Agustín Monsreal, cuentista supremo

domingo, 26 de septiembre de 2021 · 10:58

En más de una ocasión Agustín Monsreal ha comparado su oficio con el de un humilde orfebre. “Construir ese orbe cerrado, sin fisuras, es un trabajo de relojería fina”, apunta en una entrevista refiriéndose al cuento. Existen seis espléndidos libros de su autoría que confirman este ideario estético. Desde la aparición de su primer volumen de relatos, Los ángeles enfermos, en 1978 —Premio Nacional de Cuento San Luis Potosí del Instituto Nacional de Bellas Artes—, hasta su más reciente cuentario, Deudas pendientes, de 2016, el ritmo envolvente y una plasticidad maliciosa del léxico presiden su obra. El maestro Agustín Monsreal es un autor preocupado por innovar constantemente sus recursos creativos y mantener la calidad narrativa en un alto nivel.

Deliberadamente irónicos, eróticos, lúdicos, provocativos, con una fluidez trepidante, economía de diálogos y adjetivación osada, los cuentos de Agustín Monsreal no se parecen a los de ningún escritor de su tiempo. Y aunque en sus entrevistas insiste en decir que “No hay nada nuevo bajo el sol sino mi manera de ver el sol, de sentirlo, de expresarlo”, cualquiera que se acerque a su trabajo certificará la vigencia de lo dicho en alguna ocasión por Edmundo Valadés: “Monsreal alcanza un lenguaje que nos parece de los más ricos, de los más bellos y de los mejor armados de la narrativa mexicana actual”. 

La venganza, el hastío, el miedo de vivir y la culpa callada suelen ser los demonios que atormentan a los personajes del mundo monsrealiano, mujeres y hombres de poca voluntad entrampados, sobreviviendo apenas, a la busca de un lapsus de locura que los ayude a romper, aún si brevemente, las ataduras que los someten.

Agustín Monsreal es, pues, un fabulador formidable que busca dar a cada relato identidad, una técnica propia y una estructura única. Hay ciento veinte historias para comprobarlo. Allí está, por ejemplo, “Habitación deshabitada”, que forma parte de Los ángeles enfermos, la fábula de un pusilánime que, con tal de seguirle el juego a su mujer que ha perdido en el vientre al hijo de nombre Darío, acaba convenciéndose de que aquello no sucedió: “Será cuando escuche un lloro pequeño, un mínimo lloro apoderarse del silencio, dominarlo, y no sabré precisar si proviene de mí o de Darío. Entonces ella me alzará con todo su cuidado y me dará a beber de la parte de su carne suave como cera calentada y yo percibiré su ternura por encima del ligero daño causado por la mordiente glotonería de mis encías”.

“En el cautiverio”, magistral cuento incluido también en su primer libro, la desesperanza la ejemplifica un preso que termina por aceptar en su celda la compañía de una alimaña que lo acecha: “Entonces la sentí trepándome por el costado, sentí el asqueroso contacto mórbido de su vientre, y la frialdad áspera y morosa de su cola, y la baba que su hocico iba sembrando en mi piel”.

Igual sucede en “Panorama después del puente”, título que hace eco a la obra de Arthur Miller, donde un infeliz padre, en su día de asueto, es abusado por su familia con una agenda que incluye una tediosa excursión a Oaxtepec, la asistencia a la ceremonia del Grito de Independencia y la atención a los reclamos de alcoba de su mujer, no obstante la resaca que lo aqueja: “Y yo con la achacosa cruz de mi parroquia a cuestas: imagen del desguace, calca del diablo enjaulado soportando las arterías a plomo de un solazo categórico, anchuroso, atroz, dueño de todo”. 

No puedo menos que agradecer la distinción que me ha hecho la Feria Internacional de la Lectura Yucatán para estar en esta mesa que celebra a Agustín 

Monsreal con motivo de su octogésimo cumpleaños, reconociendo su brillante trayectoria y el que continúe escribiendo con el mismo ímpetu que en sus inicios. Es un privilegio poder agradecerle al maestro su generosidad y paciencia en nombre de los que tuvimos el honor de formar parte de su taller.

