Unicornio: Escrituras de la orfandad

La escritora Mónica Lavín habla sobre su libro“Últimos días de mis padres”; mientras que, Julia Wong nos habla, en un breve ensayo, sobre “Vendrá el olvido”
domingo, 30 de abril de 2023 · 14:37

Mónica Lavín, mientras escribía

Arline Bojórquez Cauich

“Las escritoras siempre estamos buscando las palabras con que apresar una emoción”, señala Mónica Lavín durante el encuentro que sostuvimos en una sala del Centro de Convenciones Siglo XXI, en el marco de la Feria Internacional de la Lectura Yucatán (Filey) 2023, el pasado 16 de marzo, en la ciudad de Mérida.

Ella es una de las autoras mexicanas más reconocidas de los últimos años, ha recibido varios premios a nivel internacional y entre sus libros pueden mencionarse: “Ruby Tuesday no ha muerto” (1996), “Café cortado” (2001), “Leo, luego escribo” (2001), “Doble filo” (2014), “La línea en la carretera” (2018) y “Camila y el cuadro robado” (2019), entre otros.

Con motivo de promover “Últimos días de mis padres” (2022), su obra más reciente, la escritora mexicana me platica sobre la vida, la muerte, la orfandad, el duelo y la escritura. Celebrar la vida de sus padres es uno de los motivos que llevan a Mónica Lavín a indagar en su memoria para recordar momentos familiares, para reflexionar la relación que sostuvo con ellos y para escribir las palabras exactas que descifran su emoción. A continuación presento la conversación que sostuvimos.

-¿Podrías platicarme las razones para leer “Últimos días de mis padres”?

-Traté de hacer una reflexión del estado de la orfandad -la cual habité de pronto-, de la memoria familiar, los recuerdos y la muerte. Tenemos una relación con nuestros padres y una historia, por lo que me pregunté ¿cuál era mi relación con mi madre y padre?, ¿qué llevo de ellos en mí?, ¿quiénes eran ellos? Con la escritura quise comprenderlos porque para mí escribir es tener ese espíritu de comprensión, porque no sólo son nuestros progenitores, en realidad, son personas complejas, con sus claros oscuros y quise darles ese tratamiento de personajes como son los protagonistas literarios, donde no sólo son buenos. Los y las lectoras pueden encontrar en esta obra retazos de mi memoria, es una historia personal, diferente a otros proyectos, es un acercamiento a la relación de vida y pérdida que tuve con mis padres. En este libro hice un trabajo de encontrar las palabras idóneas para hablar del dolor o la alegría y creo que eso puede sentir el lector, que le comparto palabras para sus propias emociones.

-Este libro surge para nombrar, sentir y comprender la pérdida de tus padres, ¿consideras que esta novela es parte de tu proceso de duelo?

-Este libro lo empecé a escribir un año después de la muerte de mi madre. Cuando fallece mi padre todavía vivía mi madre, entonces yo tenía un propósito en el cuidado de su dolor, de la ausencia de su pareja y, de repente, cuando ella no está, el vacío se recrudece, entonces hay una necesidad de comprender la ausencia, la vida y la pérdida. Sí es parte de mi duelo, como escritora tengo la fortuna y el privilegio de poderlo hacer nombrando, encontrando, hurgando en la memoria; eso para mí resultó muy reconfortante porque lo volví un asunto literario donde también importaba la estética.

-En el sufrimiento muere una parte de nosotras y nace otra, ¿qué transformación hay en Mónica Lavín después del proceso de duelo tras escribir “Últimos días de mis padres”?

