La Muestra Crítica de la Muestra Nacional de Teatro

En Morelos y la CDMX se llevó a cabo la edición número 41 con 34 montajes, así como talleres y conferencias
domingo, 5 de diciembre de 2021 · 12:56

La Muestra Nacional de Teatro es el magno evento escénico que acontece de manera anual, en el cual la Secretaría de Cultura a través del Instituto Nacional de Bellas Artes y Literatura, selecciona e invita a compañías teatrales de todo el país para presentar las obras que se realizan en distintas regiones y Estados de la República.

En ese marco, en el 2017 surge la Muestra Crítica, a iniciativa de Ilona Goyeneche, programadora y gestora cultural chilena, y Luz Emilia Aguilar Zinser, crítica e investigadora teatral, la cual es una especie de taller y laboratorio en donde de manera paralela a la MNT y con apoyo del Goethe Instituto Mexiko, se analizan y comentan las obras presentadas, para ir conformando un corpus crítico del hecho escénico, en donde cada texto es trabajado desde la individualidad, pero filtrado bajo un riguroso trabajo editorial antes de su publicación digital en el portal https://mnt.inba.gob.mx/ blog/ y de manera impresa en las memorias de la MNT.

Este año la Muestra Crítica se realizó de manera independiente, únicamente con el apoyo de Daniel Miranda, titular de la Coordinación Nacional de Teatro (INBAL) -a quien de manera personal agradezco su sensibilidad y buenos oficios y el tesón y la voluntad de las coordinadoras arriba mencionadas, quienes, a pesar de los recortes presupuestales al rubro cultural, lograron sacar adelante la cobertura integral de la edición 2021 de la MNT.

Esta conjunción de talentos nacionales e internacionales, es un esfuerzo inédito en la nación, puesto que uno de sus resultados fehacientes es la creciente profesionalización de la crítica teatral mexicana, y el hecho incontrovertible de que cada vez más la crítica y la investigación son tomadas en cuenta dentro de la creación escénica como una herramienta de reflexión y una actividad constructiva originada a partir de la generosidad y el amor hacia las tablas. Ricardo E. Tatto (Mérida) Licenciado en Comunicación, periodista y promotor cultural, editor y narrador. Fue conductor de radio y TV en Grupo Fórmula.

Su trabajo ha sido publicado en periódicos, revistas y en libros de su autoría como Tercera llamada: Encuentros —y desencuentros— con el teatro (periodismo cultural) y Cuentos, minificciones y aforismos del descaro (narrativa).

Compiló la antología Yucatán en letra joven. Panorama literario de narradores del Siglo XXI (PACMYC, 2017). En 2018, 2019 y 2021 participó en la Muestra Crítica de la Muestra Nacional de Teatro (INBA); cabe destacar que es el único crítico teatral yucateco que ha sido seleccionado en 3 ocasiones consecutivas.

Actualmente es programador y analista de cine en el Cineforo Wilder y director de la revista Soma, Arte y Cultura (www.yucatancultura.com) En Formato híbrido Tras la sacudida que representó la pandemia a la producción teatral en México, el comité organizador de la 41 Muestra Nacional de Teatro, que concluye hoy, propuso reflexionar el significado del teatro en tiempos de crisis social, económica, política y cultural. Reflexionar desde los escenarios, físicos y digitales, los alcances del arte escénico y su reflejo en el público también impactado por el encierro de casi dos años.

Las 34 obras de teatro que integraron el programa de la muestra discutieron, desde diversos lenguajes y propuestas escénicas, qué sentido tiene el teatro en la actualidad y sus nuevos lenguajes artísticos. Así lo apuntó Héctor Borges, director escénico e integrante del comité organizador, al precisar que la reflexión no se limita a los temas habituales discutidos sobre el escenario, sino a profundizar en las implicaciones del teatro en un momento de crisis como la que inició en 2020 con el confinamiento global.

“Esta muestra es de alguna manera una secuela de que el año pasado no se pudiera realizar por la pandemia, pues dio el tiempo para que nos cayera el 20, como se dice, y que fuera una pausa para reflexionar y pensar esta situación, esta catástrofe sanitaria que es el reflejo de una crisis civilizatoria, planetaria, ecológica, económica”, refirió Borges en conferencia de prensa.

