La lengua maya, de la milpa a la urbe

En 1847, cuando empezó la guerra encabezada por Cecilio Chi, el 95 por ciento del territorio era de lengua maya, de acuerdo con distintas consultas del autor de este texto.
domingo, 25 de julio de 2021 · 11:48

Ich kool ku síijil mayat’aan, tu lu’umil i’inaj, tu paach paak’al, ich u koj baach, noom, beech’ yéetel i’ ku juum u t’a’anal, ku tóo’pol beey yéets’e’, beey ya’axe’, beey muune’, beey k’u’uke’ yéetel beey jóonk’ab tu’ux ku ts’a’abal u t’aanil p’uuje’, tu chi’ Yuumtsilo’ob ku péek, tu xóob Yuum Iik’, tu paax Yuum Cháak, tu juul Yuum K’iin yéetel tu xíimbal Yuum K’áax, beey síijik mayat’aano’, le maya kuxkíintmilo’on tak tu walkilila’.

Es familiar en estos tiempos escuchar, en las comunidades mayas de la Península de Yucatán, la palabra “migrante”. Muchos jóvenes que nacieron en una familia casi monolingüe tienen la maya como lengua materna. Crecieron ayudando a su padre en la parcela a trabajar la tierra, y las niñas, ayudando a mamá en la cocina. Estos dos espacios nacieron en la misma fecha que la lengua maya. A día de hoy, como desde hace algunas décadas, muchos de estos jóvenes y señoritas  echan su suerte de vida hacia el Norte, de donde les han llegado noticias de empleos bien pagados. De los pies de cada uno camina la lengua maya peninsular, de la mochila de cada una, viaja la lengua de Jacinto Can Ek.

Otros niños y niñas de las comunidades mayas hacen camino en las aulas del sistema educativo. Tienen la fuerza, el coraje y la determinación de franquear una gran cantidad de espinas, vientos huracanados, el ataque de muchas garrapatas, el piquete de una gran cantidad de mosquitos, algunas mordeduras de serpientes y hasta, a veces, precipitarse en una cueva, eso que llaman hoy elegantemente bullying; no es más que agresiones, ofensas y burlas a quienes nacimos en una familia monolingüe maya.

El español que intentamos hablar en los primeros años de la escuela le suena a los niños que hablan esa lengua, extraña para nosotros, como ridículo. Entonces nos hacen mucha mofa por no pronunciar el sonido de la “rr” y la “f”, principalmente; los sustituimos con el sonido de la “r” y la “p”. Por ejemplo: en vez de decir “la zorra salió corriendo de su terreno asustada por el ferrocarril”, decíamos “la zora salió coriendo de su tereno asustada por el ferocaril”; en el caso de la letra “f”, en vez de decir “Felipe felicita a Fabio”, decimos “Pelipe pelicita a Pabio”. Esto sucede porque en la lengua maya no existen los sonidos de la “rr” ni la “f”.

Nuestra reacción tampoco tarda mucho en llegar. Casi de inmediato, nos sale lo que algunos antropólogos se empeñan en decir: nos sale lo pacífico y les soltamos esa palabrita maya que casi todos los yucatecos han dicho por lo menos una vez, aunque desconocen el significado y a veces lo pronuncian mal, pero lo que es seguro, es que saben que es un insulto, tan es así que hoy, en la mayoría de la Península de Yucatán, esa es la palabra maya más conocida, la más usada y la más migrante.

La lengua maya es migrante, o migratoria como los pájaros; su casa, su hogar, su tierra y su territorio originalmente, es la milpa, es el fogón de la cocina maya. Ahí está enterrado su ombligo, decimos en maya, ti’ mu’uk u tuuchi’; cada vez que nuestro caminar pasa cerca de estos espacios,  escuchamos su música, su canto, su rezo, su fiesta, su sollozo y su denuncia. Sin embargo, esta voz la comenzaron a empujar hace poco más de 500 años por los desarrollistas de las tres carabelas que ahora llegan en un tren que hasta creen que puede ser maya. La echan al vacío, al abandono, a la violencia, al silencio, hasta que la lengua maya, con el espíritu  o su óol que la caracteriza, decide usar sus alas para volar en el K’a’aw, en el Ts’uju’uy, en el Yúuyum, en el Sakpakal y en el Ch’ojóot, entre muchos otros pájaros migratorios.

