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 El sueño de la tolerancia multicultural es uno que se construye y se derrumba desde tiempos de Voltaire

Es Terror contra terror –no hay           ninguna ideología detrás…

Jean Baudrillard, El espíritu del               terrorismo.

Toda cultura está tránsida de un

conflicto permanente…

Luis Villoro, Multiculturalismo.

 

Quizá no recordemos mucho de la Guerra de Vietnam, o no estemos muy al tanto de los enfrentamientos en Kosovo. Pocos son los que hacen mención de la Batalla de Stalingrado, o qué decir que cualquier guerra anterior a los años de 1900. El recuerdo de todos estos enfrentamientos, de estas guerras, vive en los libros de Historia, y es difícil que rebasen el margen de esas páginas. Son parte de un imaginario que se revisa, pero que no se revive. Cosa muy distinta provoca el atentado del 11 de septiembre de 2001. ¿Es necesario que diga qué fue lo que pasó? Desde luego que no, porque ya todos sabemos lo que esa fecha significa.

I: El sueño de la tolerancia dos minutos antes de la medianoche

        El sueño de la tolerancia multicultural es uno que se construye y se derrumba desde tiempos de Voltaire. En el Tratado sobre la tolerancia encontramos este diálogo; es de un bárbaro hacia un moribundo: «¡Piedad! No puedo tenerla si tú no eres en todo de mi misma opinión» (2010; p. 160). El convaleciente no puede responder más allá de su aturdimiento. Un conflicto ni siquiera tiene lugar cuando uno está desvalido, y el otro tiene por único objetivo la imposición de su voluntad. El filósofo francés colocó este diálogo en su Tratado a manera de representación de la intolerancia (en abstracto), una que puede materializarse tanto entre individuos como naciones. La Europa que sopesa el documento de Voltaire, la de mediados del siglo XVIII, es una que es parsimoniosa, caritativa y políticamente ilustrada: «hoy la diferencia de religiones no causa ninguna perturbación en esos Estados; el judío, el católico, el griego, el luterano […] y tantos otros viven como hermanos en esas regiones, y contribuyen por igual al bien de la sociedad» (Ibíd.; p. 101).

A simple vista, parece que Voltaire consiguió la empresa humanística más grande que se ha planteado la filosofía en el ámbito de la ética. Pero no todo puede ser color de rosa. Se lee en el Tratado lo siguiente, en el apartado ‘De cómo puede ser admitida la tolerancia’: «Cuantas más sectas hay, menos peligrosa es cada una; la multiplicidad las debilita, todas son reprimidas por justas leyes que prohíben las asambleas tumultuosas, las injurias, las sediciones, y que siempre están en vigor por la fuerza coactiva» (Ibíd.; p. 107).

Hoy, que puede hablarse de una historiografía crítica y de hegemonía como una forma espectral de dominación, la tolerancia volteriana da muchísimos tropezones. Basta con mencionar el monopolio religioso y esa “fuerza coactiva” respaldada por “justas leyes” para que sea repensado el ejercicio político de la tolerancia.

Propuestas contemporáneas como la del multiculturalismo prefieren, frente a la convivencia forzada, una puesta en diálogo –consciente y equitativo– de las múltiples culturas con sus diversas ideas, cosmovisiones, prácticas, y axiologías; todo esto sería facilitado gracias a la asimilación de una racionalidad múltiple, que pueda unir y comunicar a distintitos individuos alrededor del mundo y, así, suprimir la dominación y la violencia (Villoro, 2010). En pocas palabras, el concepto sobre la multiculturalidad propone que «la unidad se obtiene por el reconocimiento recíproco de las diferencias y la aceptación de la pluralidad de concepciones del bien común» (Ibíd.; p. 199).

