Ideas políticas de cuatro príncipes renacentistas (II)

domingo, 30 de mayo de 2021 · 13:30

Hace una semana que revisamos, de manera muy general, casi intuitiva, algunas de las ideas centrales en el germen del absolutismo. También echamos un vistazo a los pensamientos que de la Fortuna tuvieron el tan mal afamado Nicolás Maquiavelo y el algo desconocido Francesco Guicciardini. Hoy, nos encontramos con otros dos pensadores renacentistas que dejaron ideas políticas valiosas, resistentes al paso del tiempo.

Las ideas teológico-políticas

La dura perspectiva jurídica de Maquiavelo encontraría sólidas respuestas desde el ámbito de la moral, e incluso de la teología, con distintos grados de desaprobación. Aunque debe reconocerse que El Príncipe aborda varias de las problemáticas concernientes a la debida protección del territorio con argumentos jurídicos y militares, es necesario evidenciar la insuficiente atención sobre el carácter religioso, que también amancillaba el periodo renacentista.

Las ideas de Erasmo de Rotterdam y Martín Lutero, aunque teólogos en primera instancia, impregnaron el ámbito político con claras intervenciones en cuanto al deber-ser de los mandatarios.

Ambos teólogos se mostraron gravemente inconformes con la situación eclesiástica de su tiempo. La Iglesia, en un actualizado intento por mantener vigente la base de su doctrina, se adhirió al novedoso sistema monetario, aunque dicha adaptación no ocurrió, en absoluto, de manera acorde con los preceptos de la cristiandad: los cargos clericales adquiridos mediante sobornos, así como las intervenciones de alcance militar por parte de la Iglesia en situaciones políticas de su propio interés, tuvieron como residuo un desgaste de su teología y un cierto abandono espiritual a la gente que entonces depositaba su fe en forma de monedas para conseguir las indulgencias que “necesitaban” . Así lo expresa María Isabel Romero en El pensamiento Erasmista: su aportación a la cultura y sociedad españolas del siglo XVI. 

La reacción del originario de Rotterdam es un compendio de obras acerca de la actitud anticristiana de la Iglesia -llevada al papel de manera astuta bajo la máscara de la locura- y la reivindicación de la genuina cristiandad, principalmente en el Enchiridion militiis Christiani (traducido regularmente como Manual del caballero cristiano) y en su Educación del gobernante cristiano.

La última obra mencionada es particularmente interesante, pues concibe dos elementos importantísimos que le distinguen de Maquiavelo: el príncipe debe ser, ante todo, dirigido por la benevolencia y prudencia cristianas; en segundo lugar, aclara que la formación temprana del monarca constituirá finalmente sus virtudes, y no las armas y leyes que éste llegue a proclamar o poseer. Se vislumbra entonces la amalgama teológica en la concepción política de Erasmo, por lo que un príncipe, ante todo, debe ser buen cristiano, pues “el mensaje erasmiano propugna la vuelta al espíritu evangélico con el predominio de las virtudes de la sencillez, intimidad, humildad y caridad”. De esta forma, el gobernante formado en las enseñanzas de Cristo “nada le será tan querido como la felicidad de su pueblo, al que debe amar y cuidar por igual como un solo cuerpo”.

A este pensamiento teológico se suma la concepción antropológica de Erasmo, opuesta por completo a la maldad inherente al humano de la que Maquiavelo se jactaba y sobre la que fundamentaba su obra política: “de aquí viene que habitualmente se llame ‘humano’ a todo lo relativo a la benevolencia mutua, y que la palabra ‘humanidad’ no signifique ya nuestra naturaleza, sino el modo de ser que es digno de la naturaleza del hombre”. La confianza erasmista en la valía del príncipe, además de su cristiandad y humanidad,  se basó en el supuesto que aboga por la educación como elemento particular de lo humano, pues  “la cifra y cumbre de la felicidad humana, consiste en la recta instrucción y la educación legítima”. Esta es la traducción al español de Joaquín Barceló  de una Selección de escritos de Erasmo de Rotterdam.

Ahora, con respecto a la posición del humano frente a la Fortuna, Erasmo podría estar de acuerdo con Maquiavelo en la posibilidad del individuo para manejar lo que el mundo le depare, aunque la diferencia entre los dos pensadores radica en el elemento que hace plausible el albedrío sobre la vida. Mientras que para el florentino la libertad sobre las decisiones podría encontrarse en una concepción histórica y repetitiva de los conflictos, en Erasmo es la correcta educación lo que podría constituir una herramienta importante para resistir a los caudales de la Fortuna misma, pues, si ésta es humilde, una instrucción de calidad habría de sustituir su falta, mientras que si la Fortuna es dadivosa, una buena educación permitirá el debido provecho del devenir . Este tipo de educación, pensaba Erasmo, debía hacerse desde la filosofía, entendida como un razonamiento específico de las cualidades de la vida virtuosa, entre las cuales estaba presente el repudio a la violencia.