Por su parte, la subdirectora general de Bellas Artes Laura Ramírez Rasgado, apuntó: “La 41 Muestra se distingue por su contemporaneidad, su vigencia en tiempos de pandemia y contexto digital, sincronía con el fenómeno de la virtualidad para afiliarse a la tarea artística, esta edición renovada se conjuga con la genuina aspiración de regresar a los públicos”.

“El tratado”, de Sembrando Teatro (Oaxaca)

El derecho de vivir: teatro comunitario como resistencia “A toda la humanidad/Ningún cañón borrará/El surco de tu arrozal/El derecho de vivir en paz”.

Víctor Jara Cuando se apagan las luces en la caja negra del Escenario Comunitario del Centro Cultural del Bosque, escuchamos los primeros acordes de “El derecho de vivir”, del cantautor Víctor Jara, pero en lugar de escuchar la letra de su icónica canción de protesta, la música cede ante los sonidos de la naturaleza, pues hemos sido transportados a un recóndito lugar del bosque de la Sierra Sur de Oaxaca, desde donde la compañía Sembrando Teatro ha venido para presentar el montaje de “El tratado”, como parte de la Muestra Nacional de Teatro 2021 realizada en otro tipo de jungla, la de hormigón y hierro de la Ciudad de México.

Una chica y un chico aparecen en escena, caracterizados como un chapulín y un venado mediante máscaras hechas de papel. Estos animales son perseguidos por un jaguar hambriento que intenta devorarlos, lo mismo que un águila rapaz que merodea desde los cielos en busca de su alimento.

De pronto, el venado rompe la cuarta pared y se dirige al público: -¡Avísenme si ven que viene algún animal carnívoro! -nos dice a todos. Y le hacemos caso. El águila procede a atacar, pero en su intentona, se rompe una pata. Entonces un perico hace su aparición ofreciendo sus servicios como shamán para curar su herida.

Trae un huevo, un mezcal, y una planta medicinal milenaria: “no sé cómo se llama, creo que le dicen marihuana”, le comenta al paciente emplumado. Después de hacerle una limpia, el águila sana y remonta el vuelo, no sin antes hacer un pacto. El perico se reúne con el chapulín, el chivo, el venado y la demás fauna para decidir en asamblea suscribirse al tratado pactado con el águila. Para garantizar su supervivencia, se ha comprometido para conseguir carne de carroña, de tal manera que los depredadores estén bien alimentados y no tengan necesidad de seguirlos cazando y matando.

Todos se suman al acuerdo, mientras que, en otro cuadro escénico, vemos al águila reunirse con el puma, el lobo, el tlacuache, el jaguar y demás carnívoros, para comunicarles su parte del pacto de no agresión, pues han decidido ayudarse mutuamente. Para celebrar la firma del tratado, toda la fauna se reúne, y de la nada aparecen un teclado, una guitarra y algunas percusiones, interpretando en vivo la “Cumbia del oso polar”, motivo perfecto para que desplieguen un amplio trazo por todos los espacios del escenario, al tiempo que cantan con gorja y regocijo. Más el bailongo no dura para siempre. A la algarabía la cubre la oscuridad, pues un cambio de ambientación lumínica ha ocurrido.

Una luz cenital se enciende del lado izquierdo, para dar paso al testimonio de dos seres humanos que hablan en zapoteco. Luego, del lado derecho se enciende otra luz cenital, donde una madre con un niño en brazos denuncia la tala indiscriminada, de la maquinaria depredadora que todo lo devora, destruyendo la naturaleza de su entorno, propiciando la migración de los animales y afectando todo el ecosistema del lugar donde viven.

Después de estos señalamientos, volvemos al mundo animal, donde todas las criaturas se reúnen en colectividad, ya que el tratado ha sido roto: ya no hay carne ni animales para comer, y aunque algunos proponen alimentarse de hierba, las hostilidades se reinician, los carnívoros se impacientan y proceden a devorarlos a todos al tiempo que cantan: -…el final es violento, no ha de gustar, lo siento…”, dicen al unísono. ¿Qué acabamos de ver en esta obra de un solo acto? ¿Cómo abordar la puesta en escena con una mirada crítica y estética cuando a todas luces el discurso es social, político y ambiental? Y, sobre todo, ¿cómo hablar desde el privilegio de un entorno urbano sin conocer las problemáticas que atraviesan en sus respectivas comunidades?

