Unicornio: Escuchar lo que no se dice

Riggo Bega presenta la novela La Casita de Muñecas, que aborda las vivencias de dos trabajadoras sexuales, a través de música popular
domingo, 5 de marzo de 2023 · 14:12

El show debe continuar para las muñecas

Divertida, locuaz y emotiva, La Casita de Muñecas es una novela que aborda con ingenio y sarcasmo el travestismo, tema controversial para algunos sectores de la conservadora sociedad mexicana.

Utilizando el título de canciones populares de despecho (La gata bajo la lluvia, Invítame a pecar, Luna mágica, Tu muñeca, Él me mintió, Así fue, Mudanzas) Riggo Bega nombra cada uno de los siete capítulos, atrapando al lector desde el principio por el desparpajo con que sus personajes principales, Lupe y Luna, cuentan sus aciagas vidas.

“¿Por qué no pude ser como aquellos huérfanos becados por artistas? Ellos crecen y son felices. Lo vi muchas veces en las redes sociales. El mundo entero los felicita. ¿Quién chingados me felicitará a mí después de todo esto?” 

“Creyó que con besos pactados en lo corrupto mi alma sanaría. Quiso retenerme con falso cariño porque sabía que era una loca que nunca había sentido el amor. Se le olvidó que yo era una cangreja con colmillo, y terminé amando el abismo de lo ilegal donde me había marginado”.

Por otra parte, si hay algo destacable en esta historia es el ritmo que impone su banda sonora, elegida para subrayar el dolor y el desencanto por el que atraviesan sus protagonistas. Resulta inevitable escuchar en el subconsciente las voces de Rocío Dúrcal, Paquita la del Barrio, Rocío Banquells, Dulce, Amanda Miguel, Rocío Jurado, Daniela Romo, Gloria Trevi y Lupita D´Allesio, entre otras, conforme avanzamos y nos enteramos de las perversas motivaciones que guían a Lupe y a Luna en contra del adinerado arquitecto Saulo.

Narrada en retrospectiva, La casita de muñecas apuesta a la curiosidad del lector que, a pesar de intuir el desenlace, no abandonará el libro sino hasta descubrir los secretos que se develan al final de la historia.

La novela es una crítica mordaz a la doble moral que imponen las buenas costumbres y la religión en las provincias del país. Es también un texto que exhibe los complejos y discriminaciones en contra de la comunidad LGBTQIA+ que perduran hasta nuestros días. 

II. INVÍTAME A PECAR

Invítame a pecar, hazme que olvide penas. No me importa el lugar, llévame a donde quieras. Sentadas a la orilla de la puerta que da al patio de este jodido retazo de casa en colonia de albarradas y techos laminados donde cotidianamente brincan los rateros. Miran hacia el horizonte imaginando que a unos metros duermen extraños sobre la gloria de sus excesos. A esas horas de la madrugada se escucha el apabullante chirriar de grillos. En el fondo del patio, entre maleza y basura, se prenden y apagan las luciérnagas, cual cámaras de paparazzi disparando fotos en cámara lenta.

—Quiero que esto acabe, chuli.

—¿Estás segura, Lupe?

—Hablo de lo de Villa Palmito…

—Villa Caimito, bruta.

—Da igual… No hablaba de nosotras, Luna.

—¿Lo prometes?

Lupita asiente con la cabeza. Luna se echa hacia atrás los mechones de cabello teñido.

—Depende de ti, Lupita.

Suena un ronquido ahogado en gorgoteo de saliva (gru, gru, gru). Voltean por encima de los hombros al interior del cuartito. En el suelo yace el Chupis, uno de sus más asiduos clientes, dormido de borracho en el rincón como siempre que se queda.

Albañil por decisión, putañero de convicción. No les incomoda su presencia, están acostumbradas a esas fiestas babilónicas para obtener dinero.

—Lo único que quiero, Lupe, es que salgamos de todo esto.

—Y soy el único que puede ayudarte a hacerlo, ¿no?

—Me equivoqué. Quiero salir de esta miseria, pero antes debo patearte el culo para deshacerme de ti.

—¿Por qué lo hiciste? Nadie te lo pidió. ¿Por qué dejaste que me quede aquí contigo?

—Mi destino. No sólo soy la liosa que crees que soy.