Corría el año de 1997 y cada fin de mes, Agustín “hacía viaje”, como decimos los yucatecos, desde la capital de la República para impartir en Mérida un taller de narrativa en el salón de las columnas del edificio porfiriano que alguna vez albergara el Asilo Leandro León Ayala para enfermos mentales —nótese la coincidencia—. Éramos, quizá, veinte. Para mitigar el bochorno de la canícula yucateca unos pocos solíamos invitarlo a continuar la tertulia en algún bar del centro histórico. Probablemente él no lo recuerde, pero en una de esas ocasiones, una tarde de verano, luego de abandonar el extinto bar Principal, mientras caminábamos por la calle 70, tras avistar el abandono por los postigos abiertos de una casona en ruinas, el maestro Agustín Monsreal me compartió sus claves para escribir un buen cuento: “la inspiración —dijo— surge de lo que uno ve, de algo que te llena el corazón de amor o de indignidad; captura el entorno, llénate con esas sensaciones, no las dejes escapar, resguarda la esencia y escríbelo”.

Pero volviendo al tema de los cuentos, sus protagonistas son herederos de la desesperanza con vidas aplastadas por el terrible peso de la mediocridad, tal el caso de Nico, el pobre hombre del monólogo “Grande es tu salida a la guerra, pequeño tu retorno”, quien debe soportar estoicamente las recriminaciones de la esposa cada vez que regresa derrotado de la de la búsqueda: “Hoy tampoco conseguiste empleo, no, qué vas a conseguir tú, si eres un apocado, un blandengue, una nulidad, un inútil, un sobrado para nada, pero a ver, cómo sí eres bravo para hacer hijos”.

El quehacer acucioso del maestro Monsreal destaca en aquellas historias contundentes que no necesitan de muchas páginas para atrapar al lector y mantenerlo atento, como si de un filme de acción se tratase, al filo de la butaca. Elocuente resulta al respecto “La última miseria”, uno de mis favoritos, que está incluido en Las terrazas del purgatorio, donde se cuenta el ataque a una pareja, la violación de la esposa que le provoca la muerte. “Una noc   noche cualquiera, Santos sale con su mujer a dar un paseo; de regreso a casa son asaltados por un hombre cuyo rostro sólo alcanza a ver de manera fugaz, pero definitiva; él es brutalmente golpeado y ella violada tan espantosamente que muere pocas horas después de la agresión.” En este tono confidencial y seco, el narrador omnisciente cuenta el proceso revanchista del marido. Lo hace lenta y concienzudamente, de una manera tan perturbadora que sólo alivia la conclusión de la lectura.

En “De pronto y para siempre”, cuento que forma parte de la colección titulada Desde el vientre de la ballena, un hombre, de buenas a primeras, experimenta una necesidad imperiosa de estar con una mujer en la que nunca se ha fijado. Poco a poco va descubriendo que ésta se ha valido de un hechizo para atraparlo. “De pronto me acometía el impulso de escapar, de buscar algún refugio, y en seguida, sin ninguna transición, me fustigaba, me carcomía la iracundia insoportable de unos celos que devoraban mis entrañas cuando permanecía fuera del territorio de Virginia”. El final es hiriente, bizarro. Una mezcla de consuelo y sorpresa nos embarga mientras apuramos los últimos párrafos. 

Imaginativo como pocos, este escritor yucateco es consistente, comprometido con su propia escritura, trabajador incansable, diestro para urdir piezas delirantes donde personajes entrañables aquejados de soledad se encuentran con su destino.  A Monsreal, como a Publio Terencio Africano, “nada de 

cuanto es humano le es ajeno”. Su maestría para el relato breve le permite entrelazar en una misma historia varios flagelos emocionales de la humanidad sin menoscabo de la trama principal. Imposible no traer a colación su espléndido cuento “Lo mismo que el tigre”, donde el incesto, frecuente tema monsrealiano, aroniza perfectamente con el hastío conyugal armoniza perfectamente con el hastío conyugal y la devastación por la muerte. “Cómo han de estar hartos los dos de sus noches idénticas, de esa su cama de siempre, de esa su aceda, acorralada, lánguida lujuria de siempre”. 

El gran crítico literario del siglo XX, Emmanuel Carballo, calificó a Monsreal como “el cuentista más extraño de su generación”. Agustín, no hay que olvidarlo, es un especialista eminente y aunque en 2016 su relato largo “Mamá duerme sola esta noche” se anunció como novela por cuestiones de marketing, él mismo ha declarado en numerosas ocasiones que no le interesa incursionar en ese género porque “encuentra las aguas suficientemente profundas en el trabajo del cuento”.

Monsreal se ha vuelto una referencia obligada para todos los que escriben y leen relatos, un ejemplo de que la mejor manera de trascender está en permanecer fiel a aquello en lo que uno cree. Agustín Monsreal es, a sus ochenta años, uno de los mejores cuentistas latinoamericanos, un maestro de la literatura en nuestra lengua.

LA MUJER AJENA: ALTERIDAD DE GÉNERO

Aída López Sosa

“¿Quién es la Mujer de tu Prójimo?

