Monseñor Romero, “la voz de los sin voz”: Entrevista de Don Mario Renato Menéndez

El Arzobispo “Voz de los sin voz”, Óscar Arnulfo Romero, entrevistado por Don Mario Menéndez días antes de ser asesinado por la ultraderecha de su país, habló con el periodista de los atentados sufridos hasta entonces
domingo, 21 de abril de 2024 · 10:35

Las entrevistas realizadas por Don Mario Renato Menéndez Rodríguez en más de seis décadas de carrera como periodista, reportero en campo y director editorial, son incuantificables, no existe una cifra precisa; sin embargo, son decenas las que se consideran históricas.

No sólo por la relevancia de los personajes sentados frente a su grabadora, cámara o libreta; muchas de ellas alcanzan esa categoría por el momento histórico en que él pudo acceder a las declaraciones. Es el caso de la realizada al clérigo Óscar Arnulfo Romero, Monseñor Romero, como le conoció el mundo por su labor en la defensoría de los Derechos Humanos en El Salvador. Hoy, un Santo salvadoreño.

El Arzobispo “Voz de los sin voz”, entrevistado por Don Mario Menéndez días antes de ser asesinado por la ultraderecha de su país, habló con el periodista de los atentados sufridos hasta entonces -1980- considerados como “coronas de espinas”.

Este 24 de marzo de 2024 se cumplieron 44 años del martirio de San Óscar Arnulfo Romero, asesinado de un disparo en el corazón cuando daba la comunión en la capilla del hospital para cancerosos La Divina Providencia, en San Salvador.

El proceso de canonización del arzobispo Óscar Romero, iniciado el 24 de marzo de 1990, fue un camino marcado por la dedicación y la rigurosidad. Tras un proceso diocesano que culminó el 1 de noviembre de 1996, la Santa Sede aceptó la causa como válida en 1997. Sin embargo, la verdadera controversia surgió cuando la Congregación para la Doctrina de la Fe, dirigida entonces por el cardenal Joseph Ratzinger, analizó meticulosamente sus escritos y homilías a partir del año 2000.

En 2005, el postulador de la causa, monseñor Vicenzo Paglia, anunció que Romero “no fue un Obispo revolucionario, sino un hombre profundamente arraigado en la Iglesia y comprometido con los pobres”.

La culminación de este proceso, explica el Consejo Episcopal Latinoamericano (CELAM),  llegó el 3 de febrero de 2015, cuando el Papa Francisco autorizó la promulgación del decreto que declaró a Romero mártir de la Iglesia, asesinado por “odio a la fe”.

La beatificación se llevó a cabo el 23 de mayo de ese mismo año, presidida por el cardenal Angelo Amato en la Plaza Salvador del Mundo de San Salvador. Tres años después, el 14 de octubre de 2018, Óscar Romero se convirtió en el primer Santo de El Salvador, un reconocimiento a su entrega desinteresada y su sacrificio en nombre del evangelio y los más necesitados, como destacó el Papa Francisco.

Por su importancia histórica, reproducimos esta entrevista realizada por el periodista mexicano Mario Renato Menéndez, originalmente para Prensa Latina, publicada en Granma el 27 de marzo de 1980; la cual abre el serial de trabajos -en este género- que forma parte de una antología-homenaje a nuestro recién fallecido Director Fundador.

El asesinado arzobispo salvadoreño Oscar Arnulfo Romero acusa a la oligarquía de ese país de ser el enemigo común del pueblo

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La catedral de San Salvador: Centro de atención política. Una Iglesia comprometida con la causa de los desposeídos. La Iglesia y el derecho a la violencia insurreccional

San Salvador, El Salvador.- “Los cristianos no le tienen miedo al combate; saben combatir, pero prefieren hablar el lenguaje de la paz. Sin embargo, cuando una dictadura atenta gravemente contra los derechos humanos y el bien común de la nación: Cuando se torna insoportable, y se cierran los canales del diálogo, el entendimiento, la racionalidad; cuando esto ocurre, entonces la Iglesia habla del legítimo derecho a la violencia insurreccional” — declaró a Prensa Latina, en entrevista exclusiva, el doctor Óscar Arnulfo Romero, Arzobispo de San Salvador desde hace apenas dos años.

Profundamente preocupado por la espiral de una violencia incontenible, el espiritual de los católicos salvadoreños subrayó que “el enemigo común de nuestro pueblo es la oligarquía —léase: las 14 familias— que es cada vez más insaciable, y a la que le advirtió a gritos: abran las manos, den los anillos, porque llegará el momento en que les cortarán las manos”.