Estas reflexiones me asaltaban, confrontándome conmigo mismo. Quería saber de dónde parten como creadores escénicos, en especial porque la MNT 2021 ha tenido a bien programar una línea temática de teatro comunitario. Necesitaba conocer más, acercarme a esta compañía para escuchar el motivo de sus denuncias.

No me imaginaba que la magia del teatro pronto me daría la oportunidad de aclarar estas dudas… ***** Al día siguiente, hacia las 11 de la mañana, nos encontramos en la puerta del hotel de la Zona Rosa donde nos estaban concentrados los asistentes a la MNT 2021. Mientras compartíamos unos cigarros, una charla informal comienza con el director de la obra, Acasio Aguilar Hernándes y el actor Celso Pérez Pérez, ambos de la comunidad de San Felipe La Chilló. -Soy el puma -me dice Celso. -¿Tienes encendedor? Enseguida se nos une José Ángel García Ramírez, el actor que personifica al perico y que es originario de Santiago Xanica, otra de las muchas comunidades que comparten -y defienden- el mismo territorio de la sierra oaxaqueña.

“La compañía Sembrando Teatro surge hace más de una década en la ex finca Alemania, allá en la sierra -me cuenta Acasio-. Gracias al profesor Cándido Baños, quien es nuestro maestro de teatro, es que pudimos realizar esta obra. Yo me uní al grupo en el 2014, y más tarde me convertí en el encargado y responsable del colectivo, el cual tiene como objetivo defender a la tierra, al territorio, a los presos políticos y la autonomía de las comunidades.

A través del teatro, lo que intentamos es contar nuestras historias. Si te fijas, el águila y los demás animales carnívoros, representan a las empresas y compañías que nos quieren imponer sus megaproyectos extractivistas sin consultar con nuestras comunidades. Por eso decidimos contar esta historia, porque creemos que el teatro también es resistencia. Nosotros vivimos la violencia de una manera constante.

Cuando talan nuestros árboles, nuestros bosques, provocan la migración de los animalitos, destruyen nuestro hábitat. Ahí los empresarios nomás llegan, hacen y deshacen en los pueblos, les ofrecen dinero a los presidentes municipales para comprar alguna parcela, algunos cerros, prometiendo que ese supuesto progreso va a beneficiar a la comunidad, pero no es así, no les importa nada, sólo sus ganancias y nosotros pagamos las consecuencias.

Esas son las razones por las que hacemos esto, queremos que a través de nuestra obra las comunidades reflexionen sobre lo que está ocurriendo, gracias a que pertenecemos también al Comité por la Defensa de los Derechos Indígenas (CODEDI)”. “Yo ya llevo cuatro años con el grupo -interviene Celso Pérez-. Queremos que la gente se de cuenta de que las empresas hiodroeléctricas o las que se dedican a la minería dañan a la naturaleza, incluso los parques eólicos provocan la tala de mucha vegetación.

También contaminan al Río Coralita, donde los peces aparecen muertos o contaminados, haciendo imposible su consumo. La vida allá en la sierra sur es muy diferente a la de acá de México. Ahí estamos rodeados de todo lo verde, incluso te encuentras frente a frente con los animales, de hecho, todos los animales que aparecen en la obra son especies que están en esa región boscosa. Ese es el motivo de que hagamos esta denuncia usando la parábola de ese mundo natural en donde también hay depredadores y víctimas, como en los pueblos que buscan esa autonomía.

La Coca-Cola puso su fábrica ahí, están extrayendo el agua de los ríos, están consumiendo los recursos naturales. Pronto se va a secar el río, no podremos pescar pescado, charales, camarón… Tampoco podremos regar las milpas, los sembradíos, esos ríos también alimentan Santa María Huatulco, que tienen su propio comité con el que hicimos un acuerdo de ayuda mutua, pero siempre y cuando no sea para esas industrias transnacionales.

