Habitaciones furtivas, la novela sobre la muerte de la poeta mexicana Rebeca Uribe

La muerte de una amiga animó a Silvia Quezada a rescribir una novela que ya le sabía igual; desechó casi todas las cuartillas y cambió el título
domingo, 8 de mayo de 2022 · 15:21

“¿Y por qué lo haces? ¿A dónde quieres llegar?”, son preguntas que hace Margarita a su amiga Marcela en Habitaciones Furtivas (2022), y en las que se sustenta el desarrollo narrativo de la ópera prima en el género de novela de la académica e investigadora de la Universidad de Jalisco, Silvia Quezada Camberos. Seleccionada por el Consejo Estatal para la Cultura y las Artes de Jalisco (CECA 2021). Portada de Bruno Cayetano Pérez Munguía.

El trabajo de investigación de la doctora Quezada por más de dos décadas, resulta en una obra vertiginosa basada en un hecho real cuyas costuras ficcionales novelan la muerte de la poeta Rebeca Uribe (Érika Mondragón), quien en sus últimos cuatro años se desempeñó como asistente de la diva de la época del Cine de Oro, María Félix (Ana Fénix). Su habilidad narrativa al usar diferentes técnicas y voces, dota a la prosa de fluidez y mantiene el interés desde la primera frase con que inicia la historia de la protagonista y el proceso de la académica para quien las casualidades no existen. El encontrarse cuarenta años después habitando el cuarto que una vez fue de la poetisa y en el que estaban apilados en una esquina sus libros casi deshechos por la humedad, abre las líneas de investigación en las que fundamentará su trabajo.

especial

Silvia recrea México y Guadalajara en la primera mitad del siglo XX, nos hace caminar sus calles, sus edificios, admirar sus monumentos, tomarnos una copa en sus bares, doblar sus esquinas, conocer las vecindades que albergan las habitaciones furtivas donde ella vivió y que guardan los secretos de una mujer invisibilizada por más de siete décadas. De seis poemarios publicados, rescató cinco. Describe sus versos como epifánicos. Supo que si los había encontrado, era una señal para desentrañar la misteriosa agonía de la poetisa a quien se le halló inconsciente en un cuarto del motel “Tony´s Court”, alquilado por una mujer, quizá la asesina.

El espíritu de la fallecida, presuntamente envenenada, sobrevuela las páginas. Las circunstancias de su deceso despliegan interrogantes que llevan a la investigadora académica a realizar el trabajo de agente de Ministerio Público, a seguir el rastro de Rebeca desde su nacimiento en la tierra de Juan Rulfo durante la Revolución Mexicana, hasta el día de su muerte en un hospital en calidad de desconocida, identificada por la credencial de empleada con permiso de una oficina gubernamental.

En México donde las desapariciones y asesinatos de mujeres nos mantienen enlutados, el caso de Rebeca Uribe da cuenta que a más de setenta años, las cosas no han cambiado. La justicia no es expedita y menos pronta. Las plumas de la época se debatieron entre la incertidumbre y el silencio, lo que la tinta no selló se condenó al olvido. Silvia reivindica la memoria de su “poeta favorita”. Muestra no solo al personaje, sino al ser humano con todos sus matices y claroscuros. Rebeca se fue a la tumba con el secreto: “Qué tristeza que una mujer que vivía de las palabras no tuviera unas pocas para decir qué le pasó”, reflexiona la autora.

¿Quién es la autora?

Silvia Quezada, escritora mexicana nacida en Guadalajara en 1957. Es autora de una numerosa obra narrativa; por su estética, pertenece a la llamada Generación Blanca, conformada por los autores nacidos en los años cincuenta, quienes escriben desde la Academia, sin fines publicitarios. Sus cuentos abordan la soledad del sujeto urbano, la insumisión de la mujer latinoamericana y el gusto por la metaliteratura. Quezada es egresada de la Licenciatura en Letras de la Universidad de Guadalajara donde también estudió la Maestría en Lengua y Literatura Mexicana. Realizó el Doctorado en Humanidades y Artes en la Universidad Autónoma de Zacatecas. Estudió locución en la ciudad de México y está certificada por la Secretaría de Educación Pública.

Es directora de la Revista Ahuehuete del Seminario de Cultura Mexicana, Corresponsalía Guadalajara y forma parte del Sistema Nacional de Investigadores; entre las actividades del SNI ofreció la cátedra nacional: “El cuento mexicano de la muerte (1950-1959)” en el Centro Universitario de Ciencias Sociales y Humanidades. Es colaboradora de la Gaceta 1542, Guadalajara. Es líder del Cuerpo Académico UDG CA 740 “Lenguaje, Literatura y Literacidad”; miembro de la Academia Mexicana de Ciencias, de la Academia Jalisciense de Ciencias y de la Asociación Mexicana de Profesores de Lengua y Literatura.

