Desnazificador en jefe

martes, 5 de abril de 2022 · 11:43

Más de 70 años después de que el fascismo fuera derrotado y sus cabecillas condenados y tanto la Unión Soviética como las otras potencias ocupantes de Alemania aplicaran una política de “desnazificación”, el término “fascista” sigue siendo controvertido e indefinido, no así el vocablo “nazi” que se aplica sobre todo a quienes formaron parte de las instituciones al servicio de Hitler. Liderados por Adolf Hitler los fascistas alemanes desencadenaron la II Guerra Mundial, ocuparon más de 30 países europeos y varios fueron controlados mediante gobiernos sometidos a Alemania.

Con esa fuerza realizaron el holocausto judío, persiguieron, encarcelaron, torturaron y mataron a comunistas, socialdemócratas, católicos, discapacitados, eslavos, gitanos y otros, causando la muerte de no menos 150 millones de personas. No lo hicieron solos. La colaboración con los nazis, se extendió por toda Europa y fue particularmente intensa en los países gobernados por fascistas, entre otros: Italia, Francia, Bulgaria, Rumania, Lituania, Croacia, Hungría. Para Roosevelt, Stalin y Churchill, líderes de la coalición de Aliada y antifascistas convencidos, la contienda mundial no fue solo una campaña militar, sino una cruzada ideológica y política contra el fascismo lo cual explica la tenacidad con que lo combatieron y la convicción con que juzgaron y castigaron a los cabecillas.

La desnazificación fue un término introducido por los vencedores y expresó la determinación de castigar a los responsables de la matanza y prevenir rebrotes de aquella malsana ideología. En las cuatro zonas de ocupación de Alemania fueron detenidas casi doscientas mil personas y solo en la zona occidental 806 de ellas fueron condenadas a muerte. Como parte de complicados procesos políticos y de no pocas componendas, algunos países, como Italia, Francia, Austria, Hungría y otros, en aras de “sanar heridas” y promover la reconstrucción nacional que no era solo material, asumieron con alguna indulgencia la desnazificación, evitando ajustes de cuentas y castigos colectivos.

Entre ellos no estuvo la Unión Soviética. Si de algo no se acusó a Stalin fue aplicar paños tibios a los colaboradores, Ucrania, Crimea, el Volga y otras regiones son testigos de ellos. Entre los dedicados a investigar los crímenes nazis y perseguir a los culpables, se destacó el ucraniano Simon Wiesenthal que, convertido en “desnazificador en jefe”, identificó a más de 1100 prófugos nazis entre ellos Adolf Eichmann creador de la “solución final”, Karl Silberbauer quien arrestó a Ana Frank, Franz Stangl, comandante de los campos de exterminio Treblinka y Sorbibor, sí como Hermine Braunsteiner, conocida como “la yegua de Majdanek” por su costumbre de matar a patadas a las reclusas y que se ocultaba en Nueva York.

Identificada por Wiesenthal fue extraditada a Alemania donde se le condenó a cadena perpetua. A pesar de la voluntad política para aplicar justicia que predominó en la posguerra, muchos nazis escaparon, engañaron a las autoridades o disfrutaron de alguna protección en diversos países. Entre los más connotados estuvo Kurt Waldheim que llegó a ser Secretario General de Naciones Unidas y presidente de la República de Austria.

Para calificarlos adecuadamente, por extensión, se acostumbra a llamar fascista, incluso nazis a elementos y organizaciones terroristas, supremacistas, racistas, xenófobos, franquistas y otros extremistas que actúan en prácticamente todos los países europeos y Estados Unidos, incluso en algunos del Tercer Mundo y que, según se afirma, con la tolerancia del gobierno, han fl orecido en Ucrania, convirtiéndose en una de las excusas de Rusia para lanzar una vasta operación militar.

En efecto el fascismo y el nazismo, las expresiones más degeneradas de las ideologías extremistas existen y combatirlas es una causa justa que las fuerzas políticas y la ley de cada país deben asumir.