De sus tetas, Luna saca una cajetilla arrugada y un encendedor. Prende un cigarro. Fuma profundamente. Al exhalar, sigue hablando aventándose el humo en su propia jeta.
 

—El destino te puso en mi camino. Trabajé tanto tiempo en bares, vi a muchos maricones como tú. Nomás dos caguamas y a darle. Los conozco. Buscan aventuras en esas ratoneras de mala muerte con hombres violentos, más animales. Les prende el miedo y la desesperanza. Caguamas, calor, musiquita, apenas los conocen y se van al baño. Entre chupadas y toda esa leche rancia. Después el momento incómodo donde se recuerdan machos y te dejan de mirar a los ojos. Te hacen sentir vergüenza por sus pendejadas. Si bien te va, veinte pesos te dan. Miserable billete arrugado y apestoso a orines, para que no hables si te los topas en compañía de su esposa o hijos. Y se esfuman. A los que son como tú les dan esas ganas de llorar, como perras dolidas. A todos los que hemos trabajado en esos huecos se nos pone la piel chinita. Con el paso del tiempo se agarra callo.

—Yo no tenía destino. Lo estaba buscando por si las moscas.

—¡Mírala! Conmigo no, jota. Con tanto lavado de cazuela estuviste a nada de quedar bichosa.

—Pues con la pena…

El gru, gru, gru de nuevo. Ambas miran al Chupis ahogarse en su saliva. Ponen los ojos en blanco y devuelven la mirada al patio.

—Lupe, tienes que convencer a Saulo.

—Te ves regia con ese tinte rojo…

—Lo estás protegiendo, ¿verdad?

—¿Qué más da?

—¡No te atrevas, pinche Lupita!

—¿Qué vas a hacer? ¿Ir a Villa Caimito? –pregunta Lupita, desafiante.

—No, no podría. No puedo. No soy tú. Lo sabes.

—Pues sólo soy una loquita inútil, como dices. Tú eres la chingona, la loba, la perrísima. ¿No te atreves? ¿No que muy mujer?

Una bofetada seca le atraviesa la cara a Lupe. De tan cerquita, que siente lo caliente extenderse por el rostro. Protege su mejilla con la mano. Se miran. Silencio sostenido entre las dos. No hay nada qué decir. Al fondo del patio las luciérnagas, la orquesta de grillos entona la madrugada; más al fondo, en las sogas de lavado ondean sus vestidos de piruja, ropa de varoncito, trajes con lentejuelas y cristal falso, del barato. La Lupe mira de reojo a su mejor amiga. La agredida ama aquel rostro tan lindo de líneas suaves. El sueño de toda travesti. Hasta parece la Rossy Mendoza en sus mejores épocas con aquellos ojazos almendrados. Incluso no aparenta que ya está girando en los treinta y algo. Ama esos inyectados labios carnosos, ese par imponente de tetas de silicón que descuadran con su estrecha cadera. Pero lo que más adora es su nariz perfilada al natural, de nacimiento, sin arreglo estético alguno. Lupita lo sabe, porque en esporádicas borracheras ha tenido tan de cerca esa nariz dulce, sudada, excitada al borde de una explosión orgásmica. Hizo mal al llenarla siempre de halagos, porque parece que se ganó su odio.

—No podemos quedarnos mucho más aquí, Lupe. Merecemos un lugar mejor.

—Estamos teniendo más entraditas de dinero. Por eso dejaste la cantina. Tan mal no nos ha ido con mi idea. Le sacamos provecho al cuartito, tenemos para pagar la renta, no hemos muerto de hambre. Pagamos el internet. Pudiste abrir tu Only Fans…

—Eso es porque eres una vestida closetera que le encanta bailar a la bola de borrachos. Estoy cansada. Ya no quiero esos trajes para bailar, no quiero aguantar sus salivas apestosas ni pelear con ellos para que alejen sus bocas de mis pechos o quieran meterme mano. Tampoco quiero vender mis fotos; sólo me hacen peticiones estúpidas con las que no me siento cómoda. Luché tanto en la vida como para que un pendejo desconocido me quiera hacer sentir algo que no soy por unos pinches pesos.

—No estaba tan mal de antes. Tú misma lo decías…

—Saulo.

¿Qué tiene Saulo?

—El viejo tiene dinero de sobra. Tiene casas de sobra. La casa de Villa Caimito será quitarle un pelo a un gato.

