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Agustín Chuc López nos invita a la lectura de los cinco cuentos negros del libro "Toda felicidad nos cuesta muertos" del escritor yucateco Carlos Martín Briceño.
domingo, 6 de noviembre de 2022 · 16:16

Fue Ambrose Bierce, el aparente Gringo Viejo de Fuentes. Cuenta la leyenda que fue el amargo Bierce. Fue aquel que tiñó una idea sobre los cuentos negros. Su mirada sardónica, la corrosividad de su discurso originaron una suerte de relatos en los que las historias estaban aderezadas por un humor cáustico y mordaz. La ironía no era insinuada, sino se manifestaba de manera frontal para describir la naturaleza humana. Cuenta la leyenda que Bierce cruzó la frontera hacia México en 1913, viajó con las fuerzas de Villa y en la batalla de Ojinaga se le dejó de ver. 

Cinco cuentos negros son los contenidos en el libro de Carlos Martín Briceño. Desde el título del libro el lector puede apreciar de manera concreta esa especie de oxímoron que permea en la contundencia del enunciado: Toda felicidad nos cuesta muertos. Hay ironía, hay humor corrosivo, pero también encontramos en el texto un ejercicio literario que nos permite ver a un narrador ya consolidado en la literatura de nuestro país. Su fuerte se encuentra en la manera de tratar los asuntos sobre la naturaleza humana, las personas y sus relaciones junto al prójimo. Hay oficio en la literatura de Martín Briceño. 

En el primer texto, “Montezuma´s revenge”, la ironía es la llave tonal que abre un discurso narrativo en primera persona para llevar al lector por caminos en los que el azar sublima el golpe inesperado de la realidad: “Esta es la mía, pensé. Puse cara seria, la abracé fuerte y sentí la calidez de sus pechos contra mi cuerpo. Me pareció que la tomé por sorpresa, pero no me soltó en ningún momento. Por qué no decidí en ese instante dirigir mi atención a Gloria es algo que aún no puedo entender”.

Su narrador, en primera persona, atiende a las circunstancias adversas en las que los sucesos vividos en la historia que narra no solo pueden salir mal, sino que salen mal, aparentemente. La venganza de Montezuma suele aparecer para atacar a la persona extranjera, jocosamente se le atribuye al hecho de que la comida de nuestro país le hace mal al viajero de otro país. Aquí del imaginario colectivo se traslada al hecho fortuito propiciado por las circunstancias. Montezuma, el santo patrono del desquite. El Yo protagonista de la historia, así sin nombre, justifica sus actos mediante los resentimientos surgidos por no haber culminado bien su vida como esposo. “En esos años, atrapado por las mandíbulas del resentimiento y escarmentado por el reciente divorcio, solía salir con extranjeras. Eran menos exigentes y absolutamente libres”. De la Ley de Murphy a la venganza de Montezuma. 

El epígrafe de Patricia Highsmith, la escritora norteamericana artífice del suspenso y de lo policíaco, condensa de manera acertada todo el sentimiento que deja atrás el resentimiento… La venganza, forma de vida autosuficiente del resentido, acude presurosa a esa llamada que nunca llega y se manifiesta contundentemente. Paige, la mujer inglesa que protagoniza también este relato, llega a las profundidades mentales del narrador. Su argumento para haber viajado a México resulta de lo mas conmovedor: “Por exótico y barato -dijo-, escogí México.”

Lo exótico puede ser infernal. Los espíritus montezumianos no permiten el relajamiento para el amor. Dice el protagonista al querer seducir a Paige con una suculenta comida yucateca: “Esa misma mañana la invité a almorzar, pero la salida terminó en desastre. La llevé a probar tacos de relleno negro y resultó alérgica al condimento, que le provocó una diarrea imparable. Salió de ahí lanzando fuckings a diestra y siniestra”.

Un fin de semana en Playa del Carmen es el escenario perfecto para la seducción del protagonista hacia Paige. Hasta aquí ya se notará el meollo del relato, el protagonista, un abogado poco escrupuloso, trata de seducir a una extranjera inglesa para pasar un buen rato, diría él. A pesar de las adversidades, de los desdenes y de los malos tratos, el protagonista no ceja en su intento de seducción, no obstante de reconocer que pudo haber puesto el ojo en la amiga de Paige, la española  Gloria.