No solo tomó el aire con sus alas de pájaro y de avión para sobrevivir. Tomó los caminos, las veredas, las calzadas, las avenidas con sus propios pies para reinstalarse en su territorio que le había sido arrebatado; tomó el volante de los coches y de los camiones para transitar hacia la vida, su vida y la vida de sus niños, de sus hombres, de sus mujeres y de sus Yuumtsil. Hace unos días tomó el mar a través de un barco llamado “La Montaña” para dirigirse a esas grandes urbes para encontrarse con sus hermanas, con sus hermanos, con sus tíos y abuelos; la lengua maya ha sido capaz de preocupar a quienes anuncian su muerte, a quienes dicen que se pierde, en vez de decir que la eliminan, que la persiguen, que la encarcelan y que la asesinan.

Lo que quizá preocupa más a sus colonizadores es que la lengua maya esté llegando al corazón de su orgullo, sus cuatro paredes del “saber”, su templo, es decir, su escuela. Quizá la preocupación no es que llegue ahí, sino que empiece a tomar decisiones en esos espacios consagrados para la colonización, para la evangelización y para dictar la única verdad que fabrican con una breve batería de preguntas estandarizadas con la que elaboran las tesis.

La migración de la lengua a que ha sido obligada por el despojo le ha significado replegarse hacia los rincones de su territorio. Cada megaproyecto industrial que le arrebata 2 mil hectáreas de selva le cancela la posibilidad de crear su milpa. El poder del invasor destruye la selva para siempre; no le permite a la tierra reforestarse. La llena de zacate, de soya, de turbinas eólicas, de paneles solares, de granjas de cerdos, de gigantes hoteles y restaurantes, de reservas naturales protegidas por el Estado en el que sólo las empresas pueden operar. La lengua maya, en su constante repliegue, llega al momento en el que se ve arrinconada hasta el fondo y decide partir por en medio el gran proyecto industrial de muerte y surca ahí su vereda, ahí pone sus pies para caminar, para servir la comida en sus restaurantes, limpiar sus cuartos de hotel, tender las vías del tren, instalarse en los mercados de las ciudades para vender pepita molida, pozole, aguacate, jícama, yuca, miel y elote verde.

El colonialismo afirma, desde el púlpito del poder, que esta lengua maya está feliz, feliz, feliz porque no pone en riesgo al poder, es más, ya expresa su “voluntad” en las urnas, ya vota por “ya sabes quién”. Sin embargo, la lengua maya está caminando, no ha parado, ha sabido aprovechar, hasta ahora, los empleos temporales o la temporalidad de los empleos.  No parece estar satisfecha en esos espacios ya tomados. No parece que esos lugares sean su fin; parece que es algo “aspiracionista”, como dijera la lengua extraña. Sus ojos circulan sobre otros espacios que están un poco más lejanos, amurallados, protegidos por la Guardia Nacional.

Las universidades, los poderes políticos, los medios de comunicación son fortalezas vetadas para la lengua maya. No se ven rectorías de la lengua maya en las universidades. Respecto a los medios de comunicación, apenas existe el nombre de una jornada como el del tren, como un restaurante y como un museo; del poder político, ni se diga. Está tan cerrada esta puerta que los colonizadores de lengua dominante consiguieron certificados de mayas con una gran facilidad, como de por sí consiguen esas certificaciones de calidad, en esta ocasión, para obtener una candidatura de elección popular que originalmente se dijo que pertenecería a la lengua maya.