—¿Cómo le hacemos?

—Su hijo. Dile que lo conoces. Que es de tus clientes. Pero sin decir que te lo cogiste. Eso sería extraño. Inventa algo.

El gru, gru gru dentro de la casa. En esta ocasión sólo Lupita voltea. Ve fijo a aquel tipo hecho una piltrafa de alcoholes y humo de cigarrillos baratos.

—No me creerá lo del hijo, ¿un borracho ahora convertido en alguien casado y con hijos? No mames.

—Sí lo creerá. A ti todo te cree.

—No querrá conocerlo. Le dará igual. Para personas como Saulo, da lo mismo desear ser un jefe corporativo que ser un borracho mariguano todo consumido.

—Les da lo mismo cuando no son del mismo círculo. En este caso, será el retorno de un hijo pródigo arrepentido. Le dará pena su situación, pero sentirá orgullo por su nueva condición, así que querrá conocerlo.

—No aceptará el trato.

—Ahí sí te creo que pueda ser un poco más difícil. Pero nada que no se pueda solucionar con tu ayuda. Sólo debes bailarle bien suavecito, entre esas ropitas tan finas que te compra, darle uno que otro besito. Ve que hasta celular nuevo tienes por hacerle su showcito privado.

—Sabe muchas cosas. Es bien mañoso. No accederá.

—Tú le dices así, pegadito a la oreja, que su hijo lo quiere ver, que le quiere presentar a su nuera y nietos. Que quiere una vida mejor. Le quiere dar de todo a su familia. Pero para eso, primero debe ver una muestra de cariño de su padre. Le dirás que te dé los papeles de la casa a nombre de su hijo. Sólo así, su retoño aceptará convivir con él. Teniendo primero las escrituras de la residencia en sus manos.

El gru, gru, gru dentro de la casa. Luna y Lupita miran adentro del cuartito. Clavan la mirada en el Chupis, quien levanta la cabeza un instante, pero el mareo lo obliga a recostarse.

—¿Y cuando quiera conocerlo, Luna?

—Ya será tarde para formalidades.

—Yo… no sé… sea como sea, no quiero desplumarlo.

—No es momento para que te pongas decente, Lupita. Cuando se dé cuenta, ya seremos dueñas absolutas de esa residencia. La vida nos bautizó con el don del convencimiento. Imagínate bajando toda potra de las escaleras de esa casota. La más perra vestida con esos trajes que te armas. ¡Loca! Ya tendrás un clóset dónde colgar todas tus creaciones de vestuario. No que aquí, arrumbados en un rincón sobre la silla.

—Amo este lugar… Pero, puedo hacer que funcione tu idea.

Ambas se regalan una sonrisa, con una intensa complicidad de ojos turbios. Aburridas como moscas sentadas en la puerta del cuarto rentado. La noche seguirá floja. Mirando al Chupis cantarán alguna de sus canciones favoritas y compartirán cigarrillos, vasos de licor, con lo que apaciguan el trance melancólico que les da al hablar de sus vidas; admitiendo en sus adentros que la jodidez no sólo daña algunas oportunidades, sino también la cabeza.

Luego de presentar su libro La Casita de Muñecas, en enero pasado, en el Centro Cultural Olimpo, Rigel Guevara, conocido en el ámbito artístico como Riggo Bega o Naná, llevará su novela a la Feria Internacional de la Lectura Yucatán (FILEY) el viernes 17 de marzo próximo a las 16:15 horas, en el Salón Uxmal 2 del Centro de Convenciones Siglo XXI.

Previo a esta presentación comparte algunos detalles de su libro con los lectores de Unicornio.

¿Cómo surge La casita de muñecas? ¿Cómo fue el proceso de creación? ¿Cómo trabajaste los personajes? ¿Las atmósferas? ¿Hay algo de autobiográfico en los diálogos de la novela?