Es la tuya, la de él, la mía, la de cualquiera, la de todos”.

Agustín Monsreal

Con la novedad de que “La Mujer de tu Prójimo” (Laberinto Ediciones, 2021) anda como la donna è mobile por las librerías y la red nos cuenta Agustín Monsreal, quien con su piuma al vento se dio vuelo para escribir más de una centena de minificciones de todas las mujeres menos la suya. Pero, ¿dónde habita esa añorada mujer? Quizá esté cerca, a un paso de ti o viva en tu imaginación, sueños, pensamientos o deseos. Cuestiona en “De un sueño lejano”: “Antes de Caín y Abel, ¿existía la Mujer de tu Prójimo?”. La respuesta la tiene el lector que siempre la ha padecido y ha aceptado su destino

El escritor tiene como hilo narrativo el Noveno Mandamiento: “No desearás a la mujer de tu prójimo”, “¿entonces a cuál?”. Hecho irrefutable para cualquier caballero “aunque no se atrevan a confesarlo”, cuya única fórmula para no sufrir por ella es ser el prójimo. Agustín Monsreal, referente en el género de la brevedad, revela que el primer deseo es hacia la madre – Complejo de Edipo- y el último, a la muerte: “siempre habrá una última mujer en nuestra vida, bien puede ser, incluso, la enfermera que nos asiste en el hospital”, asegura.

La miscelánea de textos e intertextualidad, son una muestra sui generis de la creatividad y el manejo del lenguaje, donde podemos apreciar a un escritor maduro que con los años ha sintetizado sus ideas llegando a la esencia escritural. Para ejemplificar lo dicho aquí algunas de las minificciones   

Lúdico: “Tomar partido siempre por las buenas piernas de la Mujer de tu Prójimo”.

Poético: “Es un paraíso que se antoja como para estrenarlo con la Mujer de tu Prójimo”.

Contundente: “Tú solo tienes el deseo por la Mujer de tu Prójimo. Él es el que la posee”.

Fetichista: “La Mujer de tu Prójimo luce estupendamente más bella cuando camina del brazo de su marido”.

Irreverente: “Honra a tu padre y a tu madre, pero sobre todo a la Mujer de tu Prójimo”.

Reflexivo: “¿Dónde estaba la Mujer de tu Prójimo cuando necesitaste un espejo donde vivir para siempre”.

Imaginativo: “No es necesario desearle la muerte a tu prójimo, con pretender quitarle la mujer ya es suficiente”.

En esta serie de disertaciones acerca de la mujer ajena, de esa “a la que su sonrisa le falta media pulgada para ser perfecta” ni el mismo Agustín se salva, su mujer es la Mujer del Prójimo de otro. Verdad que se atreve a declarar en las primeras páginas advirtiendo que lo sugestivo va más alla de un sueño trivial, ya que lo importante es lo que hace con ella durante ese estado distraído de la conciencia. Sin duda, su “Ego maltrecho” hubiera sido de mayúsculo interés para analizar por el padre del psicoanálisis: “La fascinante inutilidad de mis obsesiones por la Mujer de mi Prójimo”.

Monsreal no nos deja puerta de huida a ninguna mujer, todas estamos destinadas a ser la Mujer de tu Prójimo, cuya virtud radica en el género mismo. El hombre tampoco se libra y lo mejor es disimular, “que cada quien cargue con su responsabilidad y cumpla su castigo”, sentencia. Reconoce la “Autoridad indiscutible” de Dios. Prueba de su existencia es esa mujer que “no cuesta mantenerla (casas, vestuarios, viajes, caprichos…) y está muy lejos de convertirse en realidad., aunque el acabose para cualquier individuo sería que la susodicha lo tratase como a su marido el “Domingo en la tarde”.

Próximo a celebrar 60 años como escritor, Agustín Monsreal asegura que su reciente libro es el resultado de observaciones donde ha recogido fragmentos de la vida y aunque no se reconoce como el personaje que va deliberando a lo largo de la obra, no desmiente que los textos contienen buena dosis de sus 

experiencias: “el que esté libre de pecado, que tire la primera piedra”.

Pronto “La Mujer de tu Prójimo”, con su amabile e leggiadro viso, viajará por el mundo. Lector, tienes la opción de seguirla ansiando “con la misma urgencia que el desposeído un plato de lentejas” o “dejar que el diablo meta el rabo”, aventurarte con ella con todas las de la ley y que Dios te perdone.