-Me dio paz. Mientras escribía me permití encarar el momento, cuando todo estuvo sucediendo, se tornó muy confuso todo, entonces la escritura y la distancia me hicieron perseguir la claridad. Me di cuenta de otras cosas, de lo que no hice, de lo que no miré a tiempo, muchísimas reflexiones ocurrieron. Es un despellejarte, como si mudaras de piel, pero a la vez iba colocando a mis padres en su sitio, es decir, dejarlos en un lugar dignificador, porque para mí dejar a los padres en su sitio no es una cripta. Mientras escribía la novela sentí que visité a mis padres, dejándolos en un lugar necesario para mí y luego entonces pude retomar la vida. El proceso de duelo es más largo de lo que uno se imagina y esta escritura entró en ese proceso que primero pasó por otras etapas y luego me sosegó como si hubiera tenido una última conversación con ellos, porque la muerte se lleva la conversación, se acaba el diálogo, como dice un amigo, te quedas hablando sola, pero al escribir yo no estaba hablando sola, tuve una oportunidad de conversar con ellos, lo cual me dio serenidad. Ahora cuando me preguntan ¿qué vas a escribir?, contesto que algo muy alegre.

-La escritura es una herramienta de vida para narrar nuestras historias, me parece que fue tu aliada en tu proceso de duelo.

-Sí fue como un aliado porque comprendí que ya no era nada más la hija que se dolía y que tenía ciertas obligaciones postmuerte, si no era la hija escritora afrontando el proceso de despedida. Con la escritura quería comprender cómo y cuándo sucedieron las pérdidas de mis padres, lo tenía que transitar por medio de la escritura. También para dignificar la muerte en el hospital porque ahí es más fría, suceden cosas que quitan cierta humanidad, calidez y relación. Entonces la escritura me devolvió la paz.

-Comentas que esta novela es muy personal y diferente a otras obras que has realizado, ¿cómo ha sido escribir sobre tu historia familiar y tus recuerdos íntimos?

-Fue muy interesante como proceso de escritura porque aquí es un libro que se escribió totalmente distinto a los demás, en una novela yo tengo un plan, diseño a los personajes, tengo una libreta de anotaciones, aquí ni siquiera tenía libreta de planificación, todo era la memoria, no sabía cómo iba a convocarla, no sabía qué iba a pasar la siguiente jornada de trabajo, sí tenía claro los días del hospital, los detalles muy precisos, de repente me levantaba y decía ¡tengo que contar esto!, porque algo me lo había asociado, fue una escritura asociativa y libre.

-¿Cómo es el proceso creativo de Mónica Lavín?

-Prefiero escribir por las mañanas, no soy nocturna, a las 10:00 pm ya soy inservible. Me parece que al amanecer cuando no has hablado con nadie, cuando eres nueva para el día como que la cabeza está en sus historias, siempre con un café a las 7 u 8 am estoy lista para escribir con una libreta en mano si es una novela, voy diseñando, tomando apuntes, dudas, y tengo otra libreta de cuentos porque a veces estoy escribiendo novela, pero se me atraviesa un cuento. Puedo agregar música clásica, pero al poco rato me olvido, porque estoy metida en el texto. Lo que sí necesito hacer es parar cada 45 minutos y caminar, es parte de mi día y de mi proceso de trabajo, en la caminata resuelvo cosas o dejo que lleguen ideas. No hago jornadas muy largas de escritura, escribo 3 horas, no soy de las que escribe y al día siguiente vuelve a leer todo para seguir, ¡no! Leo el último párrafo y me sigo, no quiero voltear para atrás, voy como cabalgando porque siento que ya agarré el tono, cuando tenga la versión completa es cuando tengo que corregir.

-Mónica, ¿alguna vez ha tenido el bloqueo creativo?

-Sí, por eso escribí “Últimos días de mis padres”, tenía ideas en una libreta, pero no me interesaba sobre lo que tenía anotado, escribir una novela es que te llame tanto la historia, lo suficiente para la incertidumbre de a ver cuánto te tardas y a ver cómo te queda porque toda novela te pone a prueba, te pide otro lenguaje, entonces tenía una especie de bloqueo con la pérdida de mis padres, porque claro, tenía que procesarlo, mudar de piel y entonces encarar lo que sigue.

-¿Cómo lidia una escritora con la frustración?