Fue instructora del Seminario taller “De la investigación a la narrativa breve” en la Academia Panameña de la Lengua, 2014, mientras realizaba una estancia de investigación en la Universidad de Panamá, con el proyecto “Hacia una Historia de las literaturas comparadas” 2014.

¿Quién fue Rebeca Uribe?

Rebeca Uribe (Sayula, Jalisco, México, 1911-1949), fue una poeta mexicana de la escuela postmodernista:1? sus dotes como declamadora de composiciones propias la llevaron a participar en recitales poéticos en el Teatro Degollado de Guadalajara (1933-1942). Fue conocida en el medio artístico por ser secretaria de la actriz María Félix.

Participó como actriz de teatro experimental con el grupo Proa entre 1942-1945, llegó a actuar en la Sala de Conferencias del Palacio de Bellas Artes. La ciudad de Guadalajara le rindió un homenaje en el marco del cuatrocientos aniversario de su fundación (1942). Fue secretaria de María Félix entre 1945-1949.

Publicó seis libros de poemas, de los cuales son localizables cinco, destacándose una antología personal, de nombre Poesía (1949). Murió en circunstancias trágicas en la ciudad de México el 14 de agosto de 1949. Por su estética y sus tópicos de trabajo, puede considerarse afín a Los Contemporáneos. El poeta Efraín Huerta le dedica una sentida composición llamada Elegía de verdadera muerte en el libro La rosa blanca?

Especial

A la deriva

Silvia Quezada

... no le digas que vas a estudiar Letras. Quédate callada. O dile que aplicarás a Leyes, suena más aceptable.

Escuché a mi mejor amiga y me quedé pensando en las posibilidades para llegar hasta la escuela sin que mi marido se diera cuenta. El campus universitario albergaba las aulas de Filosofía y Letras, de Letras Modernas y las de Derecho, circunstancia en apariencia propicia. Imposible expresar mi deseo por ingresar a aquella escuela de muchachas que vox populi: se presentaban a clase sin sostén, mostrando los pies en impúdicas sandalias, fumadoras fieles al Che Guevara y a las canciones revolucionarias de Silvio Rodríguez.

Me decidí. Para la familia yo estaba estudiando Derecho. Todo iba bien hasta segundo semestre, pero una mañana cualquiera una compañera de salón fue a casa a pedirme los apuntes de latín. Yo estaba ensimismada leyendo a Carlos Fuentes, con La región más transparente forrada en azul; mi marido atendió la puerta: entonces se cayó el teatro casero. Luego de vociferar un rato, levantó el dedo índice con su típica autoridad, signo de los grandes ultimátums: o estudias una carrera de verdad o te vas de la casa.

Ya sabes, tú que me lees, lo que decidí.

Al día siguiente caminaste hacia la calle Monte Himalaya, hasta la dulcería. Te recibió Margarita y te ofreció una taza de café caliente. Te escuchó en silencio. -Bueno, ya sabíamos que tarde o temprano iba a suceder. Luego te tomó de la mano y te mostró un ropero. -Te vendría bien un baño. Seguro te queda alguno de mis vestidos, ¿de qué número calzas? Ponte lo que gustes. Elegiste un traje azul, formal, con el estilo indicado para buscar trabajo.

Anduviste la mañana completa buscando empleo y un lugar donde vivir. Te apretaban los zapatos que te prestó Margarita. Su ropa era muy grande para tu cuerpo, se te clavaban los tacones en los tobillos adoloridos. Traías menos de cien pesos en el bolsillo. Te ofreció un préstamo de buena fe.

Fue fácil encontrar un puesto de vendedora de piso en la Mueblería Gómez, a un lado de Palacio Municipal. El pago era mínimo, es cierto, pero ya vendrían mejores oportunidades, lo importante era comenzar a ganar dinero. Te sentaste en la Rotonda para seguir buscando, ahora un lugar para vivir. De pronto vino a tu mente que por la central camionera era posible rentar un cuarto dándole al portero de la vecindad una prenda valiosa: un reloj, una cadena, un anillo. Tocaste tu dedo anular de modo automático, sí, allí estaba la argolla matrimonial, era la ocasión perfecta para deshacerte de ella. Dejaste el periódico a un costado y tocaste el arillo con los ojos cerrados, con tus dedos calientes por el sol del mediodía. Decidida, buscaste una ruta que te moviera por la avenida Alcalde-16 de Septiembre.