“Montezuma´s revenge” es un texto que abre con precisión este libro de cuentos negros, de humor corrosivo, de vericuetos narrativos por donde se cuelan las escenas del crimen con la intimidad del pensamiento interno, textos que demuestran cómo el poder resulta ser una herramienta para abusar y presionar: “Transcurrieron casi dos semanas hasta que una tarde, mientras consumaba en la notaría un despojo de tierras disimulado por una donación, mi secretaria me interrumpió abruptamente: una señorita que ceceaba como una española insistía en hablar conmigo”.

Uno de los mejores relatos que he leído, y lo digo así, sin ambages, es “Los mártires del Freeway”, no en vano está dedicado a Rafael Ramírez Heredia, el añorado Rayo Macoy, quien fuera uno de los mejores exponentes narrativos de la literatura mexicana contemporánea. No hay que olvidar que Ramírez Heredia caminaba con soltura en los caminos de la novela negra.  Posiblemente podamos encontrar rasgos influyentes de Heredia en el texto de Carlos Martín. 

Existe una agudeza en la forma de replantear la realidad literaria que se nota en cuanto a la forma y el ambiente en el que trascurre la historia del relato. El Desiderio Grajales de Martín Briceño puede emparejar el mismo paso que lleva el Ifigenio Clausel de Ramírez Heredia y otros personajes del mismo talante. 

Dividido en tres partes, “Los mártires del Freeway” alude a esa zona desconocida en la que los seres humanos deambulan sin rumbo fijo. No hay brújula que indique el camino ni el proceso a seguir en cuanto a la manera en la que pueden actuar las personas. Desiderio Grajales es un joven que había estudiado la carrera en Derecho en México y luego Criminología en Los Ángeles, California. Su sueño: regresar a nuestro país para contribuir en la impartición de una justicia más equitativa ejerciendo de acuerdo a su preparación y experiencia. Su realidad: el choque social de encontrarse con la corrupción y el empirismo de una labor judicial mediocre: “-No te quiero desilusionar, pero corres el riesgo de que al regresar a tu país te conviertas en perseguidor de adúlteras o de industriales evasores del fisco -sentenció uno de los maestros al inicio del curso-”.

Grajales debe investigar sobre una serie de crímenes que están ocurriendo, sobre todo a jóvenes, con ciertas características que los unifican en cuanto a la manera en la que se llevan a cabo, una especie de sistematización y de maneras crípticas al ser arrojados los cuerpos en las puertas de las iglesias. Es el primer caso que se le asigna en su nuevo trabajo de investigador judicial dentro del sistema de su Estado: 

“Te sacaste la lotería sin comprar boleto, Grajales. Fíjate bien en lo que voy a decirte: el gobernador acaba de dejar como palo de gallinero al procurador por el caso de los muertos de los atrios. El asunto lo está llevando el Capulina y no tenemos ninguna pista. Necesitamos alguien de… tu tipo… que pueda inmiscuirse discretamente en ciertos ambientes sin despertar sospechas”. Cual actor de método, Grajales lleva la disposición del deber a su nivel más preciso. Si se ha visto a Al Pacino en Cruising se entenderá, entonces, cómo trabaja Desiderio. Ese diálogo de Barredo a Grajales, “necesitamos a alguien de tu tipo”, funciona como el detonante del descenso de Desiderio a los infiernos cotidianos del ambiente desenfrenado de la noche, así livin la vida loca va entretejiendo los cabos para descubrir al asesino serial que azota el ambiente nocturno de las calles yucatecas. Grajales no pierde el tiempo, decide que es el momento de actuar y lo hace sin reservas: “Desiderio tiene que contener su euforia. Concentra su mirada en los dedos mugrientos del comandante. Ve en Barredo la personificación de todo lo que detesta en los judiciales mexicanos”.

No voy a spoilear el relato, pero sí trataré de justificar por qué es uno de los muy, muy buenos relatos que he leído, consistentemente escrito de manera impecable y con un flujo narrativo que suele atrapar al lector desde el principio. Cuando lo leí la primera vez no dejé de pensar en otros personajes similares, detectivescos o policíacos, refiriéndonos a nuestra literatura mexicana: Grajales puede caminar de la misma manera que Steve Burns, el personaje de Al Pacino en Cruising. Por ahí también recuerda a Filiberto García, el detective de Rafael Bernal, en Complot Mongol (1969), aquella que tiene fama de haber inaugurado la novela negra en México… ¡Pinches cuentos negros! 

Ya habíamos mencionado al Ifigenio Clausell del Rayo Macoy, Ramírez Heredia. Desiderio abundaría sus ansias por donde registra sus investigaciones el independiente Héctor Belascoarán Shayne, el detective de Paco Ignacio Taibo II, “¡No contaban con mi astucia!”.