Por todo esto, la salud de la lengua maya está muy maltrecha. Seguramente, si le aplican un diagnóstico serio -no como los  que hacen en los hospitales públicos desahuciados-, le estarían detectando anemia, diabetes, hipertensión y, quizá, hasta COVID de la peor cepa.

En realidad, no sabe cuántas enfermedades padece ni los síntomas de todo ese coctel de amenazas en su salud que lleva a cuestas. La razón es que todas las puertas de los hospitales que ha encontrado llevan un letrero que dice “cerrado”, aunque las otras lenguas entran y salen de ella con facilidad y naturalidad. Cada escuela de medicina que ha encontrado lleva el mismo letrero. Aunque las otras lenguas salen de ella vestidas impecablemente de blanco, con toga y birrete, cada curul del poder judicial que encuentra -aunque de lejitos, porque ahí ni puede acercarse- está custodiada por la policía. Y no sólo lleva el tradicional letrero que dice “cerrado”; alguien le avisó que, en ese lugar, es imposible que pueda estar porque carece de interés legítimo e interés jurídico, carece de un certificado que demuestre su legitimidad.

Así la lengua maya sigue recorriendo este mundo civilizado que se le ha ofrecido cuando los emisarios de la lengua extraña llegaron, desde la primera vez, a su comunidad para ofrecerle empleo a cambio de su tierra. Si la lengua maya no aceptaba esa magnífica oferta, de todas maneras le tenían que arrebatar ese lugar “por su propio bien” para la sustentabilidad de su desarrollo.

No obstante, la lengua extraña celebra con algarabía al afirmar que es abrumadora la lengua maya en la Península de Yucatán, declaración que justifica la institución que representa. Algunos estudios dicen que, en 1847, cuando empezó la guerra encabezada por Cecilio Chi, el 95% de este territorio era de lengua maya; así hasta 1908. Ya en 1990, ocho décadas después, el porcentaje había caído a menos de la mitad: sólo el 44% de la población era Maya-hablante. A día de hoy, la cifra apenas alcanza sollozar. Sin embargo, nos dicen que la lengua maya es abrumadora, como diciendo falta mucho trabajo para desaparecerla.

En este tránsito que se llama migración, la lengua maya se muere en el famoso río fronterizo. Es cierto que es Bravo, pero también tiene ya alguna experiencia de cruzar ríos como el Hondo y otros en su caminar en las complicaciones de la historia. Así, la migración se ha convertido en pasos hacia la muerte, y cada vez las trampas están más industrializadas. La lengua maya encuentra muchas veces la muerte en los ríos, frente a los muros fronterizos, entre las aspas de los parques eólicos, en los espacios de construcción, en el desierto o en las manos del crimen organizado. Con todo esto que debe franquear, su salud está como una ropa tan ajada con una gran cantidad de remiendos de diferentes tamaños, colores y edades. Lo que es alentador es que, a pesar de muchas muertes, sigue viva y va por esos espacios consagrados por la colonización. Va en busca de recuperar esos espacios al mismo tiempo que, en sus comunidades de origen, lucha por su autonomía y autodeterminación.

Si al día de hoy la lengua maya sigue siendo una voz muy fuerte en este país es porque ha logrado conservar en la Península la vida de su Yuum K’áax, de su Yuum Cháak y de su Yuum Iik’, por igual que de su ts’ono’ot y de su lu’um, donde su soots’ realiza trascendentes vuelos polinizadores de importantes semillas como el ramón, la guayaba, el bonete, la papaya,  la huaya y otras frutas silvestres que siguen siendo el alimento de los pájaros y de las abejas que circulan por millones, territorializando la Península con los colores que toman de cada una de las flores.

Un integrante de la comunidad maya que ha sido ejemplo de la sobrevivencia en la migración del campo a la ciudad es el Ch’ojóot o Ch’ejum. Es un pájaro que originalmente vive en la selva. La lengua extraña le llama carpintero, quizá porque pica cientos de veces alguna parte de algún árbol hasta hacerle un agujero para encontrar ahí su alimento y, cuando llega su tiempo de anidar, construye ahí la casa para criar a sus hijos. 

