Dialéctica del devenir

Las bases filosóficas del orden mundial son resultado de la conjunción de factores de naturaleza, sociales y culturales que operan desde siempre
domingo, 4 de febrero de 2024 · 12:38

No porque haya quien lo ignore, la Tierra dejará de girar y no importa que pensadores y comentaristas sean o no dialécticos, porque la realidad siempre lo es y es indiferente a las simplificaciones o interpretaciones torcidas, la razón termina por imponerse y nunca lo hace por la fuerza.

Las bases filosóficas del orden mundial son resultado de la conjunción de factores de naturaleza, sociales y culturales que operan desde siempre. Entre otros aportes figuran los clásicos de la antigüedad, el cristianismo y los credos orientales, el liberalismo que sustenta a la vez la economía de mercado y la democracia política, a lo cual se suman las ideas socialistas. En una andadura de 300 mil años, la práctica social ha reunido en un cuerpo único los saberes generales y las ideas políticas, sociales y jurídicas más avanzadas, principalmente las de los siglos XVII, XVIII, XIX y XX.

La doctrina liberal, la más exitosa de las ideologías, se vincula al modo de producción capitalista que, según constató Carlos Marx, “desarrolló las fuerzas productivas más que todas las formaciones anteriores juntas”, fue propuesta por algunas de las mentes más brillantes y universales de todos los tiempos, entre otros: John Locke, Diderot, D’ Alembert, Rousseau, Montesquieu, Descartes, David Ricardo y Adam Smith.

Como un desarrollo de ese pensamiento, nutriéndose del mismo y aprovechando el clima de tolerancia intelectual que acompaña la democracia, en el siglo XIX europeo, fruto de los hallazgos teóricos de una pléyade de intelectuales progresistas liderados por Marx, aparecieron las corrientes socialistas, vigentes hasta hoy.

Setenta años después, en Rusia, un imperio euroasiático gobernado por una antediluviana dinastía de zares y arruinado por la Primera Guerra Mundial, los bolcheviques tomaron el poder y, en una irrepetible coyuntura, intentaron conducir la historia por un atajo. Con más deseos que argumentos proclamaron que la revolución preconizada por Marx había triunfado y propusieron, no sólo una visión alternativa al pensamiento liberal, sino que se empeñaron en trascenderlo, edificando un orden mundial enteramente nuevo, sustentado en nuevas bases filosóficas, nueva economía, otra superestructura política y una nueva moral.

Las dimensiones planetarias de un proyecto que invocó a Marx y sacralizó su pensamiento hasta convertirlo en una virtual “religión de Estado” y, paradójicamente, se apartó de la más sabia de sus conclusiones científicas que condicionaba los cambios sociales y políticos conducentes al socialismo, al progreso económico.

Setenta años después, debido al colapso de la Unión Soviética, se restableció el capitalismo en Rusia y en otros 40 países, se desarticuló la izquierda y el movimiento progresista mundial, modificando tácticas y atemperando los objetivos estratégicos a las nuevas circunstancias. La idea de erradicación del capitalismo en el corto plazo y el desplazamiento del liberalismo, desapareció del horizonte político inmediato.

Ahora, sin el sostén conceptual ni la grandeza del proyecto bolchevique, otra vez Rusia, debido a motivaciones políticas circunstanciales, al calor de una guerra estúpida, propone una ruptura del orden mundial, a su juicio impuesto por lo que llama Occidente global, para sustituirlo por un nuevo estado de cosas mundial, promovido por una alianza carente de identidad y sin capacidad de convocatoria para liderar un proyecto semejante.

El orden económico y político vigente y sus contrapartes, son resultados imperfectos, plagados de luces y sombras del proceso civilizatorio que se abre paso a través de gigantes obstáculos, unos surgidos como parte del propio desarrollo y otros creados por la propia humanidad, entre ellos los imperios, cuya codicia, ansias de poder y afanes hegemónicos hacen del mundo un entorno injusto.

Tal vez las tensiones del mundo de hoy son las contracciones de un parto del cual nacerán nuevas realidades y desafíos derivados, no del conflicto entre las civilizaciones, sino de su encuentro. De los estadistas y de las grandes potencias que lideran el mundo de hoy depende que el presente y el futuro sea menos sufrido. No obstante, si no es gracias a ellos, será a pesar de ellos.