Nuestra Señora de Ruinas de Aké

viernes, 22 de mayo de 2020 · 05:36

Xki’impam Ko’olebil María

José Iván Borges Castillo*

Alguna misteriosa relación –insisto– debe existir entre la sequía y la flor de mayo. Porque cuando el Yaax kín tiene lugar, la flor de mayo florece en sus copas, cuando al árbol ni hojas aún le hayan salido. Y el campo huele a flores, mientras la naturaleza muere y se quiebra ante los rayos del sol. Es entonces cuando ocurren, en los montes del Mayab, muchos sucesos que los consejos de los abuelos apenas dicen y previenen, en ocasiones alientan y en otras van dejando testimonio de lo que vieron o escucharon de sus padres y abuelos. Y de esos relatos hago eco y comienzo a escribir… Cerca de los pueblos de Euán y Ekmul, se encontraban las antiguas tierras donde existió un pueblo grande y valiente, como lo fue el pueblo de Aké, cuyo sac bé –o sea, su camino blanco, en español–, se comunicaba en línea recta con la antigua Itzamatul, grande y noble hasta la alianza con los Itzaes, que terminó en discordias. Un día llegaron los hombres blancos y lo que había comenzado a morir, como la flor de mayo, terminó secándose. Los Condes de Miraflores, antiguos dueños de esas tierras, devotos de la Virgen de Itzmal, dispersaron como pudieron la devoción entre ese pueblo, cuyos símbolos y significados entendían por sus antiguas figuras divinas, de bondad y luz, de luna y agua, de flor y amor. Cuentan que al rayar el mediodía en la época de sequía, dos campesinos treparon sobre los antiguos cerros –esos “mules”, vestigios del pasado– para limpiarlos de la maleza y quemar su copal, pidiendo fertilidad para la tierra; grande fue su sorpresa cuando vieron salir luz del monte en la cima de uno de estos cerros. Con sus coas y machetes cortaban afanosos para encontrar el origen de aquella llama, pues podría desembocar en un terrible incendio que abrasara a todo ese cortísimo pueblo. En un instante, al jalar sus coas enredadas en los bejucos, en estruendo se cayó la maleza con piedra y escombro, apareciendo como por encanto la imagen de la Virgen María, suspendida entre las piedras, radiante y hermosa, en medio de una aureola de luz. El suceso convocó a todos sus humildes moradores, que alegres y contentos por el hallazgo, decidieron bajarla del cerro; con paños blancos las muchachas (doncellas del pueblo) tomaron la pequeña escultura de la Virgen Santísima y la llevaron a casa de alguno de los principales del pueblo, donde la ungieron con ruda y albahaca, le quemaron incienso y las luces de las velas, como de la fe, iluminaron desde entonces su altar. Dicen los de Aké que la Virgen comenzó a mostrar, luego de breve tiempo de su llegada, el cariño a su pueblo, sanando a los enfermos, socorriendo a los que la invocaban. Y como se parecía a las imágenes de la Virgen de Izamal, en especial una venerada en el oratorio de la hacienda, comenzaron a llamarla cariñosamente como la Xki’ichpam Mama o Xko’olebil María de Itzmal, que desde esa antigua ciudad había llegado a visitar a estos pobres moradores, sus hijos del pueblo de Aké. ¡Pareciera, indiscutiblemente, como si Mamá Linda hubiera recorrido ese antiguo sac bé para llegar a Aké y consolar a sus hijos! Ya no fue Sac Nicté, ni la antigua Lol Bé, ahora es María la Xki’ichpam Xko’olebil que venía a recorrer ese viejo camino. Se dicen los de pueblo de Aké que en noches de luna, la Virgen recorre el camino antiguo hasta Izamal, ese camino prehispánico es el camino donde pasa la Virgen. En prueba y gratitud por aparecer en ese pueblo, los humildes vecinos erigieron en la cima del antiguo cerro maya una casita de paja, que hizo las veces de capilla, para exponerla a la devoción. El feliz hallazgo, los milagros y la devoción a la Virgen de Aké, pronto se propagó. Su fama creció de tal forma que comenzó a ser llevaba a los pueblos vecinos para realizarle un novenario piadoso. La llevaban a Tixkokob, a Tahmek, a Seyé, a Tekal de Venegas, a Izamal, a Tepakán, a Kimbilá, a Cacalchén, a Hocabá, a Tixpéhual, a Mérida, y el peregrinar se hizo largo. Lo mismo le rezaban y cantaban sus glorias en una próspera villa como en un pueblo, hacienda, finca o ranchería yucateca. Por eso, cuando las noches se engalanan de luna menguante y estrellas refulgentes en el firmamento, los abuelos evocan el dulce recuerdo de cómo la Virgen, Señora de Aké, apareció entre ellos para acompañarlos en sus historia desde entonces, fertilizando las tierras que visita o donde la invocan y protegiendo a sus familias. ¡Bendita sea tu pureza, María del pueblo de Aké! La eterna peregrina de Aké comenzó sus viajes cuando, por primera vez, recorrió el sac bé de Izamal hasta Aké, y de ahí partió para recorrer los caminos de Yucatán, y aún continúa haciéndolo. Sed antorchas eternas, flamboyanes. Yucatán, sé oración en tus faisanes y en tus carnes de piedra y alelí. Llega la Virgen de argentado paso, la que tuvo a Dios mismo en su regazo, viene a ser Reina y Madre para ti.1 1 ”Triptico a la Santísima Virgen de Izamal” de Mario Alberto Ponce, 1949. Agradecimiento a don Gonzalo Durán y al doctor Jorge Victoria Ojeda.