La guerra, para el pensador de Rotterdam, “es propia de bestias y de gladiadores, a los que [consideró] peores que las fieras”. Mientras, Maquiavelo insistía en la demostración del poder coactivo dentro y fuera de la monarquía, Erasmo sospecha que tal “derecho monárquico” esconde frecuentemente intereses particulares, siendo entero perjuicio para el Estado. En caso de que el conflicto bélico sea irremediablemente necesario, el buen gobernante debe agotar todos los recursos diplomáticos que prevengan la confronta violenta, ya sea dentro o fuera de la monarquía. Durante el desarrollo del conflicto armado, debe cuidarse derramar la menor sangre posible, según lo estipulado por Erasmo en El ejercicio de la guerra:

“El gobernante verdaderamente cristiano ha de reflexionar, en primer término, en la diferencia que existe entre el hombre, un ser viviente nacido para la paz y la benevolencia, y las fieras y animales de presa, nacidos para la lucha; y luego, en la diferencia existente entre un hombre meramente hombre y un cristiano. Reflexione después en lo deseable, noble y ventajosa que es la paz, y en cuán calamitosa y malvada es, por el contrario, la guerra, que el ejército de males trae consigo, aun siendo la más justa, si es que hablar de guerra justa tiene algún sentido”, juzga.

Martín Lutero, en su tratado La autoridad secular, quizá su texto de mayor corte político, comparte la visión diplomática en cuanto a la situación previa a la guerra, aunque ya durante la ejecución de la misma, declara: “en semejante guerra, es una obra cristiana y de amor matar confiadamente a los enemigos, robar e incendiar hasta vencerlos, según el curso de la guerra”.

El contexto del pensamiento luterano arriba citado es vasto, y sería inapropiado omitirlo por completo, por lo que recurrimos a una observación general del pensamiento reformista de Lutero, cuyo momento más álgido y determinante fue en Leipzig, pues allí “Lutero había encontrado (…) un argumento concluyente contra uno de los principios fundamentales de la hegemonía de la Iglesia romana: la salvación sí era posible fuera de la Iglesia a través de un acto estrictamente personal no regulable: sola fides”. Así lo describe Francisco Illescas en La disputa de Leipzig, momento culminante en el rompimiento de Martín Lutero con la Iglesia Romana.

La ruptura definitiva de Lutero con Roma se muestra en sus escritos a partir de 1520, un año después del evento en Leipzig, donde la postura luterana aboga por el valor de las Escrituras como única fuente del régimen cristiano, línea sobre la cual habría de pronunciar, en Worms, la posible equivocación de las autoridades eclesiásticas, pero nunca de Dios.

El cisma pronto escaparía de las manos de la Iglesia al trasladarse al ámbito político, pues, por un lado, los tradicionalistas del orden eclesiástico defendían la Iglesia católica (en este bando se encontraban Carlos V, algunos príncipes y miembros del alto clero), mientras que por la defensa de los ideales luteranos se encontraban los príncipes de la Alemania septentrional, los comerciantes, los constituyentes del bajo clero y los campesinos. El apoyo del vulgo hacia Lutero pudo haberse orientado por un fin liberal y mercantilista, pues el cisma representaba una mayor movilidad en todos los ámbitos sociales. Así:

“Cuando los campesinos interpretaron la nueva libertad del cristiano como algo que favorecía sus propios intereses y se rebelaron, Lutero mostró su peor parte. Si bien comprendía y simpatizaba con su situación, su juicio fundamentado teológicamente era que su acción abriría al mundo a la anarquía y que la autoridad constituida debía, por tanto, ser apoyada en todos los aspectos. Denunció a los campesinos y apoyó los esfuerzos de los príncipes por restablecer el orden”. Esto según Tomás Várnagy, en El pensamiento político de Martín Lutero.

La actitud de los campesinos debió ser castigada, según el mismo autor, por su falta de actitud cristiana, pues buscaban el bien propio y no la reivindicación de la fe real en Cristo, actitud que Lutero, al igual que Erasmo, denunciaba en la Institución católica.

Aunque defendían la misma postura en cuanto a una reforma de lo eclesiástico, Lutero es opositor de la concepción antropológica erasmista, pues la presciencia divina era configuradora del comportamiento del humano, y éste ya estaba determinado a sufrir un destino específico, “pues, para Dios, es lo mismo si te quita tu vida y tus bienes por medio de un señor justo o injusto. Eres criatura suya, y puede hacer contigo lo que quiera…”. Así lo afirma Lutero en La autoridad secular.