Cuando entré a la universidad se me complicaron mucho las cosas, porque mi padre pues, nunca ha aceptado en totalidad lo que hago y como soy, por tanto no recibí su apoyo en lo absoluto. Me ayudaba con una cantidad, pero a todos los demás gastos yo me tuve que enfrentar. Por azares del destino, y por unos amigos que tenía, terminé trabajando por las noches en bares y cantinas, sacando la ficha o taloneando como se dice. Obviamente esto me llevó a ofrecer servicios sexuales. En ese mundo conocí a uno de mis clientes, que era dueño de una constructora y cada determinado tiempo me llevaba a una de sus casonas que tenía en el Norte de la ciudad. Yo me quedaba anonadada de tanto lujo y comodidad. Fue ahí donde me cuestioné si yo, siendo una persona no binaria y sin privilegios, algún día podría acceder a algo como eso. De igual forma, siempre escuché de esos lupanares donde me movía, de amigas meseras y chicas trans, la preocupación de algunas porque no tenían prestaciones, no tenían casa propia, y todo eso se acumulaba con el miedo del futuro y la muerte digna. De todo eso surge La Casita de Muñecas. Todo el proceso justamente está relacionado a ello. A todas las personas que conocí, los shows travestis que presencié, a los clientes que tuve que aguantar, a las violencias que nos enfrentamos, a las cantinas o bares en los que me movía. Es una parte de mi vida que definitivamente influye en esta obra, y con lo cual me encuentro muy orgulloso y por tanto, no hay cabida para la vergüenza. Definitivamente, hay algo de realidad en esa ficción, donde Lupita y Luna prestan su voz y cuerpos para mostrarles un poco de mis experiencias.

¿Te sientes de alguna manera integrado al mundo de los escritores y de los intelectuales? ¿O piensas como alguien diferente que viene a hacer algo distinto en la literatura?

No soy monedita de oro para caerle bien a todos, y no es algo que me preocupe el hecho de ser aceptado o no. Pero sí te puedo decir que en ocasiones he recibido malas jetas o escuchado comentarios de mi persona viniendo de “intelectuales”, a los cuales les he tenido que parar el macho. Siento que muchos me temen sólo por mi presencia, porque los incomoda, pero ese ya no es mi asunto. No es mi problema que se sientan incómodos por sus prejuicios de machito arcaico. Yo ahora me encuentro plena, y quiero que se abran nuevas oportunidades para todas las personas que nos dedicamos al arte y somos de la comunidad LGBTIAQ+, sobre todo a las mujeres y hombres trans, así como a la gente no binaria. Quiero que todas mis hermanas y hermanos que escriben, puedan aplicar a convocatorias o pedir los fondos y que no se les niegue por no estar dentro del “cánon”. Si ese será mi aporte en este momento, yo estaré muy feliz. Así como yo, hay muchos otros jóvenes que escriben de nuestras realidades y perspectivas, pero todo ese material lo tienen muy relegado, y lo que quiero, es visibilizarnos y dejarles en claro que existimos.

¿Piensas que aún persiste la discriminación hacia la comunidad LGBTIAQ+ en la sociedad y por ende, en el ambiente literario e intelectual o crees que las cosas han cambiado?

Nos encanta decir que cada vez somos una sociedad más incluyente: que personas trans ya tienen trabajos formales en empresas, que si ya nos podemos casar, que si podemos andar por las calles agarrados de la mano sin que nos levante la policía y nos golpee o viole como lo hacían antes; pero la realidad basta con ir a redes sociales para ver cómo aún impera el odio hacia la comunidad. Lo que pasa es que la sociedad, construida en un sistema heteronormativo, machista y patriarcal, considera que con lo que según ellos nos “permiten”, ya debemos estar contentas o contentos, y pues no. Yo hasta hoy día recibo violencias de la gente por ser una persona no binaria que se viste de mujer, o por darle un beso a mi novio en la calle. Falta mucho para que hablemos de un verdadero cambio. Porque no sólo es cambiar de dientes pa’ fuera como se suele hacer, sino que es cambiar una mentalidad que viene de años atrás, donde nos ven como minoría.

¿Qué esperas de los lectores de La casita de muñecas cuando terminen de leer el libro?

Para empezar, espero que disfruten la lectura. Quisiera que pudieran leer entre líneas, que puedan ver a través de toda esa lentejuela y glitter que Lupita y Luna aman, para poder concientizarlos de todas las temáticas de trasfondo, sobre todo me refiero a los lectores jóvenes, con relación a temas que hoy por hoy padecemos: como la falta de prestaciones laborales, la escacez de trabajo y la explotación laboral. Pero creo sobre todo, espero que se visibilicen las vidas trans, para valorarlas como cualquier otra vida, para que nos dejen de discriminar, de violentar y asesinar.

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LV