La paradoja de destruir lo que no se puede sustituir

La equiparación de fuerzas, cometido principal de Occidente es la clave para prolongar un conflicto
martes, 23 de mayo de 2023 · 08:36

Las imágenes televisadas de la ciudad ucraniana de Bajmut, Artiómovsk para los rusos que han anunciado su conquista, recuerdan la fábula del rey Salomón ante el cual acudieron dos mujeres que se disputaban un niño del que ambas decían ser madre. El sabio monarca ordenó que cortaran al medio la criatura y dieran una mitad a cada una. “¡No majestad! Que se lo quede ella”, dijo una mujer. Era la madre que, en su inmenso amor, renunciaba al hijo para salvarlo.

Rusia o Ucrania, una de las dos o ambas, que durante alrededor de un año con inaudita fiereza combatieron por la localidad, debieron renunciar antes que hacerla polvo. Comenté la idea con un crítico que me dijo ¿Y Stalingrado? ¿Qué hubiera hecho Salomón?

Es otra historia. Los nazis y los patriotas soviéticos no eran del mismo linaje y la Gran Guerra Patriótica no fue una lucha fratricida. Rusia, Ucrania y Donbass son de la misma estirpe, no sólo porque son eslavos, sino porque formaron parte del mismo imperio, en el pasado, bajo las banderas de los bolcheviques, se unieron para enfrentar a los zares, compartieron el infortunio de la ocupación nazi y paladearon la gloria por la victoria. Como parte de la Unión Soviética acariciaron sueños y encajaron frustraciones.

Por siglos, la Rus de Kiev, tronco común del cual proceden tanto Ucrania como Rusia, vivieron en paz y en Donbass ruso hablantes, ucranianos y otras minorías, convivieron en razonable armonía hasta qué desaparecida la Unión Soviética, mediante maniobras y engaños, la OTAN, consiguió enfrentarlas.

La gran paradoja de la guerra que se libra en Europa es que los ejes de la trama, Rusia y Ucrania, no actúan según sus propias conveniencias ni motivaciones, sino que ambas han sido movilizadas por poderes ajenos. La OTAN provocó a Rusia, la hostigó y la empujó a la guerra, para la cual habilita a Ucrania que sin la OTAN podía haber encontrado modos de convivir.

Lo realmente nuevo es que esa contienda, local por su forma, aunque global por sus dimensiones y sus impactos, es que, en solitario, sin ningún aliado militar, Rusia enfrenta una entente formada por casi 50 países económicamente solventes y militarmente avanzados que proveen a Ucrania de lo necesario para librar la lucha en su territorio.

La equiparación de fuerzas, cometido principal de Occidente es la clave para prolongar un conflicto.

Al respecto, en la Cumbre del G-7 que tuvo lugar en Hiroshima, Estados Unidos ha dado otro paso en esa dirección al dar luz verde para la entrega a Ucrania de aviones F-16, acto que no esperará a que nuevos aparatos sean fabricados, sino que se entregarán por países de la OTAN que ya los poseen.

Los F-16, una máquina, aunque eficiente, relativamente anticuada dado que, con sucesivas modernizaciones, se mantiene en servicio desde el 1978. De esos aviones se han construido alrededor de 5 mil que prestan servicios en casi 30 países. Aunque ya Estados Unidos no los adquiere, todavía se fabrican con fines de exportación.

El F-16 se suma a las armas con las cuales la OTAN aspira a que Ucrania enfrente a la maquinaria militar rusa que dispone de abundante material de primera, fabricados en el país y de tropas, mientras Ucrania, sin dinero y con la producción de armas prácticamente paralizada, depende totalmente de la importación.

La idea de, en medio de los combates, equiparar la capacidad combativa de Ucrania a la de Rusia, es una quimera que entraña el peligro de escaladas que trasladen las acciones a territorio ruso y puedan involucrar directamente a algún país de la OTAN, activando el mecanismo de defensa colectiva, según el cual: “El ataque a uno de los es un ataque a todos”.

En lugar de idear fórmulas para unos enviar armas y otros encontrar maneras para destruirlas como, ha ocurrido con los proyectiles de uranio empobrecido y, según se afirma el sistema antiaéreo Patriot, lo que hay es que encontrar fórmulas para la paz.

La experiencia de Corea está a la vista: cese al fuego, armisticio, negociaciones prolongadas y actitudes políticas que permitan a los habitantes de Crimea y Donbass decidir libremente su futuro. Es más fácil hacer la guerra que la paz porque la guerra es obra de bárbaros y la paz de hombres y mujeres sensibles y amantes de la vida con todo su esplendor.

Los que celebran haber tomado militarmente las ruinas de Bajmut o Artiómovsk, o insisten en su reconquista, no hablan de los que allí vivían que tienen razones para pedirles a todos los contendientes: “Si es así, no me defiendan”. El precio hace que la guerra no valga la pena.