Hombre de su pueblo, sencillo y modesto, Monseñor Romero defiende, sin reservas, los intereses de los desposeídos, a quienes exhorta a organizarse mejor, “ a fin de luchar con eficiencia por una sociedad auténtica, con justicia social y libertad.” Su palabra, por otra parte, es como un implacable látigo que azota, no sólo a quienes monopolizan la riqueza y se niegan al cambio de las estructuras, sino también a la élite militar, que convirtió las inmensas fortunas de 14 familias en un problema de seguridad nacional, e institucionalizó la inseguridad de las mayorías.

De 62 años de edad, el arzobispo Romero ha convertido la misa de los domingos en la catedral de San Salvador, en un obligado centro de atención política para los feligreses, la prensa nacional y extranjera, por supuesto, para quienes nunca asisten, pero siempre se enteran del contenido de sus mensajes: los responsables de la violencia.

Así, los asesinatos, desapariciones, prisiones arbitrarias, torturas actos de terrorismo, esto es, todo, cuanto atenta contra la dignidad de la persona humana y que se registra en el curso de la semana, es denunciado por este Catón de una Iglesia consciente de que los cambios vendrán con o sin ella, pero que, por su naturaleza, tiene que estar comprometida e interpreta y acompaña al pueblo salvadoreño en el esfuerzo por lograr su liberación social.

Esa “voz de los que no tienen voz” se escucha con claridad y es precisa: acusa a los criminales por sus nombres y apellidos. Y, recientemente, desde el púlpito de la catedral, Monseñor Romero exigió la renuncia, nada menos que del coronel José Guillermo García, el hombre clave en la primera y en la actual Junta Militar y Ministro de Defensa y Seguridad Pública.

Debido a su “verticalidad evangélica”, el Arzobispo de San Salvador no ha escapado a la sevicia de la extrema derecha, aunque, hasta ahora, sí ha logrado burlar a la muerte. En efecto, ha sufrido varios atentados, atentados a los que él se refiere como “coronas de espinas, a veces muy duras”, pero de las que prefiere no hablar, porque -advierte-  “es un deber de la Iglesia, su inserción entre los pobres con quienes debe solidarizarse hasta en sus riesgos y en su destino de persecución, dispuesta a dar el máximo testimonio de amor por defender y promover a quienes Jesús con preferencia”.

Sacerdote desde hace 38 años, Monseñor, Oscar Arnulfo Romero recibió, en días pasados, dos premios europeos, que son manifestación elocuente de la solidaridad internacional hacia su labor como “columna de la verdad” en un país donde una prensa corrupta, ha obligado al pueblo a expresarse por medio de las piedras del campo y las paredes de casas y edificios públicos y apartamentos. Además, el objetivo que se persigue con la ocupación de templos y embajadas -y de algunos secuestros- no es otro que el de llamar la atención mundial sobre el drama salvadoreño.

En su residencia, ubicada en el Hospital oncológico de la división Providencia -lejos de su natal, ciudad Barrios, un pueblo del departamento de San Miguel, en la zona oriental del El Salvador-, el arzobispo Arnulfo Romero hizo una excepción y nos concedió una entrevista exclusiva, cuya parte medular es la siguiente:

¿Cuál es, a su juicio, la causa de la violencia en El Salvador?

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La causa de todo nuestro malestar es la oligarquía, ese reducido núcleo de familias al que no importa el hambre del pueblo, sino que necesita de la misma para disponer de mano de obra barata y abundante para levantar y exportar sus cosechas… Las empresas, industriales, nacionales y extranjeras, sus juegos de competencia, en el mercado internacional en los salarios de hambre, y eso explica la oposición cerrada a cualquier tipo de reformas o de organizaciones gremiales que buscan mejorar las condiciones de vida de los sectores populares… Esta oligarquía campesina obrera, ya que la considera peligrosa para sus intereses económicos. Y la represión contra el pueblo se convierte como parecen núcleo de familias, en una especie de necesidad para mantener y aumentar sus niveles de ganancia, aunque sea a costa de la pobreza creciente de las clases trabajadoras… Ahora  bien, la absolutización de la riqueza y de la propiedad, lleva consigo la absolutización del poder político, económico y social, sin el cual no es posible mantener los privilegios aun a costa de la propia dignidad humana. En nuestro país, esa es la raíz de la violencia estructural y de la violencia regresiva y, en último término, la causa principal de desarrollo económico, político y social… Las fuerzas armadas son las encargadas de velar los intereses de la oligarquía, estructura económica y política, con el pretexto de que es el interés y seguridad nacional. Todo el tema esté de acuerdo con el Estado declarado como de la nación y exigencias de seguridad nacional se justifican los actos más execrables… todo, está en función de los intereses de la oligarquía, una oligarquía omnipotente, que siente un desprecio absoluto por el pueblo y sus derechos… De esa manera y en esa forma, se absolutiza el interés y el provecho de unos pocos. Está absolutización se presenta como si el régimen de seguridad nacional —que pretende ampararse con una subjetiva profesión de fe cristiana—. fuese el único o el mejor “defensor de la civilización cristiana” y de los “ideales democráticos” de Occidente”. Se desorienta la noble función de las fuerzas armadas, función, en vez de servir a los verdaderos y auténticos, intereses nacionales, se convierte en guardiana de los intereses de la oligarquía, fomentando así, su propia corrupción, económica e ideológica. Y lo mismo ocurre con los cuerpos de seguridad: en vez de cuidar el orden cívico, son organismos represores, de quienes se oponen a la oligarquía…