Somos más propensos a simpatizar con una propuesta como la de Villoro por nuestro contexto liberal y secularizado. El obstáculo de las religiones, en tanto que fundadas en dogmas a menudo incompatibles con otras, se ve disminuido gradualmente, especialmente en Occidente (Garton Ash, 2012; p. 106). La propuesta del multiculturalismo se abre paso, además, por un consenso generalizado sobre la equidad epistémica, donde ninguna cultura o agrupación social «tiene derecho a imponer sobre otra sus creencias y tradiciones», previendo con ello la posibilidad de un «diálogo plural y público» (Velasco Gómez, 2013; p. 227).

Y bien, si se han sentado las bases para que el multiculturalismo incluso llegue a funcionar por sí solo, ¿dónde situamos la posibilidad del terrorismo? Creo, siguiendo muy de cerca las ideas sobre el terrorismo de Jean Baudrillard, que el ataque terrorista en Nueva York –por mencionar el caso más emblemático en lo que va del siglo– no es causa del fallo de una cultura de tolerancia y pluralismo. Muy por el contrario: gracias a que la tolerancia y su multiculturalismo triunfaron, un elemento de la sociedad plural pudo explotar desde dentro del propio sistema.

La multiculturalidad, desde esta perspectiva, puede estar sucediendo ya en pleno siglo XXI, aunque de un modo terrorífico. Ahora bien, ¿qué clase de multiculturalidad puede propiciar la catástrofe? Advierto que una compuesta de dos partes. La primera etapa de una multiculturalidad destructiva fue la tolerancia basada no en la religión, sino en la suma de esfuerzos a propósito del progreso. Esta primera etapa encuentra su causa y su fin en la globalización, y cuyo instrumento es el diálogo crítico entre los elementos de la comunidad. La segunda es la reversión de este sistema crítico que termina por 

autoevaluarse y ponerse en crisis a sí mismo. Por el momento, veamos la primera fase de la tolerancia radicalizada. 

II: Invitación abierta a tierra de nadie

 De Occidente nos llegó un cuarto poder que no es ni militar, ni económico, y mucho menos religioso (la cuestión eclesiástica es, actualmente, poco más que escándalo y criminalidad); la cuarta manifestación del poder es lo que Timothy Garton Ash llama induction (traducida como ‘atracción’). Se trata de, en analogía científica, «hacer que algo suceda en un objeto cercano por medio de atracción magnética» (2012; p. 102). La intuición, como aseguraba Voltaire, de que la tolerancia inhibiría la enfermedad de la barbarie entregándola «al régimen de la razón» (2010; p. 108) se diluye cuando aparece la noción de racionalidades diversas. El poder de la atracción, por otro lado, parece más compatible con esa idea magnética de multiplicidad racional. Un Estado que se presenta a sí mismo como abierto al diálogo ‘atrae’ más de lo que podría cualquier jerarca de la razón autoproclamado. La tolerancia liberal posibilita la atracción magnética que hoy cohesiona conglomerados culturales como el de la Unión Europea (Garton Ash, 2010). El slogan de este tipo de poder es ¡Venid a mí!, frente al ¡Venid, que yo os lo mando!, o el ¡Allá voy!, tan gustado por los estadounidenses. Esta invitación a la prosperidad y el desarrollo implica, claro está, la adecuación de distintos grupos sociales a un determinado propósito. De nuevo, la pureza del liberalismo radical del multiculturalismo se ve comprometida.

Por otro lado, es claro que debería haber límites para el diálogo de las múltiples culturas si no queremos caer en una problemática aparentemente insalvable. Podría entonces reaparecer aquí ese concepto alarmante de Voltaire: “fuerza coactiva”. Sin ella, la conjetura sobre el relativismo en un espacio pluricultural es la más plausible. Si cada cultura propone un objetivo desde su propia visión del mundo, y si hay que respetarlas todas –aunque algunas sean radicalmente opuestas entre sí– en aras de la tolerancia y la multiculturalidad (lo que implica la anulación de una cultura ordenadora o superior), ¿qué opciones nos quedan sino la parálisis pragmática? He aquí el problema del relativismo cultural, una instancia que deja la puerta abierta al riesgo de la violencia, como veremos a continuación.