Las comunidades están unidas para ofrecer esa resistencia”. “Yo soy de Santiago Xanica, por lo regular ya no vivo ahí, sino en la finca Alemania -dice José Ángel García-. La finca tuvo un dueño hace muchos años que al morir la dejó en abandono, hasta que la propia comunidad se fue reapropiando del espacio, porque fue construido con el trabajo de las más de 50 comunidades que pertenecemos a la zona. En la finca nos juntamos para hacer teatro, danza, música y otros talleres autogestivos que son impartidos por los propios miembros de los colectivos.

Las máscaras de papel las aprendimos a hacer en esos talleres y también nuestro vestuario. Todo lo confeccionamos con nuestras propias manos. También ahí nos enseñaron a tocar instrumentos, por ejemplo, aquí entre nosotros dos -señala a Celso- tocamos el teclado, el tambor, las percusiones, la tuba y el saxofón.

Lo que intentamos es que estos talleres en artes continúen y que no sólo se enseñen oficios. Algunas personas no quieren que sus hijos aprendan cosas artísticas porque creen que no les va a servir para nada, que eso no va a beneficiar a su familia o a la colectividad de la población. Sin embargo, con esta compañía Sembrando Teatro estamos demostrando que sí se puede, que se puede hacer todo sin dejar las artes escénicas. Nosotros nos reunimos todos los sábados de 2 a 5 para ensayar, bailar, platicar e incluso hacer ejercicios de improvisación. Por ejemplo, en esta obra no tenemos guion, al juntarnos practicamos los diálogos y entre todos lo discutimos, pero sí hay muchas cosas que decimos espontáneamente.

Con este grupo nos hemos presentado en Ipalapa, Unión Hidalgo, Tehuantepec, Zipolite, Xanica, La merced del potrero, Xanaguia y en el zócalo de Oaxaca, pero también hemos ido a Querétaro, a San Cristóbal de las Casas y aquí en México en Iztapalapa. Además del taller escénico, todos trabajamos en la siembra de la milpa, laboramos en el campo, y hemos aprendido otros oficios prácticos como la panadería, que es de lo que vivo. Celso se dedica a la carpintería y además labra la tierra, todos lo hacemos”. -¿Y tú, Acasio, además de sembrar en el campo cuál otro oficio tienes? -le pregunto con genuina curiosidad. -Después de cultivar la tierra, mi único oficio práctico es dirigir teatro.

El Mecsicano: Goles y teatro infantil de calle

En la tarde soleada del 28 de noviembre, nos apostamos en el graderío al aire libre de la sala Ángel Salas del Centro Cultural del Bosque. ¿El motivo? El visionado de “El mecsicano”, obra de Luis Enrique Gutiérrez Ortiz Monasterio (LEGOM) dirigida por Yoruba Romero, cuya presentación acontece en el marco de la 41 Muestra Nacional de Teatro en la ciudad de México.

La escenografía consiste en una estructura metálica de tres niveles recubierta por láminas de cartón negras, cuyo marco central emula una portería de futbol. El nivel superior se encuentra coronado por un balón de soccer que ya ha visto pasar sus mejores tiempos. Es ahí, en la cima, donde hacen su aparición los protagonistas quienes se van presentando: la Rox, Ulises, el Gordo, el Kike y un perro negro -de nombre Bernardo-.

Ellos son amigos y practican el deporte de las patadas en el campo del colegio de alguna ciudad de México, que podría ser cualquiera, aunque se intuye que es una localidad fronteriza. La premisa es sencilla, ya que el equipo conformado por Rox, el Gordo y Ulises admira a Kike, pues su ropa deportiva, el balón que trae y su calzado profesional se contrasta con la vestimenta desarrapada de los demás, jugadores de futbol llanero unidos por la amistad y la camaradería.

El problema es que José Enrique Martínez, alias “El Kike”, se muestra lleno de ínfulas, pues se siente superior a todos los demás, ya que su papá -a quien no conoce realmente-, le ha dicho que México es poca cosa para él, motivo por el cual migró a los Estados Unidos cuando Kike era muy pequeño, sin dejar de mandar sus remesas y otros regalos importados, haciéndole promesas de que algún día cercano vendría por él para llevárselo a los yunaited esteits.

