza trasformada fortaleciendo nuestra razón de ser. Estos me parecen atributos del imaginario del creador, nos reflejan fragmentos de la personalidad y talento del artista.

La capacidad analítica para mirar la naturaleza de la gente, con la libertad para desarrollar con maestría la creación que produce su formación, un espíritu observador, detallista de las escenas del pueblo, delineando los bosquejos cotidianos de la comunidad y de nuestras tradiciones, que arroba a quien se deleita con cualquiera de sus pinturas que están en el camino de la universalización.

Seducido por los verdes campos de su natal Buctzotz, los cuadros del maestro Argáez son el resultado de las observaciones que hizo desde muy temprana edad, encontramos escenas de un pueblo trabajador, en sus diversas actividades, usos y costumbres. En él los privilegios de un niño, como el juego y el estudio, estaban mezclados con el trabajo, parecería que el destino le encarcelaba para dedicarse al ganado, sin otra alternativa que ser trabajador del campo.

Los niños de Argáez

La mirada inocente de la infancia, seducida por el color, se convirtió en la chispa que resplandeció en el artista de hoy, ese niño que jugó y creció con los distintos tonos de la naturaleza, mezcló la tierra con los sueños, para colorear con pinceladas un nuevo destino, un sendero hacia el arte visual. Él sabe que sin dejar de ser lúdico, en ese ejercicio de ensayar el rol social pueden existir caminos en el arte para cada niño que vive en las comunidades de nuestro país.

Esta es la idea que mantiene y le permite apoyar e impulsar a niños y jóvenes que ven en la plástica una vía hacia el arte yucateco. Hasta la fecha sostiene un taller de pintura con la idea de forjar nuevos artistas visuales, que continúen con la labor de la plástica Yucatanense. Él considera que el semillero ya está y le corresponde a las autoridades fortalecerlo para su crecimiento.

Es tan significativo el sentir del maestro Argáez, que si miramos su obra identificaremos diversas escenas con infantes, que posiblemente son la representación de un devenir social en las artes, sin perder raíces históricas. Plasma a los niños en los brazos amorosos de su madre, llevándolo y amamantándolo en esa forma muy característica de las mujeres del Sureste, en el que el recién nacido es apoyado en la cintura aligerando de esta forma su peso.

Están ahí donde son el centro de atención y las madres los miran con el amor e incertidumbre por su futuro ante la responsabilidad de cuidarlo con alegría y la curiosidad que les provoca el recién nacido. Son niños que al igual que los adultos conviven en la comunidad, el espacio que es su pertenencia y que les forma la identidad, observadores permanentes de las actividades que realizan los demás integrantes de la casa, principalmente las que hace su madre. Son infantes que viven entre la cotidianidad de la familia y el juego.

Las madres siempre atentas para procurarles los mejores cuidados, ropa limpia, peinarlos y alimentarlos para que vayan a la escuela. Los niños son los eternos ayudantes, siempre dispuestos a ser compañeros de trabajo, colaboradores incansables, imitadores de sus padres, acompañantes divertidos que llenan de alegría las vidas de las personas con las que conviven. Estos son los niños Argáez eternizados en sus colores cromáticos e inmortalizados en los lienzos.

Entre colores y poesía, permanece la inocencia infantil de Víctor, en palabras del poeta Pablo Neruda “El niño que no juega no es niño, pero el hombre que no juega perdió para siempre al niño que vivía en él y que le hará mucha falta”.

Los rostros de Argáez

El artista visual Víctor Argáez sabe que el objetivo del arte no es representar la apariencia externa de las cosas, sino también su significado interno, tiene claro que la pintura es el medio de comunicación visual a través del cual él se expresa en todos sus sentidos combinando colores, texturas, formas, luces, sombras y líneas, plasma lo que ve, imagina, siente, recuerda, lo que quiere trasmitir. Representa de manera visual y simbólica una realidad que está en su imaginario. Por lo tanto, los espectadores pueden advertir las ideas que surgen en la imaginación del artista cuando contemplan su obra. Con los estudios del psicoanálisis, nos pudimos percatar de que el arte siempre manifiesta nuestros deseos conscientes o inconscientes y nos da la posibilidad de compartirlos con otros, los estudios de Freud y del psicoanálisis han abordado este tema, y se refirieron en específico a la auto identificación y autoexpresión del ser, del artista en su obra.

El maestro Argáez en la elaboración del rostro de un personaje encarna al mundo a través de su propia mirada, matizando su estado anímico, gestos y condiciones con la mancha cromática que le posibilita su quehacer creador. En ocasiones plasma sus inquietudes y en otras coloca elementos de ese algo que exige que el “sentir” de una persona de la vida real esté contenido en la creación. El artista, además de reproducir la imagen del semblante recreado, intenta ilustrar su propia actitud ante el mundo exterior y el arte, por lo que su mirada se vuelve más social al considerar la condición específica de cada individuo y a la vez intimista, porque no se contenta con reproducir la apariencia externa de la persona, ni el rostro en su objetividad material, sino que quiere captar y expresar algo inmaterial, un contenido, algo interior que puede ser una actitud ante la vida, un estado psicológico circunstancial. De ahí que hemos escuchado al maestro Argáez manifestar “a mí los rostros me cuestan mucho trabajo porque son muchos factores que hay que considerar en la expresión del mismo”