Caminaste por la calle 5 de Mayo, desde la avenida Revolución hasta la esquina con 5 de Febrero, de ida y vuelta. Luego por la calle de Medrano, eran muchas las vecindades viejas, malolientes. Los vagos de las esquinas te silbaban, te decían obscenidades replegando sus cuerpos a tu andar nervioso. Cuando llegó la hora de comer, te conformaste con un café sin leche, y tras el agua endulzada renovaste la búsqueda.

Localizaste un cuarto al fondo del pasillo de una antigua vecindad. Olía a viejo y se respiraba una humedad de años, había cuadros de gente ignorada y utensilios de cocina inservibles. Preguntaste si podías tirar a la basura la cama, las sillas desvencijadas, las cobijas llenas de suciedad de rata, de huevecillos blancos de origen incierto. Te dijeron que sí. En aquel momento escuchaste el carretón de la basura, consultaste tu monedero: no había mucho, pero corriste hasta la puerta de la vecindad y ofreciste tu resto, el hombre aceptó de mala gana, más por tus zalamerías que por otra cosa.

Fue así que el carretón de la basura cargó con todo eso, menos con unas pilas de libros amarillentos, que estaban recargados contra la pared en una esquina, sucios, con las esquinas roídas por incisivos de ratas, con huellas de termita. Eran todos de la misma edición, en la carátula de uno de ellos leíste: Poemas, Erika Mondragón, México 1949.

El esposo despertó al mediodía con resaca. Salió de la casa pensando en dónde se habría metido su mujer. -Sin dinero no irá muy lejos-, pensó, con ese falso estilo de los héroes lacónicos. La buscó en casa de las pocas amigas, quienes le expresaron no saber nada acerca de Marcela. Tras darle vueltas al asunto tuvo una idea: mandaría imprimir unos carteles avisando

que los estudios de sida practicados a la señora Marcela Cervantes habían dado positivo, que era urgente que la señora se comunicara al centro de salud más cercano, lo mismo que todas aquellas personas que hubieran tenido relaciones sexuales con ella. Pondría el anuncio por todas partes, incluso en la escuela de Letras donde estudiaba Marcela; era un hecho que algún día tendría que regresar a las aulas, y más de alguna persona le diría, por pena o por maldad, que la estuvieron buscando.

*****

-Nosotros no sabemos nada de eso, ¿verdad, mujer? Esos libros que usted dice llegaron hace muchísimos años a la vecindad. A mí se me ocurrió meterlos al cuarto de la difunta, de eso ya hace como cuarenta años. La mamá de la muchacha, ¡pobre chamaca! ya se había ido a la ciudad de México y no regresó... y para qué, si allá le habían matado a su única hija. Muy de vez en cuando viene un pariente lejano de las señoras, a ver cuánto se debe por los servicios del cuarto, y la última vez me dijo que podíamos rentarlo, si queríamos. Dio su permiso para desocuparlo, pero ya ve, era un trabajal del demonio. Eso le tocó a usted, Marcelita... Luego me trae un librito de esos, la verdad ni me acuerdo de nada, pero si no los tiró y quiere quedarse con ellos, de poder, puede. A nosotros no nos importa lo que haga o deje de hacer con ellos. Usted tírelos, regálelos, véndalos. Son suyos, Marcelita. Le encargo uno, nomás, por si el pariente pregunta. Pero yo en lo personal, creo que ya nadie se acuerda de Érika Mondragón.

*****

Ellos, los que fueron los amigos comunes de la pareja separada no supieron nunca las razones del divorcio. Se encogieron de hombros, con simpleza. ¿Qué importancia podía tener un divorcio más en los ochenta? Estos eran nuevos tiempos. La píldora anticonceptiva había cumplido su treinta aniversario, el juego de intercambiar parejas estaba en el aire. La mujer pelirroja que sustituía a Marcela era un tanto vulgar, pero más simpática. Aquella unidad matrimonial de la mujer callada y el hombre bien vestido no existía más. Una realidad nueva alcanzó a quienes fueron dos, y ahora habían vuelto a ser individuos. A ella le gustaba pensar que había salido de la violencia amorosa de aquel rompimiento.