Esta situación provoca que Kike se sienta un “gringo”, incluso hablando un español con acento norteamericano, oscilando al espanglish en su intento de desmarcarse del resto de la pandilla de mecsicanos. Pronto esta condición de malinchismo aspiracional será el detonador para que se aparte de sus amigos e, incluso, se cambie de bando, al conformar un equipo con Toni Tonina y Carlitos Carlangas.

Esto provocará que se reten a un duelo, pactando un juego y que de una vez por todas se defina quiénes son mejores en la cancha. ¡Ahí se armó la camorra…! El hilo conductor de esta narrativa es el perro, quien interviene y va dando la palabra para que se cuenten las historias de cada personaje. Estructurada de manera coral, poco a poco van dosificando la información, revelando que la mayoría de ellos proviene de hogares rotos, fragmentados, o que perviven al interior de familias disfuncionales.

Por ejemplo, El Gordo, que en su turno nos cuenta que su papá se fue con otra mujer, formando otra familia, una familia afroamericana, lo cual provoca que haga comentarios un tanto racistas a partir del rencor por el abandono paternal. O en el caso de La Rox, que vive con su abuela y que también sufre de esa orfandad emocional, ya sus padres migraron en busca de una mejor vida: “yo siento que nunca los voy a volver a ver”, nos dice.

Todos los personajes adolecen de alguna carencia parental, y, en ese sentido, los amigos de la cancha de futbol vienen a constituirse en especie de familia sustituta. Por eso El Gordo se lamenta, “porque cuando uno pierde a un amigo te llenas de tristeza”. El texto de la obra bordea peligrosamente ciertos temas espinosos -dentro del teatro infantil, como el racismo, la discriminación, el machismo, la violencia intrafamiliar y de género, la migración y el bullying, pero se agradece que no sea una denuncia o panfleto social.

Todo lo contrario, porque a partir de las expresiones coloquiales de los personajes, da cuenta de una realidad que está más allá de toda corrección social, máxime si consideramos que los niños y adolescentes suelen ser crueles en sus bromas. No obstante, estas muestras de incorrección política siempre son matizadas, hasta llegar a una resolución conciliatoria, entregando un mensaje positivo, ensalzando valores como la amistad, la fraternidad y la tolerancia.

Pero en el proceso, como es su costumbre, el dramaturgo LEGOM nos ha provocado y confrontado en el espejo, esta vez abordando el tema de la identidad desde la mexicanidad, como una especie de opúsculo a su obra del 2008, Odio a los putos mexicanos, donde a partir de la sátira y la mordacidad que le caracteriza, trata el tema de cómo es vista la migración desde la otredad norteamericana.

Un punto criticable es que, si bien las mujeres o las personas de color se encuentran representados dentro de la obra, en el caso de El Gordo se ridiculiza al personaje, encarnado por un actor que porta un relleno francamente ridículo dentro de su vestuario. Esto no es cosa menor si consideramos al público al que se dirige y el hecho de que vivimos en un país con altos índices de obesidad, donde la gordofobia está a la orden del día, pudiendo lastimar u ofender las sensibilidades de los niños con sobrepeso al verse representados en escena por una burda caricatura.

Hay que tener cuidado cuando se comenta sobre otras corporalidades, porque aunque se alude a un tema urgente para la salud pública, no existe esa representación realista en escena. En pocas palabras, hay una ausencia de representatividad de la diversidad fenotípica y física que el texto aborda, lo cual es una grave falta.

En cuanto al montaje, el elenco hace un gran trabajo como ensamble actoral (destacando Ana María Aguilar e Iris Ladrón de Guevara, que encarnan a Rox y al perro), se les nota bien acoplados y el engranaje resulta en un ritmo ágil que nunca decae.

Su desplazamiento por el escenario y la escenografía mantienen la atención del público, configurando ciertas figuras coreográficas que marcan y remarcan cada cuadro escénico, provocando la risa a ratos, restándole gravedad a los tópicos ya señalados, pues queda claro que su objetivo no es pontificar ante las jóvenes audiencias, sino entretener dejando caer a cuentagotas la crítica social.

Ciertamente este tipo de teatro ya se ha visto mucho, pero no por ello deja de ser necesario, sobre todo cuando la puesta en escena está bien lograda, como es el caso.

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jcl