Sin embargo, el desarrollo Occidental llegó a su tierra a talar los grandes árboles para cambiarlos por miles de postes de concreto. Entonces, ante la imposibilidad de replegarse más, el Ch’ojóot comenzó a taladrar los postes de cemento para sobrevivir. Se vio en la necesidad de realizar largos vuelos, atravesando miles de hectáreas de soya, cientos de hectáreas de parques eólicos y fotovoltaicos sin encontrar la selva. Su casa había sido asaltada, allanada y quemada. Los únicos árboles que pudo encontrar son los que sostienen unas enormes aspas u otros que sostienen unas lámparas para iluminar el desarrollo.

Sin embargo, su desesperada garra que sembraba en el jobón le sirvió para subir a los postes, como los mojados que brincan la barda de un pueblo ajeno para encontrar la forma de sobrevivir. Sus amenazantes picotazos en el desconocido granero es de un hambriento desesperado y despojado que escapa hábilmente de los hormigones mercenarios que aparecen fuertemente armados con el presupuesto nacional a pesar de la austeridad republicana.Así hace fallar siempre al cazador del huerto imperial que se enoja por sentir que sus cámaras de vigilancia han sido burladas por un salvaje pájaro migratorio, un presta-pueblo que se adapta en la urbe para seguir hablando su lengua, cantando en su lengua, rezando en su lengua, celebrando en su lengua, escribiendo en su lengua, lanzando consignas en su lengua  y organizando su rebeldía en su lengua.

La lengua maya ha ganado, gracias a su osadía, importantes espacios no sólo físicos, sino también legales, como lo ha venido haciendo desde el principio de la conquista y colonización. Hoy aparece en algunas leyes estatales, federales y hasta en la Constitución. En el 2001, logró su carta de ciudadanía en este país, que se llama México, aunque el Estado le extirpó el corazón en el artículo segundo al negarle el ser sujeto de derecho y reducirlo a una cosa de interés público.

La lengua maya sigue en su caminar al instalarse en los espacios, como el ch’ojóot, sin permitir que sea enjaulado para ser ofertado como una mercancía de cuarta en el mercado. Las estrategias de control sobre ella han fracasado; más bien, los han hecho fracasar. El sistema colonial le juega como muchos hacen con su gatito: le muestran la taza de leche y luego se lo retiran con tal de domesticarlo. Después de muchas veces, los gatitos ceden, pero la lengua maya ha demostrado claridad en su identidad. No ha querido abandonar la construcción y convivencia social comunitaria fundada en la salud de su entorno; no la quiere cambiar por un poder individualista. Por eso sigue caminando por las calles de la gran ciudad, sigue ofertando sus productos del campo en los pequeños parques, sigue cantando con voz femenina, con emoción y trasparencia de niño y con el coraje del ch’ojóot.

La capacidad de la lengua maya para franquear espacios físicos como ríos, avenidas, plazas, desiertos, puertos y costas no es lo único que ha aprendido en su experiencia que viene acumulando desde hace poco más de  500 años. También ha franqueado ciertas miradas, muecas, risas, palabras filosas empaquetadas en papel de regalo con elegante moño, empleos con alma de servidumbre, ofertas políticas para hacer políticas de muerte, escaños en los juzgados para ser juzgada, becas para guardar silencio entre otras situaciones que encuentra en la zona de traslape que cada día van convirtiendo en desarrollo sostenible, o más bien, en deforestación sostenible.

