
La confianza propicia la construcción de la paz. Más allá de la negociación con los grupos armados -en la cual la confianza es un activo indispensable-, en el desenvolvimiento de la vida cotidiana en Colombia, la confianza nos posibilita la construcción de lazos duraderos para formar ese sustrato en que puede desarrollarse una vida en armonía.
En estos tiempos de grandes migraciones es fácil detectar la desconfianza hacia quien supuestamente viene a aprovecharse de lo que nos corresponde. Cuando la ola migratoria iba de Colombia hacia Venezuela -Venezuela Saudita, le decían, el Estados Unidos de ese entonces, para quienes emigraban buscando un mejor vivir- la desconfianza hacia los colombianos adquiría ribetes de crueldad. Las crónicas de la época relatan cómo colombiano se había convertido en sinónimo de ladrón o prostituta.
Ahora, cuando las condiciones en el vecino país han provocado la migración de millones de venezolanos, la desconfianza hacia ellos es un calco de la que los colombianos vivieron en la época de las oleadas de migrantes hacia Venezuela.
En una excursión a Marruecos tuve que soportar a un español que hablaba todo el día de lo tramposos que éramos los latinoamericanos. Un poco de sensatez al considerar que los seres humanos no somos más que eso, cualquiera que sea nuestra nacionalidad, nos hubiera permitido a él y a mí disfrutar del encuentro de personas con culturas y experiencias enriquecedoras.
La confianza es necesaria no porque la miremos en un sentido religioso sino porque sin ella los costos de transacción se elevan y entorpecen los intercambios económicos. Y entonces se inventan controles cada vez más sofisticados para evitar los fraudes. Así, en Colombia hace unos años los documentos para que tuvieran validez legal debían hacerse en papel sellado. Un engorro que demoraba cualquier diligencia que debería poder despacharse en trámites sencillos. La Corte abolió ese estorboso papel, pero entonces han ido apareciendo otros trámites tan difíciles y tan inútiles que al país le significan un costo alto en burocracia y tiempo que debería poder emplearse en cosas más útiles.
Así que, después del papel sellado, se inventaron la exigencia de presentar copia ampliada al 50 por ciento de la cédula de ciudadanía para cualquier trámite por sencillo que fuera. Superado esa inútil y absurda exigencia, vamos por los mil y un requisitos para impedir que lo que puede hacerse expedito por Internet se complique.
Todo ello, para no hacer lo que realmente haría la vida más fácil, que es la formación desde la primera infancia en una ética de la solidaridad y el respeto a los demás y a todo lo que nos rodea. Los casos de corrupción que con tanta frecuencia se descubren generan un ambiente de falta de fe en lo público, lo que nos pertenece a todos, lo que debería brindarnos seguridad. Y esa nube sombría de desconfianza enturbia la vida diaria, el devenir social.
Recuerdo una vez en el Líbano, en plena Guerra Civil, en un barrio muy populoso donde se asentaban las organizaciones palestinas, se quebró un vidrio que daba a la calle en la vitrina de una panadería del barrio y dejaba los panes al alcance de la mano del que pasara. El dueño siguió poniendo ahí sus panes sin pensar siquiera en que alguien iba a robárselos. Y, en medio de los tiroteos permanentes, del tráfico de gente armada que se movilizaba con un despliegue atronador, ese pequeño espacio de confianza creaba una burbuja de serenidad.
En la inseguridad que se ha apoderado de la vida diaria, que nos ha llevado a enrejar las casas cada vez más para protegernos del peligro indeterminado que en cualquier momento puede agredirnos, encontramos, sin embargo, gestos que nos indican que la confianza es posible: el señor que vende la fruta en una carretilla y que deja con tranquilidad que la señora que no tiene dinero en el momento le pague después sin conocerla, la gente que recoge al desconocido accidentado en la calle. lo lleva al hospital y le guarda sus pertenencias.
Cada día se descubren experiencias de comunidades que se construyen con base en la confianza. A eso tenemos que apostarle y multiplicar la experiencia.