¿Y su opinión, Monseñor, sobre el Bloque Popular Revolucionario, las ligas populares “28 de febrero”, el FAPU, la Unión Democrática, Nacionalista y demás, organizaciones de masas que, por cierto, se expresan con mucho respeto de usted y valoran altamente su labor al frente de la Iglesia?

—…“me alegro que todas aquellas organizaciones que buscan con sinceridad, la transformación de la sociedad, que buscan un orden justo, reconozcan la sinceridad con que trato de servir a mi diócesis… Precisamente, cuando más dura ha sido la represión contra esas organizaciones, hecho, y hago la defensa de ellas… En mi tercera Carta Pastoral, hice una defensa del derecho de organización y, en nombre del Evangelio, me comprometí a apoyar todo lo justo de sus reivindicaciones y a denunciar cualquier intento por destruirlas. Ahora, dentro del marco actual del país, creo más que nunca, en las organizaciones de masas; creo en la verdadera necesidad de que el pueblo salvadoreño, se organice, porque creo que las organizaciones de masas son las fuerzas sociales que van a empujar, que van a presionar, que van a lograr una sociedad auténtica, con justicia, social, y libertad… La organización es necesaria para luchar con eficiencia… Pero, también, he sido franco con las organizaciones de masas, y ese es un servicio que la Iglesia ofrece: decir, señalar los posibles errores e injusticias. Y lo hago, repito, porque son necesarias para el proceso de liberación y no pueden ni deben perder de vista su razón: fuerza social para el bien del pueblo… Hay que evitar el fanatismo, el sectarismo, que impiden establecer el diálogo y las alianzas… En la política, mi papel es el de pastor; orientar, señalar objetivos, más eficientes… Y porque estimo a las organizaciones de masas, siento una gran satisfacción por el espíritu de unidad, que ya se traduce a la práctica de los hechos… El bien común tenemos que salvarlo entre todos…”

El Salvador, Monseñor, es un país donde la inmensa mayoría de la población profesa la religión católica, sin embargo, aquí se secuestra, tortura, asesina a los sacerdotes que promueven la liberación integral del hombre. Entre otros, están los casos de los padres, Grande, Barrera Moto, Navarro Oviedo, Octavio Ortiz, ¿cuál es su opinión, al respecto?

— “Sí, es un contraste muy grande… He reflexionado muchas veces y he llegado a la conclusión de que es tan grave el cuadro de injusticia social, ha llegado a tal punto, que la misma fe ha sido pervertida, se ha transformado en un crimen para defender intereses económicos, intereses materiales… Ahora bien, se ha llegado a la perversión, si se ha llegado hasta el grado de torturar y asesinar a sacerdotes, usted mismo ha subrayado que a quienes se ha asesinado ha sido, precisamente, aquellos que más se comprometieron con la liberación del pueblo salvadoreño. Entonces, la explicación se facilita: esos sacerdotes urgían al cambio, lo impulsaban y organizaban a obreros y campesinos, pero la oligarquía se opone a todo cambio, a toda organización: no quiere oír las palabras, reforma agraria, nada que modifique, en lo más mínimo, la situación actual. Su riqueza, sus propiedades, sus ideas, son y representan a la nación; por tanto, se trata de algo relacionado con la seguridad de El Salvador, y todo lo que pone en peligro la seguridad del país debe ser eliminado… los sacerdotes que usted mencionó atentaron contra la estructura social, se convirtieron —por este hecho— en “subversivos”, en “comunistas”, y como tales los persiguieron y asesinaron… Esos sacerdotes ejemplares, dignos de todo respeto, y admiración, fueron víctimas del interés por conservar un orden injusto. Porque Becerra Moto, Rutilio Grande, Navarro, Oviedo, Ortiz, y otros más vieron lejos; porque se percataron de la realidad con claridad meridiana y precisaron que el enemigo común de nuestro pueblo es la oligarquía; por eso, debido a eso, fueron perseguidos hasta la muerte por la oligarquía y los guardianes de sus riquezas…”

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Y a su  juicio, ¿cuál ha de ser el papel de la Iglesia en el proceso de liberación del pueblo salvadoreño?