*****

Yo iba a trabajar por las mañanas y acudía a mis clases vespertinas. Caminaba la avenida Alcalde hasta llegar al puente de la Escuela Normal de Jalisco. A veces comía con Margarita en el Santuario. En algunas de las mesas de La Morenita le leía algunos versos de quien se había convertido en mi poeta favorita: Érika Mondragón. A mi amiga le gustaba un poema titulado “El teléfono”, así que lo aprendí de memoria y se lo recitaba de vez en cuando. Cuando llegó el momento para elegir tema de tesis no lo pensé en absoluto: haría mi defensa en torno a la poesía de Érika Mondragón. Una tarde, en cuanto vi la oportunidad, me paré en la puerta abierta de la sala de maestros y pregunté a los profesores con voz fuerte: Perdonen, ¿Ustedes saben quién es Érika Mondragón? La mesa de profesores permaneció en silencio.

-Es que me encontré un libro de poemas, con versos muy diferentes a los que escribían las autoras de los años cuarenta-, añadí, para sentirme interesante. La decana de la escuela de Letras, la profesora Malena González, contestó con su voz estudiada: -Pues mira niña, si hay un libro, hubo una presentación. Fíjate en qué año se publicó y busca una nota en los periódicos, es im-pre-cin-di-ble que los encuentres-.

Definitivamente tenía razón.

La hemeroteca me quedaba camino a casa, solo había que doblar hacia la avenida Constituyentes. Con mi credencial de estudiante, y una carta de la profesora, empecé a buscar en El Imparcial, autonombrado como el periódico del centro. Empecé la búsqueda en la edición del número del 1 de enero de 1949, continuaría día a día en todo ese año, hasta encontrar alguna noticia acerca del libro Poemas. En la sección de fondos especiales me prestaban los periódicos empaquetados por periodos de quince días. Con guantes y tapaboca, abría con mucho cuidado los paquetes, extendiéndolos sobre la mesa, los examinaba con minucia, los envolvía de nuevo, al regresarlos pedía otra entrega. Tras algunas semanas de trabajo, localicé el diario con una noticia a ocho columnas: “Muere la poetisa Érika Mondragón, secretaria de Ana Fénix”. La reseña del fallecimiento de la poeta colocaba una duda sobre el lector: ¿un crímen premeditado? Según la nota, Érika había muerto envenenad, en circunstancias por demás oscuras, había estado internada desde el jueves 11 de agosto. ¿Qué había pasado en esos días, sobre todo, entre el 14 y el 15 de agosto que ella murió y la noticia de su muerte el día 16? Había un día de silencio incómodo. ¿Por qué ese silencio? ¿A quién tuvo que consultarse para dar la noticia de la muerte o quedarse en silencio?

*****

Comenzaste a tener periodos de insomnio. El trabajo no te satisfacía, la escuela exigía leer mucho, le dedicabas muchísimas horas a la hemeroteca. Recordabas de vez en vez al hombre con quien compartiste tantos años, quien por fortuna se había esfumado, no tenías ya que planchar sus camisas ni lograr una raya perfecta a la mitad de los pantalones. Tampoco rendirte ante ningún deseo. Eso estaba bien. Margarita se fue a vivir a la ciudad de Tijuana. Te refugiaste en la hemeroteca. Entre papeles viejos no se sentía la vida, era como habitar otro espacio: el de la ciudad de México de los años cuarenta, allí estaban los centros nocturnos frecuentados por Ana Fénix y Agustín Larra; las anécdotas de los estudios Churubusco; las fotos del café París, las notas frívolas de las recetas de belleza y modas. Las carteleras cinematográficas anunciaban los filmes que para ti eran historia: Salón México, Pueblerina, La malquerida.

a la deriva  (fragmento) es un capítulo de la novela “Habitaciones furtivas”, de la escritora jaliscience Silvia Quezada.

¿Quién fue Rebeca Uribe?

Especial

Rebeca Uribe (Sayula, Jalisco, México, 1911-1949), fue una poeta mexicana de la escuela postmodernista:? sus dotes como declamadora de composiciones propias la llevaron a participar en recitales poéticos en el Teatro Degollado de Guadalajara (1933-1942). Fue conocida en el medio artístico por ser secretaria de la actriz María Félix.

Participó como actriz de teatro experimental con el grupo Proa entre 1942-1945, llegó a actuar en la Sala de Conferencias del Palacio de Bellas Artes. La ciudad de Guadalajara le rindió un homenaje en el marco del cuatrocientos aniversario de su fundación (1942). Fue secretaria de María Félix entre 1945-1949.

Publicó seis libros de poemas, de los cuales son localizables cinco, destacándose una antología personal, de nombre Poesía (1949). Murió en circunstancias trágicas en la ciudad de México el 14 de agosto de 1949. Por su estética y sus tópicos de trabajo, puede considerarse afín a Los Contemporáneos.

El poeta Efraín Huerta le dedica una sentida composición llamada Elegía de verdadera muerte en el libro La rosa blanca.