En todo caso, los príncipes, de acuerdo a ese texto, “debe[n] conducirse de modo cristiano hacia su Dios, es decir, someterse a él con toda confianza y rogarle por sabiduría para gobernar bien, como lo hizo Salomón”. Así, La autoridad secular de Lutero propone directivas para defender la fe cristiana en distintos escenarios, siempre con la concepción de que la espada cristiana no debe usarse más que para preservar el cristianismo frente a quienes lo amenacen. Las leyes seculares corresponden a los humanos del mundo, contrarios a los hijos de Adán, pues éstos, por ser justos en su naturaleza, no requieren de otras leyes para mostrarse buenos.

No obstante, el carácter pesimista de la concepción cristiana del humano por parte de Lutero la encontramos en la número 23 de las 95 tesis: “si a alguien se le puede conceder en todo sentido una remisión de todas las penas, es seguro que ello solamente puede otorgarse a los más perfectos, es decir, muy pocos”.

En realidad, la política, para el pensamiento luterano, ocupa un lugar secundario, pues las concepciones de Lutero con respecto de la libertad y el ethos cristiano bastan para justificar una vida sin sujeciones positivas a las normas jurídicas, pues, de acuerdo al apartado décimo de La libertad cristiana, “únicamente la Palabra divina y la fe reinan en el alma”. La espada secular entonces tiene dos posibilidades: defender el cristianismo ante los no cristianos y, por el otro lado y de manera ideal, la de permanecer oculta y guardar la paz, pues entre cristianos no habrá necesidad de espada ni de defensa, pues ambos preservarán la fe en el mismo Dios, difuminando cualquier motivo de conflicto: “puesto que tienen en el corazón al Espíritu Santo quien les enseña y hace que no cometan injusticia contra nadie, que amen a todos, que voluntaria y alegremente sufran injusticia de todos, aún la muerte”.

Con respecto al poderío y estatus de la Corona, Lutero les confiere un sitio subordinado a Dios, así como todas las leyes y dictámenes, igualmente cargos y jurisdicciones, pues “el derecho y el poder seculares (…) están en el mundo por la voluntad y orden divinos”. Lutero, a diferencia de los pensadores anteriormente revisados, confiere a Dios la premisa máxima sobre la orientación del humano en sí, no sólo en el marco de las relaciones sociales, sino de la propia existencia de los individuos.

La Reforma fue, en principio, un movimiento de carácter religioso, que aunque terminó por afectar el pensamiento político, nunca fue su último fin. Para Lutero, la política era accesoria de una reivindicación del cristianismo, pues al anexarse tanto la Iglesia como la nobleza a la doctrina del mercantilismo, a la vez que ambas instituciones forjaban relaciones de poder, era lógico que la Reforma llegara al principal cliente de la Iglesia.

 

Recapitulando, ha de decirse que La autoridad secular es un documento que debe tratarse dentro de su carácter teológico, que si bien trata de tópicos interesantes para la política, no necesariamente es un tratado de política en sí. Su fin apuntaba a la reivindicación del genuino cristianismo mediante el apoyo de figuras de poder, como lo fueron los príncipes de la Alemania renacentista.

Conclusión

Estas teorías políticas renacentistas, como puede verse, comparten lo heterogéneo en sus fundamentos antropológicos, aunque a su vez fueron simpatizantes de una misma teleología. El anhelado orden y unidad para los emergentes Estados-nación hicieron proliferar los tratados técnicos, muchos de los cuales se establecieron en el orden jurídico, otros en lo moral, unos más en el teológico, e incluso otros se consiguieron un lugar en la ficción literaria y un psicologismo primitivo, como es el caso de Tomás Moro y Juan Huarte de San Juan, respectivamente. Así, deben apreciarse dichas obras teóricas como un vestigio que llega a nosotros de una época renacentista un tanto menos ficcional, con necesidades y preocupaciones, y continuadora del fantasma -quizás perenne- de las relaciones de poder.

Seleccionados Unicornio

En otro orden de ideas, es muy grato para mí anunciar las propuestas seleccionadas en la primera convocatoria literaria abierta de este Suplemento Cultural y Científico. Hierve la sopa, de Diana Suárez Canul, A las lágrimas de un hombre profundo, de Diana Soberanis, y Cenobio, el Único, de Saúl Tuyub, aparecerán en el próximo número de Unicornio. La obra visual de Mónica Alexandra Canto Pérez dará nueva vida a estas páginas. Gracias por su arte y confianza.