En medio de estos espacios y circunstancias, la lengua maya comenzó a anidar en una casa maya que se llama literatura. No es un ente desconocido para ella. Cuando aquella gran ceiba que estaba plantada en el ombligo de la tierra estaba floreciendo, Yuum Iik’ polinizó en cada color de sus pétalos. Los frutos volaron envueltos en sus sábanas blancas como X Táabay hacia los cuatro rincones de la Península. Así nacieron los primeros hombres y mujeres de la literatura maya en Maní, en Chumayel, en Teabo y en muchos otros pueblos que escribieron en los códices que a día de hoy les apodan París, Madrid y Dresde.Otros que fueron recogidos en estos mismos caracteres, después de que la lengua dominante puso su hacha en contra de nuestra gran Ceiba hasta derribarla, son conocidos como el Chilam Balam, el Popol Vuj y los Cantares de Dzitbalche, entre muchos otros. En estos textos florecen los temas de esos que hoy llaman filosóficos, científicos y poéticos.

Así que la lengua maya, en su paso migratorio, forzado por la deforestación de su selva, por el ataque a su milpa y por el despojo de sus cenotes, ha encontrado algunos espacios en los que no ha sido bienvenida. Tampoco esto le asusta. Casi nunca ha sido bienvenida en las universidades, en el palacio de las bellas artes, en el banquillo de los tres grandes poderes y menos en la Secretaría de la Cultura, ya que, según dice la lengua dominante, la lengua maya sólo hace artesanías. Sin embargo, su determinación por sobrevivir, por territorializar, por recuperar su óol, está demostrando que sabe de eso que llaman creación. Está arrojando luz a colores sobre su palabra y su pensamiento, sobre las flores de su corazón. Está dejando mirar en su balts’am cómo Yuum iik’ toma de la mano la espiga de maíz para alimentar con su voz el polen que cae sobre el cabello blanco de cada mazorca, como un niño maya amamantado por su madre, pese a la condena moralista, en una avenida que en algún momento de la historia se llamó Nachi Cocom. 

La lengua maya, con sus Cantares de Dzitbalche, deja ver que sabe de poesía. Ella dice que ese ejercicio se llama ik’ilt’aan, k’ayt’aan o nikte’t’aan porque es palabra del viento; es voz de Yuum Iik’; es palabra hecha canto; es palabra polinizada con óol de espiga. Dice también que este ik’ilt’aan tiene varias virtudes, le ik’ilt’aano’ yaan u kuuch, yaan u muuk’, yaan u yóol, yaan u piixan, yaan u k’i’inam, yaan u muut, yaan u siip.

Así de fuerte es la palabra maya. Es como una serpiente que renueva su piel, como el pájaro que imprime nuevos colores a su plumaje, como el mar que levanta sus olas, como la esperanza del campesino en las mazorcas de cabello blanco que verdean en su milpa.

La lengua maya sabe también contar cuentos. Es una gran narradora, aunque la lengua extraña le exige un Don Quijote para ofertarle un banquillo en la literatura. Su granero, levantado por Can Ek’, está lleno de experiencias sobre su migración, de testimonios. Ha recogido en cada paso, en cada vereda, en cada laguna singulares sonidos, voces, quejidos, cantos, consignas, convocatorias, bramidos, chillidos, graznidos. Ha mirado cómo los colores dan a luz después de aparearse. Da cuenta de los caminos que trazan las estrellas; sabe que las mariposas van por la lluvia; ha descubierto que las luciérnagas desordenan la noche. En fin, su granero es muy robusto. Tiene en cada grano de maíz una historia, un color, un sonido, pero, sobre todo, mucha memoria. Por eso lucha por colocar su banquillo en este lugar que llaman literatura.

Sobre el autor

Pedro Regalado Uc es teólogo, profesor y poeta maya. Nació en el seno de una familia maya monolingüe en Buctzotz, Yucatán, el 13 de mayo de 1963. Actualmente es profesor en la Escuela de Creación Literaria en lengua maya del Centro Estatal de Bellas Artes. Es autor de ensayos y poemas publicados en revistas, periódicos y antologías, galardonado en cinco ocasiones por sus propuestas en poesía y narrativa maya. Es integrante de la Asamblea de Defensores del Territorio Maya “Múuch’ Xíinbal”. Su obra puede encontrarse en lazarokan.wixsite.com/pedrouc.