— Ante todo, que sea Iglesia; es decir: identidad y autenticidad, para enfrentar un ambiente de mentira y ausencia de sinceridad, donde la misma verdad, está esclavizada bajo los intereses de la riqueza y el poder… es necesario llamar a la injusticia, por su nombre, servir a la verdad…; Denunciar la explotación del hombre, por el hombre, la discriminación, la violencia, inflingida al hombre contra su pueblo, contra su espíritu, contra su conciencia y contra sus convicciones… Promover la liberación integral del hombre… Urgir Cambios estructurales, acompañar al pueblo, que lucha por su liberación… Es un deber de una Iglesia auténtica, su inserción entre los pobres, con quienes debe solidarizarse hasta en sus riesgos y su destino de persecución, dispuesta a dar el máximo testimonio de amor por defender y promover a quienes Jesús amó con preferencia…

En pocas ocasiones, usted ha destacado el trabajo que realizan las comunidades cristianas en El Salvador. Sin embargo, dirigentes de las mismas, como Apolinario Serrano y Felipe de Jesús Chacón — padre de la actual secretario general del Bloque Popular Revolucionario—, fueron brutalmente asesinados: desollado el rostro, extraídos los ojos, cortada la lengua. Lo mismo ha ocurrido con catequistas y Cursillistas de Cristiandad. Eran nombres de paz y actuaban de acuerdo con las orientaciones de la Iglesia. Pregunto, entonces, Monseñor Romero, ¿qué camino le queda a un pueblo que es asesinado por utilizar los medios pacíficos en su búsqueda de la justicia social?

—Le agradezco mucho que haya mencionado esos nombres, porque para mí, en particular, son muy queridos: Felipe de Jesús Chacón, “Polín” -como le llamábamos a Apolinario-; yo le he llorado de veras y con ellos a otros muchos que fueron catequistas, trabajadores de nuestras comunidades, hombres, muy cristianos. A uno que asesinaron en Aguilares le decían, le llamaban: el hombre del Evangelio… Y es que una religión, bien profundizada, conduce a los compromisos políticos y tiene que crear conflictos en un país, como el nuestro, donde impera la injusticia social. Eso mismo ocurrió con los sacerdotes de los que hablábamos… Se trata de hombres esencialmente buenos, muy queridos por el pueblo; hombres que tocaron la llaga de la injusticia social, que promovieron la dignidad del ser humano: de los campesinos y los obreros, de los desposeídos por la oligarquía…

Hombres que organizaron al pueblo, que ayudaron a hacerlo, porque es una necesidad fundamental para la eficiencia en la lucha… Este es un servicio inapreciable, pero por eso los asesinó la oligarquía, aliada, con soldados, policías, guardias nacionales, bandas para militares… Esos crímenes revelan, marcan el acento sobre el grado de perversión al que se ha llegado, al que han llegado los adoradores del Moloc insaciable…

Ahora bien, y esto está bien subrayado en Populorum Progressio, los cristianos no le tienen miedo al combate; saben combatir, pero prefieren hablar el lenguaje de la paz. Sin embargo, cuando una dictadura atenta gravemente contra los derechos humanos, y el bien común de la nación, se torna insoportable, y se cierran los canales del diálogo, el entendimiento, la racionalidad; cuando esto ocurre, entonces la Iglesia habla de legítimo derecho a la violencia insurreccional…

Precisar el momento de la insurrección, indicar el momento cuando ya todos los canales del diálogo están cerrados, no corresponde a la Iglesia… A esa oligarquía le advierto a gritos: abran las manos, den los anillos, porque llegará el momento en que les  cortarán las manos…

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La víspera de Navidad y Año Nuevo fue trágica en El Salvador: cientos de personas cayeron asesinadas, víctimas de los cuerpos represivos. Pareciera como si mentes sádicas hubiesen escogido esas fechas para enlutar más hogares salvadoreños. Los rotativos y la radio, salvo excepciones, que confirman la regla, mintieron sobre los acontecimientos, tergiversaron la realidad. Revelaron también, un grado de corrupción difícil de superar. Monseñor Romero, ¿cuál a su juicio debería ser el papel de la prensa?