-He aprendido que no hay que tomárselo personal, es más difícil la frustración después de cierta trayectoria. Lo que demuestra todo el tiempo el ejercicio de la escritura es que cada nuevo proyecto es un riesgo distinto, yo creo mucho en el trabajo de los editores, te protegen y una tiene que saber verse en su proceso, reconocer que a veces es mejor esperar, regresar, pausar, no aferrarse, una necesita aprender del propio proceso de escritura y que hay cosas para el cajón. Yo tengo cosas en el cajón.

-Para finalizar, ahora que mencionas que tienes cosas en el cajón, ¿qué les dirías a las mujeres que anhelan escribir?

-Que no tengan miedo, en la escritura una no se equivoca, siempre se los digo a mis alumnos, estamos viendo cómo logramos el mejor efecto, lo mejor de nosotros, la intención de nuestro texto, cómo hacemos que la prosa se pula y eso toma tiempo. Hay que estar dispuestas al riesgo, a la exposición, a la mirada de los demás, la autocensura es lo que no nos podemos permitir y el miedo es autocensura.

MEMORIAS DE UN HIJO INFINITO

Julia Wong Kcomt

Cuando los colectivos LGBTTTIQ+ se abanderaron, no sólo con colores estridentes, visibles y provocadores, se propusieron  cambiar las miradas sobre sexualidad y producción artística. Quisieron ingerir en la legislación obsoleta de la humanidad que a, pesar de la realidad (la comunidad LGBTTTIQ+, con todos sus matices, es tan antigua como la cultura griega y la escritura), estaba obsesionada con las construcción de la Sagrada Familia (padre, madre y niño) como átomo principal del núcleo social, donde deberían nacer todos los valores morales, estéticos e higiénicos de la sociedad.

En el ámbito limeño-chileno, Juan Carlos Cortázar ya ha lanzado las más serias propuestas noveladas gracias a editoriales que se han actualizado con la curiosidad de un mercado lector más honesto, entre ellas Animal de Invierno. Cortázar Velarde abre la noche, despierta a los niños y des-atiza el temor contra las diferencias del sistema binario de género con tres títulos interesantes y bien logrados: Como si nos tuvieran miedo, Cuando los hijos duermen y El inmenso desvío.

Sergio Faz es un escritor mexicano que vive en Ciudad de México, y nos entrega una propuesta estética que podría caber dentro la literatura LGBTTTIQ+, aunque en el mundo académico se niega la existencia de una literatura espacial e histórica que trate el tema de la homosexualidad como horizonte estructural. Creo que ya se están dando todas las condiciones para empezar a leer este corpus organizado más allá de las convenciones sociales, no como anecdotario sino como una propuesta coherente, fuera del engranaje religioso-moral, y como una respuesta análoga que contribuye al enriquecimiento de la literatura, con mayúscula: hacia un algoritmo mayor.

En Vendrá el olvido, novela corta o nouvelle de 214 páginas, Sergio Faz ha adquirido la maestría de quien conoce la negación del cuerpo, pero ha sabido saltar esa barrera infranqueable de un machismo anquilosado en la patria mexicana con sus tremendos choques y ambivalencias generativas de discurso político. Aunque México tiene al gran hermano al lado y pareciera que adquiere por ósmosis la modernidad y la post modernidad; la cotidianeidad de los mexicanos, especialmente los de estratos económicos más bajos es la sufriente “tierra seca”, donde ningún riego por aspersión consigue hacer florecer hacia una equidad democrática.

Faz también ha publicado un volumen de poemas donde su elocuente arraigo al español latinoamericano, (no se ha teñido por su enorme vecino) contribuye al trabajo de la voz poética del autor arando en el desierto más inhóspito para hacer llorar al cactus, al adobe y la soledad. Tierra seca, escrito en una breve estadía en Venezuela, es el título que reúne un conjunto de poemas que merecen un texto crítico aparte, lleno de particularidades estéticas, simbólicas y expresivas en un castellano mexicano de una belleza sin igual.