Víctor expone la situación explícita y la forma de ser del individuo, que representa mediante un lenguaje pictórico, muestra la realidad que descubren sus ojos y la transcribe con los pinceles, para darla a conocer al espectador. La interpretación la realiza a partir de la observación crítica de la gente de su pueblo y de las expresiones o conductas culturales que adopta o deja entrever de manera más o menos consciente; el artista comenta: “parte del trabajo en los lienzos y la caracterización en los semblantes, se debe a las largas pláticas que he tenido con obreros y campesinos de la comunidad, tomando una cerveza o sólo platicando los aspectos de la vida, eso me permite plasmar el sentir en cada rostro o cuadro”.

Víctor tiene la capacidad de captar la personalidad interna de cada personaje que crea con los colores cromáticos y revelarla al espectador en el universo del lienzo. El concepto de creación en Víctor Argáez podemos matizarlo diciendo que es una representación de la realidad cultural, por medio del conocimiento del imaginario artístico, y que establece una relación de reconocimiento entre el modelo y la creación.

Víctor Argáez sabe que la identidad muestra su rostro en la cultura visual y por tal motivo él representa rostros inmemoriales que la historia ha querido borrar o exterminar, y que cada pincelada que vierte forma las múltiples expresiones de una cultura que ha forjado un conocimiento y se ha desarrollado en todas las expresiones sociales, y en cada uno de los rostros de Argáez están manifiestas las costumbres milenarias de un pueblo con una cosmovisión particular. El artevisualista Argáez es un pintor valiente que nació en Buctzotz, una comunidad ganadera que ha servido como fuente de inspiración y amor por su gente, y lo representa en cada pintura porque sabe que es de su comunidad para el mundo. Al final, todo rostro revela una verdad incuestionable, cómo ve el artista al mundo y a sí mismo.

A Víctor se le ha llamado: “El alma del Mayab”, “Alma de pueblo”, “Esencia del Mayab”, y para mí, es un pincel temerario, porque su inquietud es tan grande como la lucha que ha sostenido contra los llamados funcionarios que sólo simulan hacer; son personas que carecen de sensibilidad y visión para entender que el arte es la expresión más cercana a la perfección, recrea al hombre y lo libera de atavismos. Posiblemente el detonador es la negativa de los simuladores culturales que por guardar su puesto en las oficinas un buen día le dijeron no a su trabajo y vino un despido injustificado;  ahí sólo terminó el romanticismo con las instituciones, como comenta Víctor “a partir de ese hecho pongo la mirada al de enfrente, al de al lado y te das cuenta que alguno de  ellos ha sufrido el desprecio y la humillación del desamor de las instancias que son las encargadas de apoyar y desarrollar los procesos culturales, en el rostro he  reflejado la parte más difícil del ser humano”. El artista en vez de bajar la mirada se crece y muestra ese sentir en cada expresión que crea.

La selección de los rostros de Argáez inicia con un autorretrato en donde podemos ver al artevisualista materializándose en la comunidad como “El alma del Mayab”  que recorre los caminos blancos, observa desde la naturaleza los usos y costumbres de su gente; y a la vez mira al espectador que se recrea en el cuadro. Es un semblante que observa y la obra nos muestra su forma de interpretar la esencia y sentido de la vida. La autorepresentación va más allá del tradicional autorretrato porque el artista nos revela cosas íntimas de su vida, ideales y posición social. Y no sólo eso, sino que lo utiliza como vehículo purificador más que como una mera exploración psicológica, podemos decir que hay un choque de Argáez al enfrentar su rostro a los trabajadores con los que platica o con los rostros del pintor jalisciense José Clemente Orozco.

En la obra de Víctor Argáez se reconoce la identidad de sus raíces, lo que nos lleva a revisar con cuidado la imagen que nos muestra su esencia. El espíritu observador, del pintor no pierde detalle y con maestría reproduce en el lienzo las escenas del poblado, delineando los bosquejos cotidianos de la comunidad y de sus tradiciones. Así, entre sus funciones están la autoexaminación y autorepresentación, para evocar el pasado, construir la propia identidad o indagar sobre ella y aprovechar para experimentar alguna técnica o forma de expresión.

Esta es una selección de rostros en diversas posturas, con distintos semblantes, que configuran el sentimiento de cada uno; con una destacada particularidad son mayas o mestizos, pero todos son diferentes, con un pasado en común, rompiendo paradigmas de que los mayas son iguales físicamente. Se nota en los rostros la multiplicidad de expresiones y pensamientos que tiene un pueblo, más allá de lo que se cree que son.

En Víctor Argáez veo un rostro que expresa el amor y la admiración por la cultura que ha sido su cuna, por la gente que ha forjado las diferentes expresiones, las líneas de sabiduría y trabajo en las campos de labranza, en los potreros que sustentan la vida de su amado Buctzotz, que le han dado sentido y reconocimiento a su obra, que lo identifican como un pincel que abraza los colores de la tierra.

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LV