—“Sí, la corrupción de la prensa, forma parte de nuestra triste realidad; revela la complicidad con la oligarquía… El papel de la prensa tiene que ser de canal de información de la verdad; su misión consiste en predicar la verdad… Lamentablemente, aquí, como usted ha señalado, ocurre todo lo contrario; la noticia es manipulada; se silencian hechos graves que comprometen a la oligarquía; se tergiversan las noticias relacionadas con la represión, y la víctima es presentada como culpable; se falsifican las fotografías, y se montan composiciones para engañar a los lectores… Para qué decir más: la verdad se oculta, no se dice en El Salvador… Lo he denunciado muchas veces… La prensa debería ser instrumento al servicio del pueblo para la transformación de la sociedad… Qué gran poder se pierde y se pone al servicio de la opresión y de la represión”.

En días pasados, el licenciado Salvador Samayoa, ex ministro de educación durante los escasos dos meses de subsistencia de la primera junta de gobierno, expuso las verdaderas causas de su renuncia, advirtió que los problemas en El Salvador no podían resolverse por las vías pacíficas, dio a conocer su ingreso en las filas de las Fuerzas Populares de Liberación Farabundo Martí, ¿qué opina usted, Monseñor Romero, sobre la decisión del Lic. Samayoa?

— “En estos casos, ante todo, respeto la opción que un hombre toma, de manera especial, tratándose de una persona inteligente como el licenciado Samayoa, quien, estoy seguro, ha obedecido a su conciencia. Toda conciencia, por otra parte, es respetable y Dios nos juzgará de acuerdo con cada conciencia, de acuerdo con nuestra conciencia… ahora bien, como pastor de la Iglesia, no puedo aconsejar a nadie que escoja el camino de la violencia… Sin embargo, la lección que nos ha ofrecido el licenciado Samayoa consiste en denunciar, una vez más, que los verdaderos responsables de la violencia en nuestro país son las familias que integran la oligarquía: las vías pacíficas para la solución de los problemas son los de la riqueza… la decisión de licenciado Samayoa, es una grave denuncia, es un yo acuso de palpitante, actualidad y debe invitar a la reflexión a la gente…”

Monseñor Romero, usted como arzobispo de San Salvador, ¿no tiene la oportunidad de dialogar con los altos mandos militares?

—“Sí, y mi lenguaje, siempre el mismo: decir, la verdad, y orientar dentro del Marco de mi función pastoral… Estoy por todo aquello que pueda servir al pueblo, y se afirma que existe un conflicto entre gobierno y mi arquidiócesis, el planteamiento es equivocado, porque lo que en verdad existe es un conflicto entre el gobierno y el pueblo y la Iglesia siempre está con el pueblo… La oligarquía y la élite militar no quieren, ni están dispuestas al diálogo…”

¿Y qué perspectivas de usted, al actual gobierno de militares y demócratacristianos?

— “Antes de opinar, prefiero esperar el lenguaje de los hechos… Urgen los cambios, porque el pueblo ya no espera, se encuentra frustrado, desilusionado, y ya no cree tampoco, ni en las promesas, ni en las esperanzas… Los cambios, por consiguiente, deben ser espectaculares, diría yo…”

Durante mi recorrido por el país, he recogido la impresión de que en El Salvador existe una guerra civil, que es cada vez menos informal e intermitente, y cada vez más despiadada y sin cuartel.  ¿Cuál es su opinión al respecto?

— “La situación me alarma. Pero la lucha de la oligarquía por defender lo indefendible, no tiene perspectivas, y menos si se tiene en consideración el espíritu de combate de nuestro pueblo. Inclusive, pudiera registrarse un triunfo efímero de las fuerzas al servicio de la oligarquía, pero la voz de justicia de nuestro pueblo volvería a escucharse y, más temprano que tarde, vencerá. La nueva sociedad viene, y viene con prisa… La paz de los cementerios, es consecuencia, mejor dicho: se debe a que en las tumbas sólo hay muertos. Y esa paz no la puede obtener la oligarquía frente a un pueblo como el salvadoreño…”

¿Y en esa guerra, Monseñor Romero, usted como Pastor, seguirá al lado del pueblo?

—¿Ese es mi propósito, y le pido a Dios que me ayude hacer lo suficientemente fuerte, porque temo la debilidad de la carne… en los momentos difíciles, todos tenemos miedo; el instinto de conservación es muy fuerte, y por eso pido ayuda… Ayuda no sólo para mí, sino para todos los que desarrollamos esta labor pastoral; que nos mantengamos en nuestros puestos, porque tendremos mucho que hacer; aunque sólo sea recogiendo cadáveres, impartiendo la absolución a los moribundos… La llama de la justicia social debe siempre mantenerse viva en el corazón del pueblo salvadoreño…”