III: Progreso crítico

Popper, continuando el diálogo con la racionalidad volteriana, defendió la idea de superar la idea de falibilidad humana para admitir que hay posturas preferibles a otras, las cuales quedarán demostradas cuando las partes en conflicto discutan racionalmente sus posturas. Presenta la solución al relativismo en tres grandes principios: 1) Puede que esté equivocado y usted, en cambio, esté en lo cierto 2) Discutiendo las cosas racionalmente quizá podamos enmendar algunos de nuestros errores 3) Si discutimos las cosas racionalmente, puede que ambos nos acerquemos más a la verdad (2010; pp. 338-400). 

Aquí inicia el giro infinito del ouroboros. Popper reintroduce la noción de la verdad; sea como discurso, concepto, o preferencia de una praxis, su objetividad es amenazante a un pluralismo auténtico. Por lo demás, un concepto de una verdad unívoco está emparentado con un tipo específico de racionalidad. Pero hay un punto que une el diálogo racionalizado del pensador de Las sociedades abiertas y el sueño multicultural: «realmente no hay autoridad en ciencia […] sin embargo, la ciencia progresa: se aproxima más a la verdad» (Popper, 2010; p. 402). Villoro aclara también, a propósito del mismo relativismo cultural: «Una cultura no es una forma de vida aceptada de una vez y para siempre. Toda cultura está transida de un conflicto permanente entre las creencias aceptadas por la mayoría y las actitudes críticas frente a esas creencias» (2010; p. 194).

  Hay que reconocer entonces que la tolerancia no puede ni debe ser infinita. El liberalismo radical encuentra sus fronteras en el relativismo. Popper confía en el diálogo racional en un sentido dialéctico, de la misma manera en que Villoro descansa su teoría sobre una capacidad crítica de asimilación cultural. Querámoslo o no, ambas posturas sobre el diálogo cultural basado en la tolerancia implican una idea de un estado ideal, futuro, mediado por una especie de progreso, encaminada a la conformación de una gran sociedad multicultural y democrática. Para que las cosas sean correctas, debemos pasar primero por varias posturas incorrectas, sancionarlas, y avanzar.

La pregunta que nos dirige hacia el terrorismo y las Torres Gemelas es: ¿cuánto progreso es capaz de sostener la sociedad multicultural? ¿y si la propia capacidad crítica terminara por engullir la civilización que la utilizó tanto tiempo para crecer?.

IV: Inside job

Culminemos por el inicio. El atentado a las Torres Gemelas es el rostro encarnado del terrorismo, no hay más. Aunque existen muchas otras despreciables demostraciones extremistas –lo digo con el corazón crucificado–, concuerdo con Jean Baudrillard en que lo del 2001 fue un «shock simbólico contundente» (2002; p. 56). Si el mundo había visibilizado la posibilidad de la unión con la caída del muro de Berlín y el final de la Guerra Fría, ¿por qué el súbito horror de las torres heridas de muerte? ¿de dónde vino? ¿fuimos advertidos en algún momento? Las verdaderas razones no están claras, pero todo apunta a que fue una conspiración desde dentro del propio sistema occidental.

No me refiero a que George W. Bush hubiese estado en negociaciones turbias con Al-Qaeda, ni que ésta sea el brazo armado de EE.UU. en operaciones donde no se deseen manchar las barras y las estrellas. Todas estas conspiraciones son dolorosas y amorales. Lo que considero cierto es que el ataque al World Trade Center es «la globalización triunfante enfrentada a sí misma» (Ibíd.; p. 61). Quisiera complementar la postura de Baudrillard y unirla a nuestra exploración del problema del relativismo y el aprendizaje crítico emanados de la multiculturalidad.

Si el autor de El espíritu del terrorismo puede destacar un inmoral sentido estético de lo ocurrido el 11 de septiembre, yo puedo entrever una crisis ocasionada no sólo por la globalización desenfrenada, sino igualmente por un ideal desmesurado de liberalismo cultural y, junto a él, una radicalización del diálogo crítico. Intentemos esclarecer y matizar nuestra postura:

1)      Que consideremos el multiculturalismo como problemático se debe a que sus premisas para la igualdad en el diálogo conducen o bien a un relativismo cultural remediable sólo por un diálogo crítico, del cual desconocemos los alcances.