Empecemos con el trabajo de contraste idiomático de Faz en Vendrá el olvido. El español mexicano de Sergio Faz denota una intención esteticista (no se malinterprete este término como quedarse en la belleza ornamental de la superficie, sino refiérase al término griego aisthetike, forma femenina del adjetivo aestethika, que significa: dotado de percepción y sensibilidad). Más allá de lo comunicativo, restaurando  lo político de la diversidad  del transcurrir histórico del español de México después de Rulfo, con un conglomerado lexical idiosincrático que permite ver las grietas de la tierra y no olvidarse por qué la bio-reproducción mexicana nunca va a olvidarse de la raíz sangrienta, doliente, abigarrada, sucia y caliente de la gran masa de pobladores mexicanos que, aun renegando de su procedencia  rural y la miseria en los roles que les tocan vivir, se convierten en personajes a veces tragicómicos y expresionistas como los del binomio Arturo Ripstein-Paz Alicia Garcíadiego, sino también en personajes con pulsiones indomables que representan la Matria, a la que no se animan a nombrar de Madre porque no han aprendido a colocar sus negaciones y comparaciones constantes con las apropiaciones culturales que los dominan como sombras y demonios en sus propios escenarios.

Faz se lanza en Vendrá el olvido a un ejercicio de excelencia donde junta todas sus pasiones, su amor filial de hijo declarado independiente por la voluntad del cuerpo, las hormonas y el grosor de su virilidad, pero también su arte poético teatral y su pericia para encontrar la Memoria aun en el carbón incandescente, en medio de las brasas. Todo eso para poder dialogar con esa madre increíble, pero cierta o real que se traiciona a sí misma, que es la verdadera madre mexicana inspiradora de las imágenes guadalupanas y sacramentales, que aunque los niega vox populi, reconoce a esos hijos obtusos, vapuleados y pervertidos, con un lenguaje distinto al que acepta de sus hijos convencionales, los güera y machistamente estándar.

 La yuxtaposición y translocación de apropiaciones culturales han hecho de México una argamasa de moléculas heridas, disparadas por todos lados y buscando el origen en terminología griega y el amor primero: la madre, la tierra, la relación perfecta en la matriz biológica que permite alimentar un estómago vacío y un corazón moreno para hacer la simiente de la gran familia mexicana. Hijos de una sola madre que sigue deseando cruzar al otro lado de la frontera, porque allí donde el sol ha quemado la piel hasta la muerte, ha quemado las células del amor por lo propio y lo candente, va en busca de la fría distancia para entender tanta palabra y tanto histrionismo teatral.

Nuria Escur, (refiriéndose a Ibsen) escribe en un artículo de La Vanguardia:

¿Cuál es el secreto de este autor para enamorar a las compañías de teatro y volver siempre a los escenarios? Para Gómez-Baggethum es meridiano: “Las obras de Ibsen funcionan en escena porque están bien hechas, y al mismo tiempo plantean problemas que nunca conseguiremos resolver del todo, pero que tampoco podemos renunciar a intentar resolver. Ibsen proporciona un excelente andamio desde el que cada nuevo montaje, con plena libertad, puede explorar esas cuestiones tal como se presentan en su propia contemporaneidad”. Añade, la traductora, que uno de los mejores montajes que ha visto últimamente ha sido una versión de Los vikingos de Helgeland que convierte la obra en una reveladora distopía”.

Es imposible no entender los escenarios de Faz en su casa natal, como un escenario de Ibsen, autor que, junto con García Lorca, él mismo nombra y honra con esta novela, porque revitalizan la antigüedad del dolor en personajes actuales con problemas actuales. Ser hijo es un gran problema actual. Ser hijo de una mexicana analfabeta, madre de nueve hijos, más en una zona rural en México, es digno de ser caldo de cultivo para el teatro de Ibsen y del poeta de Granada.

Faz lo ha logrado. Sencillo, voraz, verdadero, transparente y con atisbos de oscuridad de hoguera casera, escribe esta maravillosa pieza para la eternidad infinita de los hijos.

Faz, Sergio. Vendrá el olvido.

Editorial Gafas moradas, 2022.

Síguenos en Google News y recibe la mejor información 

LV 

Más de