 En “Los mártires del Freeway” el lector no solo encuentra una historia muy bien narrada, sino un estilo que promueve la atención aguda y actitud de quien está siempre dispuesto a cooperar con la literatura. Desiderio es un joven con sueños de grandeza ética y justiciera, un personaje cuyas ansias de trabajar y concretar la justicia se vuelve su pan de cada día: “Desiderio sabe bien lo que el comandante señala, la policía en México se maneja por fórmulas políticas y no por el cumplimiento de la ley”.

El Freeway es el antro en el que  ocurren todos los tejemanejes del ambiente nocturno y sensual en la historia. Ahí Grajales descubrirá que no solo de sueños vive el hombre, sino también de realidades, y cuando éstas muerden, el surrealismo de la vida cotidiana se intensifica. Desiderio cuestionará, en un acto de fe terrenal, si todo lo ve no es oro. Los mártires no sufren por los seres humanos, sufrirán por no acceder al paraíso nebuloso del licor y del perfume de marca, del sudor ajeno y de la mirada lúbrica de los asistentes al antro, de los movimientos de la pelvis… Los mártires quieren vivir y morir en el Freeway, en  los fuertes brazos del Oso de Peluche, así, lentamente, dejándose querer e ir mientras el techno dance se va alejando de los oídos. El Oso de Peluche, el Oso de Peluche…

Otro de los cuentos incluido en Toda felicidad nos cuesta muertos, es “Cibercafé”. Es un relato en el que el feminicidio se asoma por las aristas temáticas actuales. Trigún es el protagonista de una historia que se decanta por la satisfacción del deseo sexual, de la atracción casi animal que surge a primera vista y luego a través de la pantalla del computador. Trigún -nickname  para la seducción de Erza, ¡Negro! para doña Conchi, su madre- atiende un local al que usualmente asiste Erza Scarlet. Trigún se sentirá atraído y mediante la secrecía de las redes sociales trata de acercarse a Erza, muchacha que proviene del altiplano. A lo largo de la historia entenderemos el motivo por los que Trigún/Negro, en pleno viaje astral producido por los estimulantes cannábicos llega al clímax de su encuentro con Erza. El deseo y la consecusión del placer se transformarán en olores, sensaciones y visiones grotescas al igual que una escena gore matizada por Tarantino o Sam Raimi. 

Erza ofenderá a Trigún/Negro cuando se entera que es éste quien trata de seducirla en un chat: “El rostro de la muchacha palidece. ¿Trigún, este pendejo? ¿Este naco que está junto a mí? Las paredes del ciber parecen girar a su alrededor. Los oídos le zumban. Sólo porque está sentada se mantiene erguida. Putísima madre. ¡Pensar que le ha contado tantas cosas personales! (…) ¡Hasta le confió cuánto odia esta ciudad aburrida, calurosa y llena de moscos! ¡Qué estúpida! No quiere permanecer un minuto más allí”.

Y Erza no permanecerá más allí. Las lectoras y los lectores descubrirán el proceso que sigue Trigún/Negro para llegar a ella y para deshacerse de ella.  El desenlace puede ser inesperado, pero muy puntual para cerrar el relato. 

Los otros dos relatos que forman parte del libro, “Hombres de bien” y “El caso Montelongo” siguen la misma línea que los anteriores comentados. El primero es una suerte de autoconfesión por parte del protagonista, los traumas y sus herencias producto de su estancia estudiantil en el Colegio Español durante su adolescencia. El segundo trata, a su vez, sobre la investigación periodística que realiza Rosana, una reportera de La Crónica del Sur, acerca del asesinato de Selene Montelongo, empleada de un bar en la zona roja. 

A cada una y uno le corresponderá descubrir cómo Martín Briceño va entretejiendo, matizando, cada uno de sus relatos. Encontrarán que Toda felicidad nos cuesta muertos mantiene una coherencia literaria y narrativa concreta. Hallarán una atmósfera cotidiana que obliga a comparar su contenido literario con la realidad que nos rodea, aquella que seguimos en la prensa, se publica en las redes sociales, y que la frase “La realidad supera a la ficción” no es más que una muletilla advertida para hacernos creer que la contundencia de la vida no se queda en la literatura, se replantea ahí y desde ahí nos mira como formamos parte de ella.

Literatura somos y en la literatura andamos. Carlos Martín Briceño lo sabe y afortunadamente la maneja muy bien en sus escritos. Afortunadamente para nosotros sus lectores.

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