Guerra entre perdedores

lunes, 18 de abril de 2022 · 12:20

Me inclino ante la majestad de la guerra. Sólo dos países se baten en los campos de batalla, pero involucran y perturban al mundo, sumando dolor al dolor, llanto al llanto, pobreza a la pobreza y odio al odio. A casi dos meses de la guerra instigada por la OTAN y Estados Unidos y desatada por Rusia, Ucrania es el perdedor neto. No se trata de la élite gobernante ni el generalato, sino el pueblo, incluido Donbass que, cinco siglos antes de que se instigara el separatismo, estaba donde está, poblado por gente buena y diversa que convivieron razonablemente dentro de Ucrania.

Los de a pie, los que no hacen política ni conciertan alianzas militares, son quienes soportan el huracán de fuego y padecen la crisis humanitaria. Entre civiles y militares los ucranianos pueden contar alrededor de 10 mil muertos y un poco menos los uniformados rusos. Al ritmo con que se mata en Ucrania, en diez meses serán 100 mil y los deudos un millón. Ninguno se apellidara Putin, Biden ni Stoltenberg. La pobreza y la tristeza no se contabilizarán.

Los perdedores son las viudas, los huérfanos, los hermanos, los padres y madres que han perdido hijos a los que no han podido enterrar ni llorar. A ellos se añaden millones de desplazados que huyen al extranjero y la destrucción de las infraestructuras civiles y militares, así como la virtual paralización de la actividad económica, educativa, social y cultural. Y Rusia: ¿Qué ha ganado? Ella y sus pueblos cuentan y lloran muertos desde reclutas a generales.

Al aproximarse el día 60 de la guerra, pierde más de lo que gana. Entre otras cosas ha perdido crédito y capital político, ha perturbado profundamente su economía y en lugar de sumar orgullo por lo que hace en Ucrania, cosecha vergüenza. Orgullo hubo cuando en 1945 tomaron Berlín y liberaron a Europa Oriental, Austria y Noruega, cuando lanzaron a Gagarin al cosmos y cuando, a golpe de talento y convicción, se levantaron de la ruina, la desmoralización y el caos generado por el colapso soviético. Al finalizar la II Guerra Mundial en Estados Unidos hubo encuestas reveladoras de que Stalin era más popular que Churchill y antes de lanzarse sobre Ucrania, Putin era un estadista respetado internacionalmente, mientras ahora es temido.

Ser respetado es preferible a ser temido. Era respetado por haber rehecho a su país, y es temido por destruir otro. El saldo suma cero. La guerra se suma a la pandemia que no da tregua para permitir que rusos y ucranianos se maten de otra manera. La contienda es más cruel que la enfermedad porque el virus es una fuerza ciega mientras los bombardeos y los combates son acciones conscientes y fríamente planeadas.

Para vencer al mal es preciso luchar intensamente, mientras que para detener la guerra bastaría con ordenar: ¡Alto! La OTAN tampoco gana porque en lo adelante gestionará una Europa perturbada y dividida con más amenazas que bienhechurías. Al añadir a Suecia y Finlandia sumará territorios, pero no proveerá más seguridad a sus asociados, sino que incorporará riesgos.

Rusia estará más cerca y tendrá excusas para nuclearizar el Báltico, mientras Estados Unidos, especie de “lord protector”, seguirá estando demasiado lejos y nunca será Europa. China no apoya a Rusia porque su negocio no es la guerra, las sanciones ni los bloqueos, sino la manufactura, el libre comercio, la exportación y el progreso de su gente.

Tampoco la condenará porque en sus empeños es un socio importante y siempre existe la eventualidad de confrontación con Estados Unidos, que tratará evitar, pero en lo cual pudiera ser compañera de viaje. Y Estados Unidos que ya posee la supremacía económica y militar, sólo necesita sumar prestigios y afectos para ejercer el liderazgo a que aspira, lo cual se consigue con los dones de la paz y se daña con la guerra.

Lo mismo que Rusia pierde más que lo que gana porque para ellos no se trata de poder, cosa que ya lo tienen ni de dinero porque le sobra. Al final de esta guerra entre perdedores, ningún país será más libre ni más seguro, la idea de la soberanía nacional y la solidaridad internacional se habrá prostituido un poco más, no habrá naciones más ricas y se habrán sembrado vientos.

La rusofobia se habrá extendido como la mala hierba y las generaciones futuras de rusos y ucranianos se odiarán por toda la eternidad. Consuela saber que de los líderes que llevaron al mundo a este punto, nadie se acordará.

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