2)      Este relativismo es prioritario al sopesar la cuestión de la tolerancia como praxis. Si todo es tolerable, caemos en una crisis idiosincrática (no importan los propios estatutos si pueden ser anulados por otros de una cultura ajena). Por el contrario, si queremos librarnos del relativismo mediante el diálogo crítico, necesariamente existirá una postura correcta y otra incorrecta. El diálogo racional deseado por Popper esconde esta premisa. Para la confrontación de lo correcto frente a lo incorrecto, debe tenerse un propósito común, lo que finalmente parece romper el principio de racionalidad múltiple, fundamental para el multiculturalismo.

3)      Si la capacidad crítica de la sociedad multicultural encuentra una vía exitosa, y si consigue con ella sincretizar todas las culturas que la conforman, no es descabellado pensar que procederá a evaluarse críticamente a sí misma.

4)      En ese caso, el diálogo crítico que puede hacer crecer una nación multicultural será también la causa de su pérdida, pues un Estado completamente sincretizado arraigará finalmente una racionalidad única, susceptible de ser puesta en crisis.

Quizá la aseveración más importante es que el terrorismo no es, como se cree, el enemigo del progreso, sino que es una de sus consecuencias. Los grupos terroristas han podido aprovecharse de los recursos que la globalización ha desarrollado gracias a que ellos no son lo Otro, sino una extensión del sistema que es difícil de apreciar a simple vista, puntualiza Baudrillard (2002). Con respecto a la relación terrorismo-sistema globalizado: «Los actos terroristas son una lente de aumento de su propia violencia y, a la vez, un modelo de violencia simbólica que le está vedada, la única que no puede ejercer: la de su propia muerte» (Ibíd.; p. 63). ¿Cómo dialogar críticamente, por ejemplo, con la idea del sacrificio? Aquí, la tolerancia no puede hacer más que cruzarse de brazos mientras la racionalidad plural sólo puede cruzarse de brazos.

Es este el grado cero de la ética política. No puede contrarrestarse desde la propia idiosincrasia, porque no se tienen elementos compatibles con la amenaza, aun cuando ésta viene desde dentro. La cúspide del diálogo crítico no puede ir más allá del terrorismo. El producto máximo del diálogo constructivo por la tolerancia sólo puede ser una hecatombe, un punto de reinicio. Pero la respuesta por la razón profunda del atentado del 9/11 no aparece por ningún lado. ¿Era realmente necesario tal nivel de destrucción? No, no lo era. No era necesario en absoluto, pero fue, definitivamente, síntoma de una ruptura permanente y, tal vez, necesaria. Lo peor es que un solo conglomerado social fue estigmatizado y vinculado con el terrorismo. La anatomía del terrorismo se concluye con la autoría del ataque.

Se crea un nuevo enemigo: En último lugar, ¿es realmente la turba salvaje el grado cero de la desagregación del vínculo social? ¿No es más bien una reacción de pánico ante la fractura o inconsistencia que atraviesa la estructura social? La violencia de la turba está por definición dirigida a un objeto erróneamente percibido como la causa externa de esa fractura, como si la destrucción de aquél objeto precipitara la abolición de la fractura (Žižek, 2012; p. 1098)

         Y así, con la creación de un Otro con quien dialogar críticamente, la misión del multiculturalismo y la tolerancia se reanudan en forma de un engranaje macabro.

Sobre el autor

Goliat M.Y. Fajardo (CDMX, 1993) cursa estudios en la facultad de Filosofía y Letras UNAM, ha colaborado en diversos performances de escritura-teatral, así como en diversas plaquettes de poesía como Edson Monkeys experience (2016, Editorial Falsalengua), Lluvia de Oro y otros poemas (2018, sosLaburlapress) y No te rías de la muerte si el siguiente serás tú (2020, Goldchains Editorial). Obras suyas pueden encontrarse en diversas revistas online.