El mañana viene de ayer

jueves, 23 de junio de 2022 · 10:39

El tiempo es unidireccional e irreversible. Avanza del pasado al futuro, aunque lo hace en zigzag. Quienes creen que la guerra en Europa promoverá la creación de un “mundo multipolar” se equivocan. Ese mundo ha existido siempre y la tendencia civilizatoria a escala planetaria no es la dispersión sino la integración, de eso se trata la globalización, una realidad irreversible que puede ser ralentizada o dinamizada, pero no anulada. Durante milenios las distintas culturas y civilizaciones avanzaron paralelamente, sin contactos y sin influir unas en las otras, lo cual explica que, siendo genéticamente homogénea, la humanidad es culturalmente diversa. La diversidad no provoca hostilidad, sino que aporta riqueza.

En solitario los egipcios y los chinos, los pueblos del Oriente Medio, de África, Europa y América, movidos por fuerzas autogeneradas, progresaron. Ellos no lo sabían, pero avanzaban hacía un destino común que está llegando. Nunca antes los pueblos y los Estados estuvieron más cerca ni más identificados que ahora.

Por razones casuales, aquel progreso ocurrió a diferentes velocidades, por lo cual unos pueblos llegaron primero que otros a destinos que definieron realidades. Llegar primero a determinados estadios civilizatorios, no hizo a unos pueblos mejores ni superiores a otros, pero como unos eran más fuertes, tenían mejores armas e instrumentos, lo creyeron. Así aparecieron los paradigmas del sometimiento y la dependencia que afortunadamente tienden a desaparecer.

Quien más rápido y de modo más integral avanzó fue Europa. Por más que impacte, la dependencia basada en la opresión de unos pueblos respecto a otros, aunque dilatada y opulenta, es transitoria. Las Américas no pueden ser más independientes de Europa, lo mismo puede decirse de China, Japón y Egipto, Asia en general y África.

En el mundo no existen colonias y la tendencia es a las asociaciones multilaterales que avanzan hacia integraciones regionales y luego planetarias. La actual confrontación que es, como otros eventos, un fenómeno circunstancial, ralentiza procesos que habían registrado importantes avances, pero no los anula. Finalizada la Guerra Fría, lo que debió ocurrir fue que Estados Unidos y Rusia se aproximaran y cooperaran, que China continuará su crecimiento pacífico y Ucrania y Rusia, tal como hicieron otros países exsocialistas y exsoviéticos, se integraran a la Unión Europea y que la OTAN desapareciera. Los últimos tres líderes rusos: Mijail Gorbachov, Boris Yeltsin y Vladimir Putin trabajaron en esa dirección.

La tendencia dictada por la economía y la cultura universal, amparada por la naturaleza gregaria del humano evidencia que, avatares aparte, el mundo avanza hacia la integración, no a la dispersión. De ahí la pertinencia de la globalización. Al margen de las consideraciones políticas que suelen rodearlos, en los últimos cien años, los movimientos asociados a la institucionalidad internacional, entre otros muchos, la Sociedad de Naciones, ONU, OEA, el Banco Mundial, FMI, Organización Mundial de Comercio, El Consejo de Ayuda Mutua Económica (CAME) la Unión Europea, Unasur, Mercosur, SICA, Celac, ALBA, BRICS, Acuerdo Transpacífico de Cooperación Económica, Tratado México, Estados Unidos y Canadá (T-MEC), refuerzan la tendencia civilizatoria a la integración.

Lamentablemente, la Unión Soviética fue el único proyecto integracionista de relevancia global que no sobrevivió a sus contradicciones internas. En 1945 nadie soñaba con la Unión Europea, tampoco hace unos meses se sospechaba que Estados Unidos y los países europeos empeñados en la absurda expansión de la OTAN, crearían tensiones inéditas ni que las potencias integrantes del Consejo de Seguridad (excepto China) que comparten las mayores responsabilidades por la paz mundial, desatarían una guerra insólita. La buena noticia es que finalmente concluirá y la humanidad retomará la cordura. Está dicho: “Un mundo mejor es posible”.

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