La historia y la memoria

En este artículo de opinión, Jorge Gómez Barata, menciona la rivalidad entre Unión Soviética y la República Popular China desde los años 60's
martes, 6 de junio de 2023 · 09:38

La hostilidad entre la Unión Soviética y la República Popular China, que estalló en los años 60 del siglo pasado, no fue producto del acercamiento entre China y los Estados Unidos, sino al revés. Aquella contradicción, que hizo añicos la unidad política, la cohesión ideológica y los paradigmas teóricos en los cuales se sustentaba el movimiento comunista y obrero internacional que ya no existe, fue hábilmente aprovechada.

Henry Kissinger se percató del filón y, consciente de que, Estados Unidos tenía lo que China necesitaba (mercado, capitales y un poderoso interlocutor político) y no corría riesgos, convenció al establishment norteamericano, promovió el acercamiento y avanzó en una combinación perfecta en la cual todos ganaron.

La maniobra condujo a la aceptación de la existencia de “una sola China”, al acceso a la ONU y a un escaño en el Consejo de Seguridad y a la Organización Mundial de Comercio, que figuran entre los mayores logros políticos del gigante asiático.

Las empresas estadounidenses encontraron en China un nicho para colocar sus excedentes de capital, protagonizando una enorme aventura inversionista, accediendo a un gigantesco mercado, no sólo deficitario en todo lo que una sociedad necesita consumir para disfrutar de mínimos de bienestar, sino necesitado de tecnologías, patentes, know-how, procedimientos gerenciales, técnicas de mercadeo avanzados y otras bienhechurías del capitalismo que permitieron al país acceder a los enormes mercados occidentales e integrarse a la economía global.

Al mismo tiempo, los chinos de ultramar, es decir, los que un día emigraron o escaparon y sus descendientes que, al amparo del capitalismo hicieron fortuna en Estados Unidos, Europa Occidental, Japón, Hong Kong, Corea del Sur, Macao, Australia y otros sitios, encontraron en la nueva economía china, los espacios y las garantías que necesitaban.

De ese modo (sucintamente tratado en esta nota), se profundizó el “diferendo chino-soviético, uno de los fenómenos más curiosos, relevantes y negativos para la causa socialista de la Guerra Fría, que fue un regalo para Occidente y que explotó a su favor el enfrentamiento entre los dos pesos completos del comunismo internacional, lo cual creó un cisma cuyos efectos fueron devastadores.

A estas alturas, cuando tratar de comprender las causas que dieron lugar a la remisión del Socialismo Real y al colapso soviético es irrelevante, resulta difícil calcular hasta qué punto el pragmatismo de China a quien no le importó de qué color era el gato, siempre que cazara ratones, influyó en la deriva reformista que llevó a Mijail Gorbachov a abandonar la ortodoxia, renunciar a los monopolios estatales y abrir espacios al mercado. Tal vez más que un referente, China fue un paradigma.

Una diferencia radical entre ambas experiencias estriba en la habilidad para administrar las enormes fuerzas económicas, sociales e ideológicas que la reforma del socialismo genera sin quebrar las bases del sistema que es el control de la acción social por el Partido Comunista que, en China nunca ha estado en peligro, mientras en la Unión Soviética fue cuestionado por quienes debieron preservarlo. En ello, la glasnost, un pilar de la reforma soviética que China nunca aplicó, puede haber tenido una importancia trascendental.

Un dato de la mayor relevancia en aquellos procesos es que en su aproximación a Occidente, particularmente a Estados Unidos, la Unión Soviética, adoptó sus prácticas, algunos de sus valores e hizo concesiones mayores, error en el cual China no incurrió. No es que Pekín no haya derivado en esa dirección, sino que lo ha hecho con cautela, administrando tales procesos en las dosis exactas.

Al cumplir 100 años de edad, todavía lúcido, Kissinger se lamenta de que la torpeza de la diplomacia estadounidense haya reparado un daño que la historia creó y contribuyó a cerrar la brecha entre Rusia (heredera de la URSS) y China, que avanzan hacia la consumación de una alianza que no sólo crea un entorno político enteramente nuevo, sino una fuerza política de un potencial inédito. Estados Unidos, cree Kissinger, ha logrado lo que el marxismo-leninismo no pudo hacer.

La alianza no es todavía total porque China tiene intereses geoestratégicos diferente a los de Rusia, es más independiente y paciente, aunque la guerra en Ucrania los aproxima y comienza a añadir peso en la balanza que un conflicto militar en Taiwán pudiera inclinar. Kissinger lo sabe, también yo.

 

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