 

UN  RELATO DE MONSREAL

Agustín Monsreal, celebró ayer 80 años de vida y casi 60 dedicados al quehacer literario. En su honor y para reconocer su trayectoria, desde 2016, se celebra en esta fecha el Día del Cuento. El Por Esto! se une a esta celebración presentando Telón de incertidumbre, del autor yucateco.

TELÓN DE INCERTIDUMBRE

¿Cuál habrá de ser mi última palabra antes de exhalar el último suspiro, o junto con él? ¿Alcanzaré a decir una última palabra antes de cerrar mis ojos para siempre? ¿Estaré en condiciones de decirla? ¿A quién se la diré? ¿O la diré sólo para mí, para escucharla solamente yo? ¿A quien se la diga será una persona significativa, un ser querido, por decirlo del modo más fácil, o será alguien que esté ahí por casualidad, una enfermera, un sacerdote, un curioso que pasaba por ahí? ¿O alcanzaré nada más a pensarla? ¿Será una duda, una petición, un reclamo? ¿La diré -o la pensaré- feliz, agradecido, sonriente, o será una palabra que destile resentimiento, amargura, ganas de provocar un último daño? ¿O será que no diga nada porque ya no tenga nada que decir, lo que sería fatal? ¿Qué palabra me gustaría que fuese la palabra que marque mi salida de este planeta, esa palabra que habrá de ser mi despedida, mi adiós, mi pasaporte para el silencio definitivo, mi carta de naturalización para la eternidad? ¿Cómo me gustaría decirla, en un grito, en un susurro, consciente de lo que digo, o sin premeditarla, sin elegirla? ¿Estará plena de amor y de compasión y de sentido? ¿Sabré que esa es mi última palabra? ¿Cómo haré para saberlo? ¿Saldrá libre de mi boca, o apretaré los dientes y los labios para tratar de impedir que salga? ¿Mi última palabra me pondrá a prueba por última vez? ¿Habrá de ser la revelación de un deseo profundamente callado, de una tentación no admitida, de un secreto que ya no tiene por qué serlo más? ¿Sentiré miedo, o pudor, o una íntima zozobra de decirla? ¿La diré para no errar, o para quedar bien? ¿Podría decirla -o mejor, dictarla- unas horas o cuando menos unos momentos antes del final? ¿Será una palabra aventurera, o una palabra de paso, o una palabra de refriega, o una palabra sin chiste, verdaderamente sin ton ni son, una palabra tan anodina que la gente se pregunte y para qué la dijo, qué desperdicio de última palabra, qué pérdida de tiempo, de aliento, de esfuerzo, porque hay que fijarse en lo que uno dice cuando dice la palabra con que se desata la vida, y esa palabra que yo diré cumplirá con el requisito, estará a la altura de lo que se espera de ella, cubrirá las expectativas? ¿Y esa última palabra me conducirá al cielo o me condenará al infierno, hablará de mis penitencias o de mi redención? ¿La diré en mi habitación propia, en un cuarto de hospital, en algún pedazo de calle? ¿Sucederá de mañana, al atardecer, de noche? ¿La improvisaré o ya la habré traído dándome vueltas y más vueltas en la cabeza desde semanas atrás, lo que tal vez a los ojos de los conocedores será una especie de fraude moral, una puñalada por la espalda a la espontaneidad pues no podrá considerarse en sentido estricto una última palabra, o si acaso se tratará de una última palabra postergada? ¿Y si se dirigiese a consolar el corazón de alguien, a pedirle perdón a alguien, a declararle a alguien que no me arrepiento de nada, ni de mis 

amores, ni de mis bufonadas, ni de mis sueños que nunca aprendieron a volar bajo ni a cruzarse de brazos ni a permanecer con los pies quietos? ¿Será linda o fea como pecado mortal? ¿Habré de empeñar mi alma por acuñar mi última palabra? ¿Llegará un día en que haya una segunda, una tercera o hasta una séptima edición de mi última palabra porque se trate de la mejor última palabra que se haya dicho jamás?.

Carlos Martín Briceño. (Mérida, Yucatán, 1966). Narrador. Premio Internacional de Cuento Max Aub 2012, Premio Nacional de Cuento Beatriz Espejo 2003 y Premio Nacional de Cuento de la UADY 2004. Algunos de sus libros son: Después del aguacero, Al final de la vigilia y Montezuma’s Revenge.

Aída López Sosa (1964). Psicóloga. Columnista en periódicos y revistas locales, nacionales e internacionales. Autora del libro de Cuentos: “Despedida a una musa y otras despedidas”. Ganadora del premio Estatal de literatura 2020. Incluida en el Mapa de Escritoras Mexicanas Contemporáneas.