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Las guerras de ayer y hoy.

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En aparente calma, pero en medio de una guerra sucia soterrada (en realidad no hay guerra que no sea sucia), avanza la campaña presidencial.

Las mentiras y calumnias sobre Gustavo Petro siguen pesando en el ideario de la población. Cualquier encuesta callejera muestra cómo los temores infundados han ido calando y, además, errores como la ida de un hermano suyo a la cárcel a hablar de “perdón social” con presos condenados por haber esquilmado al erario y narcotráfico, así como haber incluido en su lista al senado a Piedad Córdoba, sobre quien pesan sindicaciones graves de corrupción, lo han puesto a dar explicaciones en un momento difícil de la campaña. Sin embargo, el candidato de izquierda comienza a remontar y en la semana escasa que falta para las votaciones las encuestas ya le dan una ventaja progresiva.

Pero la guerra sucia no es sólo la que se hace para minar la imagen del adversario. Hay otra peor: la que se hace para engañar sobre las verdaderas intenciones del candidato.

En Colombia existe el voto programático basado en el programa que el candidato ofrece cumplir en caso de ser elegido. En caso contrario, existe como mecanismo de participación ciudadana la revocatoria del mandato. Pero esta sólo aplica para alcaldes y gobernadores. En el caso del Primer Mandatario, el programa con que gana no es exigible legalmente; sólo queda el recurso del control político en el Congreso, las organizaciones sociales y la ciudadanía en general.

En estos días hemos visto que su adversario, Rodolfo Hernández, obtuvo la segunda votación en la primera vuelta con su única propuesta de “acabar la robadera”, pero ahora aparece presentando un programa de gobierno que es copia casi exacta del de Petro, hechura de su asesor de imagen y de un gran poeta que se ha extraviado en esas toldas, pero que el aspirante ha mostrado ser incapaz de explicar por qué ni lo conoce ni lo entiende.

Hernández votó NO en el plebiscito para la ratificación del Acuerdo de Paz, pero ahora resulta diciendo que está de acuerdo con él y lo desarrollará. De esos que han dicho no a la paz, pero luego se camuflan para ser elegidos, tenemos la experiencia del presidente Iván Duque, que hizo campaña diciendo “paz sí, pero no así” -como si ese acuerdo no hubiera sido firmado por el Jefe del Estado- y se gastó sus dos primeros años de gobierno torpedeando a la Jurisdicción Especial de Paz (JEP), pero en sus numerosísimos viajes al exterior habla de inexistentes maravillas que él ha hecho para implementar el acuerdo de paz porque sabe que eso internacionalmente reporta buena imagen. ¿Será que todavía no hemos desarrollado olfato para detectar a esos enemigos agazapados de la paz y seguimos eligiéndolos?

Ese candidato, que ha dicho que las venezolanas refugiadas en este país no son más que “una fábrica de hacer chinitos (niños)”, hora dice, emulando a Petro, que de salir elegido restablecería relaciones con Venezuela. Fue igualmente copiada la propuesta de Petro de establecer una renta básica con miras a lograr una mayor equidad en este país de tan graves desigualdades sociales.

El caso de la coalición de centro es lamentable. Después de que su candidato Sergio Fajardo dijo que jamás votaría por Petro a pesar de las coincidencias de sus programas de gobierno, luego de su derrota en la primera vuelta quiso aliarse con Hernández, pero recibió de este la peor humillación: se enteró, oyéndolo por los medios, de que este lo había rechazado diciendo que no tenía por qué negociar con perdedores. Sin embargo, la migración de integrantes de esa coalición hacia las toldas de Petro es muy numerosa, encabezada por su candidato a vicepresidente.

La esperanza de que en los debates públicos se hiciera evidente la distancia abismal entre los dos candidatos se frustró, porque Hernández dijo que no participará en ellos. Como acostumbra, lo manifestó en un video de dos minutos en el que era evidente que estaba leyendo un teleprompter, justificando su negación a medirse en debates, con la excusa de que Petro no hacía otra cosa que agredirlo, pero es evidente que no tiene sustancia para responder al análisis razonado de su oponente sobre los principales problemas del país y sus propuestas para resolverlos. El debate que organizó el grupo Prisa, encabezado por la directora del grupo Prisa, de El País, de España, y los otros medios que lo conforman, tuvo que realizarse con la sola presencia de Petro porque evadió la confrontación de propuestas. Hace dos días Hernández dijo desde Miami que no vuelve a debates porque su vida corre peligro; y la policía, que no se puede culpar de petrista, dijo que el ingeniero no corre ningún riesgo; su contendor, bajo altísimo riesgo comprobado, le propuso que los hicieran por televisión.

Ya respondió que no acepta el acuerdo nacional propuesto por Petro para que quien gane se comprometa a garantizar las bases de la democracia y la implementación del Acuerdo de Paz. En la cadena de ataques rastreros, como Petro está durmiendo en una choza en el Chocó, región de afros, ahora dicen que está haciendo brujerías. Y como Hernández primero dijo que a una hija suya la secuestraron las FARC y luego dijo que fue el ELN, esta organización sacó un comunicado negándolo con pruebas. Además, ha dado como fecha, primero 1964, y luego 1994, por lo cual sus adversarios señalan que está manipulando con el hecho por el cual ha llorado ante las cámaras de televisión. A

Aún es tiempo para que los colombianos reaccionemos ante el peligro que significa un candidato que, a la exigencia de una funcionaria suya de que le pusiera por escrito una orden porque, le explica, es contra la ley, le responde a los gritos que la ley puede servirle de papel higiénico (con otra expresión que me niego a repetir). Una persona que dice que ser presidente de Colombia es como tener una empresa con 50 millones de empleados, que propone que la jornada laboral empiece a las cinco o seis de la mañana y termine a las 17:00 horas, que el papel de las mujeres está en la casa y que desconoce las mínimas reglas del decoro en el manejo de la cosa pública no es apto para desempeñar la máxima magistratura del país.

Aún así, quiero creer, tercamente, que todavía hay salvación si votamos a conciencia por un mejor país